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Danna Méndez

¡Quiero que me llamen Danna! Es mi derecho

Danna Méndez fue una líder trans de Chaparral (Tolima) torturada, abusada y asesinada hace dos años por un soldado del Ejército de Colombia, hoy libre. Tenía 19 años. Su legado y su lucha siguen vivos.

Texto, foto y vídeo: Juan David Trujillo *

Recuerdo muy bien la primera vez que vi a Danna: llegó tarde al salón del “Hotel de Marcelita”, ubicado a media cuadra del parque principal de Chaparral (Tolima). Irrumpió radiante y sonriente. Vestía colores vivos, fluorescentes. Su maquillaje combinaba con su pinta, influenciada por los años ochenta.

Unos cuantos accesorios completaban su estilo o styling como lo llaman ahora. Danna tropezó con un par de sillas antes de elegir en cual sentarse, siempre cerca a sus amigas, las mismas que la codearon y que en voz baja le llamaron la atención por su impuntualidad. “Qué vergüenza con esta gente”, escuché que le dijeron entre murmullos.

Era el primer taller de los muchos en los que trabajaría en 2016 con quienes integran la Asociación Chaparral LGBTI Diversa. Se trataba de un proyecto para fortalecer capacidades y desarrollar procesos para el reconocimiento y la exigencia de derechos humanos, como parte de una iniciativa de participación y de reparación de las víctimas del conflicto armado colombiano. (Ver: Un reinado trans de resistencia y celebración).

Durante el receso, aprovechamos para conversar de manera más informal y analizar nuestros puntos de vista sobre el primer encuentro. Danna estaba sentada en las escaleras a la entrada al hotel. Fumaba con una gracia particular que me hizo recordar una foto icónica de la actriz Audrey Hepburn. Así, con esa elegante coquetería me miraba mientras fumaba. Y dos minutos después de apagar un cigarrillo con su zapato de plataforma, quiso encender otro.

¡Hola lindo! ¿Tienes fuego? – me dijo.
No. No tengo, pero te lo puedo conseguir – le respondí.
No, ¡deja así! – respondió.

Danna esculcó en su bolso. Del fondo sacó un encendedor que después de sacudir e insultar varias veces, hizo funcionar. Dos bocanadas de humo profundo, de nuevo mirada y sonrisa coqueta iluminada por el efecto incandescente del alumbrado público.

Que linda esa cámara. Cuando termine el taller, ¿me puedes tomar una foto? – me dijo.

Desde ese momento y, casi por un año, fui su fotógrafo oficial.

En ese entonces, viajé de Bogotá a Chaparral (municipio ubicado en el suroccidente del departamento del Tolima) dos o tres veces al mes durante cerca de un año. Me enamoré de ese proceso y de su gente. Rápidamente Danna empezó a mostrar un interés particular: llegaba temprano a los talleres, le gustaba sentarse adelante, preguntaba, opinaba y debatía cuando alguien hacía un comentario incorrecto: “A mí no me molestaba que antes, cuando la gente que me conocía desde pequeña, me llamara con mi nombre masculino, pero ahora sí me molesta, porque ya entendí que soy una mujer trans, porque yo antes pensaba que era gay, pero no… Ser gay es otra cosa, yo soy una mujer trans. Tengo mi identidad y tengo mis derechos. Mi nombre identitario es Danna, quiero que todos me llamen Danna, ese es mi derecho”.

Ella tenía 18 años cuando la conocí y 19 cuando la asesinaron en febrero de 2017. Se perfilaba como defensora de derechos humanos y quería trabajar en memoria histórica, pero primero quería terminar el colegio, lo había dejado tiempo atrás.

Yo había estado con Danna ocho días antes de su secuestro, tortura y asesinato, sentados en el Parque de Los Presidentes. Me hacía reír con sus ocurrencias, me contaba anécdotas de algunos de los transeúntes que desprevenidos cruzaban por el parque. La cité allí para que me ayudara con unos planos de apoyo para el reportaje audiovisual que estaba realizando, justo en la etapa final del proyecto.

Recuerdo una de las últimas frases que me dijo: “Quiero que me grabes caminando, pero voy a caminar (dando una vuelta) como si lo hiciera por el aire”.

“Lo importante para ella era su presente: trabajar para transformar sus condiciones materiales”.

Regresé a Bogotá a trabajar en el montaje del reportaje y esa semana me avisaron de su desaparición y, días después, de su muerte. Ese ha sido uno de los momentos más difíciles de mi carrera. Nunca había sentido la muerte tan cerca. Me sentí frustrado, bloqueado e impotente. Pensé que mi trabajo y el de mis compañeros y amigos con quienes había estado en el proceso no valía la pena.

“La vida es muy injusta. Danna era muy joven y con un gran futuro por delante”.

“De los 109 homicidios y feminicidios registrados en 2017 contra personas LGBT, el asesinato de Danna fue uno de los primeros sucedidos en el año. Fue un recordatorio de que –a pesar de los avances en materia de reconocimiento de derechos, del proceso de paz y de la disminución general de homicidios en el país– la violencia contra las personas LGBT no presenta una reducción similar”, señala “La discriminación, una guerra que no termina“, un informe de derechos humanos de personas LGBT realizado por Colombia Diversa y Caribe Afirmativo (2017).

Después de su secuestro su familia no se pronunció. Pensaron que estaba por ahí. Ella no era precisamente el orgullo de la familia. La experiencia de otras mujeres trans evidencia que, en muchas ocasiones, sus familias no se preocupan por su bienestar y seguridad. Fueron sus amigos y compañeros de la Asociación Chaparral LGBTI Diversa quienes se movilizaron ante lo sucedido.

El cuerpo de Danna fue encontrado a las afueras de Chaparral en el sitio denominado “El llano del loco”, el nombre del lugar irónicamente coincidía con el perfil del asesino, un temerario individuo que después de torturarla y abusarla, decidió acabar con su vida. Su victimario era un soldado del batallón José Domingo Caicedo del Ejército de Colombia que operaba en esa zona. Fue capturado cinco meses después y tres meses más tarde fue liberado por vencimiento de términos, como pasa frecuentemente con los procesos de investigación y judicialización ante homicidios de personas trans en Colombia.

A Danna la enterraron el 26 de febrero de 2017, quince días después de su muerte. Todo el proceso de reconocimiento fue lento, la ausencia institucional no facilitó las cosas y su familia no tenía dinero para las exequias. Sus amigos hicieron “vaca” para recolectar lo suficiente.

“A Danna La despidieron con un homenaje y con una jornada de duelo y perdón en El parque de los presidentes, el lugar donde por última vez estuve con ella”.

La impunidad en los crímenes hacia personas con orientaciones sexuales e identidades de género diversas es recurrente. Organizaciones LGBTI del país exigen que se creen políticas públicas con enfoque diferencial para el reconocimiento y protección de personas como Danna. También son necesarias acciones pedagógicas, culturales y de movilización social que permitan contrarrestar los efectos de la discriminación y de la violencia.

En este sentido, los medios de comunicación también cumplen un papel importante, pero en muchos casos no les dan un tratamiento adecuado a las noticias y terminan reforzando imaginarios sobre las personas trans que propician nuevos actos discriminatorios. La violencia contra esta población es una mezcla letal de prejuicios, exclusión, discriminación, falta de sensibilidad y mucha indiferencia.

* Comunicador social con énfasis en la promoción y defensa de los derechos humanos. Activista LGBT. Email: davidtruj@gmail.com

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