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Ni hombre ni mujer: persona no binaria

Ni hombre ni mujer: persona no binaria

Además de las muchas formas de ser hombre y de ser mujer, el amplio espectro del género también incluye las identidades no binarias, término sombrilla que acoge a quienes se salen del binario “hombre” y “mujer” o “masculino” y “femenino”. Especial de Sentiido #SoyYo.

En el cumpleaños número seis de Riley Cavanaugh, protagonista del libro Qué nos hace humanos de Jeff Garvin, su papá lo llevó a una juguetería para que escogiera su regalo. Una sola cosa. Terminó con dos posibilidades: un Power Ranger y una muñeca de ojos cafés y pelo largo con un mechón morado a un lado. (Ver: “Desde que las niñas son rosadas y los niños azules, estamos jodidos”).

Durante unos minutos Riley sostuvo los dos juguetes, uno en cada mano, incapaz de decidirse por alguno. “Cuando miré a mi papá, su expresión era extraña. Entendí que algo estaba mal y que, por alguna razón, no aprobaba mis elecciones. Entonces, dejé los dos juguetes y me fui al siguiente pasillo. Esa expresión de mi papá me hizo saber que había algo diferente en mí”. (Ver: Juguetes para niños, más allá del azul y el rosado).

Una situación similar a la de Riley le sucedió en su infancia a Rodrigo Aguayo, doctor en psicología, quien nació y creció en Guayaquil (Ecuador) y vive en Estados Unidos desde que se graduó del colegio. Una vez fue a un almacén con su hermano y su papá, quien les dijo que cada uno podía escoger algo que quisiera. Mientras su hermano rápidamente tomó un balón de fútbol, Rodrigo optó por un wok para cocinar comida oriental. Cuando su papá lo vio llegar con una olla, decidió no comprarles nada a ninguno. “Él no pudo poner en palabras el malestar que sintió, así que su manera de rechazar mi elección fue no comprando nada”.

Aunque cada ser humano es único, hay quienes se empeñan en hacerles creer a otros que son “distintos” y que esa diferencia está mal.

Ni hombre ni mujer: persona no binaria
Rodrigo Aguayo, quien se identifica como una persona no binaria, nació en Ecuador pero vive en Estados Unidos, tiene un doctorado en psicología e investiga sobre temas trans.
Foto: Archivo particular.

La reacción de los papás de Riley y de Rodrigo obedece a que, tradicionalmente, se ha enseñado que la humanidad se divide en dos: “hombres” y “mujeres”. Desde antes de nacer, a cada quien se le asigna un sexo y se esperan una serie de comportamientos según su anatomía. Así, si la persona tiene cromosomas XX, ovarios y vagina, se asume que es mujer y que obligatoriamente será delicada, llevará el pelo largo, le gustará el color rosado y se enamorará de hombres. Y si tiene cromosomas XY, testículos y pene, es hombre, le gustará el color azul, será fuerte y jamás podrá elegir como juguete una muñeca con un mechón morado ni una olla para cocinar. (Ver: El género existe y no es una ideología).

Esto significa que, por un lado, se sigue desconociendo que hay muchas formas de ser hombre y de ser mujer y que estas identidades no son camisas de fuerza para limitar las posibilidades de una persona. Cada quien debería poder vestirse y comportarse como lo siente, sin pensar si ese pantalón o ese juguete es “masculino” o “femenino”. (Ver: Hay muchas formas de ser mujer).

Por otra parte, además de las muchas formas de ser hombre y de ser mujer, están las personas no binarias, término sombrilla que acoge a quienes se salen del binario “hombre” y “mujer” o “masculino” y “femenino” y que incluye, entre otras, las identidades: “género fluido”, “agénero”, “género no conforme”, “andrógino” y “genderqueer”. “Son personas que pueden combinar elementos de lo masculino y de lo femenino o considerar que ni lo uno ni lo otro les representa y tener identidades más neutras”, señala Carolina Herrera, psicóloga clínica de Liberarte. (Ver: Alanis Bello: no quiero ser un hombre ni una mujer).

Finalmente, la identidad de género -o la percepción que una persona tiene de sí misma- no está sujeta a sus genitales ni a características físicas. Riley lo explica mejor en el libro Qué nos hace humanos: “aunque tengas vista de rayos x, lo que veas a través de mis pantalones no determina mi identidad de género porque esta no es externa. No está dictada por la anatomía. Es interna. Es algo que se siente, no algo que se vea, y puede ser distinta de ser hombre o ser mujer”.

El problema es que mucha gente ha dado por hecho que el mundo es binario: “hombre” o “mujer” o “azul” o “rosado”. Lo uno o lo otro. “Pero el mundo no es un interruptor sino un sintonizador”, concluye Riley. (Ver: Andy Panziera: no ser un hombre ni una mujer).

Las identidades de género no binarias no son una moda o algo que se reduce a la forma de peinarse o de vestirse: es parte de la identidad de una persona y es, por tanto, un asunto mucho más profundo. “No es que alguien empiece a identificarse así porque le hablaron o leyó del tema”, agrega Carolina Herrera. (Ver: Ser LGBT no se aprende ni se impone, se vive).

“Masculinidad y feminidad no son leyes naturales sino prácticas culturales”, Paul B. Preciado, filósofo español en el libro Un apartamento en Urano.

“No soy hombre. No soy mujer. Soy la multiplicidad del cosmos encerrada en un régimen binario”, Paul B. Preciado, filósofo español, en el libro Un apartamento en Urano.

Es importante saber que desde siempre han existido las personas que se salen de las categorías “hombre” y “mujer”, lo nuevo -desde la década de los noventa- es la manera de nombrarlas: “no binarias”. Cuando tenía 15 años, relata Riley, leyó en un periódico el término “género fluido”. “Leer estas dos palabras fue como si alguien quitara un velo del espejo para que, por primera vez, pudiera verme claramente. Lo que yo era tenía un nombre”. En esto coincide Rodrigo Aguayo, quien cuenta que su vivencia “no binaria” vino desde la infancia, mucho antes de conocer el concepto.

Lo nuevo, también, es que cada vez hay más figuras públicas que se reconocen de esta manera. Miley Cyrus, cantante, ha dicho: “No me identifico ni como hombre ni como mujer”. Ruby Rose, quien participó en series como The Orange Is The New Black, señaló: “No soy un hombre y no soy mujer. Estoy en algún punto intermedio”. Por su parte, Sam Smith, cantante, afirmó: “Después de una vida de estar en guerra con mi género, he decidido abrazarme como soy: no soy hombre ni mujer, fluyo en algún punto intermedio”.

Aunque la identidad de género no tiene nada que ver con la orientación sexual (una cosa es cómo me siento y otra quiénes me atraen), muchas veces identificarse como una persona no binaria lleva a cuestionarse la orientación sexual. “Hay personas que dicen: si me salgo del binario ‘hombre’ y ‘mujer’, tampoco me resultan útiles categorías como gay, bisexual o lesbiana porque están pensadas en ‘ser hombre’ o ‘ser mujer’”, explica Carolina Herrera. (Ver: Brigitte Baptiste, una navegante del género).

Ni hombre ni mujer: persona no binaria
Parte de las violencias que viven las personas no binarias son quienes se niegan a utilizar los pronombres con los que se identifican porque “les suena raro”. Pero la identidad es un derecho básico y cada quien debería ser tratado como prefiere. Ilustración: Carolina Urueta para Sentiido.

Así, optan por posibilidades que permitan mayor flexibilidad. Están, por ejemplo, las categorías “polisexual” (cuando la persona siente atracción por algunas identidades de género, no por todas) o, también, “pansexual” (cuando en el filtro de atracción no está la identidad de género). “En términos de orientación sexual, me identifico como queer. No me siento a gusto con categorías como gay que asumen no solo mi género sino el de mi pareja”, añade Rodrigo.

Sin embargo, agrega Carolina Herrera, hay quienes se identifican como personas no binarias y también como lesbianas, gais o heterosexuales. “A veces hay historias y afectos relacionados con la orientación sexual. Así, la persona puede seguir identificándose como lesbiana o gay, entendiendo estas categorías como un movimiento social o un grupo de pertenencia del que se quiere seguir formando parte”.

Aunque ser una persona no binaria no le hace daño a nadie y, por el contrario, le permite a mucha gente encontrar un lugar para habitar el mundo, todavía hay quienes se resisten a reconocer esta posibilidad. Se codean y se preguntan por la calle: “¿es hombre o mujer?”.

No hay dos personas no binarias que experimenten su identidad de igual forma. Tampoco hay una forma correcta de serlo, cada quien lo vive a su manera.

Ni hombre ni mujer: persona no binaria
No solamente es necesario trabajar en el lenguaje para que resulte más incluyente, también en la manera cómo se organizan las tiendas de ropa o de accesorios. Todavía están muy marcadas en dos: “hombres” y “mujeres”. Cómic: Catherine Dousdebes para Sentiido.

Entre más rígidas las normas de género, más probable que quienes se salgan de ahí sufran violencia como una supuesta manera de “corregirles”.

Al respecto, Riley relata: “Lo primero que querrás saber de mí es si soy un chico o una chica. Y aunque no me lo pregunten enseguida, sé que lo están pensando por sus ojos entrecerrados o la ligera inclinación de cabeza. En el mejor de los casos, es curiosidad, en el peor, reprobación. De cualquier manera, quieren una respuesta: hombre o mujer. No te culpo por tratar de clasificarme. Desde que nacimos nos han enseñado el género en dos dimensiones, pero la sociedad tiene que cambiar”.

Carolina Herrera se pregunta: “Si una persona va por la calle ¿por qué es importante saber si es hombre o mujer? Es un ser humano, punto”. Sin embargo, muchas veces las personas no binarias reciben miradas intimidantes, agresiones e insultos por parte de quienes frente a una identidad que no entienden o que no consideran válida, se sienten autorizadas para hacerlo.

Pero vale la pena recordarlo: el problema nunca será ser una persona no binaria, el problema es quienes creen que esto merece ser señalado. Lo malo es dar por supuesto que todas las personas son “mujeres” u “hombres” y cerrarse a otras posibilidades. Lo malo es rechazar al otro porque no se amolda a nuestras expectativas.

Rodrigo Aguayo señala que en ocasiones la violencia viene de las propias personas LGBT. “Recuerdo una vez en un cumpleaños que, de la nada, un chico se me acercó para decirme que había algo que no le cuadraba en mí y que había llegado a la conclusión de que era mi pelo largo. Después, me advirtió que él podría salir conmigo si me lo cortaba y llegó al punto de decirme que hasta me acompañaba a la peluquería. Me alegra que mi pelo me aleje de esta clase de hombres homosexuales”.

En 2004, cuando el filósofo español Paul B. Preciado, como parte de su tránsito de género, empezó a administrarse pequeñas dosis de testosterona, duró unos años oscilando entre lo femenino y lo masculino. Experimentó, cuenta en Un apartamento en Urano, cómo su apariencia gender fluid o fuera del binario “hombre” y “mujer” causaba resistencia.

De hecho, hay quienes se aferran a las categorías “hombre” y “mujer” porque allí encuentran un manual de comportamiento: ya tienen claro cómo interactuar con cada quien según lo perciben hombre o mujer. “Esto es evidente en un restaurante donde muchos clientes le dicen ‘señor’ al mesero y ‘niña’ a la mesera”, señala Rodrigo Aguayo.

Ni hombre ni mujer: persona no binaria
Rodrigo recuerda que una vez su papá le dijo que en algunas fotos que publicaba en sus redes no se veía muy profesional. “Yo le respondí que ser profesional no tenía nada que ver con tener o no el pelo largo”. Foto: Archivo particular.

¿Por qué los hombres no pueden llorar y tienen que vestir de azul y por qué las mujeres tienen que ser delicadas y vestir de rosado?

Y si alguien se sale de estas dos opciones, mucha gente siente miedo o angustia por no saber qué pronombres utilizar o si saludar de beso o de mano. “Me pasa muy seguido que si alguien me ve por detrás me habla con un pronombre femenino y cuando me ve de frente me pide disculpas, pero para mí no es una ofensa que piensen que soy mujer”, agrega Rodrigo Aguayo.

También están los sectores conservadores que afirman que existe una “peligrosa ideología de género” que incluye las identidades no binarias. “Estos grupos hablan como si hasta ahora existieran las personas trans o las que se salen de las posibilidades hombre y mujer, cuando siempre hemos existido”, señala Rodrigo Aguayo. (Ver: La tal ideología de género, ¿de dónde viene y para dónde va?).

Es raro, agrega, que estos sectores digan estar preocupados por las infancias, pero ignoran las cifras de suicidio de niños, niñas y jóvenes a quienes les impiden vivir su orientación sexual o identidad de género. (Ver: Bullying escolar LGBT: más fuerte y dañino).

En esto coincide Paul B. Preciado en Un apartamento en Urano: los autodenominados defensores de la infancia y de la familia, construyen a un niño heterosexual y cisgénero. “La policía de género vigila las cunas de los recién nacidos reclamando cualidades femeninas para la niña y masculinas para el niño. Yo fui un día el niño que pretenden proteger y ahora me sublevo en nombre de ellos”.

De hecho, Preciado se pregunta: ¿Quién defiende los derechos del niño al que le gusta vestirse de rosa? ¿Y los de la niña que sueña con casarse con su mejor amiga? ¿Quién defiende los derechos del niño homosexual o del niño trans? ¿Quién defiende el derecho del niño a hacer un tránsito de género? ¿Quién defiende el derecho del niño a crecer en un mundo sin violencia sexual? (Ver: “Dejemos que nuestros hijos vivan su vida y no nuestros sueños”).

Estos grupos no defienden los derechos del niño, sino que protegen el poder de educar a sus hijos como presuntos heterosexuales, rechazando toda forma de disenso. Lo que es preciso defender es el derecho de todo cuerpo a la autodeterminación, independiente de su edad y de sus genitales”, afirma Preciado. 

Preciado también señala que hay regímenes obsesionados con atacar los cuerpos fuera de la norma. “Es como si tuviéramos petróleo y los regímenes poderosos quisieran acceder a él y para ello nos privaran de la gestión de nuestras tierras. O ¿cómo explicar que estén tan interesados en nuestras identidades, en nuestras vidas y en nuestros cuerpos?”.

Ni hombre ni mujer: persona no binaria
También está el miedo de papás y mamás de que les hagan daño a sus hijos. “Yo siempre recibí el mensaje de mi papá de sé como tengas que ser, pero bajo la seguridad de la casa“, Rodrigo Aguayo. Ilustración: Carolina Urueta para Sentiido.

“Nadie tiene por qué comentarle a otra persona sobre su apariencia o su forma de expresarse. Es asunto de cada quien”, Carolina Herrera, psicóloga clínica.

“Cada quien construye su identidad de género independiente de su cuerpo, su biología y del sexo que le asignaron al nacer”, Carolina Herrera, psicóloga clínica.

Todo esto se refleja en los colegios. Según Preciado, el aprendizaje más crucial de la escuela es que cada niño debe expresar un único y definitivo género: aquel que ha sido asignado a su partida de nacimiento. “El colegio valora los códigos de la soberanía masculina en el niño y de la sumisión femenina en la niña, al mismo tiempo que castiga toda forma de disidencia. El insulto más común utilizado entre los alumnos es ‘marica’ para los chicos y ‘puta’ para las chicas”. (Ver: “La familia y la escuela, donde más se vulneran los derechos de niños y niñas”).

Estos, señala Preciado, podrían ser los nombres de algunas de las asignaturas de los colegios: principios de machismo y taller práctico de homofobia y transfobia. “Por esto se necesitan pedagogías capaces de trabajar con la heterogeneidad y la diversidad sexual y de género”. (Ver: Ideas para respetar la diversidad sexual en los colegios).

Nadie discute que se ha avanzado. Cada vez en más firmas de correo electrónico, reuniones por Zoom, perfiles de redes sociales y carnés, las personas escriben los pronombres que prefieren. Sin embargo, aun en muchos formularios no se incluyen las identidades de género no binarias, aunque en algunos, al menos, está la opción “otros”.

“Toda la vida sentí la presión de que debía tener comportamientos masculinos. La idea de que tenía que jugar fútbol siempre será el mejor ejemplo de esto”, Rodrigo Aguayo.

En todo caso, una recomendación importante es no asumir la identidad de nadie por su físico, su apariencia o su tono de voz. La ropa, los rasgos o la manera de comportarse no dicen nada sobre la identidad de alguien. La única manera de saberlo es preguntando, de manera cuidadosa, cómo se identifica, qué pronombres prefiere y si hay alguna otra información que considere importante para la interacción cotidiana. (Ver: Existencia y resistencia no binaria: consejos para aliados).

Si uno se equivoca, autocorregirse. Las personas valoran mucho cuando uno dice: ay qué pena, te llamé de una manera que no es porque les hace ver que uno reconoce su identidad y que fue una equivocación en el proceso de cambio de chip”, explica Carolina Herrera. Tampoco se tratar de caer en preguntas invasivas, porque hay personas muy abiertas con el tema, pero otras que sienten que no deben explicar su identidad. En últimas, cada quien debe asumir la responsabilidad de aprender del tema y no esperar a que sean las personas no binarias las que tengan que hacer pedagogía al respecto. (Ver: “¿Cómo es tu nombre real?” y otras preguntas impertinentes).

Pero el reto mayor es más de fondo. La neurocientífica Gina Rippon lo resume muy bien en su libro El género y nuestros cerebros: “¿y si más bien ponemos en duda las cajas, previamente etiquetadas, en las que nos embuten a los seres humanos al nacer? El mundo dividido entre ‘hombres’ y ‘mujeres’, a partir de los genitales se quedó pequeño cuando muchas personas (trans y no binarias, entre ellas) simplemente no entraban en estos dos cajones. ¿No será mejor, entonces, romper estas categorías y tener en cuenta la autopercepción?”.

Además, agrega Rippon: el sexo que se asigna al nacer -y por el cual se esperan unos comportamientos- es más complejo de lo que parece. “No es nada raro que haya individuos con series de cromosomas mezclados (algunas células XY y otras XX). Todo apunta a que las manifestaciones del sexo biológico son un espectro más que una división binaria. Para la muestra, las personas que nacen con genitales ambiguos o que desarrollan características sexuales secundarias que no concuerdan con el sexo asignado. Al ver el sexo como un espectro no se asumiría los llamados ‘trastornos del desarrollo sexual’ como la excepción a la regla sino como una posibilidad más”.

Paul B. Preciado concluye: si los años sesenta fueron la emergencia de los movimientos feministas y homosexuales, el nuevo milenio es el de la visibilidad trans y no binaria. “Necesitamos una nueva cartografía del ser vivo, más abierta y menos jerárquica“. Un mundo sin etiquetas.

“Uno de cada 1500 niños nace con genitales ni masculinos ni femeninos. Esos bebés tienen derecho a ser niños sin pene, niñas sin útero o a ser niñes autodeterminados y felices”, Paul B. Preciado.

Dejar las categorías “él”, “ella” de lado, exige un esfuerzo por saber quién es realmente una persona sin asumir nada por su apariencia. Videoandresgofoto de goteam.media

El especial #SoyYo identidades no binarias, fue posible gracias al apoyo de la Fundación Friedrich Ebert Stiftung Colombia.

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