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Quimey Ramos

Transitar en la escuela primaria

Quimey Ramos, joven travesti y profesora de inglés, cuenta desde La Plata, Argentina, cómo es hacer pedagogía desde su identidad.

Quimey Ramos es una joven travesti y profesora de 27 años que ha hecho del aula escolar un lugar para transformar el mundo, así las palabras “profesora” y “travesti” no suelan ir de la mano y menos en la educación primaria. (Ver: Travesti, una breve definición).

Una especie de pánico surge muchas veces frente a la idea de que las personas trans trabajen con infancias. Los prejuicios, el miedo y el desconocimiento las asocian con perversidad o falta de moral.  (Ver: El género existe y no es una ideología).

Con mucha dedicación, Quimey ha saltado ese muro que excluye a las personas trans. Durante varios años trabajó como profesora de inglés de estudiantes de primaria entre 8 y 13 años en la ciudad de La Plata, Argentina.

Actualmente trabaja como investigadora del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). Su historia de vida es un testimonio de arrojo y lucha que nos permite soñar con modelos educativos más incluyentes. (Ver: Colegios: les llegó la hora de reconocer la diversidad sexual).

Sentiido conversó con Quimey sobre su vida, su perspectiva sobre la movilización trans y su trabajo como maestra.

“Para mí la disputa es para que dentro del sistema educativo podamos transitar de otro modo, sin vernos expulsadas”, Quimey Ramos.

“La educación es un acto de libertad”, Quimey Ramos.

Quimey Ramos

Quimey nació en La Plata. Su papá y su mamá también son docentes y la introdujeron al mundo de la política, los libros y el estudio. Desde muy joven se interesó por la justicia social.

En la escuela se destacó como lideresa y fue presidenta del centro de estudiantes, una iniciativa que agrupó jóvenes de secundaria que luchaban por mejorar las condiciones de la educación. 

En medio de marchas y protestas, Quimey se fue interesando por las luchas de género y sexualidad, y de la clase trabajadora. Su activismo nació de la mano de grandes lideresas travestis de la Argentina como Lohana Berkins, Diana Sacayán y Marlen Wayar.

Impulsada por su familia, Quimey estudió inglés e inició una carrera como maestra en escuelas públicas de su ciudad. Este trabajo lo hizo por varios años y fue allí donde decidió iniciar su tránsito de género, de masculino a femenino. (Ver: Miluska Luzquiños, transfeminismos por los caminos del Perú).

Quimey Ramos es fruto de una generación que ha vivido importantes cambios políticos en Argentina, como la ley de identidad de género y el matrimonio entre personas del mismo género.

El trabajo docente no goza de reconocimiento en Argentina, suele ser mal pago y lleno de cargas que resultan agobiantes. A pesar de eso, fue este trabajo el que le permitió a Quimey no tener que “hacer trabajo sexual directamente porque tenía la posibilidad de dar clases en escuelas primarias”. (Ver: La fuerza de Lola Dejavu). 

Las condiciones de las escuelas en las que ha trabajado no son las mejores, se trata de lugares a los que nadie quiere ir a enseñar debido a la carga de estigmas de peligro y marginalidad porque están marcados por la pobreza, la exclusión y la interrupción del servicio educativo. 

En el caso de la docencia de inglés, la gran mayoría de las escuelas tiene solamente una carga de dos horas semanales que no pueden estar juntas. Entonces, en la semana ves a les estudiantes solamente dos veces, una hora. Y eso si es que en la semana no se suspendieron las clases porque no había agua en la escuela, o porque había infección de plagas de ratones, o porque llovió, o porque había huelga docente“.

Entonces, dice, vienen muy pocos estudiantes. Lo que más cuesta con los docentes de inglés, de educación física y de arte, que no son quienes tienen la mayor parte de la carga horaria en primaria, es hacer vínculo y si no hay vínculo, hay poco chance de transmisión de conocimiento.

Quimey Ramos

“La continuidad pedagógica es compleja en Argentina”.

Quimey Ramos

Sus estudiantes, por ejemplo, sufrían las consecuencias de la exclusión que se vive en los barrios periféricos de las grandes ciudades. Vivían con carencias afectivas y materiales, desertaban de la escuela por tener que ir a trabajar y la enseñanza se truncaba por la falta de recursos, la violencia y la desatención estatal. Y es en este territorio turbulento en el que Quimey decidió hacer pública su identidad travesti. (Ver: El género desde una perspectiva trans).

Transitar en el aula

Esto implicó un gran reto dentro de la institución escolar, un espacio que tradicionalmente no ha sido amable con las personas trans. El primer desafío fue el de informarle al director de la escuela de su identidad y del derecho que ella tenía de ocupar ese espacio. El director se mostró receptivo, pero bastante errático a la hora de reconocer y respetar las identidades trans. (Ver: Mónica Estefanía Chub, mujer trans, católica e indígena de Guatemala).

En un principio, le propuso a Quimey que participara de una obra de teatro escolar en la que debería aparecer vestida de Mary Poppins. Allí lanzaría un pase de magia a los estudiantes para despertarlos de un sueño.

Ante la idea Quimey se ofuscó y le dijo al director que respetara su proceso y que dejara en sus manos el trabajo de informarle de su tránsito a la comunidad escolar. Dice Quimey: “para mí, éticamente lo de la obra no entraba por ningún lado, porque confundía mi identidad con una situación de teatro”.

El primer desafío de Quimey fue informarle al director de la escuela de su identidad y del derecho que tenía a ocupar ese espacio.

En otra ocasión, el director le pidió a Quimey que cambiara el documento de identidad, o DNI en Argentina, para continuar con su trabajo. Una y otra vez Quimey tuvo que explicarle que gracias a la ley de identidad de género las personas trans no están obligadas a cambiar su nombre para que se respete su identidad dentro de las instituciones. Tuvo que cargar una copia de la ley en su bolso para usarla cuando la discriminación se asomaba. (Ver: Brigitte Baptiste, una navegante del género).

Y es que asumir una identidad travesti en un mundo que no está hecho para la diferencia, implica un trabajo enorme para quien decide expresar de manera pública su identidad de género. Un trabajo dispendioso, pero necesario para sobrevivir en la escuela. (Ver: Geografía de las luchas trans en América Latina).

A fin de año hubo una reunión docente y lo que hice fue llevar varias copias de entrevistas a diferentes docentes acerca de personas trans que habían sido noticia y aproveché para decirles: ‘miren, yo soy una persona trans, mi nombre es este, el modo de tratarme es en femenino, no espero que comprendan, ni que lo acepten, espero que me respeten y nada más. No somos la primera escuela en cuestión. Les reparto estas notas para quienes tengan ganas de informarse de otras historias. A partir de la semana que viene vendré presentándome como Quimey“.

Hubo una sola docente, una mujer mayor, que tuvo reticencias. “No me las dijo nunca, pero mucho tiempo después me pudo decir lo que yo ya sabía: ‘Yo, aunque tenga diferencias con vos, quiero que sepas que te respeto’. Observó que yo daba clases, y durante un año observó que en las clases sucedía lo mismo, que no perjudicaba la enseñanza y cambió de opinión”, recuerda Quimey. 

Quimey Ramos

Quimey Ramos tuvo que ayudarles a colegas, a estudiantes y a padres de familia a adquirir herramientas para transitar con ella.

Quimey Ramos

Aliados inesperados

Pero la mayor sorpresa se la llevó con sus estudiantes. Quimey decidió introducir cambios sutiles en su apariencia como el uso de rímel y portar un uniforme docente marcado como femenino, conocido en Argentina como guardapolvo.

Un día a la hora del desayuno les dijo: “Bueno chiques, ustedes saben que hasta ahora ustedes me conocieron con este nombre. Ahora yo me llamo Quimey. Voy a seguir siendo la profe de inglés”. 

Uno de los chicos me preguntó: ‘¿pero eso qué significa? ¿que sos puto, profe?’ Y le digo: ‘No, puto, es otra identidad’. Le expliqué una mínima diferencia entre ser puto y decirle que eso no era un insulto, que había muchas personas que eligen nombres así y le expliqué la diferencia con ser una mujer trans”.

La presencia de Quimey en el salón de clases despertó curiosidad y abrió el espacio para despejar dudas sobre las diferentes formas de nombrar las identidades sexuales y de género.

Los estudiantes la abrazaron con afecto y le dieron un regalo: reconocieron su identidad de género, un gesto tremendamente significativo para ella.

Supe que en su corazón me habían aceptado cuando previo al almuerzo viene uno de ellos y hace lo que nunca hacían, que fue tocar la puerta antes de entrar, porque siempre entraban, pateaban unas sillas, se metían, hacían ruido. Toca la puerta. Digo: ‘¿sí?’. Rarísimo. Pasa y dice: ‘Seño Quimey’,  -seño es como se les dice a las profesoras en Argentina- ‘ya está el almuerzo’ y yo me morí de ternura y de risa también. Y luego a la hora siguiente, cuando estábamos en su curso, la hicieron bien difícil, pero tan difícil como se le hacían a todos los docentes”.

De nuevo, Quimey debió batallar contra los prejuicios y a través de su trabajo tuvo que probarle a los demás que las personas trans tienen las mismas capacidades que cualquier otra persona para realizar un trabajo. Sin embargo, en esa lucha Quimey también encontró “aliadas inesperadas”, como otras maestras.

Quimey Ramos

Meses después de haber asumido públicamente su identidad travesti, Quimey Ramos supo que varias familias se habían acercado a la escuela a reclamar “cómo era posible que una travesti le estuviera dando clases a sus hijos”.

Al inicio del tránsito Quimey no tenía dinero para apañarse ropas femeninas, tenía un par de blusas que casi siempre repetía y su salario como maestra no le alcanzaba para ampliar su ropero.

Una colega notó esto y de manera solidaria armó una colecta entre las profesoras de la escuela y le regalaron a Quimey un armario nuevo con lindas prendas de vestir. Este gesto amoroso marcó una nueva relación con sus compañeras, con la escuela y consigo misma. 

Entre todas las maestras se habían puesto de acuerdo. Me trajeron cantidad de ropa, ¿viste? Y mi aprendizaje fue muy hermoso. Para mí esa es la manera de graficar lo que son las alianzas inesperadas, porque una tiene que saber que no todo el mundo va a poder entender precisamente igual que nosotras, nuestra experiencia de vida… Pedirle eso a la gente sería injusto, porque cada quien tiene su experiencia vital”.

Lo que no quita, agrega, que a partir de otras cosas se puedan crear alianzas inesperadas. “Porque ella lo pensó como docente, lo pensó desde nuestra condición de clase. Supo que tener ropa era caro en Argentina y actuó”.

Un espacio trans abierto

La lucha de Quimey por hacer de la educación un acto de libertad la ha llevado a trabajar en proyectos pedagógicos como el del Bachillerato Popular Mocha Celis. (Ver: Hangout: El bachillerato trans, una experiencia para aprender).

Este lugar opera desde 2012 en diferentes regiones de Argentina y ha sido un medio para que muchas personas, en especial travestis, trans y no binarias, puedan terminar sus estudios e ingresar a la educación superior.

A este bachillerato se le conoce como la “escuela ternura” y Quimey ha sido una de las maestras voluntarias que han contribuido a sostener este espacio dedicado al estudio, el activismo y el cuidado colectivo. 

La educación es un derecho negado para las personas trans y no binarias, de ahí que un proyecto como el de la Mocha Celis cobre relevancia a la hora de combatir las injusticias.

A pesar de que este tipo de escuelas estén pensadas para favorecer a las personas trans, Quimey sostiene que lo importante no es crear islas para poder estudiar, sino que el activismo debe conducirnos a transformar el sistema escolar para desalojar todas las formas de opresión. (Ver: “El activismo LGBT es más efectivo cuando piensa en colectivo”).

Yo discuto el hecho de que tengan que haber bachilleratos para personas trans y travestis. La Mocha igual es un espacio donde vienen muchas otras personas con otras identidades… Para mí la disputa es que dentro del sistema formal educativo podamos transitar de otro modo sin vernos expulsadas“.

Y le parece que lo que intenta discutir acerca de la Mocha Celis es que si va a haber un bachillerato que se nombra desde lo trans y lo travesti que sea un espacio de pensamiento desde una perspectiva travesti trans, y no solamente por estar dirigido hacia estudiantes cuya identidad sea trans, travesti. (Ver: Transfeminismos latinoamericanos: sororidad, resistencia y cambio social).

La historia de Quimey muestra cuánto falta aún por cambiar, pero a la vez es un testimonio de que insistir tercamente en el deseo de cambiarlo todo rinde frutos, como ella lo dice.

La experiencia travesti, lo que más rescata, es la demostración de cómo desde la precariedad se puede tener el tupé y la picardía de no resignarse a vivir en la pobreza absoluta, de no resignarse a los golpes, a los daños, a lo impuesto”.

“Desde la experiencia de vida travesti y trans se puede repensar el conocimiento como uno que modifique las estructuras de educación”, Quimey Ramos.

HBS
Contenido producido por Sentiido en cooperación con Heinrich Boll Stiftung.

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