Esta es la historia de Juan Ochoa, quien pasó por una de las mal llamadas “terapias de conversión” porque su familia y su iglesia lo tenía convencido de que podía -y debía- “dejar de ser homosexual”.
Ilustración: LosNaked para Sentiido.
Durante ocho años, Juan Ochoa se sometió, religiosamente, cada semana a un martirio que lo llevó a la depresión y casi a la muerte. Ese suplicio al que acudía impulsado por los dedos acusadores de su familia y de su comunidad religiosa era una de las mal llamadas “terapias de conversión” que le prometen a la gente lo imposible: cambiar su orientación sexual o identidad de género. (Ver: “Cuando acepté que ser homosexual no era enfermedad ni pecado, mi vida cambió”).
Con la esperanza de dejar de ser homosexual, Juan hacía semanalmente lo que sus líderes espirituales en la organización Romanos VI le decían: monitoreaba cada uno de sus pensamientos, castigaba sus deseos homosexuales y “hacía una guerra espiritual contra el espíritu de la homosexualidad que estaba en su cuerpo”… (Ver: Nerú, ¿un traidor de la homosexualidad?).
Es decir, durante ocho años Juan no admitía la posibilidad de ser como el Dios en el que creía lo había mandado al mundo. Y sufría. Mucho. (Ver: Esto no es terapia).
Así fue como su vida pasó a tener una sola razón de ser: luchar contra sí mismo. A raíz de esta obsesión por ser el hijo, el creyente, el hombre que otros esperaban que fuera, Juan dejó de lado su vida laboral, su vida afectiva, su vida social, su salud y, por supuesto, su vida sexual. (Ver: Qué es el fundamentalismo religioso y qué implica realmente).
Fueron ocho años en los que lo único importante para él era orar por un milagro y vigilarse a sí mismo todas las semanas para llegar a la siguiente reunión de grupo a confesar que había fallado. (Ver:¿Qué dice la Biblia realmente sobre la homosexualidad?).
Semanalmente Juan hacía lo que sus líderes espirituales le decían: monitoreaba cada uno de sus pensamientos, castigaba sus deseos homosexuales y “hacía guerra espiritual contra el espíritu de la homosexualidad que habitaba su cuerpo”
Juan tenía siempre un cuchillo a la mano y contemplaba la muerte sin atreverse finalmente a usarlo, pero ya vivía en un limbo.
Tal era la sensación de culpa y de decepción de sí mismo, que cayó en una profunda depresión y empezó a lesionarse y a tener ideas suicidas. (Ver: Así vivió la pandemia la juventud LGBTIQ de Colombia).
Tenía siempre un cuchillo a la mano y contemplaba la muerte sin atreverse finalmente a usarlo, pero ya vivía en un limbo. (Ver: Diversidad sexual y nuevas alternativas espirituales).
“Para mí lo peor de esas ‘terapias’ es que te implantan ese odio hacia tu orientación sexual y por ende terminas odiándote a ti mismo porque es algo que no puedes cambiar. Esto te lleva a no querer vivir o a hacerte daño”, reflexiona Juan. (Ver: Andrés Gioeni, el primer exsacerdote católico casado con otro hombre).
En una conversación desde Ciudad de México, donde vive actualmente, Juan le contó a Sentiido cómo logró romper ese ciclo nefasto y comparte lo que aprendió durante tan dolorosa vivencia.
Una experiencia de vida que Juan aporta al ya basto expediente de evidencias a favor de declarar ilegales los “esfuerzos para corregir la orientación sexual y la identidad de género” (ECOSIG). (Ver: Ser homosexual y ser feliz).
Un purgatorio de ocho años
Juan nació en La Guajira, en la costa norte de Colombia. Su familia siempre fue religiosa. “Crecí en un ambiente muy… Ya no me gusta decir machista porque creo que la palabra más adecuada no es machismo sino ignorancia. Toda mi familia es heterosexual, bueno, uno no sabe qué secretos tengan, pero que se sepa yo soy el único que tiene una orientación sexual homosexual. Así que crecí lleno de miedos porque mi familia era muy homofóbica y, como creyentes, para ellos eso no estaba bien”, recuerda Juan. (Ver: Hay muchas voces religiosas que no son “antiderechos”).
Al crecer, Juan se trasladó a Bogotá, donde se graduó en Lenguas Modernas. Estando en esta ciudad sufrió una crisis personal y la primera persona que le tendió la mano fue una cristiana. Fue así como empezó a frecuentar la iglesia “El lugar de su presencia” y estando allí inició su “lucha contra la homosexualidad”. (Ver: Los pasos de gigante de la avanzada conservadora).
Antes sólo había hablado del tema con una amiga, de quien recibió todo el respaldo. Pero jamás lo había conversado con su familia o en su iglesia. (Ver: “Cuando los hijos salen del clóset, los papás entran en él”).
Estando en la iglesia, y convencido de las enseñanzas que estaba recibiendo, decidió salir del clóset con sus papás pero al mismo tiempo, asegurarles que él no aceptaba su homosexualidad y que lucharía para cambiarla. (Ver: “Dejemos que nuestros hijos vivan su vida y no nuestros sueños”).
Juan decidió salir del clóset con sus papás asegurándoles que no aceptaba su homosexualidad y que lucharía para cambiarla. Así lo hizo porque sabía lo que ellos pensaban del tema.
“Yo me sentía terrible porque pensaba que era el único homosexual en toda la iglesia y que algo estaba mal en mí“.
Eso fue en 2016. Ahí empezó una lucha interna que llevó a Juan a odiarse y a no querer vivir más. Al principio, cuando llegó a la iglesia, sintió alivio porque para él sentirse cerca de Dios es importante y en esa comunidad de fe pudo experimentar esa dimensión espiritual de su vida. (Ver: “Muchas personas antiderechos hablan de ‘defender la familia’, pero rechazan a sus hijos LGBTIQ”).
Sin embargo, al tiempo que asistía a la iglesia y escuchaba las charlas de los pastores, empezaba a experimentar culpa y una sensación cada vez más fuerte de no ser digno, de no ser bueno. (Ver: Así viví un foro sobre Matrimonio Igualitario).
“Yo me entregué por completo a la religión. Y siento que era por amor a Dios que hacía todo, inclusive intentar cambiar mi propia sexualidad como ellos me decían que debía hacerlo. Yo me sentía terrible porque pensaba que yo era el único homosexual en toda la iglesia y que algo estaba mal en mí”. (Ver: “El amor por mis hijos estaba por encima de lo que decían en la iglesia”).
“Pero no se hablaba mucho del tema y yo no encontraba con quien desahogarme de lo que me pasaba hasta que un día le dije a mi líder espiritual lo que me ocurría y él se puso súper rojo, no sabía qué decirme y yo pensé: ‘este señor me va a pegar’… Él no sabía cómo manejar la situación. Lo único que me dijo fue que mi ‘problema’ era porque yo tenía un espíritu adentro y que orara”. (Ver: Alberto Linero: Dios no tiene nada que ver con el coronavirus).
Al ver que nada de lo que le decían en la iglesia le funcionaba, Juan le comentó su situación a un amigo y este le habló de Romanos VI, una organización cristiana dedicada a impulsar a “personas que sienten atracción por personas del mismo sexo” -como ellos les llaman a las personas homosexuales- a cambiar su orientación sexual. (Ver: El activista espiritual).
Así fue como comenzó su mal llamada “terapia de conversión”…
La pandemia, su libertad
“Cuando yo llegué a Romanos VI sentí que había llegado al lugar que estaba buscando porque en esa organización tocan temas puntuales sobre la homosexualidad, cosa que no hacían en la iglesia”.
“Todo está enfocado en supuestamente ayudarte a superar el ‘problema’ que tienes y así fue como estuve con ellos ocho años, repitiendo cada semana los mismos procesos, hablando de lo mismo una y otra vez, orando por lo mismo”.
“Entonces, lo que se suponía que me iba a ayudar, realmente terminó por estancarme porque en esos ocho años yo no hice nada más”, dice Juan con dolor.
En determinados momentos del proceso se sintió, literalmente, en el fondo del pozo. Así que buscó ayuda psicológica, pero una vez más, cayó en el lugar equivocado.
Los psicólogos que consultó o no sabían de diversidad sexual y no tenían el conocimiento para ayudarle o eran cristianos y le insistían en que continuara con sus esfuerzos de “conversión”. (Ver: Miguel Rueda y su apuesta por el amor).
En un momento de crisis tuvo que ser medicado por un psiquiatra, pero el problema de fondo continuaba porque seguía encerrado en las cuatro paredes de la “terapia de conversión”.
Por fortuna, la pandemia por Covid 19 que causó tantos problemas para tantas personas, para Juan fue una tabla de salvación, porque a pesar de que físicamente nos encerró en nuestras casas, le impidió a Juan volver a las reuniones de Romanos VI y, paradójicamente, le dio el espacio y la libertad para ver su vida en perspectiva. (Ver: Cuando nos volvamos a encontrar).
“Yo sigo siendo espiritual, aunque me he alejado de la iglesia pero yo digo que eso vino de Dios, porque me alejó de todo ese proceso tóxico y me llevó a reflexionar sobre qué estaba haciendo con mi vida“‘.
Juan se arrepiente de haber padecido casi una década de tormentos en la que dejó de crecer y progresar como persona.
“Es muy duro ver a tanta gente sufrir. Ver que por una creencia religiosa, por ignorancia o por el mismo odio que esos liderazgos religiosos sienten hacia las personas LGBTIQ, hagan que tú vida pierda sentido“.
En algunos momentos llegó a hablarlo con otros compañeros que asistían a Romanos VI. “Si tu supieras lo duro que es ver a tanta gente sufrir. Que por una creencia religiosa, por ignorancia o por el mismo odio que sienten hacia las personas gais hagan que tu vida pierda sentido… Eso es muy duro. Y así como yo, había varios compañeros estancados con su vida, siempre llegábamos desanimados porque siempre llegábamos en rojo”. (Ver: La Biblia no discrimina pero sí las interpretaciones fuera de contexto).
Juan se refiere a un recurso que usan en ese lugar llamado “el semáforo”. “El color verde significa que estuviste bien en la semana y no pecaste. El color amarillo fue que estuviste tentado y el color rojo que caíste en pecado”.
“Yo puedo contar unas dos veces en todos esos años que yo llegué en verde. Porque siempre estaba tentado. Yo siempre que iba por la calle, veía un chico que me gustaba. Es imposible que a uno no le guste alguien… Y era muy frustrante sentir que siempre, siempre fallábamos”.
En la organización había mucha presión para cambiar. Una gran parte de esa presión venía de aquellos líderes espirituales que supuestamente habían logrado “convertirse a la heterosexualidad”.
Varios de ellos con esposas e hijos. “Tú los veías casados, con hijos, con mujeres y demás, y tú no podías llegar a donde ellos estaban. Entonces fue una gran frustración. Sentía un gran desespero y me cuestionaba ¿por qué ellos pueden y yo no? Me sentía poca cosa, mi autoestima quedó por el suelo por todo ese proceso y recordarlo me pega porque siento que perdí muchos años de mi vida”.
A la vez que unos líderes se mostraban como supuestamente “convertidos”, en otros era evidente que la “lucha” estaba perdida. “Por ejemplo, a mi me pusieron un mentor para que me apoyara porque el líder tenía mucho trabajo y este mentor abusó de mí”.
“Él fue el único que yo vi que se alejó pero de resto ellos seguían allí, años, décadas, obviamente con sus luchas. No lo decían pero uno veía que ellos seguían luchando, que les costaba conseguir una pareja heterosexual y ya eran personas adultas de 40 o 50 años y seguían solteras”, recuerda Juan.
“A mí me pusieron un mentor para que me apoyara, pero esta persona abusó de mí”.
Una convicción muy profunda de que Juan vino al mundo de la manera en que Dios así lo quiso, le llenó de fuerza para abandonar esa tortura.
Cuando renace la ilusión de vivir
Después de tanto sufrimiento, Juan pudo soltarse de esas cadenas. En el fondo, una convicción muy profunda de que él vino al mundo de la manera en que Dios así lo quiso, le llenó de fuerza para abandonar esa tortura y se convenció de que lo errado sería intentar cambiar su forma de ser y de querer.
“Mi vida ha cambiado para bien, porque mi foco durante mucho tiempo fue cambiar mi sexualidad y descuidaba las otras áreas de mi vida. Pero ahora estoy viviendo para cumplir sueños porque antes pensaba que mi felicidad era cambiar mi orientación sexual”.
Juan reconoce que no ha sido fácil. Por supuesto, enfrentar un mundo prejuicioso y discriminador es un desafío enorme para cualquier persona, pero la paz interior que ahora tiene es su mayor tesoro.
“Es raro que me deprima y si me ocurre es un rato, pero por cosas que no tienen nada que ver con mi sexualidad, porque obviamente la vida siempre trae problemas, pero mi orientación sexual ya no es algo que me deprima”.
Su físico cambió. Cuando estuvo en el fondo de la depresión, padeció anorexia e incluso los médicos llegaron a decirle que si no comía le quedaban meses de vida. Ahora se ve y se siente mucho más saludable, ganó peso e irradia otra energía.
Hace un año que Juan “salió del clóset” con todo el mundo y está en una vida nueva. En un principio, fue muy difícil para su mamá, que también cayó en depresión, pero ha ido aceptando la realidad. “De todos modos, ella guarda esperanza de que yo le de nietos. Yo le digo bueno, pues yo le voy a dar nietos, pero de otra manera”.
Por otro lado, su papá ha sido más abierto al tema, pero hasta cierto punto. “Mi papá no se da mala vida ya con eso pero no soy ese hijo que le llena de orgullo. Después de todo esto yo me he apartado de mi familia porque no creemos en lo mismo”, reconoce con tristeza y resignación.
“Mi mamá guarda la esperanza de que yo le de nietos. Yo le digo que se los voy a dar, pero de otra manera”.
“Yo nunca he sido heterosexual, yo nunca sentí atracción hacia las mujeres. Y logré comprender que mi orientación sexual viene de Dios“.
Juan anima a las personas que estén siendo atormentados por una “terapia de conversión” a escapar, a salvarse, a no creer en ese lavado de cerebro. (Ver: Mónica Fonseca: si nos sumamos a las causas LGBTIQ, el mundo será mejor).
“Para mí lo peor de esos lugares es que te implantan ese odio hacia tu orientación sexual y por ende terminas odiándote a ti mismo porque es algo que no puedes cambiar“.
“Te llevan a no querer vivir, a hacerte daño o a tener una baja autoestima. Para mí eso es lo más denigrante que puede haber, ¿cómo puede uno vivir como persona si siente que uno es un error?“.
“Sentir que uno nació para sufrir o que realmente ese Dios al que tanto amábamos, nos mandó a sufrir de esta manera te destruye porque si ser gay no era bien visto para Dios, entonces ¿por qué somos gais? ¿Si Dios nos creó a su imagen y semejanza porque nos mandó a vivir este tormento?“.
Después de todo, lo que ahora más valora en su vida Juan es su orientación sexual. “Para mí, mi tesoro es mi sexualidad. Yo siento que Dios me hizo así”.
“Yo nunca he sido heterosexual, yo nunca sentí atracción hacia las mujeres y ahora logro comprender que mi orientación sexual viene de Dios y que la homosexualidad, por tanto, no tiene por qué considerarse algo malo, siempre y cuando tú no le hagas mal a nadie, construyas sociedad y veles por el futuro de quienes vienen”. (Ver: “Venimos a dejar el mundo mejor de como lo encontramos”).
Para Juan eso es lo más importante: construir un mejor mundo para quienes estamos ahora y para quienes vienen.
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