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Las “casas trans”, un hogar más allá de las calles

Debido a la temprana expulsión de sus familias, muchas personas trans en América Latina terminan viviendo en condiciones de vulnerabilidad. Pero en algunos lugares han surgido las “casas trans” que se convierten en una familia por elección.

Por Alanis Bello y Andrea Domínguez.

La casa, ese refugio cálido y seguro. El hogar, ese espacio para descansar de las hostilidades del mundo. La familia, ese círculo de amor con las personas más cercanas al corazón. (Ver: “La familia y la escuela, donde más se vulneran los derechos de niños y niñas”).

Sin embargo, para miles de personas trans en América Latina, la casa familiar simboliza la primera gran herida, la primera exclusión, aquella que engendra todas las que vendrán después: la de la escuela, la del sistema de salud, la del mundo laboral, la del sistema de justicia… (Ver: Mónica Roa: el feminismo ayuda a tener relaciones familiares más sanas).

En la familia empieza un ciclo de violencias porque muchas de estas infancias terminan de manera abrupta en el trabajo sexual, que a su vez da comienzo a una vida de supervivencia en medio de la violencia. (Ver: La fuerza de Lola Dejavu).

Como una bomba de tiempo, resuena en sus oídos un tic tac que marca los 35 de años de edad como “el fin”. Y hay que volverlo a decir: la esperanza de vida de las personas trans en América Latina son los 35 años. Treinta y cinco años. (Ver: Laura Weinstein, una fuerza que no morirá).

Ser una niña o un niño trans y terminar en las calles es una historia común en nuestra región.

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Sentiido conoció cuatro “casas trans”, espacios de amor y empoderamiento en México, Brasil, Argentina y Perú.

Por eso han surgido las “casas trans” en varios rincones de América Latina, para abrirles a esas infancias expulsadas a la calle las puertas hacia un desayuno caliente, una conversación amorosa, un abrazo de cumpleaños, una vía para reclamar derechos y muchas cosas más. (Ver: Los súper poderes del feminismo transincluyente).

Estas casas son el hogar que tantas personas no tuvieron, el colegio que las expulsó, el médico que no las atendió, el funcionario que se negó a llamarlas por su nombre elegido. (Ver: El Tío Jairo en “¿cómo así que Helia es creyente?”).

Sentiido visitó virtualmente cuatro de estos lugares de cuidado para personas trans en México, Brasil, Argentina y Perú. Descubrimos cómo en ellos la resiliencia ha llevado a algunas mujeres trans y travestis a sobreponerse a la violencia para convertirse ellas mismas en las madres, guías y mentoras de otras. (Ver: Travesti, una breve definición).

Un centro de empoderamiento en el D.F.

Kenia Cuevas fue expulsada de su casa a los nueve años. Desde entonces empezó a ejercer el trabajo sexual y fue usuaria de drogas, motivo por el cual fue encarcelada. Pasó 11 años presa.

Tras el asesinato de su compañera Paola Buenrostro, Kenia creó en 2018 la Casa de las Muñecas Tiresias, institución que dirige y que se dedica a ayudar a trabajadoras sexuales, personas en situación de calle, usuarios de drogas,  personas que viven con VIH, privadas o exprivadas de la libertad y personas LGBTIQ.

Ese gran vuelco en su vida -tras 25 años de sobrevivir en las calles y en la prisión- comenzó el 30 de septiembre de 2016 cuando Paola fue asesinada frente a Kenia, unos minutos después de subirse a un carro para un servicio sexual.

A la media cuadra, Kenia escuchó los gritos de su amiga y fue corriendo a ayudarla pero en ese momento sintió las balas que el hombre le disparaba a Paola. A ella también intentó dispararle pero el arma se encasquilló. (Ver: Lo que hay detrás de un “crimen pasional”).

Llegó la patrulla y lo capturaron a él con el arma en la mano. Era obvio que iría a la cárcel”, recuerda Kenia. Pero el asesino fue dejado en libertad y aunque hay una orden de aprensión en su contra, hasta el día de hoy no se ha ejecutado.

A pesar de ser testigo del crimen, Kenia no fue llamada a declarar y fue mucho lo que tuvo que luchar para que le entregaran el cadáver de Paola y que no terminara como una N.N.

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Hay que volverlo a decir: la esperanza de vida de las personas trans en América Latina son los 35 años. Treinta y cinco años.

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La indignación que todo esto le produjo la llevó a buscar justicia para Paola y en ese camino se fue convirtiendo en una activista hasta que una funcionaria pública le sugirió crear una fundación. “Yo dije, ¿pero para eso se necesita plata? Además yo no sé leer, no sé escribir”.

La funcionaria le ayudó con el acta constitutiva y contra todo pronóstico, Kenia siguió adelante. No sólo aprendió a leer y a escribir sino que la Casa de las Muñecas Tiresias ha apoyado a 250 personas trans en México.

Y no es sólo un lugar digno en el cual refugiarse, comer, bañarse. Es todo un centro de empoderamiento con una metodología diseñada por la propia Kenia a partir de sus experiencias de vida.

Lo que hacemos se llama ‘Acompañamiento integral a la reinserción social, económica y laboral de las mujeres’. No queríamos que fuera nada más un espacio de paso o un apoyo asistencial, sino un lugar donde se les diera a las personas herramientas de vida para que puedan salir de esas situaciones de vulnerabilidad. Porque yo te puedo dar comida, te puedo dar una playera, te puedo dejar que te bañes y sigue tu camino y sigue en el mundo en el que estás. Pero eso no es lo que más necesitan las personas, necesitan hablar, necesitan un abrazo, un asesoramiento”, explica Kenia.

Al ingresar, lo primero que se hace es rescatar el derecho a la identidad, se trabaja con la recuperación o cambio de documentos y también se hace una serie de chequeos médicos. Como muchas no saben leer ni escribir, entran a un proceso de alfabetización lo cual posibilita que después se pueda hacer una inscripción en  instituciones donde pueden capacitarse para diversos oficios. (Ver: Dani García y su desafío al sistema binario en los documentos de identidad).

También hacen talleres artísticos, digitales, de idiomas y sobre autonomía económica. Pueden practicar actividades deportivas y a medida que esto ocurre se van rescatando hábitos que se pierden viviendo en contextos de vulnerabilidad.

Desde lavarte los dientes, tender tu cama, llegar puntual a tu clase, entregar tus tareas a tiempo hasta encontrar el sentido de la responsabilidad, del autocuidado y de todos los procesos del día y de hábitos que se requieren para la buena convivencia”, explica Kenia.

Como ella misma lo dice con gran satisfacción, “tengo chicas en la universidad y casi ya todas aprendieron a leer y a escribir, sacaron su primaria y secundaria, están en la prepa. Ya tengo casos de chicas que salieron exitosamente, tienen una vida independiente, un trabajo, siguen estudiando, siguen hablándonos, siguen pidiéndonos apoyo y consejos, seguimos siendo un apoyo fundamental en todos sus procesos”.

Aparte de las dos sedes que ya están abiertas, Kenia se encuentra trabajando en la apertura de otras dos en diferentes regiones de México para este 2022. Estas casas son autosugestionadas y funcionan con financiamientos que Kenia y su equipo consiguen.

Pero Kenia no se olvida de Paola ni de sus otras compañeras asesinadas o abandonadas a su suerte. Esta conversación la sostiene desde el cementerio, donde está trabajando en una gestión particular.

Ahorita estoy en el panteón, porque algo que he hecho desde que mataron a Paola es rescatar los cuerpos de las mujeres que mueren asesinadas, que mueren en los parques por adicciones, por VIH abandonadas en los hospitales. Yo voy, rescato los cuerpos, les doy cristiana sepultura”. (Ver: Más razones para hablar de religión y diversidad sexual).

Su proyecto aquí tiene que ver con encontrar un área unificada para poder enterrar juntas a todas estas personas que en vida no gozaron del reconocimiento que merecían como seres humanos. Ella quiere que al menos, tras su muerte, descansen en paz como una gran familia, en un lugar digno al que sus amigas las puedan ir a visitar y en donde sean invocadas con su verdadero nombre, no con el impuesto.

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Acogimiento y oportunidades dentro de la favela

Lohana Karla da Silva viajaba en un bus en la ciudad de Río de Janeiro. De repente sintió que una mujer la miraba insistentemente y apenas se desocupó una silla a su lado, la mujer se sentó junto a ella.

Yo pensé, ‘que jartera, esta señora ahora me va a poner conversación’ y sí, me empezó a hablar. Pero para mi sorpresa lo primero que dijo fue que ella era travesti” y así comenzó una amistad entre Lohana Karla e Indianarae Siqueira, activista transfeminista y quien fue candidata al Concejo de Río de Janeiro.  (Ver: “Mi cuerpo es un tanque de guerra pintado de rosa”).

En ese entonces Lohana se dedicaba a hacer manicure en un salón pero había quedado desempleada así que Indianarae la invitó a trabajar con ella. Al ver su activismo, Indianarae le sugirió a Lohana seguir trabajando por los derechos de las mujeres trans y travestis.

Y empezamos así, haciendo reuniones en mi casa, venían 8 o 10 chicas. Creamos un módulo de manicure que era lo que yo podía enseñarles, para darles una herramienta de trabajo diferente al trabajo sexual, y poco a poco empezaron a llegar más y más. Luego nos pasamos a la azotea porque no cabíamos en mi casa y después nos tuvimos que salir a la calle porque cada vez llegaban más. Hoy somos cerca de 100“, explica Lohana. (Ver: Geografía de las luchas trans en América Latina).

Estas reuniones ocurrían en las calles de la Maré -o marea en español- la favela más grande de Río de Janeiro. En este conjunto de barrios viven cerca de 140 mil personas, muchas provenientes de otros estados del país que llegan a Río a buscar más oportunidades de trabajo, como es el caso de Lohana quien llegó del nordeste. Es en la Maré donde Lohana ha creado, con ayuda de su amiga Indianarae Siqueira, un centro de apoyo para personas trans llamado “Instituto Trans da Maré”.

Recientemente, después de mucho insistir y gracias a la “terquedad travesti” que no se rinde ante ningún “no” -como lo dice Lohana entre risas- obtuvieron una sede proporcionada por la ciudad de Río de Janeiro. (Ver: Brasil: arcoíris LGBTI entre nubarrones).

Así, han ido formalizándose todas las tareas del Instituto, que van desde ofrecer cursos de manicure, depilación, peluquería, teatro, corte y costura hasta el apoyo médico y psicosocial que muchas necesitan.

Nuestro objetivo, aparte de ofrecer un espacio acogedor, es ayudarlas a recuperarse, a que entren al mercado de trabajo capacitadas, porque sólo acogerlas y no hacer nada por ellas no sirve de mucho”, explica Lohana.

“Hay que hacer todo un trabajo de recuperar la dignidad, que se sientan dignas de ir al mercado, de hacer sus compras, de sentarse en un bar. Es decir, de hacer su vida como la de cualquier otra persona”, Lohana Karla da Silva.

Muchas de las mujeres consideran a Lohana como una madrina. Así la llaman y acuden a ella en busca de un abrazo, una conversación, un consejo. A pesar de que actualmente el instituto cuenta con profesionales que ofrecen asesoría psicológica, las mujeres buscan a Lohana para sus confidencias. (Ver: Las madres trans: otra forma de ser mamá).

Muchas no tienen padre, no tienen madre, no tienen nadie con quien conversar, entonces la familia que ellas están construyendo es ahí conmigo. Soy la persona que ellas vienen para abrazar, para hablar… “. Este rol es algo que llena el corazón de Lohana pero que a veces la sobrecarga emocionalmente.

La idea es ayudarlas a terminar la escolaridad y poder encaminarlas hacia otros cursos de formación que les permitan acceder a una variedad de trabajos y no estén destinadas inevitablemente a ejercer el trabajo sexual.

El sueño de Lohana es ver a todas las “mininas” como afectuosamente las llama, ocupando todos los espacios de la sociedad, como abogadas, médicas, panaderas, esteticistas, políticas, actrices… Lo que ellas elijan ser. (Ver: “Le apuesto a una Bogotá diversa, en todo el sentido de la palabra”).

Una ventana a un futuro mejor en San Luis, Argentina

Aunque aun falte mucho para lograr el pleno goce de derechos de las personas trans, hay lugares en los que se empieza a vislumbrar cómo sería un mundo verdaderamente incluyente, en el que quepan todas las personas sin camisas de fuerza.

Un lugar que ofrece visiones de un futuro mejor es Espacio Weye en la provincia de San Luis, en el centro de Argentina. De las tres iniciativas que destacamos en este artículo, este es el único caso de un lugar completamente financiado por el Estado como producto de unas políticas públicas claras de diversidad sexual y de género. (Ver: “El activismo LGBT es más efectivo cuando piensa en colectivo”).

Maia López, mujer trans, activista y comunicadora, es la coordinadora de este lugar lleno de vida, color y optimismo. El Espacio Weye es un centro de atención, educación e integración comunitaria pensado por y para personas LGBTIQ que creó la Secretaría de la Mujer, Diversidad e Igualdad de la provincia de San Luis, a partir de las reivindicaciones de los movimientos LGBTIQ de la zona.

En Weye se ofrecen asesorías legales, médicas y educativas.

La casa fue una vez un lugar de reclusión en el que inclusive estuvieron detenidas algunas de las mujeres travestis y trans que hoy lo visitan. “Me emociona que hoy día sea un espacio construido por nuestra comunidad. Que sea un espacio tan amoroso que ha sido resignificado y que lo que antes eran calabozos hoy son lugares llenos de luz, con murales llenos de color donde se nota la impronta de que existen personas trans y LGBT habitando y construyendo el entorno”, explica Maia.

El nombre “Weye”, decidido de manera colectiva, viene del mapuche y se usa para designar a las personas de la comunidad que no son hombres ni mujeres. (Ver: Ni hombre ni mujer: persona no binaria).

Las personas pueden obtener allí cualquier tipo de acompañamiento pero además pueden retomar sus estudios y registrarse en la Escuela Transformar, que busca responder al hecho de que 80% de la personas trans no terminan la escuela básica, según un estudio de 2020.

Además, pueden explorar su lado artístico, registrándose en actividades como danza, tango y dibujo porque “otra prioridad nuestra es mostrar que las personas trans también existimos en la cultura”, expresa Maia. (Ver: Brigitte Baptiste, una navegante del género).

En estas clases siempre hay una perspectiva LGBTIQ. El tango no tiene roles de género y la profesora de danza es una persona trans. Pero aunque sea un espacio creado por y para personas LGBTIQ, es un espacio incluyente de toda la comunidad y poco a poco, más personas han empezado a asistir a las clases logrando una verdadera integración.

Por supuesto que si sos una persona transodiante, aquí no podes venir… Si vas a venir a bailar tenés que saber que vas a bailar con una persona trans… Nuestro objetivo es que todo el mundo pueda venir, disfrutar de este espacio”, dice Maia. (Ver: No hay feminismo sin personas trans).

Otra arista interesante es el consultorio para la infancia y adolescencia destinado a personas trans y no binarias. “Me hubiese gustado tener un lugar así al cual recurrir durante mi infancia y adolescencia. Es muy reparador cuando veo que al consultorio vienen las infancias con sus papis… Digo ¿a quién no le hubiese gustado?”, explica emocionada Maia. (Ver: El género desde una perspectiva trans).

En este lugar se juntan la potencia de los movimientos sociales y la voluntad política para empezar a esbozar un mundo diferente. No en vano el gobierno de la provincia de San Luis tiene al menos cinco funcionarios públicos que son personas trans en lugares de toma de decisión, no necesariamente relacionados con la diversidad sino en distintas áreas de la gestión pública.

Weye es una ventanita por donde espiar un futuro mejor.

También existe la necesidad de la Escuela Transformar exclusiva para personas trans porque una encuesta nos mostró que 80% no terminan la escuela, entonces tiene que haber una respuesta a esa urgencia, mientras se trabaja en el cambio cultural y ojalá que el día de mañana no haga falta tener la escuela transformar y que todas las adolescencias e infancias trans estén en cualquier escuela y se gradúen como todas las personas”, visualiza Maia.

Un espacio seguro en medio de la jungla de cemento

Tener una casa para acoger a todas las chicas abandonadas que había conocido y a las que se les había negado hasta el nombre era una idea que rondaba la cabeza de la abogada y activista transfeminista Miluska Lusquiños, en Perú. Pero ¿cómo hacerlo? Sin dinero, sin conocer los trámites para participar en convocatorias y obtener recursos, sin conexiones… (Ver: Miluska Luzquiños, transfeminismos por los caminos del Perú).

Sin embargo, empezó poco a poco obteniendo fondos de las Naciones Unidas. Los primeros programas tuvieron que ver con educación en prevención de VIH, “pero siempre pensé ‘tenemos que hacer algo más allá de repartir unos condones y hacer estas charlas’. Yo quería hacer una casa trans, un lugar cálido donde las chicas pudieran llegar, tomarse un café, hablar, encontrar soluciones a sus problemas”, dice Miluska.

Un día se ganó una convocatoria y decidió hacerlo. “¿Pero estás loca?”, le decían… “Esa plata no te alcanza para mantener una casa“. A Miluska la idea de la casa se le había metido entre ceja y ceja y así fue que instaló una pequeña sede en Lima y la llamó Casa Trans Zuleymi, en honor a una compañera asesinada. Efectivamente el dinero le duró para cuatro meses.

Pero ese sueño que comenzó en medio de dificultades económicas hoy atiende muchas mujeres trans y da empleo con todas las prestaciones sociales a 14 de ellas en las cuatro sedes que tienen en distintos lugares del país: Lima, Lambayeque, Piura e Iquitos.

Para mí ofrecer este espacio era un prioridad porque aquí en Perú hay mucha migración de pueblo originario, de orilla, de río, del interior del país hacia las capitales. Migran a temprana edad, de 12 o13 años y llegan a la ciudad a un sistema de trata y de explotación porque las llevan y las paran en la esquina sin importar nada”, expresa Miluska.

Lo otro que había identificado Miluska era que muchas de estas migrantes internas son indocumentadas y esto creaba mil barreras para poder acceder a servicios diversos. Pero además, hubo un caso que tocó especialmente el corazón de Miluska.

Ella murió y llegó su familia, que era de la comunidad awajún de la selva en Pucalpa, a reconocer el cadáver de la compañera. Pero como ella ya había reafirmado su identidad de género a través de prótesis y terapia hormonal, la familia no reconoció a la chica, dijo que ella no era su hija, que su hijo había salido de otra forma de la comunidad. Al no reconocerla la familia y al no tener documento de identidad, no nos quisieron entregar el cuerpo y la enterraron como NN. Eso me dolió mucho, pensé ‘carajo, ni morir tranquilas podemos’”.

Y así fue como legalizar la identidad y el nombre social se convirtió en una de las primeras acciones realizadas por la Casa Trans Zuleymi. Aparte de eso, al igual que en las otras casas de esta historia, aquí llegan las mujeres trans y travestis a un espacio seguro, sea para tan sólo conversar y comer algo como para acceder a educación, capacitaciones laborales o actividades artísticas. 

Puede ser que lleguen nada más para conversar, pero se va construyendo una relación y poco a poco van accediendo a los programas. Por ejemplo, llegan a escuchar los talleres, o por los donativos de ropa que nos dan… De repente, me dicen: ‘madre ¿podemos venir a comer comer pizza con el novio?’ y yo les digo, ‘¿el novio va a traer la pizza?’, ‘sí madre’, ‘entonces tráigalo’ y aprovechamos para hablar de muchas cosas que ellas no tienen con quien hablar”, comenta Miluska.

Detrás de esas charlas informales vienen otros procesos de alfabetización y capacitaciones que abren caminos diferentes para estas mujeres. 

HBS
Contenido producido por Sentiido en cooperación con Heinrich Boll Stiftung.

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2 thoughts on “Las “casas trans”, un hogar más allá de las calles

  1. muy bueno e interesante :
    los sueños se harán realidad en la medida que pongamos las ideas en nuestra boca y las plasmemos en programas y proyectos ,que en mi país honduras se ve mas lejos que cerca,pues desde la misma constitución de la república tenemos prohibiciones y las mujeres y hombres trans son invisibilizados sin el reconocimiento de su derechos a una identidad de genero que es negada por el Estado ,la sociedad y las instituciones publicas y privadas y no alienta el interés de ningún cooperante.
    las casa trans es un sueno aquí y lo seguirá siendo muchos anos mas.y sobre la sentencia de la CIDH ,de las 11 recomendacione caso Vicky Hernandez vs Honduras solo dos se han cumplido ,la publicación de la sentencia y el perdón ante su madre

  2. En las Casas Trans se cometen DELITOS, esto se sucede en muchas casas trans/lgbt de Argentina, abusos sexuales de por medio, llegan personas con gran cantidad de dificultades y vulnerabilidad para que sean nuevamente violentadxs. Lxs mas desprotegidxs son lxs receptorxs de esos actos, que como menciono, se encuadran dentro del código penal: acosas, abusos sexuales reiterados, trata, iniciación en la droga, violencia física, verbal y psicológica, etc. Mas que ayudar, esos espacios sirven solo para que lxs punterxs utilicen y abusen a su misma población.

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