El hecho de publicar una columna de opinión en un blog no significa que el periodista tenga menos responsabilidades sobre lo dicho y sobre el efecto que pueda tener en los lectores.
La Revista Aló Mujeres se robó todas las atenciones la semana pasada con la publicación de un texto de Alejandra Azcárate.
La ya conocida columna hablaba de las supuestas ventajas de la gordura, según la autora, con un tono irónico que invitaba a reírse de las situaciones que viven las personas con sobrepeso.
La polémica comenzó en las redes sociales y pasó por la emisora La W hasta parar en una página del periódico de El Tiempo en la que recogían las “disculpas” de Claudia Galindo, la directora, y de Azcárate, transmitidas en la entrevista en La W.
No entraremos a discutir si estuvo bien o no lo que dijo una y lo que respondió la otra. Este episodio, del que probablemente en pocos días ya nadie se acordará, nos ha dado pie para tener una larga discusión sobre la responsabilidad que tenemos los periodistas, editores y en general los formadores de opinión frente a lo que decimos en los medios de comunicación.
Que los lectores reclamen que despidan a una persona por dar su opinión, por más incómoda, polémica o irrespetuosa que sea considerada, es caer en la censura que muchas veces se le critican a los medios más allegados al gobierno o a los grupos económicos más poderosos del país. Es querer callar la voz de una persona por decir lo que piensa. Así esa opinión tenga un efecto negativo sobre el público.
Esta no es la primera vez que vemos que un medio de comunicación publica contenidos que claramente no han sido revisados o discutidos por el editor.
¿Dónde están los editores?
Una reflexión que no queremos dejar pasar de largo a raíz de esta polémica está relacionada con la función de los editores de las revistas y periódicos impresos que ahora deben producir también contenidos para Internet.
El afán por mantener actualizada la página, por ser los primeros en dar la noticia, por tener bajo su nombre a los blogueros más populares, ha permitido que cada vez más la velocidad gane prioridad en detrimento de la calidad y el cuidado de lo que se publica.
Seguramente “Las 7 ventajas de ser gorda” no habría salido publicada en la versión impresa de Aló Mujeres. Posiblemente Claudia Galindo no leyó la columna de Azcárate por confiar en que ella siempre atrae rating, basada en el número de seguidores de Twitter y de sus stand up comedy.
Esto no significa que los directores y editores de los medios tengan que ejercer la función de censores; sin embargo sí deben hacer respetar la línea editorial del medio para el que trabajan (aunque Aló Mujeres no esté muy lejos de creer lo que Azcárate dijo).
De la misma manera, es muy importante que los lectores y el público ejerzan presión para demostrar que no pueden ser subestimados porque lo publicado no está en papel impreso.
Aunque Internet permite editar, borrar y hacer desaparecer rápidamente algo que ha sido publicado con anterioridad, esto no significa que lo dicho no sea importante y no tenga repercusiones sociales o legales. Y aún más, que los internautas son bobos.
Los que no interpretaron bien…
Finalmente, el tema de la responsabilidad. Una columna de opinión será siempre una columna de opinión. Que este estilo no se confunda con la noticia ni con el reportaje.
Una persona que opina es, teóricamente, libre de decir lo que quiera hasta donde el medio se lo permita. Por eso las directivas de El Tiempo creyeron que la crítica de Claudia López no era bien recibida en su periódico, y decidieron quitarle el espacio.
También por esta razón Daniel Samper Ospina publica lo que publica en las revistas Soho y Semana.
Hay una tendencia, sin embargo, a confundir libertad de expresión con decir-lo-que-se-me-da-la-gana. La libertad de opinar públicamente acarrea muchas responsabilidades e implica especialmente que lo dicho tendrá un efecto y un impacto sobre quienes reciban el mensaje.
Peor aún, criticar a los otros porque son corruptos o lagartos y una vez publicada la columna, salir a ejercer esas mismas costumbres que critican. Claro, la diferencia está en que los otros son arribistas y belfos, y el autor no.
Si alguien cree que ser gordo es lamentable y desagradable, está en su derecho de pensarlo. Si alguien dice esto públicamente y se “disculpa” aduciendo que pertenece a “ese” grupo de gente que está llena de estereotipos, eso sí que es desafortunado.
Esta costumbre se ha venido difundiendo en las columnas de opinión “cómicas”, que presentan la idea de que, como el autor es un “rosquero”, burgués, acomodado y escaso de autocrítica, por eso mismo cree que puede burlarse o desacreditar a los demás sin que nadie les reclame.
Tal como lo dijo “La gorda” Fabiola en la entrevista con La W, las personas públicas deben ser conscientes de lo que dicen y deben saber que son escuchadas por mucha gente que cree ciegamente en lo que dicen. Esto no debería ser el ideal, por supuesto, pero ya todos sabemos que la radio y la televisión tienen un grandísimo poder.
Por lo tanto lavarse las manos y responsabilizar al público diciendo que fueron ellos los que no entendieron o los que malinterpretaron lo que el o la autora quiso decir, es un acto de irresponsabilidad y de desconocimiento del propio trabajo y de las personas a las que se dirigen.
Ser un formador de opinión va más allá de tener miles de seguidores en Twitter. También tiene que ver con el interés que se tiene por los lectores, por el público, por saber qué piensan los otros, por entablar más que monólogos.