Hay quienes afirman que el matrimonio entre personas del mismo sexo no amenaza el matrimonio tradicional. Según esta columnista, sí lo hace por su carácter desigual y jerárquico
Por: Tiffany K. Wayne
Publicado originalmente y con autorización para Sentiido de Nursing Clio.
Traducción: Juliana Martínez
Entiendo lo que dices, Ellen, pero no estás entendiendo el punto. El matrimonio entre personas del mismo sexo sí* amenaza el matrimonio “tradicional”.
Recientemente algunos amigos estaban circulando por Facebook una cita de la comediante Ellen DeGeneres en la que respondía a la acusación de que los matrimonios entre personas del mismo sexo “amenazan” los matrimonios heterosexuales.
Ellen bromeó: “Portia y yo hemos estado casadas por 4 años y han sido los más felices de mi vida. No creo que en esos 4 años le hayamos hecho daño al matrimonio de nadie. Le he preguntado a todos mis vecinos y todos me respondieron que están bien.”
El matrimonio igualitario es una amenaza para aquellos que no creen en la IGUALDAD entre los sexos en general. Alguien que se opone al matrimonio entre dos mujeres o entre dos hombres cree que la homosexualidad es un pecado, que el matrimonio entre personas del mismo sexo le hace daño a los niños o que va a llevar a más divorcios.
Pero mientras escuchaba a los que se congregaron para “proteger el matrimonio tradicional” a las afueras de las audiencias de la Corte Suprema de los Estados Unidos la semana pasada, un mensaje se escuchó fuerte y claro: el matrimonio entre personas del mismo sexo amenaza el matrimonio tradicional porque cuestiona las ideas que se tienen sobre los roles de género apropiados.
El matrimonio entre personas del mismo sexo desmiente el fundamento de los roles de género tradicionales. El matrimonio entre personas del mismo sexo dice que una mujer puede dirigir una casa y que un hombre puede criar a un niño. Esto no le cuadra a los que tienen vidas, creencias y relaciones que dependen de la reafirmación de la diferencia entre los sexos.
Una y otra vez escucho en el canal de televisión C-SPAN a gente argumentando, en el año 2013, que para criar hijos se necesita tanto un padre como una madre, es más, que los niños tienen EL DERECHO a una madre y a un padre.
(Entonces, como ven, los que proponen el matrimonio entre personas del mismo sexo no están concediéndoles derechos a los niños, sino quitándoles derechos a los niños… las maniobras retóricas en la lógica son alucinantes).
No dejan de sorprenderme las constantes alusiones a la “protección del padre” y la “ternura de la madre” provenientes del bando del matrimonio tradicional, las referencias a que sólo los padres deben o pueden ser los que ganan el pan y que sólo las madres pueden ser quienes cuidan.
Los que defienden el matrimonio tradicional creen que un hombre es necesario para proteger y proveer para la familia, y que se necesita una mujer para criar a un niño; que el hombre/padre/esposo es la legítima cabeza del hogar y que la esposa debe someterse a él en todos los aspectos.
Es fácil bostezar con esta idea, dado que muchos de nosotros ya damos por sentado que una familia puede tener formas diferentes, y que tanto hombres como mujeres pueden asumir distintos roles dentro de la familia; desde madres solteras, padres que se quedan en la casa, abuelos que crían a sus nietos, hasta el matrimonio igualitario.
Pero la cuestión es más profunda. El matrimonio entre personas del mismo sexo amenaza la base misma de lo que significa SER una mujer/esposa o un hombre/esposo. ¿Quién está a cargo?, ¿quién se va a someter?, ¿quién va a criar a los niños?, ¿quién es el hombre y la mujer en la relación?
Estas no son preguntas sobre sexo o sexualidad, son preguntas sobre género. Y cuando de género se trata, el matrimonio entre personas del mismo sexo revela que las preguntas mismas son inadecuadas.
Cuando escucho a los opositores del matrimonio entre personas del mismo sexo me sorprende la persistente negación de que el género es un rol construido socialmente. Este es un punto de vista “tradicional” en tanto está basado en la idea de que “la biología es el destino”, es decir, que hay papeles sociales específicos y que estos son asignados por el sexo.
Esta es una visión extremadamente limitada del matrimonio; en vez de ver al matrimonio como una sociedad emocional y física entre dos individuos, se fundamenta en la idea de que existen roles específicos asignados según el sexo.
Más aún, es un punto de vista que niega que las personas heterosexuales pueden estar en matrimonios igualitarios y que deban estarlo. Es una creencia relacionada con que el matrimonio “tradicional” es jerárquico, que no es una verdadera sociedad entre iguales, sino un microcosmos de la sociedad con una estructura de poder que va del esposo a la esposa y de esta a los hijos.
En consecuencia, oponerse al matrimonio igualitario es oponerse a la igualdad.
No dudo que casi todos —sino todos— los que se oponen al matrimonio entre personas del mismo sexo tienen una fuerte oposición religiosa a la homosexualidad y no quieren que ese comportamiento sea sancionado por la ley y la sociedad.
Seguramente en el hecho de que Ellen y Portia se tomen públicamente de la mano ven la degradación de la civilización. Pero no se equivoquen, esto no es sólo una oposición a la homosexualidad.
Esta es la misma oposición a las madres solteras, la misma oposición a las madres que trabajan y la misma oposición al divorcio sin culpa. Es la oposición a los feministas que se quejan porque los hombres hacen la mitad del trabajo doméstico y la misma que se opone a esos hombres que de hecho lo hacen. Y es también de donde proviene la oposición a los derechos reproductivos.
¿Qué tiene que ver el matrimonio entre personas del mismo sexo con los derechos reproducción? Todo.
Un argumento aún más peligroso en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo que sale a todo volumen de mi televisor, es que el Estado tiene interés en la “procreación” —es decir, quién la hace y bajo cuáles circunstancias.
Este argumento no es sólo sobre quién puede o deber criar niños—, de hecho, como fue señalado por un abogado en las audiencias de La Corte Suprema [en Estados Unidos], muchos estados ya permiten que las lesbianas y homosexuales adopten niños o sean padres/madres sustitutos; sin mencionar que, como sus contrapartes heterosexuales, algunos individuos en matrimonios entre personas del mismo sexo, están criando los hijos de uniones anteriores.
Pero la discusión sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo y los niños va más allá. Se trata de quién puede tener un hijo y bajo qué circunstancias. En otras palabras, controlar el comportamiento reproductivo de las mujeres.
Con frecuencia se menciona a Loving contra Virginia (1967) –el caso emblemático de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos que abolió la prohibición de los matrimonios interraciales— como ejemplo o precedente para expandir los derechos civiles cuando de matrimonio se trata.
Pero yo argüiría que Griswold contra Connecticut (1965), el caso en el que la Corte Suprema de los Estados Unidos decidió que las parejas casadas podían usar métodos anticonceptivos, es igualmente pertinente en el actual ambiente político.
Déjenme repetir esto: la Corte Suprema de los Estados Unidos tuvo que decidir que una mujer casada podía hacer uso de la planificación familiar. Y si piensan que esa decisión es intocable y está grabada para siempre en los libros de historia, entonces no han estado prestando atención a las amenazas que enfrenta no sólo el aborto sino también el acceso a los anticonceptivos en las batallas políticas recientes.
No se equivoquen: el bando del “matrimonio tradicional” viene de la misma postura que ataca y se opone a la contracepción, al derecho al aborto o al divorcio sin culpa. Junto con el matrimonio entre personas del mismo sexo, estas cosas SÍ amenazan el matrimonio “tradicional” porque empoderan a los individuos para que tomen decisiones sobre sus vidas sexuales y reproductivas.
Amenazan el patriarcado, que es la verdadera tradición aquí. Pero para quienes apoyan el matrimonio “tradicional”, la cuestión no es la privacidad o la libertad sexual. De hecho, hoy escuché decir a un activista del matrimonio tradicional que el matrimonio “no tiene nada que ver con la intimidad personal”. Esto puede sorprender a quienes vemos nuestras relaciones comprometidas (así estemos legalmente casados o no) exactamente en esos términos.
Por el contrario, la postura tradicional/conservadora frente al matrimonio no está fundamentada en la búsqueda de la libertad personal, la felicidad individual ni los derechos, sino en el esencialismo de género —en la creencia que el propósito del matrimonio es la procreación y que el papel más importante de una mujer es el de esposa y madre—.
Las preguntas en el caso Griswold son las mismas que se hacen hoy en día en el debate alrededor del matrimonio entre personas del mismo sexo: si la respuesta no es la procreación, ¿cuál es el sentido y el significado del matrimonio?, ¿cómo definir la sexualidad de las mujeres sin pensarla exclusivamente en relación a la reproducción?
Así como la píldora separó el sexo de la reproducción, el matrimonio entre personas del mismo sexo amenaza con finalmente separar el género del matrimonio (esto no quiere decir que los homosexuales y las lesbianas nunca asuman roles de género en sus relaciones, sino que el matrimonio entre personas del mismo sexo revela la mentira que es decir que el género está directamente relacionado con el sexo biológico).
El abogado que la semana pasada argüía frente a la Corte Suprema de los Estados Unidos admitió que “la mayor preocupación [de quienes se oponen al matrimonio entre personas del mismo sexo] es redefinir el matrimonio como una institución sin género. Pensemos en eso un momento.
Los que se oponen al matrimonio entre personas del mismo sexo rechazan la idea de que el matrimonio deba ser definido como una institución “sin género”. ¡El feminismo ha estado argumentando por un matrimonio sin género —por un matrimonio igualitario—durante décadas!
En su mayoría este enfoque ha enfatizado la igualdad dentro del matrimonio —en cuestiones de trabajo doméstico, crianza de los hijos y satisfacción sexual—. El matrimonio entre personas del mismo sexo es el siguiente paso en la lucha por la igualdad marital, pero también en la lucha más amplia por la igualdad de género.
Así que, sí, el matrimonio entre personas del mismo sexo sí amenaza el matrimonio tradicional, y por eso es que hay una resistencia tan vigorosa como la que hubo (hay) hacia los derechos de las mujeres y los derechos civiles de los afroamericanos. No es sólo una cuestión del “derecho a la privacidad” o de “vive y deja vivir”, aunque estemos intentando argumentarlo así.
Es mucho más radical que eso. Oponerse al matrimonio entre personas del mismo sexo es oponerse a medio siglo de redefiniciones y retos feministas al matrimonio tradicional que nos han traído a este momento histórico.
Para citar a Ellen DeGeneres una última vez, “preguntar quién es ‘el hombre’ y quién es ‘la mujer’ en una relación entre personas del mismo sexo es como preguntar cuál de los palillos chinos es el tenedor”.
*Todas las cursivas, negritas y mayúsculas son del original (nota de la traductora).