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¡Si no fuera por el feminismo!

Al feminismo le debemos mucho. Gracias a este movimiento hemos avanzado como sociedad y las mujeres hemos logrado espacio y reconocimiento en distintas áreas. Sin embargo, aún estamos lejos de una real equidad de género.

El feminismo como movimiento social busca que todas las personas seamos tratadas en igualdad, sin acudir a categorías como sexo, orientación sexual, identidad de género, raza, etnia o cualquier otra característica para restringir derechos.

Es un movimiento que invita a cada quien a poder ser y lucir como quiera, sin que por tal motivo sus derechos sean limitados. Sin embargo, es un hecho que estamos muy lejos de una real equidad de género, por lo que resulta fundamental seguir hablando de feminismo.

Un ejemplo del desequilibrio que aún persiste son las cifras que presenta la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en cuanto a la brecha salarial existente entre hombres y mujeres que ocupan los mismos cargos. Faltan al menos 71 años para reducir esta diferencia.

De eso justamente quería hablar durante mi presentación en el taller de conversación en inglés al que asisto. Quería responder: ¿Por qué es fundamental seguir hablando de feminismo, a qué se debe a que aún estemos lejos de una real equidad de género y por qué debemos estar agradecidos con este movimiento social?

Como dice Gloria Steinem, escritora feminista, “la gratitud nunca ha radicalizado a nadie“. La exposición que tenía planeada para el taller estaba basada en explicar cómo el feminismo había logrado poner en las agendas de los gobiernos temas tan importantes como el derecho al voto de las mujeres, su participación en política, la garantía de sus derechos laborales, económicos y sexuales y reproductivos, entre otros. (Ver: Las luchas del aborto en Colombia).

Pero la presentación no solamente debía de ser corta sino que mis compañeras consideraban que el feminismo no era un asunto de ellas y no estaban de acuerdo con algunos de sus discursos.

Así que me propuse demostrarles que todas las luchas y protestas son para ganar espacios y derechos debido a  que la sociedad no escucha todavía a las mujeres y que, además, tarda años para actuar en pro de su reconocimiento. Prueba de lo anterior son las décadas que se tomaron para reconocer nuestro derecho al voto, luego de que la primera mujer hablara del tema.

Mientras trabajaba en mi exposición, mi hijo de 6 años, quien está aprendiendo a leer, se acercó a mis notas y esforzadamente leyó en voz alta “femenino”, aunque el texto decía “feminismo”. Mi hijo volvió a repetir “femenino” y seguidamente dijo: “mamá yo sé qué significa eso”.

¿Cosas de mujeres?

Lo escuché con atención mientras decía: “es lo que hacen las mujeres” y aclaró que él también podía jugar a maquillarse, ponerse un tutú, tomar el té y tener muñecas sin que por esto le dijeran que era una niña. (Ver: ¿Hebillas para mi hijo?).

Le respondí que tenía razón pero que él se estaba refiriendo a comportamientos que socialmente se consideran “femeninos” y que la palabra que él realmente estaba leyendo era “feminismo”. Como lo harían muchos otros niños de su edad, me pidió una explicación.

Le dije que las personas feministas promovíamos la igualdad de derechos y deberes, así como el bienestar de cada quien en espacios como el laboral, social y familiar.  Luego, mi hijo me preguntó que si eso que queremos ya existía, pues él veía que en su colegio las niñas y los niños pueden hacer lo mismo, con las mismas recompensas y consecuencias y que todos practican los mismos deportes sin excluirse por ser hombres o mujeres.

Le expliqué que así tan simple como sucede en su colegio, es como las personas feministas quisiéramos que fuera el mundo, un lugar donde cada quien se sintiera bien siendo quien es, en medio de un ambiente de respeto.

“Le dije a mi hijo que si nombrábamos a la mayoría de líderes mundiales, incluidos súper héroes, casi todos eran hombres”.

Sin embargo, le aclaré que por ahora la realidad era otra y que no muchos espacios eran como su colegio, que existían otros donde trataban mal a los niños que querían usar falda o a las niñas que llevaban el pelo corto y que a medida que iban creciendo a ellas las iban separando de las posiciones de poder y no las dejaban realizar ciertas actividades que no consideraban propias para las mujeres.

Le pregunté cuántas jugadoras de fútbol conocía y no tardó en contestar que ninguna. Le expliqué que sí existían pero que la sociedad en la que vivimos nos había hecho creer que este era un deporte exclusivo de hombres.

Le conté que eso también pasaba en otras actividades. Le recordé que durante años muchas escritoras firmaron sus obras con nombres masculinos para ser tenidas en cuenta. A mi hijo le quedó claro que en muchos casos las mujeres quedan en un segundo plano siendo, incluso, las creadoras de las obras.

Con la espontaneidad propia de sus seis años me respondió que él también conocía una historia parecida. Comenzó a contarme sobre una niña que había vivido hace muchos años y que había descubierto el primer fósil de un dinosaurio pero que había sido un niño -su amigo- quien lo había anunciado y se había adueñado del descubrimiento llevándose todo el crédito.

Reconocimiento para ellas

El amigo nunca aclaró que había sido ella quien lo había encontrado. Y concluyó su relato diciendo: “mamá no importa quien hace las cosas, igual se le debe reconocer su trabajo por su talento, no por ser hombre o mujer, blanco, café, negro o si usa o no tutú. A nadie se le pueden robar sus logros”.

Mientras lo escuchaba me pareció interesante ver cómo iba creando su propia definición del feminismo o de la equidad de género y cómo con su propia historia podía explicarle la importancia de dar a cada quien lo que se merece teniendo en cuenta sus capacidades y no su sexo, identidad de género, orientación sexual, raza o etnia.

Mi hijo se fue a dormir y yo me quedé pensando en su historia. Y dije: “fijo eso le debió pasar a alguna mujer, sólo que nunca nos lo contaron”. Sin embargo, la curiosidad me ganó y comencé a googlear a ver qué me salía.

Y apareció un nombre: Mary Anning quien nació en el Reino Unido en 1799 y a los doce años encontró su primer fósil, hallazgo que marcaría una carrera llena de aportes a la geología y a la paleontología.

También fundó la primera tienda de fósiles a donde reyes e investigadores iban a comprarlos para luego escribir sobre ellos. Mientras vivió, en ninguno de los trabajos que la Sociedad de Geología de Londres hizo con las teorías y los fósiles hallados por Anning se le reconoció su trabajo.

Ser mujer le impidió pertenecer a la academia y recibir el crédito que merecía. Grandes hombres de ciencia se valieron de sus trabajos para escribir sus investigaciones pero ninguno fue capaz de darle su justo reconocimiento en sus escritos y solo hasta después de su muerte logró un pequeño espacio en la historia de las ciencias naturales.

“La historia de mi hijo resultó ser cierta lo que no me asombró, pues existen miles de Mary Anning en la historia de la humanidad”.

Lo más preocupante es que actualmente, a mayor o menor escala, seguimos teniendo casos como estos. Por ejemplo, cuando los logros de los hijos terminan siendo obra del bueno y generoso papá y rara vez de la mamá.

Aún hay quienes creen que un reconocimiento es decir que “detrás de todo gran hombre hay una mujer”. Por esto y por muchas razones más, el feminismo es importante. Gracias a este movimiento hemos avanzado y logrado destacarnos en distintas áreas del conocimiento y de la sociedad. (Ver: Hombres ¿feministas?). 

Gracias al feminismo hemos podido ser desde directoras de misiones al espacio hasta ser elegidas democráticamente en cargos públicos. Sí, al feminismo hay mucho que agradecerle y la mejor manera de hacerlo es difundiéndolo y promoviéndolo. Ser feminista es vivir en pro de la diversidad, la inclusión y la igualdad y la manera de llegar a una real equidad de género.

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