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No soy un hombre ni una mujer, ¿entonces qué soy?

No soy un hombre ni una mujer pero en español no existen palabras para describirme. En tres entregas para Sentiido empieza mi aventura de entender cómo el género en mi vida ha sido causa de rechazos y cómo se entrelaza con palabras como etnia y clase.

Las comunidades indígenas de mi país natal, Colombia, tienen múltiples designaciones de género, pero no es fácil tomar prestadas sus palabras para etiquetarme. Tampoco hay un pronombre personal neutro original en español y casi todos los sustantivos tienen un género: con una “a” para femenino y una “o” para masculino.

Esto significa que cualquier palabra que use para dirigirme a mí vendrá de otro contexto o será inventada. Como dice bellamente la crítica Hortense Spillers: “Para decir una palabra más cierta sobre mí misma, debo despojarme de capas de significados atenuados, hacer un exceso en el tiempo y esperar las maravillas de mi propia inventiva“.

Haciendo eco de esas palabras, me di cuenta de que necesitaba quitarme las capas y pensar en la raíz de mi búsqueda: el género. “¡Soy una mujer a la que le gustan los hombres y las mujeres!“, les dije a mis amigas lesbianas con miedo y un poco de vergüenza cuando tenía 20 años. Parecía que necesitaba su permiso para abrazar mi deseo. (Ver: La bisexualidad existe y no es una etapa).

Un par de años después, en una lectura de poesía, conocí a un hombre trans. Sabía de la existencia de mujeres trans (lamentablemente, debido a la fetichización de ellas), pero nunca pensé en lo contrario, ni siquiera en algo intermedio. Y me gustó ese hombre trans, me inspiró la libertad de las elecciones de su vida. (Ver: Diversidad sexual y de género para dummies).

“Conocí más hombres trans y terminé como activista por los derechos trans en la ciudad donde nací, Bogotá”.

En algún momento, pensé que también lo era, pero después de reflexionar e intentar encajar en esa identidad de “hombre trans”, me di cuenta de que no soy un hombre ni una mujer. Entonces, ¿qué soy? (Ver: Ser un muppet: ni hombre ni mujer).

A través del activismo, mientras adaptaba las formas en que mis amigos se referían a sí mismos (transexual, travesti, transgénero, transmasculino), comencé a identificarme como “trans” sin añadir ninguna palabra. Pero no sabía en detalle de dónde venía ese término ni cómo se usaba en otros lugares dentro y fuera de mi país.

Todo esto para decir que el género ha creado en mi vida un sentido de no pertenencia y de separación como ser rechazado en espacios públicos: bares, baños y restaurantes. Además, mi identidad de género ha causado alienación por parte de extraños, citas, amigos y familiares.

Esto me llevó a la pregunta: ¿cómo se define el “género” y cómo se entrelaza con categorías como “etnia”, “clase”, “cultura” y “raza” que también están relacionadas con lo que soy?

Tomar distancia

El filósofo camerunés Achille Mbembe dice en The Critic of Black Reason: “el trabajo por la vida consiste en distanciarse una y otra vez de la memoria y de la tradición en el momento en que uno depende de ellos para negociar los giros y las vueltas de la vida“.

Yo también necesitaba distanciarme y observar. Me suscribo a la idea de la profesora Gargi Bhattacharyya: “Si las historias que crees definen tu rango de posibilidades, entonces tienes que cambiar la historia para que sea otra“.

Para escribir, hablar y realizar nuevas historias sobre mí, necesito aprender un léxico y comprender mi posición en relación con él. Este especial es solo el comienzo de mi aventura sobre el género que tiene en cuenta la raza, la etnia, la clase, el capitalismo y la tecnología.

Primera parada: género y negritud

En su texto Mama’s Baby, Papa’s Maybe: An American Grammar Book (1987), Hortense Spillers analiza el género respecto a las experiencias de negritud en Estados Unidos.

La autora muestra cómo la esclava negra no tenía género: “la negativa de ciertos privilegios de género a las mujeres negras fue parte del problema“. Según ella, las condiciones que implica el género en un sentido social y legal pueden resumirse así: los esclavos fueron tratados y nombrados como mercancías.

Debido a que no fueron considerados como humanos, no podían tener género. Spillers usa el término “carne” en lugar de “cuerpo cautivo” o “sujeto” para señalar la brutalidad de esta deshumanización de los negros en condición de esclavitud.

La segunda condición que indica el género es poder ser madre o padre. Sin embargo, en cautiverio, “la descendencia de la hembra no ‘pertenece’ a la madre, ni está ‘relacionada’ con el ‘dueño’, aunque este la ‘posee’ y, a menudo, la engendró“. Incluso, cuando las esclavas daban a luz, esto no era una indicación de maternidad porque no podían tener a sus hijos dentro de una familia.

La tercera condición de género es que debido a la falta de una familia tradicional y a nombres propios, los esclavos no pudieron crear un ámbito doméstico: eran nombrados por los números en las listas que los contaban. No tenían otro hogar que el barco y el océano. Bajo estas condiciones y vistos como “cantidades”, no eran mujeres ni hombres.

Sin embargo, Spillers sostiene que tal desviación de las normas de género estadounidenses dominantes presenta una oportunidad para la transformación social. “Ya expulsados ​​de las reglas del sistema de género, la comunidad afrodescendiente puede crearse a sí misma como algo más, siendo la negritud una ‘condición de posibilidad'”.

Los afrodescendientes hacían lo que tocaba, sea “trabajo de hombres” o “trabajo de mujeres”, pero el éxito en la cultura negra nos ha acercado mucho más a una apropiación de la dinámica de género que no necesariamente me gusta: que un hombre afrodescendiente pueda ser un emprendedor y un capitalista y una mujer afrodescendiente ser “femenina” y estar en la casa, nos acerca mucho más a los binarios.

“Si el género requiere que un sujeto sea reconocido como humano, con un ámbito doméstico y la capacidad de ser madre o padre, los esclavos no tenían género”.

Dentro de la conversación iniciada por Spillers, se han propuesto otras posiciones para comprender la relación entre negritud y género. Por ejemplo, C. Riley Snorton (un dedicado intérprete del trabajo de Spillers) propuso en Black in Both Sides (2017) la confluencia entre negritud y trans: “Lo trans es un movimiento sin un origen claro y no hay punto de llegada. Lo trans encuentra expresión y circulación continua dentro de la negrura“.

Para Snorton, lo trans y la negritud circulan juntos continuamente. La profesora Omise’eke Natasha Tinsley (2008) sugiere la coexistencia de lo no heteronormativo dentro de la comunidad negra. Travis Alabanza (activista y artista británico) afirma: “los afrodescendientes en la cultura occidental ya son trans debido a cómo el género se construye y se deshace“.

Como sujeto de color también tengo una identidad de género y estoy determinado no solo por la esclavitud de mis antepasados sino también por las dinámicas neocolonialistas e imperialistas que terminan cayendo de nuevo en mi cuerpo. Para explicar eso, en la próxima entrega analizaré la propuesta de “conciencia de oposición” de Chela Sandoval, profesora asociada de Estudios Chicanos en la Universidad de California.

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