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La transformación de un papá con su hijo gay

Aunque la reacción de mi papá cuando le conté sobre mi orientación sexual fue amorosa, durante años dejamos el tema a un lado. Con el tiempo superamos algunos miedos, hablamos y todo cambió. Una historia para celebrar el mes del padre.

La ducha era el único lugar en el que podía llorar sin que mi papá me escuchara. El sonido del agua le ganaba al del llanto. En ese entonces tenía 22 años y mi primera relación larga, que duró tres años, se acabó. Sucedió unos días antes de Navidad y, seguramente, la fecha ayudó a que la “tusa” estuviera más dura.

La única persona de mi familia que sabía que yo era gay era mi mamá, pero ella fue a pasar una temporada larga a Providencia, así que decidí quedarme con mi papá. No podía llorar en mi casa ni demostrar la tristeza porque no tenía ni idea de qué responder en caso de que me preguntarán “¿qué tienes?”. (Ver: “La vida y Dios me premiaron con un hijo gay”).

Un día, sin embargo, salí de la ducha y no podía parar de llorar. Recuerdo que nos íbamos de viaje con mi papá, así que estábamos de afán. Él me escuchó llorando. Los ojos rojos y una expresión de muerto en vida me delataron. Salí del baño con la toalla envuelta en la cintura y me senté en la esquina de la cama. Estaba derrotado.

¿Qué te pasa, Checho? –preguntó mi papá.
No te puedo contar –respondí yo.

“La única persona de mi familia que sabía que yo era gay era mi mamá”.

“Mi papá me abrazó y me dijo que siempre me iba a amar”.

Él insistió en que le contara. Me dijo que estuviera tranquilo. Me vio tan mal que supongo que se conmovió. Así que solté todo lo que tenía adentro. Con mucho esfuerzo le conté no solo que era gay, sino que, además, acababa de terminar una relación larga y que me costaba hasta respirar. (Ver: ¿Y si no tuviéramos que decir que somos homosexuales?).

Su reacción me sorprendió. Me explicó que necesitaba tiempo para pensar, pero inmediatamente me abrazó y me dijo que siempre me iba a amar. En medio del dolor, por primera vez me sentí tranquilo en mucho tiempo. Sin saberlo, mi papá me estaba rescatando del abismo. (Ver: Aceptar a los hijos LGBT).

Y es que para las personas LGBTIQ todavía es muy complicado compartir nuestras identidades con el resto del mundo. Aunque son parte esencial de nuestra personalidad, de nuestros proyectos de vida y tienen una estrecha relación con nuestra felicidad y libertad, el miedo a perder a quienes nos aman es tal, que muchas veces callamos y dejamos nuestras vidas a un lado. Otras veces vivimos en un eterno secreto. (Ver: “Dejemos de decir que no queremos hijos LGBT”).

De eso no se habla

Luego de contarle a mi papá, nuestra relación mejoró. Él comenzó a preocuparse más por mí y a estar pendiente de mi vida. Sin embargo, mi orientación sexual era un tema que jamás se tocaba. Alguna vez me confesó que le daba miedo que me hicieran daño. “En este mundo hay gente muy mala”, dijo él. Yo le expliqué que mientras tuviera su apoyo y el de mi mamá, no había daño que alguien me pudiera causar. (Ver: “Dejemos que nuestros hijan vivan su vida y no nuestros sueños”).

Eso lo tranquilizó un poco, aunque seguíamos sin hablar de esa parte de mi vida. Con el tiempo mis dos hermanos mayores, mis dos cuñadas y mi sobrino también se enteraron de mi orientación sexual y jamás me juzgaron. Aunque comencé a vivir con mayor libertad, cuando teníamos reuniones familiares, mientras mi papá estaba con su novia y mis hermanos con sus esposas, yo siempre iba solo. Nunca les presenté a mis novios. Ellos no preguntaban nada, pero yo tampoco decía algo. Supongo que el miedo no me dejaba y asumí que a mi familia más cercana no le interesaba compartir esa parte de mi vida, pero estaba equivocado. (Ver: De eso no se habla).

“Yo le expliqué a mi papá que mientras tuviera su apoyo y el de mi mamá, nada me causaría daño”.

“¿Tú por qué estás tan solo?, cuando tengas pareja puedes presentármela”, me preguntó mi papá.

Pasaron algunos años y con ellos llegaron también más espacios para compartir con mi papá y con mis hermanos. Sé que ellos intercedieron por mí y le explicaron que ser un hombre homosexual no era nada del otro mundo y él, a su modo, fue cediendo. (Ver: “Lo de menos es que mi hijo sea gay es lo de menos, lo importante es él como ser humano”).

A finales de 2019 me fui al exterior a estudiar una maestría y, una semana antes de viajar, mi papá me sorprendió con una pregunta que me produjo ternura y risa. “¿Tú por qué estás tan solo?, cuando tengas pareja puedes presentármela”, fueron las palabras que soltó, de repente, mientras íbamos en su carro. Yo le agradecí por su pregunta porque sé que venía de un lugar de empatía y de amor. También le expliqué que, en ese momento, en mi vida solo había espacio para mi proyecto académico y mi viaje, y entendió que yo estaba bien solo.

Mientras estuve fuera del país, mi papá siguió sorprendiéndome. Un día me levanté con un mensaje de WhatsApp que me sacó lágrimas de emoción. Eran palabras que me hicieron sonreír. Este fue su mensaje: “Chechín, ¿cómo vas?, quería comentarte que desde hace algún tiempo he querido que sepas que como padre quiero verte feliz. Verte feliz no es únicamente que seas un buen profesional. Esta vez quiero que sepas que quiero verte con tu pareja. No sé si tengas una o no, pero eres un bello ser humano y un hijo inigualable. Te envío un abrazo grande”. (Ver: “Tener una hija lesbiana es un orgullo para mí”).

Su mensaje y su transformación me pusieron a pensar. Entendí que muchos de sus silencios durante tantos años venían del miedo. Ni él se arriesgaba a preguntarme, ni yo hice el intento por hablar. Simplemente asumimos que esa parte de mi vida, aunque no iba a dañar nuestra relación, era un tema que íbamos a hacer a un lado. Algunas veces pienso que perdimos muchos años. Muchas charlas. Muchos momentos el uno al lado del otro. Otras, trato de vivir el presente, de agradecer, de aprovechar. (Ver: Nunca pensé que iba a tener un hijo homosexual, ¿qué hago?).

Espero que cada día más mamás y papás con hijas, hijos o hijes LGBTIQ entiendan que, aunque tener miedo no es algo malo, es posible transformarlo en curiosidad y en una oportunidad para dialogar. No pierdan años valiosos junto a quienes aman porque de pronto un día, cuando se arrepientan, será muy tarde.

Escrito por
Sergio Camacho Iannini
Periodista de la Universidad del Rosario y magíster en estrategias de comunicaciones del King’s College de Londres. Aliado del feminismo y defensor de los derechos humanos. Es adicto a los podcast, siempre lleva un libro o una revista dentro de la maleta, y le encanta tomar fotos con el celular. La meditación le está cambiando la vida. @agualaboca
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