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Elefante dictando una clase y teniendo con un brazo a una estudiante en un salón con otras alumnas que lo observan

Marymount: no se trata solo de abogados, también es un problema ético

Lina Cuellar, directora de Sentiido, exalumna y exprofesora del Marymount, reflexiona sobre las medidas que está tomando el colegio para enfrentar las denuncias de acoso y abuso sexual.

Todavía recuerdo la primera vez que oí hablar de los dilemas éticos y de cómo enfrentarnos a ellos. Estaba terminando mi bachillerato en el colegio Marymount de Bogotá y era una materia en la que hablábamos del significado y de la importancia de la ética en nuestro desarrollo personal y en el de la sociedad.

Disfrutaba mucho los debates que la profesora (que también era la rectora en ese momento) nos motivaba porque me parecían difíciles, me mostraban que todas las situaciones que se nos presentan en la vida tienen más de dos perspectivas y que tenemos que aprender a identificarlas y a validarlas para tomar mejores decisiones.

Más de 20 años después de haber pasado por ese aprendizaje que me abrió los ojos, veo como exalumna y exprofesora del mismo colegio cómo nos enfrentamos ahora a una situación que pone a prueba nuestra capacidad de ser justas y sobre todo empáticas ante el dolor de otros miembros de la misma comunidad educativa de la que formamos parte.

Las denuncias contra el profesor de educación física Mauricio Zambrano por abuso sexual (aunque sabemos que hay otros profesores) por parte de varias alumnas y exalumnas ha llevado al colegio a una crisis profunda que no hemos sabido cómo navegar.

Esta crisis es una oportunidad para abrir diálogos sobre cómo pensar una educación que afronte y prevenga la violencia contra las niñas y mujeres.

Y esto, que claramente no es un caso exclusivo del Marymount sino de muchos colegios privados y públicos de Colombia, ha puesto sobre la mesa la dificultad que tenemos como estudiantes, exalumnas, educadores y padres de familia de identificar y de nombrar el acoso y el abuso sexual con las palabras que corresponden: como abuso de poder y como delito.

Se trata de hablar sobre esto sin tabúes y de reconocer que es un problema grave que afecta a más personas de las que nos imaginamos. ¿No es esta crisis acaso una oportunidad para preguntarnos qué es lo que tenemos que cambiar de raíz, tanto en la estructura del colegio como en nuestra forma individual y colectiva de reaccionar ante el acoso y el abuso y, en últimas, la educación sexual?

Las iniciativas que está teniendo el Marymount, así como otros colegios, de fortalecer los protocolos, educar a los miembros de su comunidad y establecer mejores canales de comunicación son muy importantes y necesarios. Una vicerrectoría de bienestar como la que está anunciando el Marymount es un paso que puede llevar a cambiar viejas dinámicas y a mejorar la calidad de vida de la comunidad educativa.

Sin embargo estas medidas, que deben continuar, no eximen al colegio y en general a las instituciones educativas de reconocer que lo que sucedió afectó a muchas alumnas y exalumnas que aún están lidiando con las consecuencias del acoso o el abuso cometido por personas que estaban en una posición de poder. Y reconocerlo no significa ponerse en una actitud punitiva ni quedarse estancado en el pasado, sino abrirse a enfrentar la realidad que muchas personas han expresado: que el colegio no protegió lo suficiente a sus alumnas para evitar que el acoso y el abuso sexual sucedieran.

Pero algo aún más preocupante está sucediendo. Pensar que porque no hay “suficientes” denuncias en la Fiscalía contra Mauricio Zambrano (como si una no fuera ya demasiado), lo que hizo no fue “tan grave”. Cuando un profesor se aproxima física, emocional o psicológicamente a sus estudiantes con el fin de establecer una relación que rompe los límites de lo profesional con ellas, por más que parezca que es algo “consensuado” entre las partes, la realidad es otra.

No existe el consenso en el contexto escolar con menores de edad, cuando una de las personas tiene más poder que la otra. Y con poder me refiero a la autoridad, la clase social, la edad, la nota, el renombre, el género, entre otras. El acoso y el abuso sexual no tienen que ser violentos para que sean acoso o abuso.

Los padres y madres de familia escogen los colegios de sus hijas por varias razones: por la calidad educativa, por el precio de la matrícula, por los valores que profesan, por la afinidad de clase social, entre otras, y nunca pensando en que sus hijas sean abusadas sexualmente en ese lugar. Sin embargo, estas situaciones pasan y muy a menudo.

¿Cuántos de los casos de acoso o abuso sexual terminan en procesos civiles o penales contra los agresores? Muy pocos y eso no significa que no sucedan y que debamos minimizar el impacto que estos tienen en la vida de estas niñas y mujeres. No podemos olvidar que algunas de las secuelas más profundas se manifiestan en culpa, depresión, ansiedad y otras enfermedades mentales, ideaciones e intentos de suicidio, desórdenes alimentarios, dificultad para socializar y relacionarse o pérdida de la confianza en sí mismas.

Al asumir que sólo las vías legales pueden determinar si un hecho es grave o si el abuso o acoso existieron o no, estamos fallándoles éticamente a las sobrevivientes, a sus amigas y seres queridos, a los profesores que intentaron detenerlo y en últimas a la sociedad.

El acoso y el abuso sexual no tienen que ser violentos para que sean acoso o abuso.

¿Por qué pretender “apagar el incendio” en el Marymount cuando se ha abierto la oportunidad de expresarnos abiertamente y de buscar otras formas de hacer las cosas?

Desestimar o ignorar los testimonios de quienes se han arriesgado a hablar (así no hayan llegado a ser denuncias formales en la Fiscalía) es también una consecuencia de ese “currículo oculto” de la mayoría de instituciones educativas de nuestro país: evitar la incomodidad y las conversaciones difíciles, la incapacidad de reconocer que todos somos parte del problema y que pudimos hacer las cosas diferente para evitar que algo así pasara.

Aún más, seguimos escuchando el “no hay que destruir, hay que construir” cuando vuelven a plantearse temas difíciles sobre la crisis del colegio. Lo que muchas veces hay detrás de esta frase es la propuesta de que pasemos la página sin hacer una revisión de lo que estuvo mal, de aquello en lo que fallamos, de reconocer que hay niñas y mujeres afectadas que quieren encontrar espacios en los que puedan hablar sin sentirse juzgadas o culpables.

Al ponernos en la posición de “pasar la página”, también les estamos fallando éticamente a las personas que confían en que el colegio es un lugar seguro para las estudiantes. La tensión de la crisis es el momento más propicio para que salgan a flote los temores, los disensos, las diferencias, las inconformidades, las ideas alternativas y también para que se abra una puerta para escucharlas sin asumirlas como iniciativas incendiarias.

El lema del Marymount es “fe, honestidad y servicio”. Pero no se trata solo de creer en Dios, de ser honradas y de ayudar a las personas más necesitadas. También se trata de ponernos al servicio de la verdad, de ser transparentes y de creer en el amor (tal como lo profesó Jesús) como el camino más indicado para ser mejores, más compasivas y así estar de manera justa para quienes han experimentado hechos de acoso o violencia en el colegio.

Esto no es fácil y nos obliga a cuestionarnos lealtades que creíamos sólidas, a preguntarnos por los propios valores y por cómo podemos actuar diferente para que algo cambie.

Puede que María Ángela Torres, la rectora que recibió la denuncia de febrero contra contra Mauricio Zambrano, ya no esté en el colegio. Pero ella no es “el daño”: es solo una pieza de todo un engranaje más profundo y arraigado. El hecho de que ella no esté no significa que el problema haya desaparecido.

El daño lo hicimos indirectamente también las personas que no actuamos por ignorancia o negligencia (porque el daño directo siempre será responsabilidad de los abusadores): los organismos que recibieron llamados a cambiar situaciones complejas y no los escucharon, profesores que vimos comportamientos inadecuados y los dejamos pasar, las estudiantes que silenciaron a quienes cuestionaban este tipo de prácticas, llamando a sus pares “problemáticas”, “brinconas” o “exageradas” y padres y madres de familia que no escucharon a sus hijas cuando quisieron contar lo que les pasaba.

Si como comunidad nos empeñamos solo en mirar hacia adelante con el afán de pasar la página y de lanzar el mensaje de que si se cuestiona es porque no se ama verdaderamente al colegio, estamos fracasando en ser las mujeres valiosas que prometimos ser como parte del Marymount. Esto nos está llevando a no comprometernos con un cambio real que ayude a reducir los daños en un colegio que promete educar mujeres que transformen la sociedad.

Querer “apagar el incendio” solo nos llevará a tomar decisiones que no examinen el problema desde la raíz.

¿Cómo podrán las alumnas lograr un cambio si no aprenden de los adultos y de las instituciones a mirar los problemas de frente y a buscar soluciones más allá de “no fue tan grave porque no hay tantas denuncias en la Fiscalía”? ¿En dónde queda el valor de la palabra, el sentido más profundo y moral de la justicia?

Esas y otras discusiones éticas me han enseñado que hay algo mucho más valioso, que no se deja enredar ni borrar por el silencio ni por el “buen nombre” ni por el temor al escándalo ni por las importantes sumas de dinero que se puedan invertir en grandes soluciones. Se llama compasión.

Cuando queremos anteponer la ética a los temores que nos rodean frente a decisiones y situaciones complejas, la compasión nos muestra cuáles deben ser nuestras lealtades superiores. Y supongo en los casos de acoso y abuso sexual, ningún profesor que haya causado tanto daño, por chévere o “churro” o gran conocedor de su materia que haya sido, puede ser protegido por encima de la vida y la dignidad de una niña, de una joven, de una mujer. Así sea solo una.

* Gracias a las exalumnas, exprofesoras, mamás y profesoras que han compartido conmigo sus ideas e impresiones sobre la situación del colegio. Estas conversaciones me han permitido tener una perspectiva más enriquecida de los puntos que menciono en esta columna. También quiero agradecerles a mis pares y mentores/as de Acumen por escucharme con paciencia y compartirme su conocimiento sobre los desafíos del liderazgo.

** Si tú o alguien que conoces vivió una situación de acoso o abuso en el colegio Marymount de Bogotá puedes compartir tu caso o pensamientos en: dexalumnas@gmail.com

2 thoughts on “Marymount: no se trata solo de abogados, también es un problema ético

  1. Celebro el coraje de Lina y su disposición a asumir las responsabilidades. Gracias a Sentiido por ampliar la discusión e incluir a la sociedad entera como co-creadora de la problemática del acoso y el abuso. Gracias por incomodarnos y cuestionarnos.

  2. Lina te felicito por todo lo que escribes. Estoy totalmente de acuerdo contigo., y muchos padres y Exalumnas nos sentimos así. Gracias por tan buena reflexión.

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