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Marcha gay Bogotá 2014

La resaca de las marchas del orgullo LGBTI

Una vez terminadas las marchas LGBTI, vale la pena recordar que estos eventos son una apuesta por la libertad de expresión y por dejar atrás la moral que busca regular los cuerpos.

Pasaron las marchas, paradas, desfiles y demás expresiones del orgullo de ser LGBTI. Se vieron desde aquellas que tienen lugar en Europa a comienzos de junio, hasta las de Estados Unidos y América Latina a finales de dicho mes, alrededor de la conmemoración de los hechos de Stonewall.

Vimos plumas, trajes vistosos, poca ropa, cuerpos musculosos llenos de aceite y, en muchos casos, nada de ropa. Estos eventos rozan con el carnaval para celebrar la diversidad y el orgullo de ser, como respuesta a la vergüenza y al rechazo al que todavía se condena lo LGBT en muchas sociedades.

Una vez terminada la temporada de marchas, se recogieron los papeles de las calles, se barrieron las tarimas, se guardaron las carrozas y se vivieron las fiestas de remate. Pero ¿qué pasó después? ¿Cómo se canaliza esa explosión de orgullo? ¿Qué se transformó?

Ninguna de esas preguntas tiene una respuesta sencilla. Los impactos de una marcha son difíciles de cuantificar (y no me refiero a si asistieron 5.000 o 500 mil personas que, en últimas, es lo menos relevante).

Sin embargo, estos cuestionamientos sí invitan al análisis,  que puede partir de las reacciones que se escuchan de amigos/as, conocidos/as y, en mi caso, de las personas con las que interactúo en mi trabajo. A continuación presento algunas:

“¿Por qué salir a marchar de manera tan estrambótica? Así nadie nos (o les) tomará en serio”.

Esta es una de las afirmaciones que más escucho y que merece un especial análisis. Afirmar cómo debemos vestirnos y qué códigos del “buen vestir” existen para salir a la calle son manifestaciones claras de discriminación. No existe una manera “ideal” ni “errónea” de vestirse. Cada quien decide cómo hacerlo y cómo ejercer ese maravilloso derecho al “libre desarrollo de la personalidad”.

La marcha del orgullo LGBTI lleva implícita una apuesta muy clara por la libertad de expresión y por la emancipación de la moral que nos impone una sociedad que busca “normalizar” y regular los cuerpos. Si no se le permitiera a la gente vestirse o desvertirse para expresarse, al menos un día al año, a plena luz del día y en las calles vigiladas por la Policía, ¿cuándo más tendríamos otra oportunidad similar?

Si todos participáramos de traje y corbata, ¿lograríamos el mismo impacto y despertaríamos los mismos debates? Y en últimas, ¿de verdad queremos apostarle a la uniformidad y a ser “normales” como los demás? La opresión no puede llegar al punto de aceptar sentencias como: “si ustedes se saben comportar, nosotros dejaremos de discriminarlos”. Porque nunca y en ningún caso será aceptable la discriminación, la violencia y la exclusión.

Esa es la apuesta de las marchas LGBT: poder ser y expresarnos como queramos. Y lo hacemos de una manera que permita evidenciar la discriminación existente.

De otro lado, en estos eventos hay un espectro muy amplio y variopinto de expresiones de identidades, trajes y apuestas políticas que no empiezan ni terminan en lo estrafalario ni en lo estrambótico. Así que es necesario reflexionar sobre la mirada que se hace de la marcha y comprobar cuánta discriminación existe en afirmaciones como estas.

“A esa marcha sólo van loquitas y travestis”

Créanlo o no, esta afirmación sale de boca de muchas personas LGBTI. Finalmente, los estereotipos y la discriminación atraviesan todas las capas sociales afectando también a esta población. Apostar por una vida, una sociedad o un mundo en el que cada quien pueda hacer lo que le plazca con su cuerpo, vestuario, expresión de género, orientación sexual o identidad de género, es todo un proyecto político al que no muchas personas están dispuestas.

Se trata de romper con la obligación de “tener que ser” de una única y determinada manera o de ajustarse a cánones sociales predefinidos generalmente por hombres, iglesias y mercado. Cuando logremos “reventar” esos prejuicios, podremos apreciar a las personas tal y como son, sin quedarnos en su apariencia, pero entendiendo que ésta es parte integral de cada quien.

“Qué bueno que este año hay más empresas respaldando la marcha”

Esta frase me genera sentimientos encontrados. Si bien es importante que las empresas y negocios se vinculen a la marcha (porque muestran públicamente su respaldo), no me gusta la manera como nos reivindican: como un nicho de consumo. Y lo mejor, ¡nosotros lo celebramos!

Ahora, nuestro dinero va hacia estos empresarios y no sabemos si tienen políticas antidiscriminación y si a sus empleados/as les pagan salarios y prestaciones laborales dignas.

Esta “privatización del orgullo” me parece que limita con lo riesgoso porque en la medida en que consumamos seremos ciudadanos, pero si caemos presos de esa creencia nos mantendremos encerrados/as en bares “de ambiente” y compraremos productos de marcas LGBTI-amigables (que suelen ser gay-amigable solamente).

La marcha es un espacio que remueve muchas variables sociales y que desnuda prejuicios y estereotipos. Se trata de partir desde cada uno de nosotros/as para proyectarlo en el resto de la sociedad, exigiéndole al Estado que despliegue medidas más contundentes que erradiquen las raíces del odio y del prejuicio.

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