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Lo que pensaba y lo que ahora pienso de las marchas LGBT

Un lector de Sentiido comparte su experiencia sobre cómo cambió su percepción sobre las marchas que cada año tienen lugar en diferentes ciudades del mundo, para celebrar la diversidad sexual y de género.

Por: Sergio M.

Hace cinco años que por primera vez asistí a una marcha LGBT, también conocida como del “orgullo gay” o por la ciudadanía plena. Lo hice en Bogotá, ciudad en la que nací y vivo desde hace 28 años. Podría decir que acudí más por presión social que por convicción. Sin embargo, allá estuve.

Desde que llegué al Parque Nacional, lugar en el que suele empezar el recorrido, me sentí en el lugar equivocado. Imaginaba algo distinto, un evento más parecido a las marchas estudiantiles o a las que tienen lugar el día del trabajo, que a la fiesta con la que me topé.

Aunque no tengo nada en contra de los desnudos ni del consumo de bebidas alcohólicas ni de sustancias psicoactivas, me pareció que no era el espacio apropiado para ninguno de esos tres comportamientos que identifiqué por montones.

Después me pregunté: “¿orgullo de qué?”. Y me respondí: “uno no tiene que andar gritando a los cuatro vientos su orientación sexual o ¿cuándo han visto a un heterosexual diciendo que lo es?”.

“Por eso es que la sociedad no nos respeta, esta gente lo único que hace es reforzar estereotipos sobre las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans”, dije.

Me prometí que nunca más volvería a ese evento donde las personas LGBT son motivo de burlas y comentarios. Sin embargo, este año es la quinta vez que asisto y cada vez con más alegría y entusiasmo. ¿Qué pasó entonces? ¿Cómo cambió mi percepción?

Todo empezó mediante el dialogo con personas que tenían puntos de vista distintos al mío. Conversaciones en las que nadie intentaba imponer una “verdad”, sino en las que se intercambiaban percepciones.

Como lo explica María Mercedes Gómez en un artículo publicado en Sentiido, todas las personas tenemos prejuicios, el problema radica cuando ese primer concepto que tenemos de algo se fija de tal manera que se convierte en el criterio a seguir.

A través de las discusiones que sostuve, descubrí que el primer error de quienes dicen: “esa marcha está llena de locas”, “allí no me siento representado” y “lo único que se ve es trago y drogas”, es quedarse encerrados en esas creencias, sin permitirse escuchar -sin prevenciones- otras opiniones.

Creo firmemente, como lo explica María Mercedes Gómez, que como los prejuicios no tienen fundamento, es posible superarlos.

Otras posibilidades

Ese es quizás el principal problema de quienes se oponen a que las parejas del mismo sexo puedan casarse y adoptar: quedarse aferrados a una idea negándose a escuchar honestamente otras posibilidades.

Mediante esas conversaciones con amigos y conocidos entendí que yo quería que la gente participara en ese evento de la manera como yo lo haría: sin marihuana ni alcohol y muy bien vestidos.

El problema está en que yo intentaba negar otras voces distintas a la mía en un evento que justamente celebra la diversidad. Tengo claro que la marcha tiene un origen político, los hechos de Stonewall, y que por esto algunas personas consideran que allí se debe participar de una manera más formal.

Sin embargo, el hecho de que este evento tenga su origen en un levantamiento contra una injusticia, no le resta su connotación de fiesta ni de celebración. Hay diferencias de forma y de fondo entre esta y otras marchas. Ahora, ¿qué hay de malo en que sea conocida como marcha pero que ante todo sea una fiesta?

Entonces, ¿si yo creo que esa es la manera correcta de marchar, las demás personas están mal? ¿Soy yo quien está bien? 

Finalmente, es un día al año para recordar públicamente que las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT) existimos, una oportunidad para decir fuerte y claro “acá estamos” y para demostrar que lejos de lo que la gente piensa, no somos una minoría.

Yo creía que quienes participaban en la marcha de una manera que yo no compartía, nos hacían “quedar mal” con quienes miraban el evento desde los andenes, a través del transporte público y de los medios de comunicación.

En pocas palabras, me avergonzaba de que nos dejaran mal parados a los “gais de bien”, a los que “no se nos nota y a los que los 365 días del año nos esforzamos por resaltar todo lo que somos, excepto nuestra orientación sexual. Para tal fin, utilizamos excusas como “soy mucho más que eso” o “para qué voy a hablar de mi vida privada si tengo cosas más importantes que compartir”.

Como si yo tuviera que rendirle cuentas a una mayoría que “me perdona” que sea homosexual, siempre y cuando no se lo recuerde. Una mayoría en la que intentaba camuflarme para evitar señalamientos y discriminaciones.

Una dosis de diversidad

Cada vez estoy más convencido de que lo que Colombia necesita es una generosa dosis de diversidad: aprender a respetar que aunque muchos hombres prefieran el pelo corto y las camisas a cuadros, otros llevan el pelo largo, usan arete y camisetas ajustadas.

Aunque muchas mujeres se maquillen, lleven el pelo largo, liso y tinturado y prefieran los tacones, hay otras que son crespas, llevan el pelo corto, pantalones sueltos y no se incomodan usando zapatos altos.

Por el hecho de que la mayoría se enamore del sexo opuesto y prefiera tener una estética similar, no significa que quienes se salen de esos parámetros estén mal, deban cambiar o merezcan ser víctimas de burlas y rechazos.

La marcha LGBT me ha enseñado que uno de los problemas de este país es tratar de imponer lo que la mayoría considera correcto, sin darles espacio a otras opciones de ser y de existir que no le hacen daño a nadie.

Para mí no es menos válido participar en este evento con una lata de cerveza en la mano o con poca ropa, que hacerlo con un abrigo y una pancarta.

Además, es inútil desgastarse en tratar de imponer una sola forma de participar porque eso no va a pasar. Finalmente, nadie participa de igual manera en una fiesta.

Por un lado, están quienes dicen que ni siquiera vale la pena asistir porque ese evento es una muestra más del “capitalismo gay”, calificando de alguna manera a las personas que asisten.

Por otra parte, están quienes sostienen que para qué participar en “ese carnaval de quinta que nos hace quedar mal con la sociedad, que nos pone en ridículo y que por eso nos niegan la igualdad de derechos”.

También están quienes aseguran que la marcha (al menos lo he oído refiriéndose a la de Bogotá), debería parecerse más a los “pride de New York” y que sería mejor que “asistiera más gente bonita como la que se ve en otros países”.

Creo en las discusiones. En mi caso resultaron fundamentales para abrir mi mente a otras posibilidades. Sin embargo, me cuesta aceptar que exista una única manera de participar en un evento que celebra lo que cada uno es.

Me cuesta aceptar que para que las marchas de acá valgan la pena, tengan que parecerse a las de otros países a punta de importar extranjeros. Mi apuesta es porque cada quien, si así lo quiere, participe a su manera. Que cada persona celebre su existencia como mejor se sienta, sin importar si los demás lo consideran prudente con “los espectadores” o con la sociedad.

Ante todo, creo en la esencia de este evento: una fiesta de la diversidad y de las distintas formas de ser y de existir, me gusten o no.

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