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“Tener una hija lesbiana es un orgullo para mí”

Que su hija Ana María sea lesbiana no solo le ha enseñado a Adolfo Murillo a ver y a apreciar la diversidad propia de la realidad sino a dejar a un lado el machismo, a ser un mejor papá y un mejor ser humano. 

Papás, mamás presentes”, fue una de las frases que Adolfo Murillo gritó a todo pulmón durante la marcha LGBTI de Medellín de 2019. Aunque él es de Costa Rica -vive en Tilarán, en la provincia de Guanacaste- por esos días de junio estaba en Medellín participando con su esposa Vitinia Varela y su hija Ana María, en la VII Convención de familias por la diversidad sexual y de género, evento liderado por la Asociación Internacional de Familias por la Diversidad Sexual y que en 2019 tuvo lugar en Colombia. (Ver: Medellín les da la bienvenida a las familias diversas).

Esta marcha fue una experiencia muy distinta a la que vivió en la de 2017 en San José (Costa Rica), la primera marcha LGBTI a la que asistió. En esa ocasión se llevó un sombrero grande de paja que meses atrás había comprado en Cartagena, con la excusa de protegerse del sol durante el trayecto, pero con el verdadero propósito de ocultarse de algún vecino, familiar o cámara que pudiera verlo. “Apenas en algunos momentos levantaba la mirada para ver si alguien me estaba mirando”, recuerda.

Adolfo llegó con miedo a esa marcha. “Veía tantas banderas, personas trans y tanta diversidad que lo único que me preguntaba era ¿yo qué hago acá? Yo veía a mi esposa y a mi hija felices, pero estaba asustado”. Esa marcha de 2017 le resultó eterna, al punto de que una y otra vez se preguntó con desespero “¿cuándo se acaba?” (Ver: Lo que pensaba y lo que ahora pienso de las marchas LGBT).

“Tener una hija lesbiana es un orgullo para mí”
“Muchos papás y mamás llegan a los grupos de apoyo creyendo que la orientación sexual o la identidad de género de sus hijos LGBTI es pecado, pero poco a poco van superando esas ideas”, Adolfo Murillo.
“Fue un privilegio haber podido ir a la VII Convención de familias por la diversidad sexual y de género en Medellín”, Adolfo Murillo.

“Mi percepción fue que cuando nosotros lo supimos, independiente de nuestra reacción, Ana María se quitó un peso de encima”. 

El proceso para ir a esa primera marcha empezó un año atrás, un día en que Vitinia estaba leyendo el blog de Ana María, la menor de sus tres hijos y a quien le gusta la poesía. Allí encontró apartes dirigidos a una mujer. “Ella pensó ‘ah es que los poetas son medio locos’”, pero le quedaron dudas. “¿Y si le pregunto?”, dijo. “No, mejor no porque si no es así se va a ofender”, se respondió. En últimas, tanto Vitinia como Adolfo creían que preguntarle a alguien si es lesbiana o gay podría interpretarse como un insulto.

Así que se quedaron con la duda hasta que poco después Vitinia vio otra publicación de su hija que nuevamente la inquietó. Se la mostró a Adolfo, quien respondió: “si lo es, yo igual la voy a seguir amando y respetando”. En todo caso, con mucho miedo, Vitinia llamó a su hija por teléfono y le preguntó. “Menos mal estaba sentada porque casi se desmaya cuando escuchó la respuesta”, recuerda Adolfo. 

Ese día de principios de 2016 Adolfo y Vitinia se enteraron de que su hija Ana María, de 21 años, era lesbiana, algo que nunca se les pasó por la mente. “Jamás lo sospechamos porque le veíamos el pelo largo, que usaba pulseras, aretes y maquillaje”. En otras palabras: hasta entonces, ni Vitinia ni Adolfo sabían que ser lesbiana no implica vestirse, comportarse o ser de una determinada manera. (Ver: A mí no se me nota).

Esa fue nuestra reacción inicial porque no teníamos ningún conocimiento sobre diversidad sexual y de género. Por esto, muchos papás no están preparados para enterarse de que su hijo/a es LGBTI”, señala Adolfo.

“Tener una hija lesbiana es un orgullo para mí”
Al año siguiente de casados, hace 37 años, Adolfo y Vitinia tuvieron a su primer hijo. A los tres años, el segundo y, a los seis, nació Ana María. “Cada uno de nuestros hijos es único y a los tres los quiero igual”, Adolfo.

Más tarde, mientras Vitinia seguía en estado de negación y preguntándose: “¿pero cómo puede ser así si ella es muy femenina?” e insistiendo en que “eso no está bien”, Adolfo, en su cama, estaba lleno de preguntas. Y aunque estaba firme en que seguiría amando y respetando a Ana María, empezó a librar una lucha interna que no lo dejaba tranquilo en ningún espacio.  (Ver: Aceptar a los hijos LGBT).

Cuando estaba en su trabajo en el Instituto Costarricense de Electricidad y se encontraba con compañeros en los pasillos, después de saludarlos, veía que ellos se quedaban charlando y lo primero que pensaba era: están hablando de mí y de mi hija. “Me sentía mal. Yo mismo me armaba esos vídeos porque tenía miedo y no estaba aceptando realmente a mi hija. El machismo me estaba consumiendo”.

Ana María decidió buscar ayuda para sus papás y encontró al Grupo de Apoyo a Familiares y Amigos de la Diversidad Sexual de Costa Rica (Gafadis). Adolfo ni contempló ir porque su trabajo no se lo permitía. Finalmente viven a tres horas y media de San José. Vitinia tampoco se animó a ir hasta un día en que estaba en San José y coincidió con una sesión del grupo de apoyo. (Ver: “Lo de menos es que mi hijo sea gay, lo importante es él como ser humano”).

“Hoy mi mensaje para las personas LGBTI es que no tengan miedo de ser felices”.

“A Vitinia le ayudó mucho ver a mamás que se reían y eran felices sabiendo que sus hijos eran LGBTI”, Adolfo.

Ella agradeció que justo ese día había poca gente porque lloró durante toda la reunión. Allá la acompañaron sin juzgarla, saben que muchas veces ese llanto es parte del proceso. Al ver a tantas mamás felices y orgullosas de sus hijos LGBTI, Vitinia alcanzó a preguntarse: “¿será que están locas? ¿Cómo pueden estar tan felices?”. (Ver: “La vida y Dios me premiaron con un hijo gay”).

Vitinia siguió asistiendo a los encuentros. “Así fue como ella aclaró sus dudas y entendió que nuestra hija no estaba haciendo nada malo. Yo vi la transformación de ella y cómo iba superando sus miedos”, dice Adolfo. Además, cada vez que Vitinia asistía a una reunión de Gafadis, recogía folletos que dejaba casual en algún espacio de la casa y que cuando estaba solo, Adolfo leía con detenimiento.

Así fui entendiendo mejor qué es ser lesbiana, gay, bisexual y trans”, pero aun sin superar del todo su lucha interna. “Yo de labios para afuera le decía a mi hija que la quería y la respetaba como era, pero por dentro el tema todavía me costaba”. (Ver: “Dejemos de decir que no queremos hijos LGBT”).

Hasta que entendí que mi hija venía de colores”, Adolfo Murillo.

En esa lucha interna eran definitivas sus creencias religiosas. Adolfo nació y creció en una zona rural, en una familia de escasos recursos, numerosa, conservadora y muy católica. “Mi papá apenas sabía escribir y medio leer y, mi mamá, quien aún vive, ni leer ni escribir. Entonces, ni para bien ni para mal se nos habló de diversidad sexual y de género”, recuerda Adolfo.

Su mamá les decía que si se portaban bien, Dios también lo hacía, pero si lo hacían mal, Él también. “En las clases de religión en el colegio, los profesores nos presentaban un Dios castigador y nos amenazaban con el infierno”. (Ver: ¿Qué dice la Biblia realmente sobre la homosexualidad?).

Una y otra vez Adolfo se preguntaba cómo iba a ser la vida de Ana María, de quien había imaginado que estudiaría una carrera, se casaría con un hombre y tendría hijos. “El problema era que tenía una actitud egoísta. Me preguntaba qué iban a decir mis compañeros de trabajo, mi familia y mis vecinos si se enteraban de la orientación sexual de Ana María. Yo no pensaba en que mi hija necesitaba nuestro apoyo y un ‘te amo y te respeto’ sinceros”.  

Algunos de los papás y mamás presentes durante la VII Convención de familias por la diversidad sexual y de género en Medellín (Colombia) en 2019.

Yo estaba siendo egoísta porque solo pensaba en mí, en lo que pudieran decir los demás y no en el bienestar de mi hija”. 

Mientras tanto, el proceso de Vitinia con con el grupo Gafadis avanzaba tan bien que ese mismo 2016, año en el que tuvo lugar en Costa Rica la VI Convención de familias por la diversidad sexual y de género, Vitinia asistió a todas las charlas y eventos. “Esa fue su gran escuela en diversidad”, señala Adolfo. (Ver: “La vida me preparó para tener un hijo gay”).

En esa convención, Adolfo también conoció el libro “Papá, mamá, soy gay”, de Rinna Riesenfeld. Le encantó. “Me animó mucho conocer las historias de papás y mamás que eran resistentes al tema y que terminaban aceptando a sus hijos al darse cuenta del egoísmo en el que vivían”.

Así, los folletos de Gafadis que había leído, más ese libro y la transformación que había visto en Vitinia, resultaron definitivos para que Adolfo diera por terminada la lucha interna en la que vivía. El cierre de oro de esa lucha fue la marcha LGBT de 2018 a la que asistió, pero esta vez sin sombrero, dispuesto a que el mundo entero lo viera. 

Dije ‘¡no más! Al carajo el machismo’” y contrario a lo que había pasado en 2017, la marcha de 2018 le pareció corta. Ese día cantó a grito herido las consignas propuestas por Gafadis. “Me dí la oportunidad de gozarme la marcha y de reconocer la belleza de la diversidad”. 

Superó así una idea que lo mortificaba: que todos sus hijos debían ser heterosexuales. “Entendí que el proyecto de vida de mi hija era suyo, no mío”. Ana María, además, se convirtió en una maestra para él en diversidad sexual y de género. “Yo me siento muy orgulloso de mi hija y de todo lo que nos ha enseñado para nuestra vida. Ella nos abrió el mundo”. (Ver: La obligación de ser heterosexual).

Poco después, cuando se jubiló, Adolfo empezó a asistir a las reuniones de Gafadis. “Ha sido muy satisfactorio ver de cerca el proceso de muchas mamás que pasan de la tristeza a la aceptación y ver, también, el amor con el que acompañan a sus hijos”. 

“En esa lucha interna tenía mucho que ver el machismo que nos rodea y que uno incorpora en su vida”. 

“A la hora de dar la cara por nuestros hijos LGBTI, es cuando es más evidente que nosotros somos el sexo débil”.

Pero una pregunta que empezó a rondarle fue: ¿por qué en los grupos de apoyo veía tan pocos papás? “La gente está muy equivocada cuando dice que las mujeres son el sexo débil. Ellas son quienes realmente ponen la cara por sus hijos e hijas LGBTI. Ellas son las que nos han enseñado cuál es la manera correcta de amar y de respetar a nuestros hijos. Allá llegan mamás que a veces ni siquiera tienen para lo del pasaje solo para acompañar a sus hijos”.

De hecho, agrega Adolfo, ser papá no es procrear sino amar y respetar a los hijos como son, sin sentir vergüenza. “Yo ya no tengo miedo del qué dirán, yo doy la cara en el espacio que sea. Cuando uno sale del clóset como papá se quita un peso enorme de los hombros y empieza un andar más liviano. Lo que más me entusiasma es la felicidad de mi hija”. (Ver: El día en que nació David Alexis).

En noviembre de 2019 Adolfo y Vitinia crearon el grupo de apoyo “Amor a la diversidad de Tila”. “Encontrarse con pares siempre ayuda y, con mayor razón, en un pueblo tan conservador y católico como el que vivimos”.

También, dice, sigue aprendiendo a diario sobre diversidad para poder transmitir conocimiento confiable a otras personas. La mejor manera de crear puentes con esos sectores religiosos que se oponen a la diversidad sexual y de género es dialogando y validando sus miedos para tranquilizarlos. El método es claro: conversar con respeto y escuchándonos unos a otros”.

Adolfo fue imagen de la campaña “Sí, acepto”, por el matrimonio entre personas del mismo sexo de Costa Rica.

Adolfo, además, participa en foros, eventos y comparte su testimonio en donde sea necesario. De hecho, fue imagen de la campaña “Sí, acepto”, por el matrimonio entre personas del mismo sexo de Costa Rica. “Con mi esposa y mi hija participamos en un vídeo que estuvo en los principales canales y emisoras del país. Finalmente, si las personas LGBTI estudian, trabajan y pagan impuestos como todo el mundo ¿por qué no van a poder casarse?”. Así, el pasado 26 de mayo Costa Rica le dijo sí al matrimonio entre personas del mismo sexo. 

Todo este proceso que ha vivido le permitió superar la idea del “Dios castigador” con la que creció. “Con el tiempo conocí a un Dios de amor del que nunca me hablaron. Más allá de lo que dicen algunos líderes religiosos, a mí me importan la felicidad y el bienestar de mis hijos”.

El tema es que la discriminación por creencias religiosas la tienen muy cerca: para el hermano mayor de Ana María la homosexualidad es pecado. “Pero mi hija siempre nos dice: tengo el amor de ustedes, lo más importante”. 

De su hija, dice Adolfo, no solo ha aprendido sobre diversidad sexual y de género, sino a ser un mejor papá. “Antes me costaba decirles a mis hijos ‘te amo’. Eso quedó atrás. A mí ya no me da pena decirles públicamente cuánto los quiero, abrazarlos y darles un beso”

“Yo creo en un Dios que nos guía por un camino de amor que yo encontré a través de mi hija. Un camino que durante mucho tiempo busqué y que con ella encontré”. 

“Nuestros hijos están esperando nuestros abrazos y nuestros te amo. No esperemos que sea tarde para esto”. 

También dejó de importarle lo que pensaran los vecinos o familiares lejanos. “Poca gente aborda el tema de frente, pero si me preguntan yo estoy dispuesto a responder: ‘sí, tengo una hija lesbiana’. Quiero que la gente sepa lo orgulloso que me siento de mi familia”.

Ahora, dice, se siente un mejor ser humano. “Si un vecino me piden un favor, mi respuesta es ‘con mucho gusto’, sin pretender decirle a la gente cómo debe ser su vida. De eso se trata este mundo, de aprender a convivir como hermanos con nuestras diferencias. El lema debe ser ‘vivir y dejar vivir’ y el reto entender que somos iguales en derechos pero de resto diferentes”. 

A Adolfo cada vez le cuesta entender más a los papás que maltratan o echan de la casa a sus hijos LGBTI. “A esos papás les digo que no crean esas ideas de que la diversidad sexual y de género es una moda o una etapa. No. Nuestros hijos son quienes son y punto. Así debemos quererlos”

A esos papás que piensan que mediante amenazas pueden cambiar la orientación sexual o la identidad de sus hijos les pido que recuerden ese primer momento en que tuvieron a sus hijos en sus brazos, ese primer llanto, su primera sonrisa y que tengan presente que ese ser humano por el que se derritieron de amor sigue siendo su hijo. ¡Apóyenlos! Ellos necesitan de nuestro amor. Parte de nuestra misión es acompañarlos en la vida sin importar su orientación sexual o identidad de género”.

Si son papás creyentes, la recomendación de Adolfo es que crean en un Dios de amor. “Recuerden que la homosexualidad y las identidades trans siempre han existido, así antes no tuvieran nombre o se llamaran de otra manera. Piensen en que la religión es amor, no discriminación ni una manera de hacer dinero fácil”. La vida, concluye Adolfo, es muy corta para desaprovecharla. “Vayan a darles ya un abrazo a sus hijos, mañana puede ser tarde”.

“Muchos jóvenes LGBT no son escuchados en sus hogares. Nosotros debemos hacerlo”.

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