Hasta el 1 de abril estará abierta la convocatoria para enviar películas al II Festival Internacional de Cine Transfeminista, Miradas Maleducadas. Su directora, Ana Lucía Ramírez, habló con Sentiido sobre el poder transformador del cine transfeminista.
La película cuenta la historia de varias mujeres bisexuales que viven en una casa okupa y han decidido criar juntas a un niño. Sus vínculos poliamorosos, su modelo de familia poco convencional y su lucha por ocupar ese espacio, hacer música y oponerse al especismo son retratados en el filme “Las madres de Derek”. Y no, no lo puedes encontrar “próximamente en tu sala de cine más cercana”. (Ver: La bisexualidad existe y no es una etapa).
Pero películas como esta son las que anda buscando el Festival Internacional de Cine Transfeminista que este año llega a su segunda versión bajo el título “Miradas maleducadas” y cuya convocatoria acaba de ser lanzada por la organización Mujeres Al Borde. (Ver: Los súper poderes del feminismo transincluyente).
Hasta el 1 de abril se recibirán películas realizadas en cualquier formato y producidas en cualquier fecha, pero que cuenten esas historias que generalmente no encuentran espacio para ser proyectadas en los festivales convencionales: historias sobre amores y deseos por fuera de la norma, cuerpos disidentes, fronteras identitarias, revoluciones íntimas y colectivas contra diversas formas de opresión. (Ver: Artivismo transfeminista: el arte de la resistencia).
Este año llega a su segunda versión el Festival Internacional de Cine Transfeminista bajo el título “Miradas maleducadas”.
El cine transfeminista tiene otras formas de contar. Sus historias tienen como protagonistas otros cuerpos delante y detrás de cámaras.
Para la directora del festival Ana Lucía Ramírez, además cofundadora de Mujeres Al Borde, el cine transfeminista es poderoso porque permite a quienes lo realizan y a quienes lo ven la posibilidad de ver y verse de manera transformadora.
“El cine transfeminista nos devuelve el poder porque hace que tú, que haces la película, te veas distinta; porque te da la capacidad de contar tu historia en tus propios términos o porque cuando asistes a una película de estas, sales tocada por ella, no sales igual a como entraste. Al mismo tiempo este cine quiebra esas formas de poder que han servido siempre para marcar un privilegio o para excluir”.
Y es que el cine transfeminista tiene otras formas de contar. Sus historias tienen como protagonistas otros cuerpos delante y detrás de cámaras. “En las películas que buscamos hay una ruptura con los límites que nos han impuesto, y no basta con que la historia la haga una persona lesbiana, pansexual, travesti o intersex porque esto de nada sirve si no has logrado arrancarte la mirada que te ha implantado la sociedad. O generamos esas rupturas o vamos a estar reiterando el mismo discurso de ‘por favor, acéptame’ que muchas películas proponen”, explica Ana Lucía.
Las cuatro categorías de la convocatoria son: “Identidades enraizadas”, que pone el foco en los cruces entre racialización, identidad de género y orientación sexual; “Corporalidades disidentes”, que habla de desobediencias a las imposiciones del género e identitarias, al capacitismo y al endosexismo. (Ver: Yo, monstruo mío).
También está “Nuestro deseo es revolución”, que habla de amor, deseo y erotismo y bajo la cual se espera la llegada de material que exalte el amor y el deseo que salen de la heteronorma y por último, “Somos multitud”, que abre una ventana a otras producciones que planteen temas de género y sexualidad pero entrecruzados con temas de memoria, dictaduras, conflictos armados, migraciones, guerras, de anticapitalismo o antiespecismo. (Ver: “Está bien salirse de la heterosexualidad obligatoria”).
Las ventanas a ese mundo de insumisión a través del arte se abrirán durante el Festival que tendrá lugar de forma presencial en Ciudad de México entre septiembre y octubre de este año.
Además de la exhibición de las películas, a realizarse en la Cinética Nacional de México, habrá un componente pedagógico con talleres barriales para reflexionar y crear en torno a temáticas transfeministas. Al finalizar este segmento, se abrirá el festival online que será accesible a través de Bombozila, de manera gratuita. (Ver: Transfeminismos latinoamericanos: sororidad, resistencia y cambio social).
La idea es llevar este festival cada dos años a un lugar diferente en América Latina. Este año, el sueño de asistir a sus películas y talleres en territorio mexicano ha contado con el apoyo decidido de la diputada de la Ciudad de México Ana Francis Mor, quien es una activista, actriz y dramaturga de profesión. (Ver: Feminismos innovadores).
Pero la historia de cómo nació en la mente de dos colombianas el primer Festival Internacional de Cine Transfeminista es en sí misma una película de resiliencia, creatividad y mucha pasión.
Sentiido habló con Ana Lucía Ramírez desde Santiago de Chile, donde está radicada hace años, sobre cómo surgió este trabajo y sobre cuáles son los poderes transformadores del cine transfeminista.
Sentiido habló con Ana Lucía Ramírez sobre los poderes transformadores del cine transfeminista.
“Vivir nuestros amores y narrar nuestros amores era aún más difícil de lo que es hoy”, Ana Lucía Ramírez.
Había una vez…
Cuando era estudiante de cine en la Universidad Nacional, Ana Lucía Ramírez decidió hacer una película que le permitiera reconstruir una memoria rota que tenía en el corazón. Era su primera historia de amor con una mujer con quien había tenido que quererse dentro del clóset porque el entorno se oponía aún con más fuerza que hoy a cualquier tipo de amor que no fuera entre un hombre y una mujer. (Ver: La obligación de ser heterosexual).
Era el año 2001 y Ana Lucía tuvo muchos obstáculos para poder crear “Bajo la piel”, su película y tesis de grado, que por fin salió a la luz a pesar de que dos directores de tesis intentaran convencerla de contar una historia diferente.
“Vivir nuestros amores y narrar nuestros amores era aún más difícil de lo que es hoy. Narrarnos no nos estaba permitido, era un derecho más que se nos negaba y ahí fue cuando empecé a politizar este tema y a cuestionar: ¿por qué no podemos hablar de esto?”, recuerda esta académica y artista.
Fue ahí también que se sembró la semilla que germinaría dos décadas después con el Festival Internacional de Cine Transfeminista.
S: ¿Por qué fue tan importante lo que viviste como estudiante cuando quisiste hacer tu película y qué significó eso para lo que vendría después con el Festival de Cine Transfeminista?
Ana Lucía Ramírez: Haberme sentido muy atraída por una mujer y todas las dificultades que tuve para poder vivir ese amor fue algo que se me quedó metido adentro y pensaba que no era justo que yo hubiera tenido que renunciar a este amor porque el entorno era súper homofóbico. (Ver: Sí, todo mejora).
Al mismo tiempo para mí fue todo un tema entender que yo podía enamorarme de hombres, de mujeres, etcétera, y cuando decido hacer una película al respecto, lo que busqué fue responderme una pregunta y reparar un dolor.
S: ¿Cuándo empezaste a politizar esta cuestión?
A.L.R.: Empecé a ir a las reuniones de mujeres de Triángulo Negro -que era el único grupo que había en esa época- y comencé a proponerles a algunas de ellas la posibilidad de hacer un documental sobre historias de mujeres en Bogotá.
La respuesta de las mujeres era: bueno, yo te ayudo pero no puede salir mi nombre; yo te ayudo pero no puede salir mi cara; yo te ayudo pero no puede salir mi voz; yo te ayudo pero que no salga mi ciudad. ¡Mi documental iba a ser súper extraño!
Entonces yo misma me cuestioné para qué quería que ellas contaran sus historias si yo lo que quería era contar la mía. Pero yo misma no estaba lista para hacerlo. Esto me hizo ver que en el mundo en el que vivíamos, narrar nuestros amores era muy difícil.
S: ¿Cómo se concretó el sueño de hacer un festival de cine transfeminista?
A.L.R.: Nosotros en Mujeres Al Borde empezamos una labor de producción audiovisual, luego hicimos formación y en 2011 comenzamos a hacer la Escuela Audiovisual Al Borde, que es una escuela de documental autobiográfico.
Cuando quisimos hacer distribución de las películas vimos que, aunque había circuitos de exhibición y ventanas de cine feminista LGBT, estas se cerraban para muchas de nuestras películas.
Hay un filtro para películas donde hay sexo explícito, donde hay cuerpos no hegemónicos, donde se habla de la sexualidad de maneras más disruptivas y concluimos que esas ventanas siguen teniendo unos encuadres bien limitados y todo lo que está al borde no entra. Ahí decidimos hacerlo nosotros.
S: Muchas de las películas que ustedes han ayudado a producir a través de los talleres de cine de Al Borde Producciones son relatos autobiográficos, ¿cuál es el poder de este tipo de películas?
A.L.R.: Con relato autobiográfico partimos de una pregunta que es la misma que yo me hacía con mi primera película: Esta historia, ¿quién la necesita? Y creo que quien la necesita primero es la propia persona, la propia comunidad, pero es necesario que la comunidad sea capaz de contarla en sus propios términos, ¿no?
No queremos que alguien cuente una historia por nosotros o que la cuente quien no la ha vivido que es lo que pasa muchas veces. Porque nos cuestionamos: ¿quién ha construido las imágenes del mundo; con qué intenciones las ha construido; qué es visible, que no es visible? ¿Qué persona tiene miedo de ser visible?
S: ¿Qué es un cine transfeminista?
A.L.R.: La apuesta transfeminista es como la unión de todas las luchas, ¿no? No podemos ser libres donde hay esclavos, ni podemos pretender que, si tenemos ganados los derechos de las personas LGBT, pero mientras tanto el planeta se está acabando, pues no nos importa.
Así como parte de nuestras identidades nos ponen en un lugar de subordinación, también tenemos privilegios como especie y hay que hacernos cargo de eso también.
Un festival transfeminista como este lo que busca es generar diálogos, que el cine sea un lugar de encuentro, que sea un lugar amoroso, que pueda crear condiciones para nuestra visibilidad, pero no nos basta con ser visibles, queremos ser visibles en nuestros propios términos.
S: Hay un especial énfasis en este Festival hacia las personas intersex, ¿por qué?
A.L.R.: Porque las personas intersex enfrentan muchísimas barreras. Muchas veces no quieren aparecer o si lo hacen, no quieren que salga su nombre, o quieren que su voz salga distorsionada. El estigma que sigue habiendo sobre ciertos cuerpos es muy fuerte, lo que además en muchos casos está marcado por una narrativa traumática de la infancia. (Ver: “Me liberé del género”).
Entonces, en el marco del Festival vamos a tener también un taller presencial de creación audiovisual con enfoque en personas intersex. Y el otro énfasis es en el tema de la postpornografía transfeminista.
Son películas muy censuradas en muchos ámbitos y nos parecen muy importantes porque tienen que ver con la descentralización de lo erótico, de lo pornográfico, de cómo, por ejemplo, los placeres pueden estar puestos en muchos otros lugares de los cuerpos.
S: En la primera versión del festival ustedes hicieron una alianza con el Festival de Cine Mapuche de Chile. ¿Cómo fue esa experiencia y qué expectativas hay este año en ese sentido?
A.L.R.: Fue súper bonito. Fue dentro del marco de la categoría de identidades enraizadas y esa alianza nos permitió tener una muestra especial de cine y diversidad ancestral. También pudimos tener películas de personas intersex, de África; de personas trans, de la isla de Tonga.
Este año, como el festival va a ser en México tenemos muchas expectativas de ver qué lazos también podemos hacer con comunidades indígenas, trans, travestis, diversidades ancestrales en ese país para que también pasen cosas bonitas y se siga desarrollando esa categoría. (Ver: Mónica Estefanía Chub, mujer trans, católica e indígena de Guatemala).
S: Ustedes recibieron un poco más de cien películas para el primer festival, ¿qué conclusión sacaron después de haber visto todo eso? ¿Qué está necesitando contar la gente, qué les sorprendió?
A.L.R.: Algo que a mí me dejó muy conmovida fue haber recibido tantas películas hechas por la misma gente LGBT y en particular de personas LGBT que históricamente han ocupado lugares periféricos. También hubo películas donde hubo todo un proceso de cine comunitario y de creación comunitaria, muy bonitas.
Por ejemplo, una que se hizo en Estados Unidos con comunidad migrante, chicana, travesti, trabajadora sexual y dentro de la película se muestran partes del proceso creativo de cómo, por ejemplo, las chicas participaron, se inventaron sus personajes.
Otras películas que nos llegaron de Brasil, dirigidas por directores trans, eran tremendas películas con una sensibilidad, una calidad narrativa y una calidad técnica de primera.
S: ¿Y en cuanto a las temáticas?
A.L.R.: Yo sigo percibiendo mucho el poder de lo autobiográfico y la necesidad de lo autobiográfico en nuestras historias, sobre todo cuando son historias traumáticas. Tuvimos un ramillete de películas contando realidades difíciles, contándolas con mucha valentía, con mucha sensibilidad. Y eso a mí me conmovió tremendamente.
También me pareció muy bello que gente muy jovencita estuviera experimentando con su celular. Recuerdo a una chica que se puso a grabarse durante la pandemia con su celular y a partir de ahí hizo una reflexión sobre su propio cuerpo.
S: ¿Cómo te ha transformado el cine que has hecho y has ayudado a hacer?
A.L.R.: El cine nos sana, el cine nos une. El cine es rebeldía también. A mí me ha permitido abrirme a nuevas cosas. Siento que cada una de las películas que he ayudado a hacer me hacen ser distinta.
Cada vez que alguien cuenta su historia y yo hago parte de ese proceso, me siendo diferente. El cine es un espacio donde se puede gestar una pequeña comunidad creativa y que, a la vez, cuando estás contando tu propia historia y debido a ello te sitúas en una posición vulnerable, el equipo todo se convierte en un espacio de cuidado, de amor, de afecto.
S: ¿Cómo quieres que se recuerde este Festival?
A.L.R.: Quienes habitamos los bordes de los feminismos, del género, de la sexualidad, de la belleza, de la corporalidad, de la vida impuesta, nos encontraremos para narrarnos en nuestros propios términos, y aunar nuestras diversas luchas.
Queremos hacer del cine un espacio de rebeldía, libertad, sanación y también de amor. Queremos que nuestra mirada ya no siga los parámetros de lo que está “bien visto”, por eso lo hemos llamado “Miradas maleducadas”.
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