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La media naranja y otras trampas del “amor verdadero”

“Yo sé que va a cambiar”, “el amor lo perdona todo” y “porque te quiero te aporreo” son frases que se repiten a diario, casi a manera de verdades. No obstante, contribuyen a la idea de aguantar hasta la violencia en las relaciones de pareja. 

Por: Ana Z*

El año en que cumplirían 35 años de casados, mi mamá se separó de mi papá. Tomó la decisión que durante años aplazó. Cuando los hijos se fueron y el nido quedó vacío, ella confirmó lo que desde siempre supo: que la convivencia con quien hasta entonces había sido su pareja (un hombre tacaño, egoísta, celoso, autoritario, posesivo, maltratador, descuidado y cero afectuoso, entre otras bondades) era insoportable, insostenible.

La reacción de mi papá fue buscar un responsable. Habló de una amiga que seguramente “la aconsejó mal”. Dijo que, posiblemente, mi mamá tenía una relación con el tapicero que había arreglado los muebles de la sala o, quizás, con el lechero, el vecino, el cajero, el panadero, el primo, el tío… O con cualquier hombre que tuviera el descaro de saludarla.

Llegó a decir que su “comportamiento alegre” no lo sorprendía y que el problema fue que él se dejó convencer de casarse (¡cómo no!). De hecho, el día en que la decisión de divorciarse no tenía vuelta atrás, él acudió a su último recurso: “¡Por qué quiere separarse si yo no le pego!”, preguntó indignado.

Mi papá intentó buscar respuestas afuera, nunca dentro de sí mismo. Jamás lo escuché ofrecer disculpas por la escena de celos que le armó a mi mamá porque el día del entierro de mi abuelo, algún familiar lejano (hombre) tuvo el atrevimiento de abrazarla para expresarle sus condolencias.

Jamás lamentó la ocasión en que le rompió parte de su ropa en retaliación a que ella le había prestado un martillo de él a una amiga suya que necesitaba colgar unos cuadros. Nunca mostró arrepentimiento por las veces en que se le burló, de frente, cuando ella sugería cambios para mejorar las finanzas familiares. “¡Usted qué va a saber!”, le decía.

Mi mamá siempre asistió sola a los eventos sociales porque a él le daba pereza ir y muchas madrugadas la vi transportarse en buses llenos porque a él no le gustaba prestarle “su carro”. Jamás vi una expresión de afecto o admiración de su parte para ella y uno de los recuerdos más nítidos de mi adolescencia es verla regresar cansada por la noche, mientras él desde “el gran sillón” donde veía televisión le pedía que le trajera algo de tomar.

La culpa es de los otros

Pero para mi papá estaba claro que la decisión de separarse se debía a “una mala influencia” o a “una infidelidad”, más que al hecho de que durante muchas mañanas mi mamá salió a trabajar a las 6:00 de la mañana para recibir un salario irrisorio, mientras él se quedaba durmiendo hasta las 9:00.

Mi mamá cumplía con buena parte de las agresiones establecidas en el “violentómetro”, un material gráfico y didáctico en forma de termómetro, creado por el Instituto Politécnico Nacional de México para identificar los diferentes tipos de violencia -muchas veces ignorados- en las relaciones de pareja.

Cuando hablo con ella de las agresiones que vivió y de las que ni ella ni nosotros fuimos conscientes durante años, mi mamá cambia el tema.

No sé si lo hace por lo doloroso que le resulta o porque, en el fondo, todavía cree que no fue tan grave. “Él pagó sus estudios y fue responsable” o “eso pasaba a veces” suele decir. Por poco agrega “¡y no me pegaba!” o “jamás faltó a misa un domingo”. ¡Gracias! (Ver: Es muy buen papá: me ayuda mucho con el niño).

Durante las décadas que mis papás estuvieron juntos, no existía una ley como la 1257 de 2008 que también reconoce la violencia psicológica contra las mujeres.

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El “violentómetro” permite tomarles la temperatura a las violencias cotidianas, incluidas las relaciones jefe – empleado o docente – estudiante.

La acción u omisión destinada a degradar o a controlar acciones, comportamientos, creencias y decisiones, por medio de intimidación, manipulación, amenaza, humillación, aislamiento o cualquier otra conducta“.

El miedo que mi mamá le tenía a mi papá la superaba. Cada vez que a los gritos la insultaba, ella tomaba cierta distancia. No sé si temía que en cualquier momento viniera un golpe o el destrozo de algún objeto. Y a pesar de ser una mujer muy sociable, jamás les habló de esto a sus hermanos o amigas.

Los profesionales de la salud recomiendan todo lo contrario. Cuando una mujer está en una situación similar, el primer paso es contárselo a alguien: una amiga, una hermana o la mamá. Dejar atrás el orgullo, el miedo o la vergüenza y hablar de lo que está pasando casi que a manera de supervivencia.

“¿Por qué no se divorció antes?”, se preguntarán algunas personas. “Si no dejan a esos tipos es porque les gusta el maltrato”, dirán otras. (Incluso se lo he oído decir a mi mamá). Hasta en el brutal asesinato de Rosa Elvira Cely hubo quienes dijeron “se lo buscó por salir con ese tipo”. (Ver: La convivencia pacífica con el machismo).

Es fácil afirmar estas premisas cuando se desconoce o no se es consciente de qué es vivir en una lógica de miedo o de dependencia económica. Mi mamá pertenece a esa generación de mujeres donde el papá tenía la primera -y última- palabra, donde les prohibían estudiar y las presionaban para casarse antes de los 25 años con lo que consideraban “un buen partido”.

Prosperidad económica

Poco importaba que existiera un mínimo de conocimiento del otro. La prioridad era que el candidato les garantizara prosperidad económica, lo que dicho sea de paso –al menos en el caso de mi mamá– tampoco se cumplió.

Esto significa que cuando mi mamá se casó no se fue a vivir a “su casa” sino a la casa de mi papá. “Todo es mío”, repetía él. Además, para mi mamá, educada en una familia conservadora, católica y de papá militar, divorciarse no solamente era pecado, sino un comportamiento mal visto socialmente.

Ella fue criada con la ilusión del “amor romántico”, permeado por creencias religiosas, que diferencia los roles en la relación dependiendo de si se es hombre o mujer y donde el hogar y los hijos son el lugar por excelencia de las mujeres.

Y aunque esta idea es cada vez más difusa en las parejas jóvenes, todavía son ellas quienes a pesar de trabajar, destinan más tiempo a las actividades relacionadas con la crianza y el hogar.

“Así las mujeres estén en la esfera pública, todavía se espera que cumplan con un rol protagónico en la vida doméstica”, Lya Fuentes, socióloga.

Detrás de la premisa “las mujeres deben estar a cargo del hogar y los hombres ser los proveedores”, persiste el “amor romántico”. Una idea sostenida con frases que durante toda la vida se han repetido y vendido como incuestionables. Por ejemplo: “hasta que la muerte nos separe” y el “amor verdadero lo perdona todo”.

“Hasta hace poco, el argumento de ira e intenso dolor era útil para justificar que en un momento de celos un hombre agrediera a su pareja”, recuerda Lya Fuentes, socióloga y profesora de la Universidad Central. La ira atenuaba el castigo en términos legales y lo justificaba socialmente. (Ver: Lo que hay detrás de un “crimen pasional”).

El llamado “amor romántico” es exclusivo y excluyente. “Muchas veces, cuando una pareja está empezando su relación, se aleja de sus amigos. Es como si necesitara una fase de simbiosis”, añade Fuentes.

Otra sentencia que lo alimenta es “los hombres no pueden controlarse”, útil para justificar la violencia sexual. Es una manera de decir “ellos son incapaces de aceptar un no por respuesta”, como si su deseo sexual fuera incontrolable. A esto se suma la idea de que cuando “una mujer dice no, quiere decir sí” o “ellas los provocan” al vestirse de una u otra forma.

“Es importante entender que los violadores no son enfermos. Gran parte de los casos de violencia sexual ocurren en la casa de la víctima o en una conocida y el agresor es una persona cercana: tío, primo, pareja, ex, vecino o padrastro”, agrega Fuentes.

Si le pegó fue por algo

La frase “porque te quiero te aporreo” alimenta que algunas mujeres consideren que “si me pega o me cela es porque me quiere”. “Dejarse llevar por la idea del ‘amor romántico’ conduce a baja autoestima, dependencia y a dejar atrás un proyecto de vida propio”, agrega Fuentes.

Muchas mujeres dejan a un lado sus planes de estudiar por fuera del país por quedarse con su pareja. “No es común que si ella quiere cursar un posgrado afuera, él acepte irse. Son las mujeres quienes suelen renunciar a sus planes por estar en función de ellos”, señala Fuentes.

El “amor romántico” está relacionado con la idea de que la pareja debe llenar todas las necesidades de una persona, ser un “otro que completa” o que “le da sentido a la vida”. De ahí que mucha gente hable de buscar su alma gemela o media naranja cuando todas las personas son naranjas completas.

Detrás de los ataques con ácidos está la frase “si usted no es para mí, no es para nadie”.

Además, en la vida real, esas ideas causan desilusiones y desencuentros. “Por esta creencia, hay quienes pasan de relación en relación esperando que seguro quien venga sí sea el definitivo”, señala Fuentes. También está la idea de “no puedo vivir contigo ni sin ti”, como si, inevitablemente, el amor fuera sufrimiento, idea que suele terminar mal.

Otra frase común es “yo sé que él/ella va a cambiar” y la persona se pasa la vida esperando algo que no sucederá. De igual manera, el “amor romántico” está asociado con aguantarlo todo. De ahí que muchas mujeres digan que no pueden dejar a sus parejas “porque es mi marido” o “el papá de mis hijos”.

Es mía

También pasa que cuando ellas intentan alejarse de estos hombres, ellos las buscan porque sienten que les pertenecen. Las estadísticas del Instituto Colombiano de Medicina Legal muestran que el 71 por ciento de los casos de violencia contra las mujeres tienen lugar en sus casas. “El hogar dulce hogar es el espacio menos seguro para muchas”, afirma Fuentes.

“Buena parte de las mujeres que llegan a Medicina Legal víctimas de agresiones ya habían estado al menos una vez allá por el mismo motivo. Si una mujer ya ha sido agredida una o dos veces, aumenta la posibilidad de que la siguiente ocasión llegue muerta. Está durmiendo con el enemigo”, señala Fuentes.

Todo esto demuestra que la violencia contra las mujeres no es un invento. De ahí que la Ley 1257 de 2008 la defina así: “cualquier acción u omisión que le cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual, psicológico, económico o patrimonial por su condición de mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad“.

“Y todo esto tiene que ver con la cultura machista de que ‘el verdadero hombre mata y se hace matar’, lo que contribuye a que sea normal pasar de la violencia simbólica a la realidad”, afirma Fuentes. 

La mayoría de víctimas de violencia doméstica son mujeres entre los 20 y 29 años. El 66% de los agresores son sus parejas y un 30% los ex.

En muchas emisoras juveniles es normal burlarse de una mujer con sobrepeso o de un hombre homosexual

Según esta docente, el país se ha acostumbrado a una cultura maltratadora donde es normal que el jefe grite a sus empleados. “Acá se mata por tragos, por pedirle a alguien que le baje el volumen a la música o porque miró a mi novia. Se discrimina porque es de Pasto o es afro. El que vive menos al sur discrimina al que vive más al sur”.

“Hay una exacerbación global ante la diferencia. ¿Por qué ese otro genera sentimientos negativos? La diferencia no puede ser sinónimo de desigualdad”, aclara Fuentes. Y algunas personas dicen: “ya no se puede hacer ningún chiste porque todo es ofensivo”, pero es que el humor no puede ser burlarse de alguien por su pelo o forma de vestir. (Ver: No. La culpa no es de las redes).

En esto ayudan las series y telenovelas con mujeres y hombres sin estereotipos. “Eso puede cambiar más imaginarios que muchas publicaciones académicas”, concluye Fuentes. (Ver: Un mundo más allá del “¡enloquécelo en la cama en 5 pasos!”).

De ahí la importancia de educar desde temprana edad en el respeto por la diferencia y no para sentir superioridad por quien es distinto. También es clave empezar a trabajar por sacar el “amor romántico” de las cadenas con las cuales fue constreñido.

*Lectora y colaboradora ocasional de Sentiido.

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