En América latina, una de las regiones más violentas del mundo para las mujeres trans y travestis, los transfeminismos han permitido visibilizar esas violencias y crear estrategias para no enfrentar en soledad una lucha que requiere de mucha solidaridad.
Por Andrea Domínguez*
“Que ninguna mujer sea echada a la calle ni separada del seno familiar. Que ninguna se tenga que prostituir por el simple hecho de ser quien es. Que la sociedad no nos castigue por ser quienes somos. Andar libres por las calles, ese es mi sueño transfeminista”. Quien habla es la concejala de la Cámara Municipal de Sao Paulo, Érika Hilton. (Ver: Brasil: arcoíris LGBTI entre nubarrones).
Para que ese sueño se haga realidad, son muchas las cosas que tienen que cambiar en América latina. Al igual que Hilton, quien fue la concejala con la mayor votación en Brasil en 2020, la gran mayoría de mujeres trans y travestis de la región conocen en carne propia el rechazo de sus familias y la expulsión a la calle, donde muchas veces se ven forzadas a asumir el trabajo sexual como modo de subsistencia. (Ver: Travesti, una breve definición).
En las calles enfrentan la violencia, no sólo la de los golpes y los crímenes de odio sino también la de la negación de la propia identidad, la de los portazos en la cara, la de la falta de oportunidades y la de la escasez de recursos. Aún hoy en día, como una política prominente en su ciudad y opositora al actual gobierno de Bolsonaro, Hilton no puede caminar libre en las calles de Brasil debido a las amenazas contra su vida. (Ver: Brasil: una elección presidencial en tiempos de odio).
Como ya se sabe, América Latina es uno de los lugares más violentos con las personas trans y en especial, con las mujeres trans y travestis. Tanto así que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos calcula su esperanza de vida para la región en 35 años. (Ver: 8 puntos clave de la opinión consultiva de la Corte Interamericana sobre derechos LGBT).
De acuerdo con Transrespect versus Transphobia entre el 1 de octubre de 2019 y el 30 de septiembre de 2020 fueron asesinadas 350 personas género-diversas en el mundo, 98% de esos crímenes fueron cometidos contra mujeres trans o personas trans femeninas, 82% de todos los asesinatos fueron registrados en Latinoamérica y 42% del total ocurrió en Brasil.
Ante este panorama, los transfeminismos les han ofrecido a las mujeres trans y travestis herramientas valiosas para reivindicar sus derechos y luchar contra la opresión y las discriminaciones que padecen por su identidad de género.
En cada país, en cada pueblo, las mujeres trans y travestis han tejido redes de apoyo transfeministas que intentan conectar, cada vez más, con las de otros países y regiones. (Ver: Qué es el transfeminismo en América latina).
¿Pero qué son exactamente los transfeminismos y qué importancia tienen? Depende de cada región, pero pueden pensarse como una vertiente del feminismo centrada en las voces, experiencias, prácticas y conocimientos de las mujeres trans y travestis, una vertiente que por cierto, cada vez es más atacada por las voces transexcluyentes de ciertos sectores neoconservadores religiosos y políticos y del feminismo radical. (Ver: La fuerza de Lola Dejavu).
Ser una mujer trans o travesti en América latina tiene sus particularidades. Este es un continente marcado por la herencia colonial y sus improntas racistas, machistas y clasistas y en el que, como dice la académica brasileña Letícia Carolina Nascimento, “hay un odio a lo femenino implantado por la colonialidad, un odio no contra la mujer sino contra todo lo femenino: mujer, travesti, hombre afeminado”.
Por eso, Sentiido conversó con 20 personas transfeministas de diferentes países de la región, desde México hasta Argentina y produjo el mapeo Transfeminismos en América Latina, publicado a inicios de 2022. Acá retomamos algunos de los insumos de ese informe para explicar lo que hoy significan los transfeminismos para varias mujeres trans y travestis de la región.
Las opresiones
La activista peruana Miluska Luskiños lleva años trabajando por las mujeres trans de su país, el cual todavía no cuenta con una ley de identidad de género. Actualmente es la directora de la Organización por los Derechos Humanos de las Personas Trans y para ella, el transfeminismo es una barrera protectora que le ayuda a identificar las violencias que experimentan las mujeres trans.
“El acompañamiento a mis compañeras, la respuesta solidaria que damos desde nuestra organización en la que nos autodenominamos feministas, todo eso es transfeminismo; es una respuesta feminista y sorora que damos las mujeres trans y que nos permite seguir acompañándonos colectivamente”, afirma Miluska.
Al sur del continente, la activista argentina Florencia Guimaraes también lucha contra la violencia desde el colectivo Furia Trava. Florencia se considera una sobreviviente de la prostitución pero también de la violencia institucional. “Tengo 40 años y acá en Latinoamérica somos pocas las personas travestis y trans que superamos los 35 años de edad”.
Hasta finales de los años noventa estuvo vigente una norma en Argentina que permitía llevar a la cárcel y multar a quien se encontrara en la vía publica con ropa “inadecuada” a su sexo.
“En esa época yo salía a la calle y me llevaban detenida. Era apresada simplemente por ser quien era, el Estado me castigaba, me perseguía, me criminalizaba por mi identidad de género, por ser travesti, lo cual era equivalente a ser un delincuente y hay que recordar que no estamos hablando de hace 50 años, esto es reciente”, afirma.
Hoy no la detienen por ir vestida de una determinada manera, pero la transfobia y los transfeminicidios siguen vigentes en Argentina. Por eso para Florencia es imposible ver el mundo desde otra mirada que no sea transfeminista.
“El feminismo y los transfeminismos me hicieron dar cuenta de un montón de opresiones que vivía y que tenía naturalizadas, por ejemplo con respecto a la prostitución. La prostitución no tenía que ver con una elección mía, sino con un sistema que nos arroja a las feminidades travestis y trans a una esquina. El transfeminismo me ayudó a ver que no era una cuestión que me pasaba a mí sola, sino que empecé a verlo en términos colectivos. Lo mismo con respecto a otras violencias que atravesamos: la desigualdad, las brechas de oportunidades, la falta de reconocimiento económico por las tareas domésticas o de cuidado y todas esas cosas que seguimos viendo desde un punto de vista heterocentrista y binario“.
A casi cinco mil kilómetros de distancia de Buenos Aires está Recife, la capital del estado de Pernambuco en el nordeste de Brasil. Allí nació María Clara Araujo quien hoy vive en Sao Paulo, es pedagoga y trabaja con el equipo de la concejala Erika Malunguinho, quien hizo historia al ser la primera persona trans elegida diputada de una cámara en Brasil. (Ver: Brigitte Baptiste, una navegante del género).
Maria Clara empezó a afirmarse como travesti a los 16 años. “El feminismo apareció en mi vida en un momento muy importante en el que yo estaba reconociéndome como María Clara y entendiendo todos los procesos que estaba atravesando a raíz del reconocimiento de mi identidad. En ese entonces, el feminismo me posibilitó un proceso muy importante que fue no naturalizar esas violencias, no tomarlas como un hecho en nuestras vidas”, recuerda.
Después, cuando se empezó a hablar de transfeminismos en Brasil, María Clara se identificó con esta vertiente pero sentía que aún hacía falta hacer énfasis en la cuestión racial como un aspecto central de las experiencias de vida trans y travestis que ella observaba en el nordeste de Brasil, porque también son generadoras de discriminación.
“Empecé a considerar que aparte de nuestra identidad de género hay otras dimensiones de nuestra identidad que también necesitan ser destacadas. La experiencia de una mujer travesti que vive en Recife, en el nordeste brasileño es diferente de la experiencia de una mujer travesti que vive en Sao Paulo. Sí, todas nosotras somos trans, todas somos travestis, pero en un país racista como Brasil, último país de las Américas en ponerle fin al sistema esclavista, destacar sólo nuestras identidades de género no es suficiente para comprender lo que nos atraviesa en la sociedad brasileña. Por eso pienso género y raza como dos dimensiones esenciales para comprender la propia experiencia trans en Brasil”, afirma.
Esta visión se ejemplificó de manera escabrosa cuando la Asociación Nacional de Travestis y Transexuales (ANTRA) hizo un informe anual sobre los asesinatos cometidos contra mujeres trans y travestis en el país. En este se demostró que aproximadamente 80% de mujeres trans asesinadas en Brasil son negras o pardas (en Brasil se usa esa categoría para referirse a personas mestizas cuya piel es oscura). Esto ratificó la noción que venía defendiendo María Clara de que la sumatoria de racismo y transfobia produce una precariedad aún más violenta para las mujeres trans y travestis.
Con ella coinciden muchas otras transfeministas de la región, porque ser una mujer trans en América latina no es sólo enfrentar la discriminación a causa del género sino que muchas veces esta discriminación se entrelaza y se potencia con el racismo. Y esto ocurre no sólo contra personas negras sino también indígenas y mestizas, elementos que se combinan para reforzar un ciclo de exclusión, empobrecimiento y falta de oportunidades. (Ver: Ser lesbiana y afro en Colombia).
Trans, travesti, cochone
Esas particularidades latinoamericanas son las que han propiciado que, aparte de la identidad de mujer trans, surja con fuerza en la región la identidad travesti, la cual no tiene nada que ver con la definición enciclopédica que hace alusión a vestirse con ropa del sexo opuesto.
La adopción de la identidad travesti en suelo latinoamericano ha sido una manera como muchas mujeres trans han subvertido el término usado como insulto contra mujeres trans trabajadoras sexuales, y dotarlo de potencia política para reivindicar el derecho a autodefinirse más allá de la normatividad del género.
Como lo expresaba la activista argentina Lohana Berkins: “Las travestis somos personas que construimos nuestra identidad cuestionando los sentidos que otorga la cultura dominante a la genitalidad. La sociedad hace lecturas de los genitales de las personas y a estas le siguen expectativas acerca de la identidad, las habilidades, la posición social, la sexualidad y la moral. Se considera que a un cuerpo con un pene seguirá una subjetividad masculina y a un cuerpo con una vagina, una femenina”. (Ver: Dani García y su desafío al sistema binario en los documentos de identidad).
La identidad travesti en suelo latinoamericano ha sido una manera como muchas mujeres trans han subvertido el término usado como insulto.
Otro aspecto clave de la identidad travesti es que es una categoría no binaria, pues muchas travestis no se reconocen con el término “mujer”. Así lo explica Letícia Carolina Nascimento, activista y pedagoga de la Universidad Federal de Piauí: “Las travestis tenemos una identidad de género femenina pero no toda travesti se reconoce como mujer y cuando se usa el término ‘mujer’ como sinónimo de género se excluyen las experiencias de muchas travestis que no se quieren reconocer dentro del nombre ‘mujer’. Yo opto por hablar de ‘mujeridades’ y ‘feminidades’ ya que tenemos en común esas experiencias de una marcación dentro de aquello que es femenino, pero no necesariamente dentro de los moldes cishétero patriarcales”. (Ver: Ni hombre ni mujer: persona no binaria).
En Nicaragua, en lugar de “travesti” se usa el término “cochón”, “cochona” o incluso “cochone” para referirse a personas asignadas masculinas al nacer pero cuya identidad de género no sigue las normas tradicionales de masculinidad.
Como lo explica la activista nicaragüense y artista del performance Elyla Sinverguenza, lo cochón es no binario porque se dice de alguien que dentro de la experiencia trans, no se identifica con ser ni hombre ni mujer. “Además, el término está atravesado por la raza; quienes se nombran así son negros, mestizos, la gente del barrio…”. (Ver: “Yo no soy gay, soy marica, una loca de Montería”).
De estas maneras, la identidad travesti desafía los términos de otras latitudes para definir a personas con identidades de género no binarias, pues como dice Elyla, esos términos vienen del norte global mientras que la identidad “cochona” y “travesti” son una forma de traducir lo no binario desde una perspectiva anticolonial y antiglobalizante.
Feminismo y transfeminismos, una misma barca
Al contrario de lo que muchas personas piensan, los transfeminismos no son algo que les deba interesar únicamente a las mujeres trans. Esta vertiente del feminismo alberga un enorme potencial de transformación de las estructuras que discriminan no sólo a las mujeres trans sino también a las mujeres cisgénero, las personas racializadas y aquellas con orientaciones sexuales diversas. (Ver: Es feminismo: no humanismo ni “igualismo”).
Por supuesto, las necesidades y luchas de las mujeres trans y travestis son particulares, son suyas. Como lo explica Miluska, “la vivencia de las personas trans es distinta y con una línea muy marcada de violencia sobre nuestras vidas; cuando hablamos de transfeminismos hablamos de las luchas para acceder a derechos fundamentales, para reconocernos como ciudadanas”.
De ahí que las luchas transfeministas sean lideradas por mujeres trans y travestis. Sin embargo, para muchas de las entrevistadas, las banderas de los transfeminismos no solo benefician a las mujeres trans sino a todas las mujeres y a las personas género diversas y con orientaciones sexuales diversas.
Como lo expresa la académica Claudia Garriga-López, los transfeminismos entienden que el sexismo está conectado con la transfobia y que la liberación de las personas trans, en particular las mujeres trans y travestis, está vinculada a la liberación de todas las mujeres.
Los transfeminismos no les debe interesar únicamente a las mujeres trans. Esta vertiente del feminismo tiene mucho potencial de transformación de las estructuras que discriminan no sólo a las mujeres trans sino también a las mujeres cisgénero, a las personas racializadas y a aquellas con orientaciones sexuales diversas.
El feminismo y los transfeminismos reman del mismo lado contra una portentosa corriente heteropatriarcal.
El feminismo y los transfeminismos reman del mismo lado contra una portentosa corriente machista que afecta a mujeres cisgénero y trans y a personas no binarias, aunque de maneras diferentes.
La lideresa afrocolombiana Johana Maturana, creadora de una fundación que lleva su nombre y apoya a personas género diversas e integrante de la Mesa de Mujer, Paz y Seguridad del departamento del Chocó, agrega que si bien los procesos de unas y otras son diferentes, todas encarnan la defensa contra las violencias por género.
“Independiente de si somos cisgénero, trans o como tú lo quieras llamar… Independiente de la orientación sexual y de si se trata de mujeres lesbianas, bisexuales, heterosexuales, tenemos un mismo norte y es la defensa de los derechos humanos. Entonces no debe haber un proceso desarticulado”.
Urgencias y estrategias
Una larga lista de tareas urgentes aguarda a las mujeres trans y travestis. Cada una de ellas, desde su identidad, su trabajo diario y su cosmovisión trabaja para hacer realidad los cambios más importantes para sus comunidades: el fin del transfeminicidio, las leyes de identidad, la despatologización de las identidades trans y travestis, el antipunitivismo y la reglamentación o la abolición (dependiendo del caso) del trabajo sexual, entre otros.
La gran barrera para llevar a cabo estas agendas es la falta de recursos para la propia subsistencia y por supuesto, para el trabajo de activismo. Como lo dice Miluska desde Perú, es difícil pensar en organizaciones de mujeres trans que puedan hacer su activismo cuando las necesidades más básicas no están satisfechas, situación que empeoró durante la pandemia por COVID 19. (Ver: Cuando la pandemia aprieta: Alejandra y la desatención a las vidas trans).
La gravedad de la situación es ejemplificada por el sueño de Miluska de construir un comedor comunitario: “Imagino un comedor grande en el centro de Lima, con asesoría de una nutricionista, un lugar que les pueda dar de comer bien a muchas compañeras; la falta de comida es algo que las afecta mucho… Ya lo veíamos en las marchas del día del orgullo donde llevamos comida a 15 regiones del país y a todas ellas venían las compañeras a decirnos, gracias por habernos traído comida, eso es algo que a mí me parte”.
La gran barrera de las organizaciones transfeministas es la falta de recursos para la propia subsistencia y para el trabajo de activismo.
En los transfeminismos se destacan las personas trans que crean pensamiento crítico y cuestionan la discriminación por medio del arte.
La manera como cada una de estas luchadoras por los derechos de las mujeres trans y travestis enfrentan estos desafíos es tan variada como el mismo continente. Hay cada vez más personas trans ejerciendo la política y recibiendo apoyo popular, como ocurrió en las elecciones municipales realizadas en 2020 en Brasil donde el número de personas trans elegido fue cuatro veces mayor que en 2016.
Está también un nutrido grupo de académicas trans produciendo contenido en universidades y centros de pensamiento latinoamericanos, con unas visiones emancipadoras que antes no estaban disponibles o venían de la producción académica cisgénero. (Ver: Cis…¿qué?)
También se destacan las personas trans que, por medio del arte (teatro, performance, danza, ilustración) generan pensamiento crítico y cuestionan la discriminación. Las nuevas generaciones se manifiestan produciendo contenidos en redes sociales a través de un ciberactivismo que narra en primera persona las experiencias de vida trans. (Ver: Cristina Rodríguez: mujer orgullosamente trans)
Y por último está el origen y punto de retorno de lo que muchas de ellas hacen: el activismo de calle, la articulación entre colectivos, el trabajo con las comunidades locales, la organización que se preocupa por el día a día de las mujeres trans y travestis.
Aparte de todo esto, las propias historias de vida de muchas de estas activistas son actos políticos capaces de inspirar a todo un continente, como el caso de la brasilera Alexya Salvador, mujer trans, pastora evangélica, activista y mamá de dos niñas trans. (Ver: Mujer trans, pastora evangélica y mamá).
“Mi sueño transfeminista es que cuando mis hijas tengan mi edad -40 años- puedan ser quienes quieran ser; que puedan salir de su casa con la certeza de que van a volver. Deseo que todas las mujeres, cuando decidan terminar una relación no sean asesinadas por el ex; que tengan derecho a decir, ‘no quiero más’; que tengan derecho a abortar si entienden que no pueden seguir adelante con ese embarazo; sueño con que todas las mujeres tengan voz, oportunidades y salarios dignos, sueño con que las travestis no se tengan que prostituir a menos que ellas quieran”, concluye.
*Periodista. Email: adominguez@sentiido.com
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