Esta es la historia de cómo a dos amigas las quisieron insultar en un centro comercial llamándolas “lesbianas de clóset”.
Hace algunas semanas tuvimos la oportunidad de conocer a Martha y a su amiga (en el sentido literal, no en el sentido de tía avergonzada de su sobrina lesbiana) Luz Clemencia. Nos encontramos para intercambiar experiencias sobre nuestros trabajos. En algún punto, cuando hablábamos de la importancia de reducir prejuicios, Luz Clemencia nos contó una anécdota que nos puso a pensar sobremanera.
Las dos amigas estaban de salida de un centro comercial en el norte de Bogotá. Hacían la fila para pagar el parqueadero, cuando una señora, de manera, digamos, sutil y delicada, se “adelantó” en la fila sin poner direccional ahorrándose así algunos turnos. Luz Clemencia y Martha, sorprendidas, le reclamaron a la señora su falta de respeto y le solicitaron que volviera a su puesto pues ella debía esperar a que le tocara su turno.
Pero la sorpresa, la consternación, el asombro y el mortuorio silencio vinieron después de que la señora, la que gustaba de ahorrar tiempo en las filas, miró a las amigas y con la seguridad de quien domina el lenguaje contemporáneo, de avanzada, les gritó sin resquemor: “¡Lesbianas de clóset!”
(Este espacio lo dejamos para el silencio correspondiente que le añade algo de drama a la escena)
“¿Lesbianas de clóset”? Lo hemos discutido, hemos hecho sesiones de trabajo, hemos recreado la escena para mayor comprensión del hecho, nos hemos puesto en los zapatos de la ahorradora de turnos y, sin embargo, no hemos logrado llegar a una explicación convincente.
Las dudas nos asaltan. ¿Qué le hizo pensar a la creativa dama que esa podía ser una expresión que haría sentir desdichada, marginada y sinceramente miserable a la pareja de amigas? ¿Cómo sabía la insultadora que Luz Clemencia y Martha aún estaban en el clóset? Esta duda es aún más existencial, porque nos hace pensar que el insulto se concibió de manera calculadora e insensible; que la mujer, antes de adelantarse (porque eso sí, nada de que se estaba colando) supuso que esas mujeres extrañas le reclamarían y pensó: “tengo que desubicarlas, desarmarlas, hacerlas sentir como que lo sé todo, conozco su perversión oculta y la gritaré a los cuatro vientos para que la horrible vergüenza quede expuesta a todos los compradores de bien de este centro comercial”.
Así, suponemos, miró los zapatos de las “lesbianas de clóset”, miró sus pantalones y sus peinados. Notó que una utilizaba aretes de oro y que la otra llevaba un collar con un dije redondo. Vio que llevaban una bolsa con medias hasta la rodilla y un pantalón de pijama y otra con un cinturón de cuero negro y dijo: “Estas son lesbianas”. Y por la forma como hurgaban su cartera buscando el recibo del parqueadero, añadió: “Y las miserables lo ocultan. No han salido del clóset”.
Por el bien de la sociedad, por la liberación de la doble moral y de la hipocresía, ¿qué más podía hacer? Tenía que abrirles los ojos a los demás compradores. Mostrarle al mundo que las lesbianas (de clóset y de no-clóset) se mueven como peces en el agua, que van a los mismos centros comerciales que las personas normales, que se ponen medias y que, lo peor de todo, andan en carro.
¿Y qué mejor manera que utilizar su lenguaje codificado, su vocabulario de gueto? Ella quería demostrar que lo conocía, que durante años lo había estado estudiando, que tenía la capacidad de descifrar su clave y que dominaba expresiones tan reveladoras como la que utilizó para desnudar a las amigas.
Y ahí estaba. Su día había llegado. Tantas lecturas, tantas noches que pasó de largo reconociendo los modos, los gestos, los símbolos secretos como los que usaron los esclavos para burlarse de sus amos durante la Colonia. La oportunidad era esa. Todos los invertidos y las tortilleras le temerían.
Y lo dijo: “¡Lesbianas de clóset!”
Todo el mundo calló. La señora pagó su recibo por adelantado. Luz Clemencia y Martha pagaron el de ellas. Todos ubicaron sus carros, se montaron y se fueron. Luz Clemencia se probó las medias y le quedaron buenas. El pantalón de pijama era comodísimo. Y como eran lesbianas, se resguardaron en sus respectivos clósets y se fueron a dormir.
Què buen texto pero me dejaron iniciado. Necesitamos decodificar su acciòn y sentido (la de la señora). Què pudiesen haber dicho? hecho? (ellas)
Me parece que es detenerse demasiado en una reacción sin demasiada importancia. Hoy día decir “lesbiana de clóset” es más común que decir “lesbiana reprimida”, que es el significado de lo que la señora dijo. ¿Porqué lo dijo? Algo en ellas debe haberle hecho pensar que con una frase así las inmovilizaría, que es lo que logró hacer, puesto que terminó haciendo lo que quería. Pero sinceramente, no creo que haya tenido ninguna carga de nada _los homosexuales en general somos más pedantes y soberbios que esa “prolija” señora_. El tema en realidad es por qué en algunas oportunidades permitimos que con cualquier estupidez que nos digan quiten o invadan nuestros espacios, así se trate de tres o cuatro ubicaciones en una fila. ¿Se necesitaba mucho para decir “Que seamos lesbianas de clóset, sí o no, no está en discusión, Sra. Usted se vuelve a su lugar”?