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Afro y lesbiana en Colombia

Ser lesbiana y afro en Colombia

Pobreza, falta de oportunidades, perfilamiento racial, racismo y estereotipos, son algunas de las violencias que viven las personas afro en Colombia. Todo se complica cuando son LGBTIQ.

Por: Sergio Alzate*

En su poema Me gritaron negra, la artista afroperuana Victoria Santa Cruz cuenta la historia de un descubrimiento: a los cinco años, alguien (un desconocido que caminaba arropado por el odio) le gritó “negra”, un sonido que se transformó en insulto. La historia de Dayana Blanco tiene mucho de esa situación: un día, que fueron varios, la sociedad le dijo “negra”. Y no solamente negra: le dijo que también era “lesbiana”. Negra y lesbiana. Lesbiana y negra. Y entre estas dos cosas, su vida: abogada, música, activista, una mujer que disfruta del favor de la soledad y que cree en el poder transformador de la educación pública. (Ver: Hay muchas formas de ser mujer).

El bachillerato para mí fue horrible. Yo era el patito raro, la cosa extraña que iba en contra de lo que un colegio de señoritas debía ser. No veía la hora de salir de allí”, cuenta. Hija de Josefa Acendra, una madre soltera, Dayana nació en Cartagena y vivió en el barrio Olaya Herrera, “en un sector popular llamado Foco Rojo”.

Así fue creciendo Dayana, con la sensación de que era diferente a sus compañeras de colegio y a las demás personas de su edad que veía en las calles. Si bien hoy en día ha abrazado su identidad de género de mujer cisgénero masculina, al crecer y coquetear tímidamente con esta estética recibió miradas de recelo. Porque una mujer, y sobre todo una mujer Caribe, necesita responder a ciertos estereotipos y relatos. (Ver: A mí sí se me nota).

Ser lesbiana y afro en Colombia
Dayana -Yaya- Blanco nació en Cartagena, creció en el barrio Olaya Herrera.

En esa tímida construcción de una Dayana adolescente, encontró rechazo y bullying.

Dayana prefiere la quietud de su casa a la efervescencia de la exterioridad.

Cosas como las que yo viví de adolescente forman parte de una experiencia compartida de las personas LGBTIQ. Creo que fue el escritor Manuel Zapata Olivella (1920-2004) quien una vez dijo que sin conocernos, nos reconocemos. Así como yo tuve que pasar por estas situaciones de bullying y persecución, muchas otras personas también. Al final todo esto moldeó mi personalidad”, cuenta Dayana. (Ver: Bullying LGBT: más fuerte y dañino).

Describe su personalidad como la de alguien solitario, que prefiere la quietud de su casa a la efervescencia de la exterioridad, una mujer callada y reservada, que ha encontrado su hogar en la soledad y quien, contrario a lo que pareciera ser el credo general, prefiere trabajar desde la casa. Así, a los cuchicheos poco disimulados, a las miradas reprobatorias y a los comentarios ofensivos, antepuso una personalidad de coraza y una determinación: ser la mujer que siempre quiso, una que abrazaba lo masculino. Lesbiana. Una mujer diferente. (Ver: ¿Dónde están las lesbianas?).

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—¿Y al fin qué vas a estudiar?— le preguntó su mamá.
Derecho— respondió Dayana.
—¿Cómo así? ¿No vas a estudiar Música?— dijo su mamá.
No, voy a estudiar Derecho— concluyó Dayana.

Contrario a lo que suele suceder en otras familias cuando llega la hora de elegir una carrera universitaria, la madre de Dayana Blanco se sorprendió de que su hija no quisiera seguir una profesión musical. Después de todo, desde los once años Dayana cantaba en agrupaciones de salsa. No como un pasatiempo o una actividad extracurricular, sino como un trabajo para el que la llamaban. Y a pesar de que la elección de una carrera era obvia, ella se fue por algo que resultó ser una sorpresa para los demás: ser abogada. Además, no creía en la supervivencia del artista: esa precariedad romántica donde alguien tiene que conformarse con migajas, pasar penurias, llegar a fin de mes arañando las paredes y todo, absolutamente todo, por “amor al arte”.

Así, se inscribió a Derecho en la Universidad de Cartagena. “Elegí esta carrera porque quería sentir que trabajaba por los demás. Además, necesitaba hablar y defender algunas posturas políticas que tenía en ese entonces como la importancia de la participación ciudadana y la defensa de la ciudad”, dice.

En esa época también fue importante su ingreso a la universidad pública. Lo público, el poder que allí existe y la pluralidad de discursos en estos espacios son cosas que Dayana guarda con cariño. “La universidad pública es una pequeña selva, una ciudad a escala, en la que encuentras de todo. Yo había estudiado mi primaria y mi bachillerato en instituciones públicas. Así que era lógico que mi etapa universitaria siguiera esa línea. Agradezco que haya pasado. Porque allí vi que como en todos los lugares hay gente buena y gente mala, gente pobre y otra gente más pobre aun, gente que cree en unas cosas y gente que cree en otras”, dice.

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Dayana sonríe a través de la pantalla del computador. Es la época de las entrevistas y de las reuniones a distancia, de distanciamientos sociales, de interacciones líquidas y digitales. Sonríe con todo el rostro, no solo con la boca. Es un gesto que dura un par de segundos, un terremoto facial que termina tan pronto empieza. Esto da la impresión de una reserva cordial. Dayana al hablar se acerca lo suficiente para no pasar por tosca o grosera, pero mantiene una distancia que hace de ella una mujer, en apariencia, seria.

Ser lesbiana y afro en Colombia

“Cuando estamos muy cansados o poco motivados, es ella quien nos saca una sonrisa o nos impulsa a seguir”, Daniel Gómez-Mazo.

Pero Dayana es una de las personas más divertidas que conozco”, dice Daniel Gómez-Mazo, abogado y, junto a Dayana, uno de los miembros fundadores de ILEX-Acción Jurídica: una organización sin ánimo de lucro que, desde una mirada sociojurídica y académica, lucha contra el racismo en Colombia, y de la cual ella es su directora. “A veces cuando estamos muy cansados o poco motivados, es ella quien nos saca una sonrisa o nos impulsa a seguir. Por ejemplo, una vez que fuimos a una integración corporativa, se subió a un trampolín a saltar y a saltar. Nosotros no podíamos de la risa de verla ahí como una niña chiquita”, cuenta Gómez-Mazo.

Ese humor, un humor que describen como inteligente y muy propio de sus raíces caribes, es una de las cualidades que más destacan de Dayana quienes la conocen. “Como líder, ella es una mujer centrada y enfocada hasta un punto que lo deja sorprendido a uno. Ella es la maga de los cronogramas, sabe manejar muy bien su tiempo y tiene un sentido de la responsabilidad envidiable. Además, si se propone algo, no descansa hasta terminarlo y terminarlo bien”, completa Daniel.

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Hasta 2011, Dayana Blanco no había pensado en sí misma como una mujer afro. No era que desconociera su piel, sino que había crecido en Cartagena y vivido rodeada de otras personas afro. Hasta entonces, en su mundo nadie la había llamado “la negra” ni había tenido que responder a estereotipos o lugares comunes. No era “la negra” de la cuadra, ni “la negra” del salón de clases, ni “la negra” del trabajo. Pero cuando en 2011 se mudó a Bogotá para trabajar en la rama judicial, esto cambió. Bajo la alquimia del lenguaje, Dayana supo que era negra.

Cuando sucede esto, saber que soy negra porque los demás me ven como tal, empiezo a estudiar y a empaparme del tema. Me dije, listo, suelo ser la única persona negra en la mayoría de situaciones sociales. Necesito encontrar espacios para gente como yo, lugares en los cuales no sea la negra, sino una más”, cuenta. Un día mientras iba en bus para el juzgado, una mujer se le acercó y le preguntó:

—¿Cierto que tú eres de la Universidad de Cartagena?—
Sí, allá estudié —respondió Dayana.
—¿Y qué haces acá? ¿Estás viviendo en Bogotá?—
Sí, acá estoy viviendo
—¡Genial! Te tengo una invitación: tenemos un combo de abogados y abogadas afrocolombianos. Juntos tenemos un observatorio de racismo y discriminación racial—.
Listo, de una, ¿dónde y cuándo se reúnen?

Así, Dayana empezó a compartir con personas que entendían las violencias a las que están expuestas las personas afro en Colombia. Violencias estructurales que desembocan en situaciones sociales (pobreza, falta de oportunidades, perfilamiento racial, racismo, etc.), pero también violencias diarias (los estereotipos, los “chistes”). “Empecé a estudiar ser afro no solo como un tema identitario, sino como algo teórico y que va mucho más allá de mis vivencias personales. Fue maravilloso poder encontrar a estas personas que trabajan el tema en Bogotá y en Colombia”, dice.

Sin embargo, no todo fue color de rosa.

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“En comunidades tan golpeadas y discriminadas como la afrocolombiana, otras identidades parecieran ser vistas con recelo. Entonces, sucede que una mujer afro no puede ser lesbiana o un hombre afro no puede ser gay”.

Aunque hubiera querido, no habría podido parar de llorar. Frente a todas, temblando como si mil maremotos la estuvieran inundando por dentro, Dayana Blanco lloró. Lloró de tristeza. Lloró de rabia. Lloró de frustración. En una reunión de mujeres afrocolombianas, una de ellas la confrontó: “¿eres lesbiana?”. La pregunta fue un disparo a su corazón. (Ver: Jess: soy yo sin pedir permiso ni dar explicaciones).

Y la única respuesta posible, a pesar de haberse aceptado desde hace mucho tiempo, a pesar de haberse asumido como mujer negra y lesbiana, fue llorar. Y en el intermedio de sus lágrimas, en lo único que podía pensar era: “¿cómo es posible que, en un lugar como este, que debería ser seguro para mí, yo sea violentada por una mujer negra por ser negra y lesbiana”. (Ver: “Yo no soy gay, soy marica, una loca de Montería”).

Con los años, y tras un proceso de perdón y aprendizaje con esta y otras personas de la misma colectividad, Dayana puede verbalizar desde su yo de ahora, de 34 años, qué fue lo que sucedió esa vez: el esencialismo. En comunidades tan golpeadas y discriminadas como la afrocolombiana, otras identidades parecieran ser incompatibles y vistas con recelo. “Entonces, sucede que una mujer afro no puede ser lesbiana o un hombre afro no puede ser gay. Dentro de nuestras propias identidades ‘minoritarias’ se construyen muros”, opina. (Ver: La verdadera diversidad LGBT).

Sin embargo, Dayana cuenta que ya las conversaciones interseccionales se están dando. Ya lo LGBTIQ tiene espacio dentro de las conversaciones sobre lo afro, en debates nacionales que se preguntan por las situaciones y discriminaciones a las que se ven sometidas las personas afrocolombianas lesbianas, gais, bisexuales o trans. Dayana sabe que el camino es largo y hay mucho por hacer, pero ya se está recorriendo ese trayecto. Si a ella se le pregunta cómo ha sido su experiencia siendo una mujer negra y lesbiana, responde: “uno ha comido tanta mierda en esto, que le sale un callo sobre la piel. Una piel muy dura, una coraza que te protege”.

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Dicen, las personas que conocen a Josefa Acendra, su madre, que el humor de Dayana es una herencia directa de ella. Una extensión de su progenitora. Dicen que en Josefa Acendra está el germen de lo que Dayana es, de lo que Dayana será. Ella, Dayana, solo responde con amor y orgullo: “Mi mamá es la mujer más poderosa y disciplinada que conozco. Es madre soltera y sola nos crió a mi hermana y a mí. Es muy estricta. No sé si heredé su sentido del humor, pero sí la disciplina. Como yo, ella se ríe con poca gente, pero con esa gente se ríe con gusto. Le costó muchísimo aceptar mi orientación sexual. Hasta mayo de 2020 que salí del clóset con ella por decimoquinta vez y me dijo que no tenía problema, porque yo soy su hija y ella me ama. Ya está más tranquila con el tema y hasta me pregunta por mi pareja”. (Ver: “Dejemos de decir que no queremos hijos LGBT”).

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La experiencia de vida de una persona mestiza dista mucho de la experiencia de vida de alguien afro. “Si uno le preguntara a una persona hoy en día si cree que en Colombia hay racismo, probablemente dirá que no y comparará la situación nuestra con la que se vive en Estados Unidos”, dice Daniel Gómez-Mazo. Sin embargo, la realidad colombiana muestra que esto no es así. “No es solo reconocer la diferencia del color de piel, sino ver cómo reparamos exclusiones históricas que vienen desde la época de la esclavitud”, prosigue Daniel.

Por ejemplo, según datos de la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas (UARIV) de 8’803.836 personas registradas en el país como víctimas del conflicto armado, 11,75% pertenecen a población afrocolombiana, raizal y palenquera. En un especial de Semana, titulado: ¿Y con el racismo en Colombia, qué?, se muestra la manera en la que los territorios en los que habita más población negra son, justamente, algunos de los más pobres del país.

“El racismo está: ¿Cuántos congresistas negros hay? ¿Cuántos gerentes? ¿Cuántos profesores en universidades?”, pregunta Dayana.

Los datos anteriores podrían llevar a pensar que estos son problemas de contextos rurales, de espacios que, desde la comodidad blanca mestiza y citadina, se denominan “la periferia” o “la Colombia profunda”. Sin embargo, un estudio de ILEX combate estos lugares comunes. La investigación Abuso policial y discriminación racial hacia afrodescendientes, demuestra cómo en Bogotá (estudiando los casos de las localidades de Kennedy y Usme) una persona afro está más expuesta a violencias. Por ejemplo, si una persona afro está vendiendo en el sistema de transporte de Transmilenio, tiene 2,67% más probabilidades de ser multada por esto que una persona blanca mestiza. Y las violencias a las que está expuesta esta población en la capital no solo pasan por multas: también hay mayores perfilamientos policiales, requisas y “encontrones” con la Policía.

En 2018, becada, Dayana Blanco vivió y estudió en Estados Unidos. Allí, en la Universidad de California, hizo una maestría en Derecho con una especialización en teoría crítica racial. Allí, aunque fuera una identidad transitoria, descubrió que era latina. No solo eso: que era afrolatina. Que era una vez más, como siempre, diferente. Durante sus años en ese país pudo trabajar con Los Angeles LGBTI Center. Su experiencia en Colombia trabajando en la rama judicial, en el área de restitución de tierra en Bogotá y La Guajira hicieron que se interesaran en ella. Además, como el proyecto era para trabajar con personas en situación de calle, muchas de ellas latinas, el hecho de que Dayana hablara español e inglés era una ventaja. Así que cuando le ofrecieron el puesto en el Centro, dijo “sí” automáticamente.

Tras esta experiencia Dayana regresó a Colombia y asumió la dirección de ILEX, organización conformada por abogadxs afrocolombianos, algunxs con orientaciones sexuales diversas. Mezclando el ejercicio profesional con el académico, ILEX tiene un interés en temas relacionados con el acceso a la justicia, integración económica, problemas sociales y otros problemas que afectan directamente a la población afrocolombiana. De este modo, sus acciones legales e investigaciones no se enfocan en un caso en particular (digamos, a una persona no le quisieron arrendar un apartamento en un conjunto residencial), sino en problemáticas que hacen parte del racismo estructural (por ejemplo, un conjunto residencial que se niega a arrendarles apartamentos a personas afro).

Entre las acciones destacadas de ILEX está la tutela que interpusieron por el resultado del censo 2018 del DANE. Para este censo se registró una población afrocolombiana de 2’982.224 personas. Un alarmante descenso al compararse con los datos de 2005: en esa ocasión se contabilizaron 4.311.757 personas afrocolombianas en el país. “Y un escenario de reducción poblacional es posible, pero tendría que haber un genocidio o un cataclismo terrible para que esto suceda, para que de un censo a otro haya 1’329.533 individuos menos”, dice Dayana.

Esto es importante porque con base en el número de personas se diseñan las políticas públicas. Y si se registra menos población de la que existe, dichas políticas no servirán ni impactarán como tendrían que hacerlo. Además, esto forma parte de un problema mayor: los datos con respecto a las personas afro, frente a problemáticas generales y específicas son endebles.

Por ejemplo, en la actual crisis del Covid-19 no se puede saber cuánta de esta población diariamente está siendo diagnosticada con el virus y cuánta muriendo de él, datos que ayudarían a entender qué tanto el racismo puede estar afectando más a unas poblaciones que a otras. Así, ILEX ha hecho un llamado para que el gobierno nacional considere como personal de primera línea contra el Covid-19 a las parteras, a los chamanes y a los médicos tradicionales que habitan en territorios afros o indígenas, lo cual significaría que podrían tener un acceso temprano a la vacuna al igual que el personal médico especializado.

Estas personas están enfrentándose a una pandemia y a un virus mortal en territorios donde no hay centros de salud capaces de hacerles frente a esto, donde no hay camas UCI ni respiradores artificiales. Personas que están en territorios de difícil acceso, olvidados, con mayorías de personas afro o indígenas”, dice Dayana.

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Yo soy cantadora de música afro del Caribe colombiano. De bullerengue, de fandango, de bailes cantados. Inicié como cantante de salsa brava y a veces todavía lo hago. Mi proyecto como artista es el mismo que tengo como abogada, pero usando una herramienta diferente: la música. Mi proyecto como artista es narrar la historia afro, la cual está atravesada por la resistencia. Creo que la música es una forma de resistir. En este camino he podido grabar algunos temas. Tengo mi agrupación y en YouTube se puede encontrar nuestro canal con la música que hacemos. Cuando no estoy tocando con mi agrupación, estoy tocando con otros grupos o directores musicales que necesitan la voz de una cantadora. No lo hago de una manera tan regular como mi oficio de abogada, pero busco el tiempo para hacerlo“.

“Ahora con la pandemia todo se ha parado. No hay posibilidades de presentarse en bares o de armar la rumba. Este 2021 tengo la idea de grabar un trabajo de unos 45 minutos de algo que vengo cocinando hace unos tres años: una narrativa cantada del trabajo del escritor afrocolombiano Manuel Zapata Olivella. Pero con el distintivo de que al menos 15 o 20 minutos serán de improvisación de los instrumentos y de la voz”. (Ver: Cuando nos volvamos a encontrar).

Quienes han escuchado cantar a Dayana solo pueden calificar su voz con una palabra: vozarrón. La mujer menuda que muchos ven en primer momento, se transforma en el escenario. De su garganta sale un huracán que revuelca todo, que lo despedaza y lo vuelve a armar. Conmueve hasta los huesos. “Su voz es bellísima. Yo no sé nada de la parte técnica, no conozco las especificaciones de los géneros que canta, pero cada vez que oigo la voz de Dayana me emociono. Esa voz es de otras ligas”, dice Daniel Gómez-Mazo.

En un concierto en Bogotá en honor de las víctimas del conflicto armado, Dayana compartió escenario con el cantante lírico y de opera Valeriano Lanchas, uno de los nombres más respetados en este género en Colombia. Sorprendido tras escucharla, Lanchas le dijo: “tu voz me llegó a lo más profundo del alma y te recordaré siempre como un ejemplo de lo que significa cantar con la verdad”. Cantar con la verdad: eso es lo que hace Dayana cuando, por medio de su voz, canaliza la resistencia de todo un pueblo. La rebeldía de siglos y siglos de lucha que todavía continúa en pie.

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El trabajo de ILEX, los esfuerzos por combatir el racismo y la vocación por ayudar son cosas agotadoras. Dayana no oculta eso ni que cada día las cosas se ponen más difíciles. Sin embargo, antes de dormir, mira en retrospectiva todo lo que ha hecho junto a sus compañerxs y siente orgullo, satisfacción. “Saber que alguien utilizó algún material de ILEX para hablar sobre racismo, territorios, abuso policial u otro tema, ya me da la satisfacción de saber que hicimos algo importante. Por eso, no paramos y seguiremos adelante”.

*Periodista.

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