Lilia no tiene duda de que la experiencia que le tocó vivir como mujer, mamá y esposa puede ayudarles a otras personas. Compartir su historia no solo es parte de su proceso de sanación sino un aporte para que más gente pueda entenderse.
Lilia no había cumplido los 30 años la noche en que la invitaron a una comida donde una pareja amiga de sus papás. A ella el plan le pareció aburridísimo porque “qué iba a hacer con tantos viejos”, pero la anfitriona le insistió tanto que terminó asistiendo.
Cuando llegó a la comida le presentaron a Germán, un joven amigo de la casa, quien en ese momento tocaba el piano. Lilia conversó un buen rato con él, médico y residente de ginecología en ese entonces.
“A los ocho días me llamó para que fuera a su casa. Los papás me parecieron muy queridos, el papá de él había sido seminarista, era cardiólogo, y conocía a un hermano de mi mamá que fue seminarista. La mamá era una señora muy querida dedicada al hogar”.
A los seis meses de estar saliendo, Germán le propuso matrimonio. Se casaron. Todo iba muy bien hasta que un día, cuando él estaba en una conferencia en Miami, Lilia recibió una llamada anónima: “¿Usted no sabe en las que anda su esposo? Él tiene un mozo”.
Lilia se fue llorando para donde una de sus hermanas, quien le dijo que no le diera crédito a una llamada anónima. En todo caso, Lilia llamó a Germán para contarle lo sucedido. La repuesta de él fue: “pero ¿quién hizo eso? ¡Por Dios! Me intentan denigrar contigo. Eso es mentira”.
Así que, sin darle más importancia, el matrimonio continuó. A los tres años nació Andrés, su primer hijo. Y tres años después, Juliana. “Yo trabajé como jefe de relaciones públicas de la clínica de Marly y cuando tuve a Andrés intenté trabajar medio tiempo, pero la clínica no lo aceptó. Después trabajé en una revista, pero cuando quedé embaraza de Juli, me retiré. Más adelante trabajé en una emisora, pero Germán empezó a atender muchos partos, entonces cada vez tenía menos tiempo y decidí dedicarme de lleno al cuidado del hogar”, cuenta Lilia.
En ese entonces, la familia iba todos los domingos a almorzar a la casa de la mamá de Germán, pero de repente él empezó a irse cada vez más rápido porque “tenía que ir a hacer una vuelta” o a reunirse con un estudiante que necesitaba de su ayuda. “Yo le preguntaba: ‘pero ¿por qué un fin de semana?’. Y él me respondía: ‘pobre, es que tiene problemas familiares”, recuerda Lilia.
A esto se sumó que en dos ocasiones Germán se desapareció y empezó, además, a recibir llamadas anónimas pidiéndole dinero. “Él me dijo: ‘me están llamando a amenazar’, pero no me decía por qué ni qué le pedían. Yo le propuse que denunciara la situación, pero su respuesta fue ‘no me voy a meter en esas”.
Andrés, su hijo, empezó a notar que algo pasaba. Y un domingo dijo: “hoy no puedo ir a almorzar donde la abuela, tengo demasiado trabajo de la universidad”. Y se quedó en el apartamento. Ese día Germán no había apagado su computador, lo que le permitió a Andrés revisarlo y encontrar fotos y conversaciones que evidenciaban su atracción por los hombres y las relaciones que tenía. (Ver: ¿Cómo salir del clóset?).
Con esa información Andrés se fue para donde una tía, hermana de Lilia. La respuesta de ella fue: “tenemos que averiguar más, porque tú no puedes decirle nada a tu mamá sin estar ciento por ciento seguro”. Sin embargo, un odontólogo que tenía su consultorio en el mismo edificio de Germán -en el que el papá y esa hermana de Lilia también tenían el suyo- les dijo: “esto es un secreto a voces”.
“Yo hice un curso de escritura para sanar y estoy tratando de escribir mi historia. Si uno cuenta las cosas, primero se sana uno, y puede ayudarles a otras personas”.
A esto se sumó que por esos días circuló la noticia de una banda que extorsionaba a médicos homosexuales. “Mi papá me pidió que fuera a su casa y me mostró el periódico”, recuerda Lilia, quien después de esto llamó a Andrés para decirle que ya sabía lo de su papá y que le dejara el computador listo porque esa misma noche lo confrontaría.
Cuando Germán llegó, le mostró todo, mientras él preguntaba: “¿quién se metió a mi computador?”. Lilia solo le dijo: “¿Esto es verdad, sí o no?”. Su respuesta fue “sí”. “Hoy mismo coge sus cosas y se va”, concluyó Lilia. “Yo lloré toda la noche. Esa semana fue fatal. El lunes siguiente lo llamé y le dije ‘nos separamos’”.
Lilia empezó a juntar más piezas al rompecabezas como el convenio que Germán había firmado con universidades para tener estudiantes en su consultorio. Además, él está especializado en menopausia y endocrinología y cuando abrió un consultorio en Duitama (Boyacá) nunca quiso que Lilia lo acompañara.
“Yo estaba acostumbrada a que, sin importar la hora, Germán contestara las llamadas de sus pacientes al lado mío, porque él fue obstetra mucho tiempo. Pero una noche se levantó para hablar afuera. A mí me llamó la atención, así que lo seguí para escuchar la conversación y le pregunté: ‘¿qué hace un muchacho llamándote a esta hora?’. ‘Tiene problemas’, me dijo. Nunca me imaginé que esa llamada fuera de una pareja de él”.
Juliana, por su parte, empezó a preguntar por qué su papá se había ido de la casa hasta que un día Andrés le dijo: “llámalo y pregúntale”. Lo llamó y él le contó. A todo esto se sumó que, económicamente, la separación fue difícil.
“Yo terminé viviendo en un apartamento de uno de los hermanos de él, que está radicado en Nueva York. Después me fui un tiempo para donde mis papás, pero empecé a tener problemas con algunos de mis hermanos, entonces mis hijos me dijeron que buscara apartamento y me fuera para allá que ellos se hacían cargo de los gastos”. Con el tiempo Lilia compró un carro, trabajó en Uber, pero ahora presta servicios de manera particular.
Acá empieza otra parte importante de esta historia. Una vez graduado de ingeniería, Andrés se fue a vivir solo. Un 20 de julio Lilia le dijo que pasaría a su apartamento por su ropa para llevársela a lavar. Él le respondió “pero entras mamá”. Cuando entró y se sentó, le dijo: “quiero contarte que soy gay”. (Ver: El Plan B de Mauricio Toro)
“Juliana tuvo que demandar a su papá por incumplimiento de alimentos”.
“Lo más importante es aceptar a nuestros hijos con amor”.
Lilia le respondió: “ya lo sabía”. Por las fotos que él tenía en su apartamento, ella había empezado a sospechar y en alguna oportunidad le preguntó a Juliana, quien le respondió: “no sé mamá”. “Pero Juliana ya sabía porque un día ellos se encontraron rumbeando”. (Ver: “Dejemos que nuestros hijos vivan su vida y no nuestros sueños”).
“Tú eres mi hijo. Y como mamá te acepto y te quiero como eres”, fueron las palabras de Lilia. “La intuición de mamá no falla. Yo me acuerdo cuando Andrés empezó a alejarse de los eventos familiares. Nosotros nos reuníamos todos los sábados a almorzar y él empezó a decir que no podía ir por una cosa o la otra”. (Ver: “Cuando los hijos salen del clóset, los papás entran en él”).
Andrés le presentó a su mamá a Nicolás, su pareja. Le dijo que tenía mucho miedo de decirle porque la había visto sufrir tanto que no quería darle un motivo más. “Lo más importante es que tú te aceptes y te quieras como eres. Eso te va a permitir vivir tranquilo y feliz”, le dijo Lilia, quien les pidió a los dos que tuvieran la valentía necesaria para transitar juntos su camino de vida. (Ver: “Dejemos de decir que no queremos hijos LGBT”).
“Ha sido una relación muy bonita porque desde el principio la familia de Nicolás acogió a Andrés con amor, porque lo vieron muy solo en este proceso. Hoy en día somos muy buenos amigos con la familia de Nico, vamos a vacaciones juntos. En abril de 2022 se casaron y en agosto de ese año fuimos a su fiesta en Cancún”. (Ver: “Lo de menos es que mi hijo sea gay, lo importante es él como ser humano”).
Cuando Andrés le contó sobre su orientación sexual, Lilia muchas noches dijo: “Señor, ayúdame porque esto no es fácil”. Pero lo veía tan tranquilo y feliz que un día dijo: “¿para qué me voy a preguntar más?”. (Ver: “El amor por mis hijos estaba por encima de lo que decían en la iglesia”).
“Yo sé que mi experiencia como mujer, mamá y exesposa puede ayudar a que mucha gente no se sienta sola y a entender que lo que yo viví, simplemente pasa. Si uno cuenta las cosas, primero se sana uno y después puede ayudarles a otras personas en sus procesos. Por alguna razón, a mí me correspondió esta experiencia de vida y desde ahí quiero aportar”. Lo grave, concluye, no es que una persona sea como es, sino llevar una doble vida y engañar a otra.
“Yo veía a mi hijo tan feliz que decía: ¿cómo podría oponerme a su felicidad? Él está contento y yo estoy tranquila”.
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Excelente artículo ayuda a comprender o acercarse a la realidad de muchas familias colombianas, es de bastante apoyo emocional leer este tipo de artículos, muchas veces es una proyección de nuestras propias realidades. Buena por Sentido. 👍 y
la primera vez que sali con una trans y me vio un vecino me atrre un tiempo ,luego se lo dije a mi familia unos lo entendieron otros no.acepte que me gustaban las trans que me atraia todo lo gay ,que me atraian muchas cosas de ese mundo ,la verdad que hoy mucha gente lo sepa o no no me inquieta ,lo importante es autoaceptarse
aunque no sera nada facil
Graciassss Lilia por compartir.. tienes toda la razón .. cuando se comparte se ayuda a muchas personas … Graciassss
Soy Alejandro, tengo 54, asumido gay abieetamente hace 11, con 3 hijas de un primer matrimonio con una mujer, quien desde 2007 le blanquee mi orientacion y seguimos juntos 5 años pero padeciendonos. Ahora divorciados y con una pesima relacion que llevo hasta distanciarme de mis hijas y mi nietito de 18 meses. Hace casi 6 años que me case con German, y somos papas adoptantes de dos varones y formamos una bella familia.
Salir me llevo mas de 30 años, mandatos imposibles de romper, me llevaron a vivir una vida solapada ante el posible escandalo. Luego de la muerte de mi padre, senti que era posible, y me anime… y aca estoy, felizmente gay.