Mónica Estefanía Chub, mujer trans, católica e indígena de Guatemala

Como mujer trans e indígena, la guatemalteca Mónica Estefanía Chub, enfrenta constantemente dos formas de discriminación: una por su identidad de género y otra por su identidad étnica y cultural.

Para poder remar todos los días contra la violencia y la exclusión, Mónica toma fuerzas de la indignación que todo esto le produce, pero también del apoyo que le ha ofrecido su familia, en particular su mamá, desde que se reconoció como una persona diversa, aún siendo una niña. (Ver: “Dejemos que nuestros hijos vivan su vida y no nuestros sueños”).

Mónica es una de las primeras mujeres trans indígenas en liderar el activismo por los derechos humanos de la población LGBTIQ en Guatemala. Y lo hace desde el territorio rural, donde la desinformación sobre las personas trans y la diversidad sexual es aún mayor que en los centros urbanos. (Ver: El riesgo de ser LGBT o mujer en Honduras).

Desde Cobán, municipio del departamento Alta Veracruz a seis horas de Ciudad de Guatemala, Mónica habló con Sentiido de lo que significa ser una mujer trans e indígena en su país y en su región y de cómo ejerce su trabajo en defensa de los derechos humanos de las mujeres trans pero también de los indígenas, las mujeres en general y las comunidades rurales que luchan por cosas tan elementales como el derecho al agua. (Ver: La fuerza de Lola Dejavu).

Como la mayoría de los pobladores de Cobán, que significa “entre nubes”, Mónica es maya. Se crió en medio del bilingüismo entre el maya q’eqchi’ y el español, en el seno de una familia católica practicante en una región conservadora y machista. Su padre murió cuando ella tenía 10 años y desde entonces su mamá se hizo cargo de Mónica y sus hermanos, otra mujer y dos hombres. (Ver: “Ser trans es como estar en peregrinación”).

“Desde muy niña supe de mi identidad de género aunque en ese momento no supiera cómo nombrarlo. En una ocasión que tuve que ir a un centro de salud, terminé hablando con la doctora sobre lo que sentía  y ella llamó a mi mamá y le explicó de una manera muy tranquila”.

En realidad, dice, toda su familia ya lo sabía, sólo hacía falta confirmarlo. “Recuerdo que ese día mi mamá dijo: ‘es mi hijo, Dios me lo dio así y no soy quien para juzgarlo y menos para discriminarlo’ y desde entonces, mi mamá siempre me ha apoyado”, afirma Mónica. (Ver: “El amor por mis hijos estaba por encima de lo que decían en la iglesia”).

Aún hoy cuando llegan a la casa personas que han sido rechazadas por sus familias debido a su identidad de género o a su orientación sexual, la mamá de Mónica les ofrece un abrazo maternal y repite lo que dice desde ese día en que supo que tenía una hija trans: “como madre, no podría jamás juzgar ni discriminar a mi hija, eso es algo que a Dios no le gustaría”. (Ver: “Lo de menos es que mi hijo sea gay, lo importante es él como ser humano”).

Mónica y su familia continúan siendo católicos practicantes y son las primeras en afirmar que la violencia contra las personas LGBTIQ desafía el mandato de amor del cristianismo. (Ver: ¿A quién hay que pedirle permiso para amar a Dios?).

Además de su mamá, Mónica contó en su camino con un apoyo inesperado pero fundamental. A los 16 años de edad, debido a la precaria situación económica de la familia, Mónica se fue a trabajar como empleada en una casa de familia. Allí hacía los oficios caseros además de mandados y diligencias. (Ver: Una empleada del servicio doméstico en Colombia).

Su empleadora resultó ser una mujer de mentalidad abierta y solidaria que le terminó de dar el impulso que necesitaba para atreverse a tener la expresión de género que siempre había soñado. (Ver: Orgullosamente trans).

“Recuerdo que ella me preguntó: ‘¿tú cómo te identificas?’ ‘¿cómo quieres verte?’. Y yo empecé a contarle que me gustaría usar ropa femenina, perforarme las orejas, tener el pelo largo, porque hasta entonces mi aspecto no reflejaba lo que yo sentía. Ella me dijo, ‘pues si eso es lo que quieres, hazlo, yo te apoyo”, recuerda.

Al poco tiempo hubo un evento de belleza en el que Mónica quería participar. Pero si lo hacía tendría que atreverse a asumir una expresión de género femenina públicamente. “Ahí fue que empecé con mucha decisión a hacerme visible, a dejar la ropa masculina y a decir ‘ya no más, tengo que liberarme, tengo que salir, tengo que ser yo’”. (Ver: Mujer trans, pastora evangélica y mamá).

La falta de acceso a la educación y al empleo son dos de los factores más importantes que refuerzan los ciclos de exclusión, situación que se agudiza cuando además de ser personas trans son indígenas, porque enfrentan el racismo estructural.

Y a pesar de que hay una propuesta de ley de identidad de género que busca reconocer los derechos de las personas trans e incidir directamente sobre la desigualdad que viven, en simultánea se tramita otro proyecto que bajo la fachada de proteger a la niñez y adolescencia de los “trastornos de la identidad de género”, en realidad refuerza la patologización de las personas con identidades de género y orientaciones sexuales diversas. (Ver: “Vivo cada día con miedo”).

“Todos los días, al salir a la calle, enfrentamos comentarios y agresiones”, dice Mónica. Los comentarios demuestran la ignorancia frente al tema de la diversidad sexual y de género y esto ha hecho que para ella, a pesar del respaldo de su familia e inclusive del acogimiento de su iglesia, no haya sido fácil ejercer su labor activista en las áreas rurales de Cobal, donde poco o nada se sabe de estos temas. (Ver: Diversidad sexual y de género: lo que se dice vs. lo que es (I parte)

“Ha sido muy difícil entrar a las comunidades para hacer pedagogía. Son espacios muy conservadores, religiosos y tradicionales, además de machistas. Muchas veces incluso me reciben con un cuestionamiento personal y me dicen: ‘¿tú qué eres?’.

Por eso mismo, agrega, es tan importante llegar allá y hablar con las personas, explicarles, informarles. “Es muy diferente hablar con gente en una ciudad donde todo el mundo tiene un teléfono inteligente y acceso a información que hacerlo en lugares tan apartados. Algo que me ha ayudado mucho es poder entrar en esos lugares y hablarles a las personas en nuestro idioma materno porque si lo hiciera en español sería aún más complicado”, afirma Mónica. (Ver: Diversidad sexual y nuevas alternativas espirituales).

En su trabajo en la Asociación Gente Positiva y Oficina de Derechos Humanos de Alta Verapaz, Mónica realiza varias actividades. Por un lado, visita las comunidades rurales para hacer un trabajo de pedagogía sobre derechos humanos de las personas LGBTIQ, también les ofrece apoyo a aquellas personas que han sido rechazadas por sus familias o enfrentan algún tipo de discriminación por su orientación sexual o su identidad de género. Adicionalmente, hace trabajo de incidencia política en espacios públicos y oficiales y trabaja por las personas que viven con VIH/Sida. 

Siempre está, megáfono en mano, poniendo la cara como ella misma lo dice. Este activismo no está exento de riesgos pues, a pesar de que se ha logrado mantener firme en su comunidad y hacer caso omiso a amenazas que han llevado a otras mujeres trans a desplazarse, no deja de moverse en medio de un ambiente hostil en el que recibe insultos en la calle desde que pone un pie fuera de su casa. 

“Es una lucha grande y constante, cuesta, cuesta mucho”, dice, pero no pierde el optimismo ni la sonrisa a la hora de abordar a las comunidades rurales o en los espacios urbanos en los que tiene una presencia de incidencia política y en los movimientos sociales. 

Mónica está convencida de que los activismos deben interrelacionarse, a ella no sólo le importan los derechos de las personas LGBTIQ sino también los de las mujeres, las comunidades indígenas y las infancias. (Ver: Transfeminismos latinoamericanos: sororidad, resistencia y cambio social).

“La lucha social es de todas, todos y todes. Tenemos derecho a la tierra, al agua, a la libertad, no podemos concebir nuestros movimientos de una manera aislada. Por eso es que el transfeminismo es parte del feminismo y por eso es tan doloroso que entre nosotras mismas nos cuestionemos, nos excluyamos. Desafortunadamente, me ha tocado enfrentar fuertes discriminaciones de compañeras feministas que hasta niegan mi existencia”, dice. (Ver: Qué es el transfeminismo en América latina).

Para poder mantener esta lucha sin tregua Mónica se refugia en su familia, ahí es donde recarga baterías y se llena de fuerza. También acude a su mundo espiritual, tanto de la tradición católica como dentro de su conocimiento ancestral indígena. “Les pido mucha protección a mis ancestros”, finaliza.

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