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marcha por la vida

“Muchas personas antiderechos hablan de ‘defender la familia’, pero rechazan a sus hijos LGBTIQ”

Muchas personas que se oponen a la diversidad sexual y de género hablan de “defender la familia”, pero atacan y dividen a sus propias familias al rechazar a sus hijos LGBTIQ.

Dios no castiga ni con palo ni con rejo”, dice una frase popular que, en el caso de Carlos Polo Samaniego, sí que tiene sentido. Todo empieza con una historia de amor entre Carlos y Cecilia Rocío Villanueva Chávez quien, como él, es peruana y vive en Lima.

Los dos crecieron en familias católicas y asistieron a colegios confesionales. “Mi mamá aprendió desde muy chiquita a rezar el rosario y a vivir al pie de la letra la doctrina católica. Era de las personas que no faltaba a misa y que siempre comulgaba, pero tenía prácticas racistas y clasistas”, recuerda Cecilia. (Ver: “El amor por mis hijos estaba por encima de lo que decían en la iglesia”).

Como era de esperarse, su mamá la llevaba a misa a ella y a sus hermanos todos los domingos. “Y en unos retiros espirituales del colegio me cuestioné si yo tenía vocación religiosa”, agrega.

El sacerdote que lideraba estos espacios la contactó con la comunidad de Las hijas de San Pablo. “Una religiosa se dio cuenta de que yo siempre buscaba libros de vocación y me invitó a participar en su comunidad. Después me invitó a otra congregación de clausura, a las afueras de Lima. Y también conocí una tercera congregación, la Franciscana Misionera”.

“La espiritualidad fue muy importante para mí en la adolescencia y juventud”, Cecilia.

“Carlos tiene una hija de la misma edad de nuestro hijo producto de una infidelidad cuando estábamos casados”, Cecilia.

Pero un día, en una catequesis en la periferia de Lima, donde vive gente muy pobre, Cecilia conoció a Carlos. “Yo formaba parte de un movimiento católico, la pastoral universitaria, e íbamos los domingos a esas zonas a dar catequesis. Carlos era el que dirigía la actividad y me deslumbró. Yo decía:¡este hombre sabe tanto y es tan religioso, tan bueno y tan humilde!’”. Así que al año y medio se casaron, un 25 de marzo, el día de la Anunciación a la Virgen.

Los primeros años de casados se vincularon como voluntarios a la Comisión de Familia de la Conferencia Episcopal Peruana. Participaban en reuniones junto a otros matrimonios, sacerdotes y personas que hablaban sobre divorcio, eutanasia, métodos de planificación y aborto. (Ver: Los argumentos que sustentan la despenalización del aborto en Colombia).

Para ese entonces, Carlos formaba parte del movimiento conservador Sodalitium Christianae Vítae (SCV) o Movimiento de Vida Cristiana, desde donde se contactó con la organización conservadora Human Life International en la que empezó a trabajar como voluntario y a la que después se vinculó formalmente. (Ver: Los pasos de gigante de la avanzada conservadora).

Después de cinco años y medio en los que Cecilia intentó quedar embarazada, nació Carlos. Fue, entonces, cuando ella sintió de manera más marcada las diferencias con su esposo. Se separaron. Carlos siguió trabajando contra el aborto, liderando la denominada “marcha por la vida” y participando tras bambalinas en el movimiento “Con mis hijos no te metas”.  (Ver: El género existe y no es una ideología).

Estas marchas son muy exitosas porque cuentan con muchos recursos económicos. Sus organizadores contratan buses para llevar gente que ni sabe bien a qué va. Cuando les preguntan, solo dicen: ‘Dios creó varón y mujer’”, señala Cecilia.

De hecho, hace unos años Carlos recibió un premio en Italia porque “la marcha por la vida” de 2016 en Perú fue la más multitudinaria a nivel mundial de todas las realizadas ese año. “Él es un estratega, un lobista que contacta a los congresistas, los invita a comer y los jala para su lado”, explica Cecilia. (Ver: La tal ideología de género, ¿de dónde viene y para dónde va?).

“Las familias que no he podido ayudar son en las que hay papás o mamás evangélicos. Las personas LGBTIQ se han ido de estas casas para no seguir siendo violentadas o no ser enviadas a una de las llamadas ‘terapias de conversión’”, Cecilia.

“Creo en Dios, confío en Él, pido su ayuda, agradezco lo que recibo, lo bueno y lo malo, así como cada día de vida”, Cecilia.

Una vez separada, Cecilia continuó asistiendo a misa por ser una de las actividades que hacía con sus papás. “Yo seguí con la Iglesia dos años más, hasta que no pude más porque el padre criticaba la homosexualidad y el matrimonio igualitario. El cardenal Cipriani se refería a las personas homosexuales como ‘mercadería fallada‘”. (Ver: Más razones para hablar de religión y diversidad sexual).

Ahora, cree en Dios, pero no en los líderes religiosos que desconocen el amor de Dios. Por eso dejó atrás a la Iglesia católica. Desde 2016 no practica ninguna religión. Siente simpatía por el budismo, pero tampoco ha frecuentado un grupo. (Ver: “El budismo me salvó”).

“Mi familia actual está conformada por mis dos hijos, Carlos, de 29 años y Alonso, de 23, producto de mi segunda relación, mis dos perritas y yo”, Cecilia.

Desde que era un niño, Cecilia notaba algo distinto en Carlos, su hijo, quien estudiaba en un colegio masculino del Sodalicium por decisión de su entonces esposo. (Ver: Bullying escolar LGBT: más fuerte y dañino).

Había algo que yo veía con ojo de mamá y de psicóloga: mi hijo era muy diferente a los niños de su edad. Era muy serio e introvertido tanto en el colegio como en la casa. Nunca sabía qué estaba pensando. En el colegio no socializaba. Cuando era adolescente, un día le dije: siento que en esta casa vive un inquilino al que le doy alimento, pero a quien no conozco. Él me miraba y se quedaba callado”. (Ver: “La vida y Dios me premiaron con un hijo gay”).

Tampoco le gustaban los deportes ni la actividad física. “Lo matriculé en clases de karate, como la típica mamá de un chico homosexual, para que se volviera más brusco. Más adelante, conversando con otras mamás, me di cuenta de que todas hemos intentado lo mismo”. A Carlos le gustaba escribir y escuchar ópera por influencia de su abuela. “Era un chico más intelectual y orientado a lo cultural. Académicamente le iba muy bien”. (Ver: Nix: mi lucha es ser yo, mi esencia).

En tres ocasiones Cecilia le comentó a Carlos, su ex, que ella creía que su hijo era homosexual. “Me ignoraba porque él me veía con actitud de superioridad. Carlos asumía que él era el inteligente y yo la bonita de la relación. Incluso decía, supuestamente en broma, que mi hijo había salido con su inteligencia y con mi belleza. Yo en esa época sentía esa frase como un halago. Me quedaba en el análisis superficial, sin ir a lo que realmente había detrás”. (Ver: “Cuando los hijos salen del clóset, los papás entran en él”).

Cuando Cecilia le hablaba de la sospecha que tenía sobre la orientación sexual de su hijo, su entonces esposo le respondía: “Ay, no Cecilia, tonterías”. “La primera vez que se lo dije Carlos tendría siete años, después cuando tendría 13 o 14 y también cuando tenía 16. Ahí ya más molesto me dijo: ‘por favor Cecilia, es mi hijo, yo lo conozco. Nada que ver’”. (Ver: “Dejemos de decir que no queremos hijos LGBT”).

“Como muchas mamás de personas LGBTIQ, yo también pasé por una fase de culpa por sentir que no supe apoyar a mi hijo desde el principio”, Cecilia.

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Cecilia Rocío Villanueva Chávez nació en Lima, Perú, y tiene 56 años. Es licenciada en Psicología y está dedicada a la Psicología Organizacional, especialmente a la selección de personal.

Cuando Carlos, hijo, cumplió 18 años, un domingo, le dijo a Cecilia: “tú me dijiste que cuando cumpliera los 18 años podía decidir si ir o no a misa, así que a partir de hoy no voy a misa porque soy agnóstico”. Cuatro meses después, una noche de 2013, Cecilia y su hijo tuvieron la siguiente conversación:

Mami, ¿qué dirías si yo te digo que me gustan los chicos y no las chicas? – preguntó Carlos.
¿Qué voy a decir? ¡Nada! Tú eres un ser humano al que le gusta otro ser humano, ¿cuál es el problema? – respondió ella.
Pero es que tú eres católica practicante y eres responsable en la parroquia de la Pastoral Familiar -le dijo Carlos, teniendo en cuenta que con su segundo esposo Cecilia se acercó de nuevo a la Iglesia católica (hasta 2016) apoyando los encuentros matrimoniales.
Sí ¿y cuál es el problema? – preguntó ella.
Que para la Iglesia católica la homosexualidad está mal – señaló Carlos.
Bueno, eso será para la Iglesia Católica, pero Dios es amor. Tú eres un milagro de vida y una bendición de Dios – le dijo Cecilia.
Si yo hubiera sabido que esa iba a ser tu respuesta, te lo hubiera dicho mucho tiempo atrás. ¡Hay tantas cosas que quiero contarte!– le respondió Carlos mientras la abrazaba.

Desde ese día la confianza aumentó y su relación cambió porque ya no hay secretos entre ellos sino un diálogo abierto. “Conocí realmente a mi hijo y lo amé igual o más”. (Ver: Mauricio Arévalo: Podemos aprender a vivir con la diferencia).

Después, Carlos le contó que se había demorado en abordar el tema con ellos porque tenía miedo de que lo llevaran a las mal llamadas “terapias de conversión”. Por eso, dijo, era tan reservado. Pero después de hablar con ella Carlos se veía y se sentía más libre, se había quitado un peso de encima. (Ver: Esto no es terapia).

Yo no viví mi adolescencia porque tenía miedo a las terapias de conversión y a perder mi casa, no me atrevía a nada. Vivía encerrado en mí mismo. Siento que perdí gran parte de mi vida”, recuerda Carlos. (Ver: Ser homosexual y ser feliz).

Además, por ser un chico tan callado vivió bullying escolar. “Yo tenía tanto miedo que mi forma de relacionarme era no relacionándome. Tenía miedo de que, si comenzaba a abrirme, se iban a dar cuenta. Entonces trataba de no hablar mucho, de no participar”. (Ver: Bullying: ni inofensivo ni normal).

Al mes de haber hablado con Cecilia, le dijo: “Mami, en Lima hay un movimiento de familias. Las mamás se reúnen una vez al mes, ¿quieres ir?”. “Por supuesto que sí”, respondió ella. Y así fue como Cecilia empezó su camino de ser una mamá activista. (Ver: Medellín les da la bienvenida a las familias diversas).

En 2013, la 4.ª Convención de la Asociación Internacional de Familias por la Diversidad Sexual, tuvo lugar en Perú. “Participé, pero todavía no entendía muy bien la importancia de la visibilidad, de las marchas, de salir a las calles con las banderas. Poco a poco lo fui aprendiendo”, recuerda. (Ver: 9 miradas a las marchas LGBT de Colombia).

“Soy una rebelde de causas justas”, Cecilia.

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En 2013, Carlos, el hijo mayor de Cecilia, le dijo que era agnóstico, cinco meses después que era gay y tres meses más tarde que iba a ser vegano.

En 2016, en la convención de familias que se llevó a cabo en Costa Rica, Cecilia conoció a una mamá activista de Brasil, quien le dijo: “Cecilia, yo veo potencial en ti. Tenemos que hacer algo latinoamericano y sólo de madres”. “Me ilusioné más que con mis dos matrimonios, con poder ser la voz de tantas mamás”, dice Cecilia. Fue así como en 2017 nació el Movimiento Latinoamericano de Madres de Hijos LGBTIQ. (Ver: “Dejemos que nuestros hijos vivan su vida y no nuestros sueños”).

Al regresar a Perú Cecilia le dijo a su hijo que salieran juntos a la marcha del orgullo LGBTIQ, le contó que ella había visto en Costa Rica un cartel que decía: “soy la mamá de un hijo gay” y al lado uno que decía: “Yo soy el hijo gay”. Pero Carlos le propuso, mejor, hacer un cartel con el logo de la llamada “marcha por la vida”, el movimiento que lidera su papá, con la frase: “esta mamá marcha por la vida de su hijo homosexual”. La foto de ellos en la marcha con ese cartel se hizo viral lo que les trajo mayor visibilidad. (Ver: “Tener una hija lesbiana es un orgullo para mí”).

Yo aproveché ese momento para crear un grupo en Facebook de apoyo a madres, que es parte de mi activismo”. A esto se sumó que, en marzo de 2017, al año siguiente de la convención de Costa Rica, Cecilia tenía listos los estatutos y las escrituras del Movimiento Latinoamericano de Madres de Hijos LGBTIQ. (Ver: “La vida me preparó para tener un hijo gay”).

Es para madres porque en el 80% de los casos las mamás quieren apoyar a sus hijos y son más los papás que dicen que, de hacerlo, se separan o se van de la casa”. Empezaron en nueve países de Latinoamérica. Ahora están en 14.

Para la muestra, dos meses antes de que Carlos hablara con Cecilia, ya lo había hecho con su papá. Y la primera reacción de él fue evitar el tema. Ignorarlo. “Después, Carlos papá me propuso llevar a nuestro hijo a un psiquiatra. Él eligió a uno del Sodalitium Christianae Vítae”, recuerda Cecilia.

Al llegar, el psiquiatra conversó a solas con Carlos hijo. Después le pidió que se saliera y Cecilia entró. “Me dijo: Carlos no es homosexual. Es bipolar. Y por eso es tan introvertido y por eso en ciertos momentos cree que le gustan los chicos, pero no, él es bipolar y esa bipolaridad la ha heredado de ti. Abrió su cajón, me dio una receta y unas pastillas, unas muestras médicas que él tenía. Cuando salimos y nos subimos al carro del papá, le dije delante de mi hijo: yo aquí no regreso y mi hijo no va a tomar ninguna medicina”.

Cuando terminó el colegio Carlos quería estudiar diseño en la Universidad Católica, más liberal, pero Cecilia le propuso estudiar en un instituto donde la matrícula resultaba más económica.

Fue, entonces, cuando Carlos papá dijo: “no, un instituto no, yo te puedo pagar la universidad”. Pero cuando Carlos hijo empezó a hacer activismo, su papá le dijo: “si sigues haciendo activismo no te pago más la carrera”. (Ver: Cómo y para qué apostarle al activismo)

“Yo veo una doble moral en que Carlos Polo Samaniego lidere una ‘marcha por la vida’ y discrimine a su hijo, que ya nació, por ser homosexual”, Cecilia.

Esta es la historia de una mamá que marcha por la vida…De su hijo homosexual.

Carlos le respondió que dejaría de hacer activismo porque necesitaba seguir estudiando pero que sus convicciones seguían intactas. Sin embargo, un día que Carlos papá vio unas fotos de su hijo haciendo activismo, le quitó todo el apoyo económico. “Y obviamente me culpó diciéndome: ‘ahí está lo que tú apoyas’”, recuerda Cecilia.

Después de unos meses volvió a pagarle la universidad, pero Carlos no dejó de hacer activismo. Para la muestra, en enero de 2014, una activista publicó en Facebook que había tres personajes que, siendo ultraconservadores, tienen hijos LGBTIQ. Incluyó a un “antropólogo dedicado a trabajar para una ONG antiderechos”, es decir, Carlos papá. Él llamó inmediatamente a su hijo y le dijo: “en su post de Facebook tu amiga nos está insultando a los dos. Llámala y dile que si en realidad es tu amiga borre esa publicación”.

Carlos le respondió que leyó la publicación y los comentarios y que no vio ningún insulto. “Está diciendo hechos verdaderos y verificables. Además, ella puede decir lo que quiera en su Facebook tal como tú también lo haces”. Y la respuesta de él fue: “piénsalo bien, porque si tú no le pides que borre esa publicación, ¿quién te va a pagar tu universidad?”. Y cumplió la amenaza. Carlos hijo lo citó a conciliar judicialmente y allí su papá se comprometió a seguir pagando sus estudios.

Al año siguiente, en 2015, Carlos hijo fue a una de las llamadas “marchas por la vida” con un cartel que decía: “ayer yo marché obligado por mi colegio”, porque, según explica, muchos niños y niñas asisten a estas marchas obligados por sus colegios para que resulten multitudinarias. Lo cierto fue que ese día de la marcha fue la gota que derramó la copa porque Carlos, una vez más, le dijo que no le pagaría la universidad. (Ver: ¿Cómo responder a los insultos en redes contra las personas LGBTI?).

Carlos finalmente vive tranquilo y feliz, pero sabe que esa no es la realidad de muchas personas LGBTIQ, sobre todo de las que son económicamente dependientes de sus papás, como alguna vez lo fue él y por eso es activista. (Ver: Encuesta Somos. Contamos: Experiencias de jóvenes LGBTQ en Colombia).

Estoy convencida de que así seamos minoría estamos en el lado correcto de la historia. Lo más importante es ser visibles para que la gente sepa que yo soy un espacio seguro. Antes afirmaba que la Biblia dice que hay que hablar del evangelio a tiempo y a destiempo. Ahora que el activismo es mi evangelio, también lo haré a tiempo y a destiempo a donde vaya. Hay quienes me dicen ‘pero van a creer que tú eres lesbiana’. No lo soy, pero si lo creen, no importa porque vivo la diversidad con orgullo. Muestro los colores para que las personas que todavía están en el clóset sepan que hay una vida posible fuera de él”, concluye Cecilia.

“Yo una vez confronté a Carlos, mi ex, y le dije: ‘tú que te dices tan católico, un día vas a estar frente a Dios y Él te va a decir: yo te di un hijo, ¿qué hiciste con él?’”, Cecilia.

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