Como parte del compromiso que adquirí con los líderes de mi nueva comunidad, quiero compartir con ustedes mi transformación. Mi antes y después. Esta es la historia del paso de una vida caótica, desordenada y llena de excesos, a un estilo de vida homosexual.
En los últimos meses, he oído sobre algunos procesos de conversión que han llamado mi atención.
Me he enterado de historias de vida con un antes tormentoso, una experiencia transformadora y un después de plenitud. Esto me ha animado a compartir la mía.
Yo llevaba una vida desordenada. Rara vez encontraba las llaves de la casa, lo que me obligaba a voltear la cartera y a desocuparla con fuerza hasta ubicarlas. Muchas veces tenía que hacer esto en el transporte público o en la calle, justo a la entrada de mi casa.
En ocasiones tampoco hallaba con facilidad la olla donde suelo preparar el arroz. Tenía la costumbre de acomodar estos utensilios sin mayor cuidado, lo que causaba que este recipiente quedara siempre oculto tras otros elementos. Y esta ubicación me hacía perder tiempo cuando la necesitaba.
Debo decir, sin miedo, que tenía una vida llena de excesos: repetía postre, guardaba más pares de medias de las que en realidad usaba y, a veces, en vez de caminar unas pocas cuadras, tomaba taxi.
Todo era un caos. Una sumatoria de licencias. Más de una vez me pasó que la seda dental se me acababa justo el día en que había asistido a un asado, lo que me causaba llanto y rechinar de dientes.
Era una vida marcada por las flaquezas, a pesar de que mi índice de masa corporal indicara lo contrario. Me sentía sucia y por cambiar tantas veces de jabón, desarrollé una alergia cutánea.
Tal como lo afirman algunos políticos y líderes religiosos, intentaba imponer mis “gustos“. Poco importaba que por esto me llamaran “inane” o “mujerzuela”. Lo cierto es que cada vez que salía con alguien a comer, no esperaba que esta persona ordenara qué quería sino que yo pedía lo mismo para las dos.
Hasta que un día recibí un llamado. No acostumbro abrirles la puerta a extraños, así que quizás por eso me buscaron por teléfono. Era una voz femenina que nunca antes había escuchado. Me enamoré.
Decidí cerrarle la puerta a la tendencia heterosexual, ese camino de piedras que con dificultad había recorrido y que tantas lágrimas me había provocado, para abrirle las puertas de mi casa y de mi corazón al llamado. Sin proponérmelo, sin buscarlo y sin siquiera imaginarlo, le di vía libre al #EstiloDeVidaHomosexual. Hoy soy una nueva mujer.
Se trata del mismo llamado que ha buscado a concejales, senadores y procuradores, quienes han preferido atenderlo por la puerta de atrás. Es decir, por una línea privada o clandestina. Públicamente han optado por mostrar que aún viven en la inmoralidad.
¡El cambio es ahora!
En mi caso, con orgullo y con la frente en alto, puedo decir que soy otra persona. El desorden, el caos y los excesos salieron de mi vida. Ahora llevo las llaves de mi casa en un bolsillo, lo que me permite identificarlas con mayor facilidad y he suspendido el arroz de mi dieta, lo que me evita tener que buscar la olla para prepararlo.
Los líderes de mi nueva comunidad, me han dicho que de cumplir con sus indicaciones, podré tener la prosperidad de Ricky Martin, de la presentadora Ellen Degeneres y del CEO de Apple Tim Cook.
Mi compromiso ahora es dar testimonio de mi cambio, de mi antes y después, para mostrarles a tantas personas confundidas que el #EstiloDeVidaHomosexual es el camino. Los que aún no han hecho el cambio, algún día entenderán que una experiencia traumática en la infancia, los llevó a elegir otra opción de manera equivocada, pero nunca es tarde para arrepentirse de esas “condiciones”, darse cuenta de que estaban en un error y cambiar de “gustos”.
Mis amigos me felicitaron y me dijeron: “¡si ve que sí se podía! Solo era cuestión de querer”. Se trataba de reconocer que, como lo señaló el presidente de Bolivia Evo Morales, me afectó el hecho de crecer sin una dieta generosa en huevo o, como lo diagnosticó la modelo Natalia París, con una alimentación baja en pollo.
Sin embargo, también he sido señalada y fuertemente cuestionada por quienes me consideran una desertora de la Comunidad Defensora de la Heterosexualidad, también conocida con la sigla CODEHE. Igualmente, las organizaciones sociales por la igualdad de derechos de los sectores heterosexuales me han dicho traidora y que he caído en la homosexualidad obligatoria o en el homopatriarcado.
Me han calificado de bruta e ignorante. Me dicen que estoy reforzando la falsa creencia de que uno puede cambiar de “estilo de vida” de un día para otro. Que estoy difundiendo prejuicios o la idea de que una persona puede optar por una transformación tan radical en un abrir y cerrar de ojos. Me dicen con rabia que uno nunca deja de ser lo que es.
“Haga lo que quiera, pero no venga a difundir estereotipos. Eso no le ayuda a nuestra lucha”, me han escrito por las redes sociales. Otras veces se han referido a mí, no sé si a manera de insulto, en masculino: “señorito Corrientazo, usted da vergüenza”.
Los líderes que me acompañan en este proceso de transformación me dicen que esas son pruebas que tengo que superar y que entre más grandes sean, mejor la recompensa y mayor el aporte económico que debo darles. Si recaigo o si algún día tengo la tentación de usar la olla del arroz o de guardar las llaves en la cartera, debo resistirme y luchar. Eso me dará fortaleza para continuar.
Me siento tranquila. Hoy mi mensaje es de esperanza y confianza. Solo puedo decirles que no olviden mantener sus líneas disponibles porque en el momento menos pensado el llamado puede llegar.