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Nosotros, los normales

Propongo un desafío a los que quieren ser graciosos y se burlan de los “diferentes”. A quienes les parece divertido caricaturizar a los que no son como ellos para divertir y pertenecer a la mayoría imaginaria: los normales.

“¿Ya viste este video?” me preguntó mi compañera de trabajo Emma, cuando caminábamos hacia la puerta de la oficina, al finalizar el día.

Cruzamos la calle, dirigiéndonos hacia el paradero del colectivo y ella me entregó su celular. En la pantalla aparecía la imagen de un niño, que era entrevistado por un periodista y, en la parte inferior del encuadre, el título: “El mini personaje del día”.

Era el pequeño Juan Sánchez, de 12 años, quien se encontraba asistiendo a un taller de collage en sus vacaciones. Contestando las preguntas con una inteligencia notable, Juan manifestó su gusto por la literatura y por varios ilustradores argentinos.

Miré unos instantes el video sin entender hacia dónde iba el asunto. Lo único que me llamó la atención era la entonación que Juan utilizaba en ciertas palabras. Nada más.

“Seguramente hablará así porque ahora los niños de Latinoamérica ven las series infantiles con el acento neutro que se usa en los doblajes”, le dije a Emma. Fue lo único que se me ocurrió comentar.

Mientras esperábamos el bus que vendría a rescatarnos del viento helado de la tarde, los 111 segundos del video de Juan se viralizaban por la redes sociales. Cada vez se multiplicaba más el número de reproducciones y sus frases hacían eco en miles de comentarios burlándose de él.

A la mañana siguiente ya se habían compuesto canciones, editado videos y diseñado memes con la imagen de Juan, que a su vez seguía generando más reacciones. Para muchas personas, era graciosísimo que un niño hablara de arte.

¿En qué momento de la historia cambiaron tanto las cosas, que hoy es extremadamente ridículo y cómico que un niño tenga conocimientos de literatura y arte?

A propósito de la burla, el caricaturista argentino Liniers publicó los siguientes tweets:

La era de los chicos malos

¿Cuándo se puso de moda proclamarse el vocero de lo supuestamente correcto y cool para liderar ataques hacia los demás? Sigo tratando de identificar el parámetro en el que nos basamos para definir qué es normal, diferente o extraño y qué es lo que “se debe” señalar, satanizar o ridiculizar, como en este caso.

Parece que a algunas personas les gustaría que nos desplazáramos como un cardumen de peces: todos iguales, exactos, replicando el movimiento de los otros sin ninguna objeción.

Tal vez esa es la respuesta. Lo que molesta es ser diferente, el que hace las cosas de un modo distinto y que por cualquier motivo no pertenece a la supuesta mayoría.

Cuando estábamos en el colegio, tenía una compañera de puesto que era muy aplicada y le iba muy bien en todas las materias. Para ese momento, las cosas ya no eran como en las épocas de mi madre, donde la admiración se la ganaban los mejores estudiantes.

En esos años, como ahora, para tener el respeto del grupo, había que estar despeinado, mascar chicle con la boca abierta y no hacer las tareas con la dedicación que mi compañera las hacía.

Por eso, ella era el blanco ideal de las burlas. “Sigue estudiando ratita, con tus amigos los profesores”, decían los anónimos que le dejaban en el pupitre.

Afortunadamente siempre ignoró esos comentarios y hoy es una gran profesional, tiene un máster en ingeniería y dicta clases en la Universidad Autónoma de México.

Humor que mata

El humor es un gran atributo. Me encantan los hombres con buen sentido del humor, pero a su vez pienso que a veces se convierte en el arma perfecta que algunos utilizan para caer bien a costa de las bromas que hacen a quienes ven vulnerables.

Un día, en una reunión, estaba hablando con un grupo de mujeres. Me di la vuelta para traer algo de tomar y de pronto escuché a una de ellas hablarles a las demás parodiando mi acento colombiano, para hacerlas reír.

Me pareció tan básico, un humor tan elemental, que no me detuve a decirle nada. Para congraciarse con las otras le parecía buena idea burlarse de mi manera de hablar.

Creo que el buen sentido del humor requiere una alta cuota de espontaneidad y agilidad mental. Es tan fácil como mediocre, por parte de alguien que se presume chistoso, recurrir a remarcar despectivamente la diferencia obvia.

Así que desde estas líneas, quisiera hacer un llamado a la creatividad de aquellos con inquietudes humorísticas que caricaturizan a los extranjeros, a los gais, a los nerds, a los niños como Juan, a todo lo que no encaja en lo que ellos consideran normal para que traten de avanzar un escalón más en su formación intelectual.

Para que se desafíen a sí mismos, lean, viajen, conozcan otras culturas, se den la oportunidad de interactuar con gente de todos los estilos posibles, abran su mente, y descubran que la multiplicidad y la diferencia son lo realmente divertido.

Así, de paso, tal vez encuentren materias primas mucho más ingeniosas e interesantes para sus chistes y hagan reír más a su público.

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