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Activismo LGBT

La peleadera de los activistas LGBTI

Los debates y los diferentes puntos de vista son saludables para una democracia. La disidencia y la diversidad de opiniones no deben ser vistos como una amenaza sino como un aporte para la sociedad.

La política es apasionante. Así me parecen sus juegos de poder, estrategias, actores y actrices, las alianzas que se tejen y la manera cómo se disiente y se cumple con los objetivos propuestos. Por eso me animé a estudiarla.

A modo de síntesis uno puede ver dos niveles: la política que se lleva a cabo en las instituciones de elección popular (Congreso o Presidencia de la República por ejemplo) y la propia de los activistas que forman parte de la sociedad civil o de las personas que defienden una causa.

Durante varios años he participado en diferentes espacios de defensa de derechos humanos. Muchos de ellos concentrado en la lucha contra la discriminación basada en orientación sexual, identidad y expresión de género; el “activismo LGBTI” como se le suele conocer.

Recientemente he escuchado diferentes expresiones sobre la forma como los activistas nos relacionamos entre nosotros/as. Una de estas fue: “son como hienas entre ellos”. Y esto me hizo pensar en la urgencia que tenemos de hablar y de reconocer un fenómeno para así transformarlo.

En la columna pasada escribí sobre mi escepticismo de que exista una “comunidad LGBTI”, lo cual me parece que se articula con esta nueva reflexión. Si bien no somos una masa uniforme, movilizada por un solo interés, una agenda común o una estrategia unificada, sí compartimos un sentir: la discriminación es inaceptable en cualquiera de sus formas.

Y acá comenzamos con el debate, pues no muchas personas LGBTI consideran que son formas de discriminar tratar a las mujeres de brutas, a los gais afeminados de “locas”, a las personas bisexuales de “confundidas”, a las trans de “desubicadas” o referirse de manera displicente a quienes tienen menos recursos económicos para frecuentar lugares de moda.

Observo que algunas personas se limitan a luchar para no ser discriminadas por ser LGBTI, ignorando las múltiples formas de discriminación que atraviesan la sociedad.

En segundo lugar, hay riñas y disputas sobre las formas como se expresan las causas sociales. Esto también lo identifico como un vector común en la sociedad colombiana: esperamos una defensa de derechos humanos políticamente correcta, diseñada exclusivamente desde el escritorio de una universidad privada.

Cosas de la “alta política”

En efecto, estas son formas de acción que puede exigir la “alta política”, esa que se lleva a cabo en instancias públicas, nacionales o internacionales, y que demanda una cualificación del discurso y de las estrategias de comunicación e incidencia.

Pero creo que debemos observar cómo hay personas con niveles educativos más básicos o nulos, con largas historias de victimización que no han sido atendidas por el Estado y que están cansadas de buscar respuesta por la vía política. Y con estas personas el diálogo se hace en tonos más altos.

Con esto quiero llamar la atención sobre la apertura que debemos tener todos/as, incluidos los activistas LGBTI, por la diversidad. Es importante dejar de medirnos con un solo rasero en el cual lo “correcto” termina por convertirse en una excusa para discriminar a quienes no encajan en una forma de ser o ver la vida.

En tercer lugar quiero llamar la atención sobre las rencillas acumuladas. Los disensos, inconformidades y diferentes puntos de vista son saludables en una democracia. Justamente en esto radica uno de sus núcleos: podemos no estar de acuerdo, pero es enriquecedor pasar por debates, incluso acalorados, en los que no atacamos personas sino ideas. Cuando las rencillas se convierten en algo personal, es importante exteriorizarlas y discutirlas para poder mediar.

Finalmente, también está la lucha por los recursos económicos y por el acceso a instancias de poder. Los mecanismos que suelen usar el Estado y las organizaciones de cooperación internacional implican diálogo con representantes de organizaciones que actúan a modo de voceros.

Y, ¿cómo podemos hablar de una representación si para escogerlos no hay procesos de elección o, si los hay, no son lo suficientemente robustos?

Muchas personas han logrado visibilidad por su capacidad de hablar más recio, de protagonizar más espacios o, como diría Max Weber, por su carisma. Y si bien es algo válido, también hay otros tipos de liderazgo, basados en el conocimiento técnico o en el trabajo comunitario.

Pueden existir otras razones o factores que dificultan ver un movimiento LGBTI unificado, homogéneo o aséptico. Pero justamente cuestiono esa exigencia.

No necesitamos ni debemos ajustarnos a esa expectativa. Podemos ser diversos, disidentes y conflictivos. El límite lo imponen los derechos humanos: no se puede promover odio, discriminación, exclusión o ejercer violencia de ningún tipo.

Espacios seguros

Me agrada el llamado que hizo la relatora de las Naciones Unidas sobre la situación de los defensores de derechos humanos. Ella recuerda el deber de defender estos derechos, pero hace énfasis sobre las obligaciones que tienen los Estados de crear un entorno seguro y propicio para hacerlo.

Para ello deben disponer medidas de seguridad físicas y políticas, así como los recursos y las capacidades técnicas requeridas. La relatora le sugiere a los defensores/ras una serie de deberes, entre ellos la realización de sus labores de manera profesional, pacífica y respetuosa.

Acá quiero resaltar nuestro deber de recordarle al Estado (a nivel nacional, departamental o municipal) la obligación legal que tiene de fortalecer nuestras capacidades de exigir y defender nuestros derechos.

Puede ser con escuelas de formación y participación política, suministrando recursos para reunirnos y discutir, brindando medidas de protección cuando sea necesario, y sobre todo, manteniendo un rol imparcial en términos ideológicos, pues no puede favorecer a ningún grupo o actor social en desmedro de otros.

Sin embargo, necesitamos revisar constantemente nuestro actuar. En momentos en que discutimos el final del conflicto armado en Colombia, es importante que veamos cuánto nos ha afectado la violencia.

Y para esto necesitamos prestarle más atención a cómo hablamos, a cómo nos comportamos y a cómo nos expresamos. La máxima acá sería tratar al otro como queremos ser tratados, con la clara diferencia entre el deber del ciudadano y la obligación del funcionario/a público/a.

No es un camino sencillo, no hay respuestas simples, no hay una receta, pero la orientación que brindan los estándares de derechos humanos son una base que nos permite encontrar lo que todos tenemos en común: la humanidad.

Por eso insisto: la política es muy interesante, sea la de los grandes escenarios o la de los espacios más cotidianos, de ahí que deberíamos prestarle más atención.

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