Luiz Fernando Botelho nació en el seno de una comunidad evangélica en Curitiba (Brasil) y siempre soñó con ser misionero. Bob, como es más conocido, coordina la organización “Evangélicxs por la Diversidad” y su historia de vida es un ejemplo de reconciliación entre religión y diversidad sexual.
Luiz Fernando Botelho nació y creció en el seno de una comunidad evangélica en la cuidad de Curitiba, al sur de Brasil. A los 9 años de edad, en medio de un culto pentecostés, un pastor le puso la mano en la cabeza y le anunció a la congregación que el niño sería profeta para las naciones. Ese día Luiz Fernando -o Bob como es más conocido- se comprometió feliz, temprana e irrevocablemente con ese destino honroso.
Hoy, con 25 años, es mucho lo que Bob ha tenido que vivir para poder disfrutar el derecho simple y básico de ser él mismo y a la vez, vivir ese anhelo de infancia. Actualmente, este teólogo, estudiante de geografía y misionero evangélico dedica su tiempo a terminar su tesis universitaria sobre geografía de la religión y a trabajar como coordinador de “Evangélicxs por la Diversidad”, una organización que nació en 2018 para ampliar y cualificar el debate sobre la relación entre diversidad sexual y de género y la fe cristiana evangélica. (Ver: Brasil: arcoíris LGBTI entre nubarrones).
Pero antes de llegar hasta ahí, Bob tuvo que pasar por una verdadera “noche oscura del alma”, después del luminoso amanecer que había sido una infancia feliz, rodeada de amor y en la que todo prometía ser muy sencillo: Bob era un niño alegre, creyente y entusiasta.
De la profecía a la pesadilla
Estaba decidido. Bob sería misionero. Era todo lo que le interesaba: estar en la Iglesia, formar parte de los grupos de jóvenes, ayudar. Era el hijo al que no le interesaban las fiestas y que nunca daba problemas. Sólo que en ese momento, a las puertas de la preadolescencia, Bob ya intuía algo diferente de la mayoría de los niños que frecuentaban su Iglesia y el colegio militar en el que estudiaba.
Él pensaba que había algo extraño en la curiosidad que sentía -y que no percibía en los otros- de observar el cuerpo de algunos de sus amigos en las duchas, después de las clases de educación física. También intuía que su deseo de aprender a bailar jazz era “cosa de niñas”, así que nunca hablaba de esto con nadie y se contentaba con formar parte del grupo de danzas de la Iglesia.
Poco a poco Bob empezó a sentir culpa por tener ciertos pensamientos y deseos, como aquel día en el que fue bautizado, cuando tenía 12 años. “Después del bautizo, como estábamos mojados, el pastor y yo fuimos a cambiarnos de ropa. Él estaba cambiándose y yo recuerdo claramente estar observándolo y luego sentirme muy culpable porque me acababa de bautizar y ya estaba sintiendo deseo por el cuerpo de mi pastor”. (Ver: “Cuando acepté que ser homosexual no era enfermedad ni pecado, mi vida cambió”).
Era su gran secreto, uno que ni él sabía cómo definir. Bob sólo consignaba este tipo de experiencias en su diario íntimo con eufemismos como “el dolor de mi alma”. Lo llamaba así porque no sabía qué nombre darle a lo que le ocurría. (Ver: El plan B de Mauricio Toro).
Pero muy pronto lo sabría entre lágrimas cuando comenzó una lucha interna entre la necesidad de reconocer su identidad o plegarse a lo que la Iglesia esperaba de él, si es que pretendía llevar a cabo su sueño de dedicar su vida a ser misionero.
El camino de reconocerse como homosexual lo llevó a través de largas noches de oración, ayunos ofrecidos para su “curación”, “batallas espirituales”, depresión, brotes psicóticos e intentos de suicidio. Para Bob era imposible negar por más tiempo su orientación sexual, pero no concebía que por esto tuviera que dejar de ser lo que había sido hasta ese momento: un misionero comprometido. (Ver: Aceptarse).
“Yo tuve una adolescencia muy perturbada. Pasaba noches sin dormir y al día siguiente comentaba: ‘pasé la noche entera batallando en el mundo espiritual’ cuando en realidad yo estaba en una tremenda crisis porque no tenía coraje para reconocer lo que me pasaba”.
Bob sabía que era homosexual pero también sabía que en el momento en el que lo asumiera, perdería todo lo que le era preciado. “Yo sabía que el día en que alguien de la Iglesia lo supiera, yo iba a perder el estatus que tenía y no quería renunciar a eso porque eso era todo para mí. Yo era el niño que Dios había llamado para ser misionero”, rememora. (Ver: La Biblia no discrimina pero sí las interpretaciones fuera de contexto).
Entonces, dice, estaba convencido de que tenía que “curarse” y en ese camino lo intentó todo: “lloré mucho, oré mucho, yo bendecía mi cuarto, la puerta, el computador. A los 14 años hice un ayuno de dos semanas porque decía que sólo iba a volver a comer el día en que Jesús me ‘curase’. Hice todo lo que se pueden imaginar y más de una vez me pregunté: ¿cómo es posible que Jesús vea todo lo que yo intento, que él sepa que yo no pedí ser así y que a pesar de todo me vaya a rechazar?”. (Ver: Nerú, ¿un traidor de la homosexualidad?).
“Hoy soy tan tan equilibrado que mi psicólogo es cristiano y mi psiquiatra, gay”.
Por más decidido que Bob estuviera a “curarse de la homosexualidad”, la realidad se imponía en su vida hasta que esa guerra interna explotó a los 21 años, después de que su primer amor -un amor homosexual vivido a escondidas- lo dejó. Esto desencadenó una serie de brotes psicóticos, depresión e intentos de suicidio.
Bob recibió un diagnóstico de esquizofrenia y empezó a tomar medicinas y a asistir a terapias con un psicólogo y un psiquiatra. “Yo llegué a donde el psicólogo, que es cristiano, y desde el principio le dije ‘yo quiero una cura a lo gay’. Entonces él, que es una persona muy ética me dijo ‘calma, lo vamos a ir resolviendo’. Bueno, él es mi psicólogo hasta hoy”, comenta. (Ver: Miguel Rueda y su apuesta por el amor).
Como lo temía, Bob fue expulsado de su Iglesia. Se quedó sin culto al cual ir y mucha gente con la que había crecido compartiendo la fe cristiana le dio la espalda. Pero sus padres y sus tres hermanos se mantuvieron firmes a su lado. “Primero se lo conté a mi mamá y ella, al ver que ese niño feliz se había convertido en esa persona que no comía, que no salía de su cuarto y que intentaba suicidarse, me dijo: ‘hijo yo lo que quiero es que tu te sanes de esa depresión’”. (Ver: “La vida y Dios me premiaron con un hijo gay”).
Después le contó a su padre con la incertidumbre de saber si lo iba a rechazar. Ese día, Bob había preparado una maleta, algo de dinero y hasta el pasaporte por si su padre reaccionaba de manera negativa. El plan era huir inmediatamente de la casa. “Pero cuando yo le conté a mi papá, él me miró y me dijo: hijo, papá te ama”, recuerda emocionado.
Aunque Bob necesitaba vivir libremente su homosexualidad, lo que más le dolía era perder a Jesús y no poder dedicarse al Evangelio. Pero en una iglesia poco convencional de Curitiba, la Igreja do Armazem, le abrieron las puertas, le cuidaron las heridas y lo animaron a seguir adelante. (Ver: Ernesto Barros Cardoso: la historia de un pastor transgresor).
“La gente de la Igreja do Armazem me invitó a participar, éramos unas 15 personas. Ellas aceptaron muy bien mi homosexualidad, es más, eso ni era un tema allá y hasta me invitaron a predicar. Diseñaron un esquema de turnos para cuidarme de modo que si yo estaba mal, llamaba a alguien del grupo e inmediatamente venía a verme. Nunca olvidaré la manera como me cuidaron”. (Ver: Hay muchas voces religiosas que no son “antiderechos”).
Con el tiempo, Bob se fue sanando. Pero aún faltaba reconciliar los mundos homosexual y evangélico. Todo cambió en 2016 cuando Bob participó en el Festival Reimaginar, un encuentro de activistas cristianos contra todo tipo de discriminación: racial, de credo, de género.
En medio de este evento Bob se encontró con muchas personas evangélicas involucradas en causas sociales: el Movimiento Negro Evangélico, Evangélicas por la Igualdad de Género y el Frente Evangélico por el Estado de Derecho. (Ver: Ser homosexual y ser feliz).
Pero Bob percibió que no había una organización que articulara a los evangélicos LGBTI, y junto con otros dos activistas, Flavio Conrado y Talita Santana, se unieron para crear “Evangélicxs por la Diversidad”, que desde entonces coordina Bob.
“Una madrugada en la que yo estaba desesperado llamé a una médica del grupo. Ella manejó conmigo dos horas hasta ver el amanecer frente al mar. Cuando me calmé, me dejó en mi casa y ella se fue a su trabajo”.
En ese trabajo comenzó a recibir muchas cartas de personas que se identificaban con las publicaciones, reflexiones y vivencias que Bob compartía. Esta comunicación con la gente fue una manera de retomar esa labor de misionero con la que siempre había soñado pero de la que se había sido separado al ser expulsado de su comunidad inicial. (Ver: Padre James Martin: Jesús sería el primero en acoger a las personas LGBTI)
“Llegó un momento en el que yo respondía 80 correos por semana de personas que me escribían identificándose con mi historia. Entonces recuerdo un día que yo llegué donde mi psicólogo cristiano y le comenté frustrado: ‘Dios me llamó para ser misionero pero él sabía que yo soy gay y aún así me llamó para un asunto en el que no me respalda, ¡qué absurdo!’”. (Ver: Diversidad sexual y nuevas alternativas espirituales).
Fue su psicólogo quien le hizo caer en la cuenta de que esa comunicación con creyentes LGBTI a quienes él estaba ayudando a través de su experiencia era una misión. “Ahí es cuando yo percibo que vale la pena compartir mi historia para que la gente sepa que no se va a ir al infierno, que Dios no las excluye, que Dios no quiere de ellas ese sufrimiento angustiante”.
De los “textos de terror” a los de amor y vida
Al superar su depresión vendría entonces la lucha por permanecer dentro de su fe y eso comenzó con el proceso de liberarse de lo que en Brasil llaman “textos de terror para LGBTs” y que son todas esas narrativas bíblicas interpretadas para condenar la diversidad sexual. (Ver: ¿Qué dice la Biblia realmente sobre la homosexualidad?).
“Yo tuve que luchar para permanecer con Jesús porque para la Iglesia evangélica es muy cómodo cuando las personas homosexuales nos apartamos. La Iglesia recurre al discurso de ‘los homosexuales son desviados, son pervertidos, son hedonistas, no tienen a Jesús en sus vidas’, pero cuando yo llego con el discurso de ‘soy gay y también cristiano’, el fundamentalismo se desestructura”, afirma. (Ver: Francisco De Roux: a un país no se le puede imponer una ética religiosa).
En todo caso, Bob necesitó volver a estudiar y a reaprender los textos bíblicos que durante toda la vida le habían dicho que ser homosexual era pecado, que por ser homosexual Dios no lo aceptaba.
“Cuando me acuerdo de mi época depresiva, también me acuerdo de que la gracia de Dios se manifestó para salvarme de ese infierno que viví hasta entender que yo soy un hombre gay a imagen y semejanza de Dios, que yo soy amado como soy”.
“Después de que yo me quité los lentes del fundamentalismo y me puse los de la vida, la Biblia pasó a ser un libro esencial para mí”.
“Yo tuve que entender que Jesús venció la muerte por mi cuerpo y no por la letra escrita. La Biblia cuenta la historia de un Dios que se hace hombre, que muere y resucita para que todas las personas tengan una vida con dignidad. Entonces, ¿cómo es que algunas personas pueden usar este libro para aniquilar mi existencia o decir que yo soy menos digno?”.
Esta relectura implicó reconocer que en la Biblia hay segmentos que legitiman la esclavitud o la discriminación de las mujeres y que si no fuera por una reinterpretación de los mismos, muchas cosas no habrían avanzado en materia de derechos civiles en el mundo.
Contrario a lo que sucedía antes en su vida, hoy Bob encuentra en la Biblia muchos testimonios de amor para sí mismo y para todas las personas LGBTI. Pero hay dos textos en particular que lo emocionan y que lo acompañan siempre que quiere inspirar a otros a sentir el amor de Jesús en sus vidas:
“Juan, capítulo primero: ‘en el principio la palabra estaba con Dios, la palabra era Dios’. Un poco más adelante en este mismo libro Jesús dice: ‘yo soy el camino, la verdad y la vida’. O sea, Jesús -la palabra que se hizo carne- es una verdad que genera vida. Y cuando se usa la Biblia para generar muerte, para aniquilar mi existencia, para crear depresión, tentativa de suicidio, ansiedad y crisis de pánico, las personas no están practicando la palabra de Dios porque la palabra de Dios genera vida. Jesús vino para que yo tuviera vida”.
“Yo me siento afirmado por Jesús”.
También, dice, que cuando piensa que es ese joven gay, cristiano, estudiante de geografía y teólogo, lo es porque Jesus permitió que lo fuera. “Es como si Jesús dijera: ‘tú sólo eres lo que eres por mi existencia, porque yo te hice ser”.
El otro texto es del libro de Tito, capítulo dos, versículo 11: “porque la gracia de Dios se manifestó salvadora a todas las personas”. Dice Bob que para él es un texto poderosísimo porque no distingue sino que habla de salvación para todas las personas. “Nadie puede decir que yo no tengo derecho de acceder a la gracia de Dios”.
Hoy día, Bob está reconciliado consigo mismo y con su entorno. Aunque bromea y dice que sus padres difícilmente serán activistas LGBTI porque según la interpretación de las escrituras que ellos hacen, vivir la homosexualidad es pecado, también dice que si les preguntan a sus padres si creen que su hijo va a ir al infierno o que no es un verdadero cristiano, ellos dirán “no”. “Mis padres y yo aprendimos a entender que el amor es incondicional”, explica. (Ver: “Lo de menos es que mi hijo sea gay, lo importante es él como ser humano”).
También siente que todo lo que vivió fue parte de un camino importante para poder transmitir el mensaje que hoy comunica: “Yo veo a Dios conduciendo todo esto. Es como si él me dijera ‘Bob, yo te llamé para ser misionero ¿recuerdas? Te dije que ibas a hablarles a los líderes de las naciones’. Y ahí, cuando estoy en medio de una conferencia de la OEA hablando para líderes de las naciones como misionero gay, Dios me mira y me dice: ¿qué hubo Bob, te diste cuenta?”, comenta y se ríe.
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Gracias por esto, me tocó mucho al ser también una estudiante de geografía nacida en un hogar Cristiano muy conservador. Mis luchas por alcanzar la perfección dentro del cristianismo y la negación y hasta repulsión por mi misma al no alcanzar lo esperado me llevaron a tener crisis de pánico y ansiedad desde muy pequeña. De verdad que es una lucha muy difícil, hay días en que es un infierno, por este motivo me alejé de la religión y busque aceptarme a mi misma. El ver que hay personas que pueden encontrar paz dentro de sus propias creencias me hace sentir esperanza, esperanza de que otros jóvenes no tendrán que pasar por lo mismo, de que hay otras alternativas.
Soy Cristiana.
Y he meditado , que el 99% de los cristianos , o creyentes en Cristo
Conocen y es común que sepamos el salmo 23
El Señor es mi Pastor . Decirlo es muy fácil
Porq nosotros nos dejamos es pastorear de nuestra carne, de nuestros deseos.
Hemos confundido lo q es un deseo y una necesidad, incluso le damos preferencia a nuestros deseos y creemos q nuestra necesidad es colmar nuestros deseos. CAYENDO ASÍ EN UNA VIDA TAN EPICUREA, NADA CRISTOCENTRICA.
Y donde quedó sodoma? Este señor esta extraviando a la gente con sus deseos carnales
Con razón no aparece ningún mal comentario solo kiero decirles q esto la pagaran con el infierno si no se arrepienten todo eso es mentira