Crónica de un viaje a las Velas en Juchitán (Oaxaca – México), las fiestas tradicionales de esta región, en donde las muxes -o aquellas personas nacidas con características masculinas que viven en femenino- se abrieron un lugar estelar.
Por Iván Martínez*
Fotos Luna Patricia
Llegamos a Juchitán (Oaxaca, México) poco antes de las cuatro de la tarde de un viernes 15 de noviembre. El calor no estaba tan sofocante como lo esperaba y el cansancio por no haber dormido había desaparecido. Quizás era la emoción de vivir por primera vez la Vela muxe, en las fiestas tradicionales de esta región.
En 2025 se cumplen veinte años del estreno del documental que me hizo conocer y fascinarme por la cultura zapoteca del Istmo de Tehuantepec, y en particular por la muxeidad: “Muxes: auténticas, intrépidas, buscadoras del peligro” (Alejandra Islas, 2005). (Ver: Brigitte Baptiste, una navegante del género).
Desde entonces había querido venir, pero tenía que esperar a que apareciera Ángel, una especie de príncipe tehuano que me ha enseñado y trasladado a su cultura desde la noche en que nos conocimos y en la que comenzamos a planear este viaje.
Las muxes son el tercer género reconocido en la cultura zapoteca del Istmo: aquellas personas nacidas con características físicas masculinas que viven el rol tradicional femenino.
Las muxes no son bienvenidas en todas las Velas, las fiestas tradicionales de esta región de Oaxaca. Ni siquiera en Juchitán, en donde vive la mayoría.
Ese documental y la presencia pública de Amaranta Gómez, la referente muxe para mi generación al haber sido la primera candidata trans al Congreso federal en 2003, implantaron una idea romantizada sobre las muxes que difiere de la realidad. (Ver: “Soy La Poderosa, soy masculina y soy femenina”).
Las muxes, el tercer género reconocido en la cultura zapoteca del Istmo, aquellas personas nacidas con características masculinas que viven el rol tradicional femenino no son bienvenidas en todas las Velas, las fiestas tradicionales de esta región de Oaxaca. Ni siquiera en Juchitán, en donde vive la mayoría. (Ver: “Mi cuerpo es un tanque de guerra pintado de rosa”).
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Ángel, por su parte, es un joven dentista recién egresado que diseña indumentaria tradicional del Istmo y ocasionalmente hace drag. Yo, que he vivido inmerso en el mundo de la música clásica, sabía del respeto y pasión de mis colegas de Oaxaca por sus culturas y tradiciones, por lo exigentes que pueden ser al hablar de su comida o de lo detallistas que pueden ser al hacer, reconocer o juzgar sus artes. Escuchar hablar a Ángel con esa misma pasión y conocimiento, me cautivó. Sería la mejor compañía. (Ver: El gozo de ser queer).
Con el pasar de las semanas, por el perfeccionismo de Ángel, fui suponiendo lo que serían las noches anteriores al viaje. La vanidad está en su ADN tehuano. A la Vela se va a lucir, había que estar impecable. Cada detalle es perceptible.
La noche del jueves no dormimos dándole los últimos detalles al look que preparaba para la Vela. Y lo hicimos poco en el trayecto de seis horas de la ciudad de Oaxaca a Juchitán, en una carretera que no es la más cómoda. Pero sólo fue pisar la ciudad y me trasladé a otro universo en donde me mantuvieron despierto la fascinación, la fiesta y el amor. (Ver: Miluska Luzquiños, transfeminismos por los caminos del Perú).
“Sólo fue pisar la ciudad y me trasladé a otro universo en donde me mantuvieron despierto la fascinación, la fiesta y el amor”.
En 2021, las Velas fueron declaradas Patrimonio Cultural de Oaxaca.
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Las Velas tradicionales suelen hacerse en mayo, aunque ocurren todo el año. Son una especie de festividad que combina elementos laicos con otros religiosos. Suceden en todo el Istmo y cada pueblo tiene sus reglas y particularidades, como las vestimentas y peinados que he aprendido a identificar. En 2021, las Velas fueron declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial de Oaxaca.
Las de Juchitán duran tres días. Esta comenzó el viernes con la “Regada de frutas”, un desfile vespertino por las calles de la ciudad cuyo punto de partida suele ser la casa de la reina que será coronada. (Ver: Transfeminismos latinoamericanos: sororidad, resistencia y cambio social).
Al día siguiente fue la Vela misma, la gran fiesta que dura toda la noche. Y el tercero se llevó a cabo la “Lavada de ollas”, una reunión tradicional posterior a las fiestas o una noche más de celebración donde se reconoce a la reina del año próximo. La Vela de las muxes se celebra el tercer fin de semana de noviembre.
El sábado por la mañana también hubo una misa en la parroquia San Vicente Ferrer, santo patrono de Juchitán. La leyenda reza que el Santo viajaba con tres bolsas de semillas: en una llevaba las masculinas, en otra las femeninas, y en una tercera, que “accidentalmente” se rompió cuando pasaba por aquí, una mezcla de ambas, lo que explica la presencia de ese tercer género en la ciudad. (Ver: Nix: mi lucha es ser yo, mi esencia).
Incluso dentro de su propia cultura, las muxes deben mantenerse al margen de las festividades religiosas. En Juchitán, sin embargo, la cosa puede ser distinta. Al ser la ciudad más grande de la región es también la sociedad más permisiva, si cabe la palabra. (Ver: Artivismo transfeminista: el arte de la resistencia).
Una permisividad que se hace palpable en la comida y más visible en los detalles y variedades de las ropas tradicionales que se ven por las calles. Una flexibilidad que permitió que aquí las muxes se organizaran. (Ver: En Chocó, gais y lesbianas se reinventaron el activismo).
Las muxes en Juchitán pudieron ser más aguerridas. Hay un guiño a ello en la serie “El secreto del río” (Netflix), una historia sobre la muxeidad y la amistad ubicada en Tehuantepec, una sociedad más conservadora que sigue sin permitir la entrada de las muxes a sus Velas tradicionales. “Va a terminar pasando lo que pasó en Juchitán: las muxes hicieron su propia Vela y ya”, dice uno de los personajes.
La Vela de las muxes se celebra el tercer fin de semana de noviembre.
En 2025 se celebran los cincuenta años de esta, la Vela de las Auténticas Intrépidas Buscadoras del Peligro, que Oscar Cazorla -la patriarca de las muxes juchitecas- fundó y organizó. Lo que comenzó en un pequeño salón, es hoy una gran fiesta de la diversidad que se celebra en un espacio abierto a donde llegan alrededor de ocho mil personas de México y el mundo. (Ver: “Crucé la frontera en tacones”).
Parece un paraíso. Sin embargo, la discriminación y la violencia siguen presentes. Cazorla fue asesinado en febrero de 2019 en un crimen de odio que sigue impune. Y las noticias de transfeminicidios, que en México se dan a conocer con regularidad, se situaron en varias ocasiones en el Istmo durante los meses y semanas previas a la Vela.
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Me sentí bienvenido desde mi llegada. El señor Ricardo, nuestro anfitrión de Airbnb, fue incluso más amable desde que supo la razón del viaje. Los lugares de comida en el mercado municipal a donde acudíamos identificaban a una “pareja gay” y la razón de su visita y nos llovían los comentarios de festejo (o “de envidia de la buena”, pues bailaríamos con Rayito Colombiano, el headliner del cartel).
Buena parte de la economía local está basada en la cultura de la fiesta y esta Vela agota la disponibilidad de hoteles con meses de anterioridad. Los puestos de trenzas y listones especializados para peinados, la infinidad de lugares para comprar guayaberas o la disposición de ramos de flores naturales ya listas para usarse en el tocado tradicional, son otras muestras de esto.
Pude haber venido solo a Juchitán. Para entrar a la Vela y la Lavada basta con pagar el cartón de cervezas para luego acercarse a un puesto en donde ubicarse. Pero hacerlo con Ángel me hizo vivir el sueño en situación de privilegio. Lo amigable se volvió familiar. (Ver: Amara Moira: literatura en tránsito).
Viví la Regada arriba de una de las carretas que encabezan el desfile. Durante el recorrido la algarabía era total y cuando bajamos, nos unimos con otras amistades a la sociedad juchiteca que seguía gritando “¡vivas!” por las Intrépidas, por la muxeidad y por Juchitán.
Ángel eligió para la gran fiesta asistir en drag, con el look en cuatro partes (tocado, falda, corsé y cauda y dos pequeños collares para variar) que terminamos la madrugada anterior al viaje. Y para la Lavada, portar un traje tradicional de tehuana, el más elegante y aplaudido que haya visto durante las fiestas.
Aunque ya me había contado que en esta Vela suele festejarse la diversidad y la autenticidad, yo le he pedido vestir “tradicional”. Asistí primero con guayabera negra y pantalón café, portando en el pecho un broche de oro suyo adornado con palmitas y paliacate blanco con detalles dorados, tradicional, pero con variaciones que no serían permitidas en una Vela tradicional, como las de Tehuantepec, donde él nació y creció.
Y después vestí en rigurosos pantalón y zapatos negros, guayabera blanca lisa, paliacate rojo y sombrero, una combinación que intentó estar a la altura del traje de gala que llevaba Ángel. No logré convencerlo de portar las flores de su peinado al lado derecho, pero intuyo que lo hicimos bien por las fotos que nos pedían como pareja.
Durante la Vela, estuvimos ubicados en el puesto de Braulio Luna, un joven reconocido entre la sociedad juchiteca, sobre todo la artística y la muxe, y perteneciente a una nueva generación que reivindica la muxeidad por encima del concepto LGBTIQ. Ser muxe es más que una expresión sexual, es también una cultural y además política. (Ver: Mujeres trans, migrar para descubrirse).
La casualidad nos puso al lado de la mujer que atendía el puesto contiguo. Y tras elogiar a Ángel, surgió una breve conversación en la que comenzó a contar: “he venido desde los diez años” para, ante nuestra sorpresa, agregar: “mi tío fue Oscar Cazorla”.
De lo que siguió me quedé con dos ideas: a ella y a sus primas Cazorla las trajo desde niñas, no a sus sobrinos varones. Por otro lado, para ella el cambio más significativo que ha visto al transcurrir los años, es la presencia cada vez más amplia de mujeres en la Vela, incluida las de parejas de lesbianas.
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Efectivamente, la mayoría de quienes acuden en pareja son hombres gais, mujeres lesbianas o parejas cisgénero – heterosexuales. Pocas muxes acuden con un hombre al lado y nosotros mismos fuimos festejados como pareja cuando la expresión de amor pasaba con naturalidad del baile al beso.
Yo termino la noche sintiéndome especial, cuidado, soñado, flotando… Quiero pensar que la Vela muxe puede hacer eso con todas las personas. Pienso en Cazorla y en lo que nos tiene aquí medio siglo después. Y pienso que falta. Y despierto. Y sé que no fue un sueño. Y agradezco.
* Iván Martínez ha centrado su trabajo periodístico en la reseña y la entrevista. Fundó y dirigió la revista L’Orfeo, escribió por nueve años la página de crítica musical del suplemento cultural Confabulario y ha sido titular de diversos espacios en Radio UNAM. Además de la música clásica, sus intereses están en el teatro y la cultura LGBTIQ.
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