La violencia que sufren muchas personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT) está relacionada con su forma de vestir, de hablar o de peinarse. El reto está en enseñar a respetar las diferencias desde la infancia y en evitar obligar a los demás a encajar en lo que cada quien cree, le gusta o considera correcto.
Que no se note. Esa es una de las preocupaciones que, al menos durante una parte de su vida, acompaña a algunas personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT). Sin embargo, no es una inquietud gratuita, salida de la nada. (Ver: A mí no se me nota).
En buena medida, obedece a que muchas familias suelen “aceptar” (¡gracias!) la orientación sexual o identidad de género de su hijo o hermano, pero con una salvedad: “no se vaya a volver una ‘loca’ o una ‘machorra’“. En otras palabras: “te permitimos ser lesbiana siempre y cuando seas femenina o ser gay si eres masculino y nos evites pasar vergüenzas o señalamientos“.
Es, entonces, cuando los prejuicios y estereotipos hacen su entrada triunfal, generalmente en boca de la mamá, el papá o algún hermano: “Mijo, yo lo acepto como es, pero pórtese como una persona seria sin shows ni escándalos”. (Ver: “Busco hombre acuerpado y cero plumas“).
Es común que los niños que no juegan fútbol sean víctimas de bullying. La práctica de este deporte se asume como un indicador de masculinidad.
Desde muy niños lo femenino se relaciona con debilidad y quietud y lo masculino con fuerza y movimiento.
Aunque no queda claro qué es “portarse como una persona seria”, nadie quiere que lo rechacen o maltraten. Y si la persona intuye que el motivo de la discriminación es usar una determinada ropa o correr o hablar de una cierta manera, seguramente intentará renunciar a esa parte de su identidad y a procurar no ser quien es (lo que resulta imposible) para tener la aprobación familiar y social. (Ver: Mi apariencia, mi comportamiento, mi identidad. Historias de vida).
La Constitución Política de Colombia contempla el derecho al libre desarrollo de la personalidad, el cual protege la posibilidad de crear de manera autónoma la propia imagen. Sin embargo, es difícil ejercerlo cuando se crece escuchando en la casa, en el colegio y en otros espacios, frases como “¡sea un hombre!” o “las mujeres no caminan así”.
“Yo no me visto de una determinada manera pretendiendo lucir como un hombre. No busco ser alguien distinto a mí. Escojo la ropa que me gusta, con la que me siento cómoda y no me considero menos mujer por llevar el pelo corto y usar pantalones anchos”, explicaba en un hangout liderado por Sentiido, Cristina Uribe Villa, comunicadora social dedicada a la realización audiovisual y a la gestión cultural. (Ver vídeo: Evento en carne y hueso: A mi sí se me nota).
Está claro que las agresiones que muchas personas LGBT sufren por las calles, evidente en frases como “¡qué reguero de plumas!” o “¡parece un macho!”, están relacionadas con su manera de vestir o de comportarse.
Cuestiona al agresor
“El problema de fondo es que quien tiene una construcción de género diferente a la mía, cuestiona mis temores y me hace preguntas sobre mi propia identidad. Por eso hay tantas violencias contra quienes ‘se les nota'”, explicaba Simón Torres, psicólogo clínico de Liberarte Asesoría Psicológica, en este hangout liderado por Sentiido.
Todo esto obedece a una obsesión por categorizar. “Decir que a mí no se me nota es suponer que hay otros a los que sí se les nota. Esto implica algo así como tú allá y yo acá. Habla de una jerarquización dentro de la cual cada quien se ubica”, completa Torres.
El resultado en muchos casos es el deseo inconsciente de lucir como “la mayoría” para evitar las miradas, mezcla de susto y repulsión, y las burlas por una forma de vestir, de peinarse o de comportarse.
De ahí que muchas personas LGBT les digan a terceros que no eligieron “ser así” y que si pudieran cambiar, lo harían sin dudarlo. Se han creído la idea de que para ser como son, necesitan dar explicaciones como “no lo elegí” o “esto no es contagioso”.
“¿Qué pueden tener en común lesbianas, gais, bisexuales y trans? Creer que la ‘normalidad’ es algo a lo que tienen que ajustarse justificando sus acciones”, Denis Pascon, psicólogo.
“Caen en el peligro llamado justificación. Para la muestra, algunas de las frases que escuchamos o leemos a menudo: ‘soy gay pero varonil’ o ‘el hecho de que me gusten los hombres no significa que quiera ser una mujer'”, señala Denis Pascon, psicólogo especializado en diversidad sexual y de género, radicado en Madrid (España).
Detrás de estas frases, agrega, es posible sentir una sutil vergüenza. “En ocasiones, el mismo cuerpo se convierte en un instrumento de justificación. De allí los músculos, la búsqueda de supuestos cuerpos perfectos y la promoción de una imagen ideal de belleza”, añade Pascon.
“Para muchos hombres gais ser pasivo es una ofensa porque se relaciona con feminidad y eso les parece bajarse de categoría. Mi apuesta es que a mí sí se me nota y qué”, señala Juli Salamanca quien se identifica como mujer trans. (Ver: “No soy marica, soy mariconcísimo”).
Se incorpora el rechazo
Independiente de ser o no LGBT, las personas tienden a incorporar en su vida los sentimientos de rechazo que han visto hacia los comportamientos que se consideran se salen de lo masculino (en hombres) y de lo femenino (en mujeres).
“Cuando una mujer se viste y se comporta de una manera que la sociedad califica como ‘masculina’, la violencia que despierta está asociada con el machismo y con la idea de que ellas deben ser objetos de deseo y comportarse y vestirse como tal. De ahí que se castigue (con burlas, comentarios o agresiones) que rompa con esa supuesta regla”, señala Uribe Villa.
Algo similar, agrega, sucede con los hombres que construyen su imagen de una manera que la sociedad clasifica como femenina porque de alguna manera estarían renunciando al privilegio de “ser machos”. (Ver: “¡Somos gais y nos vemos como gais!”).
En resumidas cuentas, se desconoce que cada quien expresa su género o la manera como quiere verse, teniendo en cuenta las definiciones de masculinidad y feminidad que le rodean. Las incorpora en su apariencia y comportamiento resultando evidentes en su forma de vestir, de hablar y de llevar el pelo, convirtiéndose en mensajes para las otros de quiénes somos.
Hay tantas expresiones de género como personas en el mundo.
En todo caso, la expresión de género no es una decisión netamente individual. “Es un proceso colectivo porque estamos inmersos en un núcleo familiar y social. Que una persona exprese su género de una forma y no de otra tiene que ver con su entorno, con sus relaciones familiares y con las reglas que allí conoció”, añade Torres.
“La identidad es una historia que me cuento a mí mismo: soy capaz, soy tímido… Y que otros cuentan de mí: te ves muy bien, eres inteligente… La lectura que los otros hacen de mí conduce a que yo cambie o afirme mi expresión de género, por eso son coautores de nuestra identidad”, completa Torres.
No obstante, cada persona ajusta su expresión de género según el momento por el que pase porque es algo móvil y flexible. Es un proceso de búsqueda continua que no arranca en un lugar para terminar en otro. “No somos productos acabados sino que estamos en constante transformación”, afirma Simón Torres.
También va más allá de lo que se ha catalogado como masculino y femenino, donde los hombres deben estar en un lado y las mujeres en el otro. “Muchas veces la gente me pregunta que si estoy disfrazada o que por qué me pinto los labios y yo no tengo una explicación teórica para dar más allá de me gusta”, dice Juli Salamanca.
“Muchas de las manifestaciones consideradas del ámbito público surgen en lo privado”, Simón Torres, psicólogo clínico.
¿Eres hombre o mujer?
Cristina Uribe Villa señala que con mucha frecuencia los niños le preguntan si es hombre o mujer. “Yo les digo ‘soy niña’ y les devuelvo la pregunta. Suelen mirarme como si les estuviera haciendo la pregunta más rara del mundo, curiosamente la misma que ellos me acaban de formular. Ahí se genera un diálogo hasta que se aburren y empiezan a hablarme de otras cosas”.
El problema, agrega, es que todas las personas nacen con un contrato que obliga a ser de una determinada forma. Desde bebés les dan prendas de unos colores y no de otros. Si es niña le regalan muñecas y, si es niño, carros. (Ver: Los juguetes que regalamos: más que diversión, una oportunidad).
“El reto cuando uno reconoce la rigidez del contrato, es romperlo. Es entonces cuando viene el proceso de preguntarse qué quiero para mí. En mi caso, un primer paso fue reconocerme como lesbiana. Salir del clóset me permitió enfrentar muchos prejuicios y empezar a construirme como realmente lo sentía, libre de los límites que la sociedad determina”, afirma Uribe Villa.
“El punto es tener claro -y hacerlo ver- que cada quien es dueño de su cuerpo”, Cristina Uribe.
“Yo puedo sentir que mi forma de vestir y de comportarme es femenina así a mucha gente no le parezca”, Cristina Uribe.
Uno de esos momentos liberadores fue cuando se rapó. Y así mucha gente le diga “machorra”, Cristina muchas veces se siente muy femenina. “La gente se ríe, ‘pero femenina dónde’, preguntan. Y ahí justamente radica la importancia de reconstruir lo que culturalmente hemos entendido por femenino y masculino”, completa.
El desafío está en evitar intentar que los otros encajen en lo que cada quien cree. “Cuando esos otros no coinciden con mis ideas, yo intento cambiarlos y no me cuestiono lo que yo pienso. ‘Tú no te ves femenina, tienes que cambiar’, decimos, en vez de preguntarnos por qué una persona tiene que cambiar porque a mí no me guste”, señala Torres.
“Tanto el quiero que se me note como el no quiero que se me note son posibilidades válidas dentro de un amplio espectro. Lo importante es fomentar el respeto por el otro, independiente de cómo se vista, hable, se peine o se comporte”, agrega Torres.
Hay que empezar por enseñar, desde la infancia, el respeto por la identidad de cada quien. Pretender ocultar la realidad les envía a los niños el mensaje de que no ser de una determinada forma está mal, lo que se convierte en antecedente de violencia y discriminación. El punto está en arriesgarse a ser y a vivir más allá de las expectativas sociales y en que cada quien se aprecie por lo que es y no por lo que “tendría” que ser.
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