Nuestro sitio usa cookies de terceros para permitirnos elaborar estadísticas sobre las visitas y gestionar el envío de nuestras newsletter. Más información aquí.
ACEPTAR

Personas LGBT y consumo de alcohol, una conversación pendiente

La diversidad sexual y de género y no consumir alcohol tienen algo en común: la necesidad de una explicación. Lo “normal” es ser heterosexual y cisgénero y lo raro ser LGBT. Lo “normal” es tomar alcohol y lo raro, no hacerlo.

Fotos: cortesía Simón Uribe.
Retoque digital y edición vídeo: andresgofoto y goteam.media

Hasta los 21 años Catalina tomaba poco alcohol. Pero cuando terminó una relación amorosa empezó a hacerlo casi a diario. A veces, dice, un par de cervezas, a veces mucho más.

Pero ¿quién no se toma unas copas cuando tiene el corazón roto? Sería la frase que vendría. O ¿quién no toma para celebrar un logro, en un paseo con amigos, cuando está “entusado”, para relajarse, por ser viernes, para ser más sociable, por un duelo… O por la razón que sea?

De hecho, la pregunta nunca es “¿por qué tomas?” sino “¿por qué no tomas?” porque socialmente se cree que lo correcto es consumir licor y que lo raro es no hacerlo.

Así, las personas que no toman porque el alcohol no les gusta o porque lo dejaron, además de ser calificadas de “aburridas”, suelen ser miradas con sospecha, con cara de “esta hipócrita, ¿qué estará ocultando?”, al punto de preferir inventar que no pueden beber por estar tomando antibióticos.

“Desde temprana edad nos entrenan para que el licor esté presente en la mayoría de nuestras actividades sociales. Y una adicción al trago la desarrolla cualquiera”, Catalina Zuleta.

Algo similar sucede con la diversidad sexual y de género: lo “normal” es ser heterosexual y cisgénero y lo raro ser LGBT. Socialmente se ha considerado que no tomar y ser LGBT necesitan un por qué, una justificación.

La historia de Catalina Zuleta, quien se identifica como pansexual (o que en su filtro de selección amoroso no está la identidad de género) incluye las épocas en las que con orgullo decía: “¡qué me falte comida pero jamás cerveza!”.

Sin embargo, en 2017 empezó a comentarles a algunos de sus amigos sobre sus sospechas de tener un problema con el alcohol. No fue fácil llegar a esta pregunta cuando se vive en una cultura donde la mayoría de las actividades sociales están permeadas por la presencia del trago. Para los estándares sociales, el consumo de Catalina era “normal”.

Además, en su mente sólo existían dos posibilidades: o era alcohólica y tenía que ir corriendo a Alcohólicos Anónimos o era “tomadora social” y estaba exagerando la situación.

Pero ella sentía que estaba lejos de encajar en las definiciones tradicionales de una persona alcohólica. “Yo no me levantaba a diario a tomar vodka ni bebía sola y aunque mi historial de borracheras incluye momentos de vergüenza, nunca perdí un trabajo o una relación valiosa por cuenta de mi consumo, ni terminé en la cárcel o metida en peleas”, señala.

En todo caso, sus dudas sobre si tendría o no un problema con el alcohol estaban cada vez más presentes. “En el fondo sabía que hacía rato se había desdibujado la línea que separa ‘tomar para pasarla bien’ del tomar para escapar”.

Su dilema empezó a resolverse con una charla TED de Jolene Park, una nutricionista que evidencia que en el consumo del alcohol, como en todo en la vida, hay matices, un “área gris”.

Este concepto, explica Catalina, apareció por primera vez en un estudio realizado por el National Institute of Health (NIH) en los Estados Unidos y se refiere al espectro que hay entre las personas que “tocan fondo” y desarrollan una dependencia física al alcohol y quienes toman de vez en cuando y de manera moderada.

LGBT y consumo alcohol
Catalina Zuleta estudió Filosofía, Literatura y Estudios Culturales, es coach en recuperación de adicciones y creadora de Ni Tan Anónima, una invitación a que las personas reflexionen sobre su relación con el alcohol y elijan qué lugar darle en sus vidas.

“Muchas personas estamos en el área gris del consumo pero creemos que el problema es el del alcohólico crónico”, Catalina Zuleta.

Se tiende a pensar que el problema del alcohol es ‘lo extremo’, desconociendo la zona gris. El 90% de la gente con consumos problemáticos de alcohol no es clínicamente adicta. Entrar en ese espectro es muy fácil”, explica Catalina.   

En su caso, a pesar de que su consumo encajaba perfecto con el “normal”, llegó a cuestionarlo después de verse a sí misma con honestidad. “Era evidente que en mi consumo había un componente compulsivo. Yo era de las que sentía angustia cuando venía gente a la casa y empezaba a ver que quedaban pocas cervezas en la nevera”.

También, por cliché que resulte decirlo, siempre hay una voz interna que le dice a uno que algo no encaja. “Y yo empecé a escuchar esa voz muy fuerte especialmente al despertarme a las tres de la mañana, después de haber tomado, y preguntarme qué le estoy haciendo a mi cuerpo”.

Sus guayabos, además, no eran solamente físicos, sino que se sentía nerviosa y ansiosa. A pesar de que con sus amigos se reía de sus borracheras y de sus guayabos porque “los años no llegan solos”, en el fondo sabía que tomaba porque necesitaba desconectarse.  

LGBT y consumo alcohol
“Ser una persona trans, no binaria o queer es, en sí mismo, un acto de resistencia y no beber, aun cuando la sociedad nos empuja a hacerlo, es un acto de resistencia aún más poderoso”.

Catalina tiene muy claro que identificarse como pansexual no está relacionado con su consumo de alcohol, pero sí sabe que para muchas personas LGBT la ansiedad de estar en el clóset, la discriminación y el rechazo familiar o social, alimentan la vergüenza, la depresión y las conductas autodestructivas que desembocan en problemas con el alcohol. (Ver: “Cuando acepté que ser homosexual no era enfermedad ni pecado, mi vida cambió”).

Pero cuando esto pasa, mucha gente dice “esos LGBT son adictos”, como si fuera un asunto inherente a estas personas, desconociendo la causa: lo estigmatizada que está la diversidad sexual y de género.

Sin embargo, explica, algunas personas LGBT en los Estados Unidos que se han recuperado de una adicción, han empezado a cuestionar la industria del alcohol y sus estrategias de mercadeo. Se preguntan, por ejemplo, por la presencia de estas marcas en las marchas del orgullo LGBT. (Ver: La importancia de las marchas LGBTI).

A primera vista, el hecho de que se sumen a estos eventos y a que en junio saquen botellas con banderas de arcoíris, podría verse como un gesto de inclusión, pero en este contexto qué se entiende por inclusión: “¿tomar trago?”, se preguntan.

“Algunos estudios en Estados Unidos estiman que los abusos de sustancias son entre el 20 y el 30 % en las personas LGBT, mientras que en el resto de la población es del 9 %”, Catalina Zuleta.

“No es que estas personas LGBT culpen a las licoreras de la adicción, pero tampoco son tan ingenuas para creer que son sus aliadas”, Catalina Zuleta.

Cuando uno ve las campañas de algunas marcas, es evidente que le apuntan al mensaje de ‘yo sí te acepto’. Hay una historia de compañías de cigarrillos y de alcohol que de manera deliberada le apuntan a poblaciones como la LGBT, explotando de alguna manera sus vulnerabilidades, como la necesidad de inclusión y de aceptación”, explica Catalina.

Estos grupos de personas LGBT, agrega, han empezado a ver el consumo de alcohol como una barrera más que les impide ser ellos mismos. “Las personas LGBT tienen que sobrepasar y romper un montón de barreras producto del estigma y muchas de ellas no quieren que la adicción sea una más”, afirma Catalina.

Según Catalina, algunas marcas de alcohol sí facilitan las condiciones para que se exacerbe el consumo de alcohol en las personas LGBT. “Nos venden unos productos con unas estrategias cuyo subtexto es: ‘si tomas esta marca te sentirás incluido’”.

De ahí que estos grupos de personas LGBT lideren procesos introspectivos para encontrar en ellas mismas y en su círculo más cercano el amor, el cuidado y la aceptación que a veces no encuentran afuera, sin involucrar el consumo de sustancias tóxicas. “Practican la noción feminista de autocuidado como acto político”, señala Catalina.

Para Catalina, con las bebidas alcohólicas no ha sucedido lo que ya pasó con el cigarrillo. De ser un elemento relacionado con el glamour y el estatus y de estar permitido en todas partes al punto de que en la mayoría de espacios había ceniceros pasó a ser señalado en todas partes.

Al comprar un paquete de cigarrillos uno se encuentra con advertencias sobre las consecuencias de fumar. Con el alcohol no pasa lo mismo. Las botellas vienen con un rótulo que dice: ‘El exceso de alcohol es perjudicial para la salud’, pero mucha gente no tiene claro qué es un exceso con esta bebida porque nos han vendido que esto es cuando la persona lo pierde todo por el consumo”.

Pero, según Catalina, los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) son contundentes: el consumo habitual de alcohol es un factor de riesgo para algunos tipos de cáncer y enfermedades cardiovasculares e infecciosas. El consumo riesgoso de alcohol causa más de tres millones de muertes al año asociadas no sólo con enfermedades físicas sino con accidentes de tránsito, autolesiones, violencia interpersonal y afectaciones a la salud mental.

Según Catalina, muy poca gente se da la oportunidad de experimentar periodos sin tomar alcohol. “Tenemos metida en la cabeza la idea de que solo se para cuando toca“.

Ojalá que con el alcohol pase, explica, lo que en los años 80 sucedió con el VIH, un tema estigmatizado, del que no se hablaba y asociado exclusivamente a los hombres homosexuales.

Fue, entonces, cuando activistas montaron la campaña ‘silencio igual muerte’ que ayudó a que el VIH pasara de ser una sentencia de muerte a ser una enfermedad controlada. Ese es el poder que tiene hablar de los temas abiertamente. Si uno empieza a tener más información de qué es el trago, será mucho más fácil cuestionarlo”.

Lo cierto fue que cuando Catalina empezó a comentarles a algunas personas sobre sus sospechas de tener un problema con el alcohol, la mayoría de respuestas apuntaron a la moderación. Hubo quienes le insistieron en que “el problema estaba en la dosis” o en que todo era cuestión de “saber tomar” y algunos más le aconsejaron intercalar la cerveza con agua para consumir menos.

“Mucha gente no relaciona su consumo de alcohol con sus estados de ánimo o su calidad de vida”, Catalina Zuleta.

Según Catalina, es raro que con todo el boom de la importancia de cuidar la salud mental, de la nutrición consciente y del fitness, el alcohol siga sin ser cuestionado.

Los consejos, dice Catalina, parecían realizables: podría abstenerse de tomar entre lunes y jueves y luego escoger un día del fin de semana para beber, fijando de antemano un límite de tragos. “Pero esto nunca pasó. Al fin y al cabo vivo en una sociedad en la que cualquier ocasión es lo suficientemente especial para perder la cuenta de lo que tomaba”.

El discurso de la moderación perdió sentido para ella. Por un lado, le parecía una forma más de mantener el estatus “intocable” del alcohol. “¿Por qué queremos seguir haciendo que el trago nos funcione? ¡La gente no dice ‘modere el cigarrillo’! Simplemente dice no lo hagas porque no te hace bien”.

Por otro, sentía que no estaba solucionando el tema de fondo que era el apego emocional hacia el alcohol y que no iba a resolver mientras siguiera tomando. “Para mí el problema no radica tanto en la frecuencia con la que se tome sino en el ímpetu con el que se haga”.

El respeto por las decisiones de cada persona es un valor innegociable del proyecto “Ni Tan Anónima” de Catalina Zuleta.

Fue, entonces, cuando en marzo de 2018 su terapeuta le sugirió una medida más drástica: un reto de 90 días sin tomar que cumplió a cabalidad. Sin embargo, este tiempo le confirmó la omnipresencia del alcohol. “Cada vez que ponía una serie, el trago estaba presente. Si entraba a Twitter, muchas conversaciones giraban en torno a esta bebida y, por supuesto, también estaba en todos los eventos sociales”. 

Aunque para ese entonces la idea de parar de beber del todo estaba lejos de su mente, esa experiencia sí alteró radicalmente su forma de pensar en el alcohol, al punto de que el 14 de septiembre de 2019 se tomó su último trago. “Es una fecha que no voy a olvidar porque fue un día en el que me compré unas cervezas con la certeza de que sería la última vez que tomaría”.

“Entendí que el trago no es indispensable para mi supervivencia”, Catalina Zuleta.

“Nuestro cerebro aprende lo que le enseñemos. Si le enseñamos que el trago es un mecanismo de gestión emocional, el proceso de desaprenderlo puede ser largo, difícil y doloroso”, Catalina Zuleta.

“Yo insisto en superar el binario entre ‘alcohólico’ y ‘tomador normal’. No podemos seguir pensando que la adicción al alcohol es una cosa que les pasa a otros y no a nosotros”, Catalina Zuleta.

Para Catalina, saber que el consumo de alcohol mata no es suficiente para que una persona se replantee su relación con el trago. Sin embargo, dice, hay prácticas que sí pueden encender las alarmas de que se tiene una relación problemática con esta bebida. Por ejemplo, cuando la persona está convencida de que puede tomar o dejar de tomar sin problema. Pero en la práctica, cuando intenta parar, se da cuenta de que no es tan fácil como creía.

O cuando alguien se propone que no va a tomar durante dos semanas y rápidamente encuentra que le cuesta mucho trabajo hacerlo. También, si siente que no puede divertirse sin trago o si toma una cerveza y esto le desencadena ganas de tomar más o si cada vez que llega del trabajo con estrés, lo primero que se le pasa por la cabeza es tomarse una copa.

De la experiencia de Catalina con el alcohol, nació Ni Tan Anónima, una invitación a que cada quien reflexione sobre su relación con el trago. Su propósito es, por un lado, compartir en el blog y en las redes sociales del proyecto lo que ha aprendido durante su proceso.

Por ejemplo, en las historias de las mujeres a las que ha entrevistado ha encontrado algo en común con ella: el hecho de tomar como un acto de rebeldía a la opresión femenina. Tomar a manera de respuesta a frases como “las mujeres se ven terribles tomando” y ver el alcohol como una vía de escape a tantas exigencias sociales. (Ver: Es feminismo: no humanismo ni “igualismo”).

En mi caso, sentía orgullo de ser cervecera porque más de una vez recibí comentarios de ‘eso es de hombres’. Me gustaba la estética de ser una mujer con botella de cerveza en mano. Pero hay una idea muy trastocada en la relación entre libertad personal y consumo de trago. Algo así como tomamos para ser más rebeldes y empoderarnos pero podemos terminar adictas”.

Algunas licoreras, agrega Catalina, también le han sacado provecho a los discursos de liberación femenina para vender el alcohol como una sustancia que apoya el “empoderamiento de las mujeres”.

Otro de los objetivos de Ni Tan Anónima es aprovechar su formación como coach en recuperación de adicciones para que las personas exploren su relación con el alcohol y las razones de su consumo. “El problema del trago es la punta del iceberg de otros temas de fondo por resolver”.

Su proyecto no se centra en eliminar el alcohol a partir de la fuerza: su objetivo es apoyar a las personas a hacer uso de sus recursos internos en lugar de estar buscando respuestas en sustancias como el alcohol.

Para Catalina, buena parte de las personas que habitan “el área gris del consumo de alcohol”, no coinciden con las narrativas de Alcohólicos Anónimos porque siguen muy pegadas al binario entre “alcohólico” y “tomador normal” o a la dicotomía entre un comportamiento patológico y otro que no lo es.

“Creo en la autonomía de las personas para definir qué tan perjudicial les resulta su consumo de alcohol y qué medidas deben (o no) tomar al respecto”, Catalina Zuleta.

Nunca le he apuntado a decirle a la gente que no puede tomar porque no me parece efectivo. Es robarles a las personas su capacidad de decidir libremente qué es lo mejor para sus vidas”, señala Catalina.

Aunque defiende la libertad de cada quien para elegir lo que considera mejor para su vida, esto no implica que su postura frente al alcohol sea neutra. “Hoy estoy convencida de que el alcohol no le hace favores a nadie. Pero eso no significa que yo pretenda hacer sentir mal a quienes beben”.

En ese sentido, la apuesta de Ni Tan Anónima es distinta a la de los esquemas tradicionales de recuperación de adicciones que generalmente se centran en el consumidor pero no en la sustancia. Ni Tan Anónima sí cuestiona el trago para eliminar el piloto automático en el que la mayoría de personas vive su relación con el alcohol.

Catalina eligió el nombre “Ni Tan Anónima” porque tanto anonimato sólo perpetúa la idea de que la adicción es vergonzosa y hay que empezar a desmontar el estigma frente al tema. “Muchos hemos sufrido en silencio”.

Los servicios de couching los presta de manera confidencial y privada. “No quiero que por el hecho de que mi proyecto se llame ‘Ni Tan Anónima’ alguien pueda pensar que la voy a sacar del clóset de la adicción. Yo me llamo Ni Tan Anónima en singular y en femenino porque yo elegí hablar de esto, pero el anonimato es una decisión de cada quien”. 

Catalina tiene muy claro que cuestionar un intocable como el trago tiene su precio. No faltan los comentarios de “¡qué extremismo!” o “cuánta amargura” porque finalmente está confrontando los hábitos de vida de muchas personas. Y a la gente no le gusta eso.

De hecho, antes de que dejara de tomar, se reunió con un amigo para contarle de Ni Tan Anónima y su respuesta fue: “ten cuidado porque todo esto tiene un tufillo a vieja sobria y brava”. “Pero que yo hable de que el alcohol no es bueno, no me convierte en una ‘extremista’ y mi proyecto tampoco es una cruzada antitrago”.

Actualmente la gente que fuma lo hace sabiendo qué se está metiendo a su cuerpo, pero esto no pasa con el trago. Mi decisión de no tomar vino de un acto de autocuidado en el que yo consideré que en mi vida ya no había cabida para el alcohol porque no me hacía bien”.

“Creo fundamental salir del piloto automático con el que se consume alcohol”, Catalina Zuleta.

“Yo no juzgo a quienes toman, lo que cuestiono en Ni Tan Anónima son las ideas tan arraigadas alrededor del trago”, Catalina Zuleta.

Para Catalina, pensar la relación que las personas tienen con el alcohol no es tanto preguntarse si se tiene o no un problema de consumo sino cuestionarse qué significa el trago en su vida. “Es desbancar la idea de que uno solamente para de tomar si le toca, sino entender que cualquier persona puede experimentar qué pasa si no toma durante un tiempo”.

Le agradece a la vida los amigos que tiene porque no ha sentido presión para que tome ni ella les dice que no lo hagan. “Estoy tan parada en lo que sé de mí misma que para mí no representa una amenaza que la gente tome enfrente mío”.

Dejar el alcohol, dice, no es un camino de rosas. “Yo he comparado mi rollo con el trago con una tusa amorosa. He tenido momentos en los que me pregunto si he debido quedarme callada y seguir tomando, pero al final siempre algo me recuerda por qué lo estoy haciendo”.

Para mí lo más bello de todo este proceso ha sido reinventarme –así por estos días este término sea el más cliché de todos– porque he querido aprender a ser alguien distinto de lo que me acostumbré a ser. Yo había construido una identidad muy fuerte en torno a la cerveza y todo esto ha sido un proceso de desmontar la idea que yo tenía de mí misma. Dejar de tomar me ha acercado más a quien de verdad soy”.  

One thought on “Personas LGBT y consumo de alcohol, una conversación pendiente

  1. wow! Que increíble articulo!!
    Aunque mi reflexión fue hace 40 días atrás aproximadamente, este escrito refuerza y me recuerda muchos pensamientos que tuve cuando tome la decisión de dejar de tomar alcohol en mi cuarentena.
    Un abrazo a Catalina, que viva la sobriedad y la pansexualidad ♥
    Saludos desde BsAs

Deja un comentario

¿Qué piensas sobre este artículo?

Newsletter Sentiido