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Sexo inane por televisión

Buena parte de las escenas de sexo entre mujeres siguen siendo concebidas para hombres. Pareciera que aún se desconoce que, sin testosterona de por medio, el placer también es infinito.

Nunca imaginé que una de las actividades “recreativas” del senador Roberto Gerlein fuera ser libretista de televisión.

Sabía que sus momentos de ocio estaban al margen del ámbito sexual, pero me inclinaba más a que, al igual que Roy Barreras, aprovechaba su tiempo libre (que no debe ser poco) para escribir un libro, no de poesía, sino de cómo lucir más a la moda un pantalón “al cuello”.

Tenía claras sus habilidades como “cuentachistes” y su capacidad para revivir palabras excrementalmente olvidadas. Pero no sabía más.

Me enteré de su vocación de libretista porque hace un tiempo me encontré en la programación nacional con una escena de sexo entre dos mujeres. Y lo que allí  vi fue sexo inane. El senador Gerlein no habría podido describirla mejor: “el sexo entre mujeres no es nada”.

Las protagonistas eran dos actrices o, mejor, dos modelos con ganas de actuar, que rompían el hielo con un diálogo muy propio de un preámbulo sexual: “¿cuándo piensas asumir tu orientación?” Pregunta una. “¿Y cuándo la vas a asumir tú?” Responde la otra. ¿Será que parte del compromiso del capítulo era incluir una conversación tomada de una cartilla titulada: Oriéntame?

Una vez en la cama, además de no movérseles un solo pelo de sus estoicos peinados, las dos dejaron ver una ropa interior negra, pequeña, de encaje… ¡Tan utilizada por un amplio grupo de lesbianas! Por supuesto, ninguna de las dos tenía el pelo corto o usaba ropa suelta. Para que la escena hubiera sido más heterosexual solamente faltaron las sábanas de raso rojas.

Mi esperanza era que después del sugestivo diálogo, una de las dos se aproximara a la otra con intenciones más eróticas. Pero los diferentes ensayos fueron en vano. A pesar de amenazar con una próxima acción, ni la mano, ni la boca, ni la pierna de la una ni de la otra llegaron a un destino final. Todo quedaba en el aire.

Ninguna agarraba, chupaba, mordía o lamía. Allí las manos y los dedos estorbaban. Lo importante era lucir el brasier wonderbra y los cuerpos trabajados en gimnasio.

Se suponía que era su primer encuentro sexual y lo único que a una de ellas se le ocurrió hacer, fue pasarle a la otra un collar por la espalda. Se abrazaban con la prudencia que lo hacen dos hombres que temen ser calificados de homosexuales.

Al natural

La escena habría resultado mucho más creíble si al menos una de las protagonistas hubiera sido una modelo con menos maquillaje, más natural, digamos, por ejemplo, una funcionaria pública de esas que afirma “estar casada con la academia”. ¿Alguien se imagina cómo sería ese volcán en erupción? ¿Cómo sería toda esa libido reprimida puesta al libre albedrío?

Lo cierto es que no fue ella la elegida sino dos actrices que, claramente, creían que, como era sexo entre mujeres, la pasión era distinta por no decir “inferior”. De hecho, una de ellas tenía la cabeza tan estática que parecía llevar oculto un cuello ortopédico.

La escena termina al amanecer con las piernas descubiertas y entrelazadas de una manera tan poco natural que, en la vida real, independiente de la orientación sexual, pocas personas habrían podido conciliar el sueño de esta manera. ¿Será que creyeron que las lesbianas no sienten frío y que acomodan las piernas en posiciones más rebuscadas?

El problema de fondo con esta escena, como con buena parte de las que tienen lugar entre mujeres, es que siguen siendo concebidas para hombres. Su propósito no es otro que recordar que ellas pueden elevar la libido masculina, pero para que el asunto sea realmente satisfactorio, siempre se necesitará, en algún momento, una generosa inyección de testosterona.

Es fácil suponer las instrucciones que el director le dio a esta pareja durante la grabación: “acuérdense que es una escena entre mujeres, así que todo muy suave, casi sin tocarse y mostrando”. Y yo le agregaría: como si sus novios las estuvieran viendo”.

¿Por qué creer que una escena sexual entre dos mujeres debe ser más suave y con menos emoción que una heterosexual? ¿Por qué creer que la vida sexual entre ellas es como entre ángeles? ¿Por qué pensar que una pareja femenina se limita a contemplarse o a consentirse las mejillas cuando están muy osadas?

¿Será que todavía hay quienes creen que cuando una mujer se siente atraída por otra, “siente” menos que cuando una mujer ve a un hombre que le gusta? ¿Pensarán que lo máximo que le sucede es que suspira profundo y dice en voz baja “hermosa”? La verdad es que “al mismo amor, los mismos derechos” y “a la misma atracción, la misma pasión”.

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