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Respuesta a columna de Mauricio Rubio

¿Victimismo gay? 8 voces opinan

A propósito de una columna titulada “Paradojas del victimismo gay” publicada en el periódico El Espectador, Sentiido consultó diferentes voces para conocer sus opiniones al respecto.

El pasado 26 de junio, la ONG Colombia Diversa dio a conocer un informe titulado “Cuando el prejuicio mata”, sobre la vulneración de derechos humanos de personas lesbianas, gais, bisexuales y transgeneristas (LGBT) durante el año 2012.

En el evento, que tuvo lugar en la Universidad de Los Andes en Bogotá, Mauricio Albarracín, director de Colombia Diversa, informó que al menos 87 personas LGBT fueron asesinadas durante ese año. También dijo que entre 2011 y 2012 aumentó en casi un 50 por ciento el número de panfletos amenazantes contra esta población.

El día anterior a esta presentación, Mauricio Rubio, columnista de El Espectador, publicó una nota titulada “Paradojas del victimismo gay” en la que asegura que las personas gais y lesbianas tienden a asumir posiciones de víctimas ante la sociedad.

También afirmó:

Los gays y lesbianas que conozco son más líderes que marginados. También hay varios con notoriedad pública que no encajan en la figura de víctima. En las entrevistas a Brigitte Baptiste, conocida trans bogotana, por varios años profesora estrella de la Universidad Javeriana y luego directora del Instituto Humbold, no abundan referencias al matoneo, ni siquiera a la necesidad de tutelazos para defender sus derechos”.

Rubio cerró su columna así: “En algún momento será necesario abandonar el victimismo colectivo. Habrá que dejar la quejadera y la piedra contra el mundo para empezar a discutir”.

Mauricio Rubio fue bloguero del portal La Silla Vacía. En el perfil que tiene en este medio, se define de la siguiente manera: “Fui economista, intenté ser sociólogo y voy en ecléctico con rudimentos de estadística. Lamento no ser cuentista ni neurobiólogo. De estudiar los homicidios, el secuestro y la justicia pasé a las pandillas y de allí a la prostitución, el gran talón de Aquiles de cualquier doctrina. Me interesan tanto las víctimas del machismo como las del feminismo, que las hay”.

Con el ánimo de analizar la columna de Rubio y de dar a conocer otras posiciones al respecto, Sentiido consultó diferentes voces. La pregunta que se les formuló fue: ¿Qué opina de la posición de este columnista acerca de que las personas LGBT tienden a asumir un rol de víctimas? Estas fueron sus respuestas:

Nicolás Morales Thomas Universidad Javeriana
Nicolás Morales. Foto: archivo particular.

Nicolás Morales

Director de la editorial de la Universidad Javeriana.

Rubio conoce bien el mecanismo: ser políticamente incorrecto. Pero esa postura torpe no es más que un descubrimiento de un columnista que desea ser leído a punta de ideas muy conservadoras.

Que el columnista no tenga ni idea acerca de qué significa asumir una sexualidad aún tan contestada en Colombia no le da derecho a trivializar las miles de historias complejas de gais y lesbianas en Colombia.

Es, de todas maneras, el modus operandi de Rubio en los temas morales que suele frecuentar: “vámonos contra las ideas generales más progresistas”, es su lema.

Para él, las feministas, los gais y toda la otredad son una manada de exagerados, falsificadores de cifras y victimas teatrales de un teatro armonioso, casi perfecto como debe ser su mundo.

César Sánchez- Avella.
César Sánchez-Avella. Foto: archivo particular.

César Sánchez-Avella

Magister en estudios culturales, docente e investigador en problemáticas socio-jurídicas de géneros y sexualidades.

Una vez más, Mauricio Rubio se empecina en atacar la lucha emprendida por activistas y organizaciones valientes que han articulado importantes acciones contra la discriminación basada en género y sexualidad en Colombia.

Cuando habla del “victimismo gay” se puede advertir fácilmente su intención de descalificar y restarle importancia a la lucha contra la violencia y discriminación hacia las personas con orientaciones sexuales e identidades de género y sexuales no normativas en Colombia.

Y lo hace justo en junio, mes en el que se conmemora un aniversario más de los disturbios de Stonewall, y en el cual se da la principal movilización de la población LGBTI y sus aliados en muchos lugares del mundo.

Sus argumentos son débiles e incoherentes. Por una parte, habla de “victimismo gay” y muestra como ejemplo las declaraciones de Mauricio Albarracín, director de la ONG Colombia Diversa, para indicar que exagera al denunciar que ha sido víctima de discriminación.

Y cita como ejemplo de que en Colombia “se puede ser” el caso de Brigitte LG Baptiste, quien ha logrado altas posiciones en la academia, sin haber sido objeto de discriminación, ni tener que interponer acciones de tutela.

¿Entenderá acaso el señor Rubio que Brigitte no es una persona gay? ¿Conocerá su historia? ¿Sabrá que realizó esos tránsitos en su vida cuando ya era una profesional reconocida? ¿Tendrá presente que esa no es la historia de todas las personas transgeneristas?

De otra parte, es paradójico que Rubio advierta que “para el debate informado sobre cualquier reforma, lo más contraproducente del victimismo gay es la mezcolanza de una población tan variada como la LGBT, que está lejos de enfrentar amenazas uniformes”. Me pregunto: ¿No es justamente lo que acaba de hacer al comparar el caso de Mauricio Albarracín con el de Brigitte LG Baptiste?

Más peligroso que el “victimismo artificial” es el ataque frontal de Rubio al accionar de activistas y organizaciones que defienden los derechos de la población LGBT.

El hecho de que poco a poco se estén logrando reivindicaciones, y que las nuevas generaciones de personas con orientaciones sexuales no normativas que viven en grandes núcleos urbanos como Bogotá, estén gozando de mejores condiciones para expresar su sexualidad y afectividad, no implica que esto se pueda decir de quienes viven en pueblos y zonas rurales, especialmente de aquellas afectadas por el conflicto armado.

De igual forma, algo que muestra claramente el más reciente informe de derechos humanos de la población LGBT en Colombia, presentado por la organización Colombia Diversa, es que la violencia y discriminación contra esta población continúa y, en muchas ocasiones, queda en la impunidad.

Tanto gais como lesbianas, bisexuales, transgeneristas e intersexuales siguen sufriendo discriminación y violencia, en mayor y menor medida según nuestra clase, raza, nivel educativo, religión, etc.

Sería aconsejable que Rubio, en lugar de atacarlo todo, con su reconocida misoginia y homofobia, se instruyera mejor y no tergiversara y ridiculizara los valiosos esfuerzos que muchas personas y colectivos hacen para cambiar una realidad de opresión y violencia.

Brigitte Baptiste
Brigitte Baptiste. Foto: archivo particular.

Brigitte Baptiste

Directora del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt.

No creo que las personas LGBTI estén asumiendo un rol de víctimas. Las cifras indican una situación muy grave que, si bien no afecta por igual a toda esta población, sí demuestran que es un fenómeno cultural con una larga historia.

Es atrevido hablar en los términos en que Rubio lo hace, pues nadie conoce el sentimiento de discriminación o de agresión si no lo ha vivido.

A menudo, es muy difícil transmitir la frustración o el miedo que reina en un ambiente donde el sexismo, originado en el machismo, es tan predominante.

Incluso, ante el surgimiento de cierta apertura social a la diversidad sexual y de géneros, las expresiones de censura se tornan más anónimas, más radicales y se suman a la multiplicidad de hipocresías que simulan capacidad de convivencia, pero son amenazas latentes esperando “mejores tiempos” para expresarse.

Ahora, es comprensible cierta fatiga de sectores que hace rato superaron las fobias a la diversidad, si es que alguna vez las tuvieron, y reaccionan como el columnista llamando a una participación LGBTI más propositiva, de manera que sumemos al proyecto de una sociedad democrática ejerciendo nuestros derechos con carácter.

Creo que es un llamado sensato a construir versiones de convivencia donde seamos incluyentes y superemos la mentalidad de gueto (ahora creo que se dice pensamiento en silo…) y seamos muy autocríticos, pues la tentación de aprovechar las ventajas de la acción afirmativa sin responsabilidad, arriesgan el proyecto de apertura que se promueve y generan resistencia y polarización si no conducen a una cultura de aprendizaje para todos.

Para concluir, creo que existen muchos proyectos que buscan afirmar identidades políticas para construir un nicho particular dentro de una institucionalidad que, al demostrarse sistémica, abre espacio para la innovación: así surgió el movimiento punk, los neoindigenismos que se afirman en sus vínculos con la tierra, los ciudadanos digitales, etc.

Así funciona la cultura: como un permanente debate entre “especies” que surgen y definen su permanencia en la compleja arena de las interacciones sociales y ecológicas del mundo… Y es en ella donde la crítica que hace el columnista tiene sentido y debe ser controvertida para enriquecer las visiones del cambio cultural.

Lina Céspedes- Báez
Lina Céspedes-Báez. Foto: archivo particular.

Lina Céspedes-Báez

Abogada y docente universitaria.

La crítica que plantea el columnista Mauricio Rubio a Mauricio Albarracín, director de la ONG Colombia Diversa, me parece sesgada: no abarca una visión integral de su trabajo.

Albarracín no solamente ha escrito las dos o tres columnas que Rubio menciona y sus posiciones políticas y su trabajo como activista y académico son más variados de lo que allí se describe.

Albarracín no solamente ha denunciado todo lo malo que les sucede a las personas LGBT, sino que también ha destacado aspectos positivos del movimiento como sus logros y avances.

Por otra parte, la crítica que Rubio llama “victimismo gay”, no es algo nuevo. Se viene planteando de manera sistemática desde, al menos, los años ochenta.

Se trata de un cuestionamiento que han enfrentado todos los movimientos que basan su agenda en el fortalecimiento de la identidad y que están atravesados por una contradicción: subrayar las diferencias para lograr la igualdad.

Las personas LGBT, por ejemplo, exigen ser tratadas como iguales y, para lograr esto, resaltan las diferencias que tienen con las demás. Y la estrategia más usada para esto, es mencionar las fallas del Estado, así como la violencia y la discriminación que sufren. En otras palabras, se acude al lenguaje del daño.

Cuando una persona solamente se queda con los informes de derechos humanos, donde se acude al lenguaje de las violaciones, puede terminar con la idea de que la población LGBT únicamente se presenta como víctima. Y estoy de acuerdo en que es necesario ir más allá del sufrimiento y del daño para formular preguntas que procuren encontrar la raíz del asunto.

Rubio cierra su columna diciendo que se debe pasar a la discusión, pero en ningún momento especifica cuáles son los puntos necesarios de abordar. Sin embargo, hay preguntas importantes de resolver como: ¿por qué en las democracias contemporáneas necesitamos cada vez más de grupos identitarios como LGBT, mujeres, indígenas, afrocolombianos, para interactuar con el Estado y exigir igualdad de derechos? ¿Quién o quiénes crean esas identidades y por qué les interesa mantenerlas?

Cuando se les reconocen derechos a esas poblaciones, esa identidad se refuerza, entonces la duda que queda es: ¿a todas esas personas les interesa que esa identidad se refuerce o, por el contrario, que se diluya? ¿Nos interesa mantener la diferencia en la ley o queremos que desaparezcan a través de la ley? ¿Reforzar o eliminar la identidad en la ley?

¿Es buena estrategia realzar las diferencias si queremos que la ley nos reconozca como grupos LGBT o como mujeres, o será mejor que la ley no le preste atención a esas diferencias? ¿Las personas LGBT deberían buscar que sus derechos sean reconocidos como LGBT o más bien que sean reconocidos por el hecho de ser ciudadanos?

¿Por qué algunos de los grupos históricamente discriminados necesitan encontrar el nombre de su comunidad de manera explícita en la ley? Por supuesto, también está el tema de que cuando la ley no es explícita, el intérprete puede decir cualquier cosa.

Estos movimientos a veces se pierden en detalles de creación de la identidad y dejan a un lado una visión macro de las estructuras. Entonces, ¿es posible que esta crítica al victimismo pueda convertirse en una oportunidad para preguntarse  qué cuestionamientos estructurales está planteando el movimiento LGBT de Colombia, más allá de pedir el matrimonio para parejas del mismo sexo?

¿Qué se está perdiendo el movimiento LGBT del panorama macro al estar articulándose en aspectos que refuerzan más la identidad que cualquier otra cosa?

Cada vez que se plantea la discusión del peligro de la política de la identidad, pienso en quiénes ganan y en quiénes pierden con reforzar esto y qué parte de la discusión se están perdiendo estos grupos por estar enfocados en reforzar la identidad. ¿Por qué desde que vivimos en un mundo más democrático se requiere más de estos grupos identitarios para tramitar demandas de derechos?

Sería interesante unir las políticas del daño con unas que también realcen lo que se ha ganado. Aunque esos ejercicios se hacen, no son tan notorios como señalar el número de víctimas y de personas a quienes se les vulneran sus derechos.

Por último, también es importante señalar que los activistas deben enfrentarse con personas y problemas reales, a los que deben darles solución rápidamente, sin tener muchas veces tiempo de preguntarse si vale la pena o no resaltar esas diferencias.

Carlos Motta
Carlos Motta. Foto: archivo particular.

Carlos Motta

Artista

El texto de Mauricio Rubio me recuerda lo importante que es ser conscientes del privilegio propio al expresar ideas críticas que se relacionan con las realidades sociales de otros.

Rubio claramente habla desde el intelecto y no desde la experiencia y propone desde una posición cómoda una serie de argumentos “polémicos” acerca de un farsante (Louis). Pero al hacerlo relativiza una realidad innegable: la discriminación violenta de la diferencia sexo-género.

Lamentablemente, al generalizar, Rubio torna su posición en irrelevante y se convierte en un eco de los dichos machistas y homofóbicos dominantes: “sea machito”, “no es pa’ tanto”, etc.

Para dejar el “victimismo gay” se requeriría una sociedad cuyos estándares no fueran fundamentalmente “machos” y heteronormados (la heterosexualidad como única opción válida) y una sociedad donde las realidades de abuso, estigma y discriminación que predominan en todos los ámbitos sociales (familia, sistema educativo y laboral, espacio público) fueran castigadas con la misma intensidad que se sanciona la diferencia de manera informal y coloquial (y legal por la ausencia de estructuras legislativas).

Si hoy en día hay índices menores de discriminación, es porque “las víctimas” llevamos cuarenta años expresando nuestro rechazo a la discriminación y porque al hacerlo hemos logrado abrir espacios en la sociedad para que actitudes tanto conservadoras como liberales en relación con el sexo y la expresión de género sean cuestionadas.

Sergio Camacho Iannini. Foto: archivo particular.

Sergio Camacho Iannini

Periodista de la revista Carrusel, de Casa Editorial El Tiempo.

Luego de leer la columna de Mauricio Rubio me quedó la sensación, con el respeto que se merece el columnista, de que no está del todo bien informado y de que tal vez le falta ponerse en la posición de una persona LGBTI, antes de medirnos a todos con la misma vara por una situación particular.

No se trata de ser o no homosexual, sino de entender que somos una población que no goza de los mismos derechos que las demás.

Como no quería que mi respuesta se basara solo en emociones, sino en datos concretos –aunque entenderán que es difícil no escribir desde la pasión con un tema que me toca personalmente– me di a la tarea de buscar el caso del escritor Francés Edouard Louis, quien entiendo fue quien motivó su columna.

Este joven de 21 años publicó un libro en el que relata el martirio que tuvo que vivir por ser homosexual durante su infancia, en un pueblo del norte de Francia. Según la mamá de Louis, lo que él dice en su libro es mentira, pues fue un niño mimado y amado y sus padres nunca han sido homofóbicos.

El escritor alega que no se trata de una autobiografía sino de una novela. Busqué la contraportada en Google, con tan mala suerte que solo estaba en francés y yo, desafortunadamente, no sé un ápice de este idioma.

Le escribí a un amigo colombiano que vive en Francia y le dije que por favor me dijera si en alguna parte del libro estaba la palabra autobiografía. Su respuesta fue que no, que al menos en lo que yo le había pasado, no decía eso. Si esto llegase a ser verdad, no veo en qué parte el autor está incurriendo en una traición, como lo quieren hacer ver.

Como no he leído el libro y no conozco su historia, supongamos que se vendió como una autobiografía y que lo que dice su familia es verdad: dijo mentiras. ¿Quiere decir esto que todos los homosexuales inventan historias sobre la violencia que han tenido que vivir por el simple hecho de ser homosexuales?, ¿merecemos todos los homosexuales ser medidos con la misma vara, por un escritor que tal vez, pensando en vender más libros, inventó que había sufrido en su infancia? No puedo decirles qué pensar, pero sí puedo dejarles estos interrogantes.

Rubio también habla de un victimismo artificial y dice que en Colombia tenemos una especie de Edouard Luis; se refiere a Mauricio Albarracín, actual director de la ONG Colombia Diversa, con quien, a pesar de no conocerlo bien, he hablado un par de veces. Y sí, su estilo es agresivo y usa un lenguaje fuerte, pero compararlo con Louis me parece algo extremo.

Albarracín, hasta donde sé, es un activista, y el activismo no se hace hablando pasito, sino con posiciones firmes y fuertes, levantando la voz por quienes no pueden hacerlo por la homofobia presente en nuestro país.

Pero la frase de la columna con la que tengo más diferencias es: “En algún momento será necesario abandonar el victimismo colectivo. Habrá que dejar la quejadera y dejar la piedra contra el mundo para empezar a discutir”.

No estoy de acuerdo en que haya un “victimismo colectivo”. Somos víctimas de una sociedad en la que se usan términos como “normal” para referirse a las personas heterosexuales.

Somos víctimas de una sociedad –y en este punto hablo de Colombia– en donde los homosexuales no pueden llamarle matrimonio a ese acto de unirse con otra persona por amor, como sí pueden hacerlo las personas heterosexuales.

Somos víctimas del miedo a decir abiertamente que nos gusta una persona de nuestro mismo sexo y a expresar que no nos sentimos cómodos con el cuerpo en que nacimos. Somos víctimas de violencia física y verbal. Somos víctimas de asesinatos.

Que seamos víctimas no quiere decir que odiemos el mundo, que le tengamos piedra o que necesitemos que nos tengan lástima –aunque, ¿quiénes somos para juzgar la piedra que alguien pueda tener por haber sido rechazado, ofendido y maltratado por ser una persona LGBTI?–. Somos víctimas porque necesitamos reclamar derechos que nos niegan todos los días.

Una vez más se me vino a la cabeza un pensamiento: “Sergio, estás hablando desde lo emocional, necesitas argumentos más fuertes para probar lo que dices”.

Un café con Mauricio Rubio

Si pudiera sentarme a charlar con Mauricio Rubio, le contaría algunos datos que encontré en un informe de Amnistía Internacional llamado Por ser quien soy, homofobia y transfobia y crímenes de odio en Europa (sí, sé que es Europa, pero se sorprenderán con los resultados, y pienso que se pueden traer a América Latina) en el que encontré que el 70 por ciento de las personas LGBTI respondieron “siempre” o “a menudo” a la pregunta de si habían ocultado su orientación sexual o identidad de género en el colegio.

Le diría que solo 13 países de la Unión Europea recogen datos sobre crímenes de odio homofóbicos y que solo un 5 por ciento sobre crímenes de odio transfóbicos.

Le diría que 20 países de Europa exigen la esterilización de las personas transgénero para conseguir que sean reconocidas legalmente como tal. Le diría que en África hay 36 países que tienen leyes que penalizan la homosexualidad y que, en uno de ellos, Uganda, se promulgó una ley que no solo contribuye a generar violencia contra las personas LGBTI, sino que castiga con cadena perpetua algo que ellos llaman de una forma espantosa “homosexualidad agravada”. En otras palabras, ser homosexual es lo mismo que ser un criminal.

Le relataría que leí un libro llamado Yo, gay, que escribió Jaime Parada, activista y el primer político abiertamente gay de Chile, a quien tuve la oportunidad de entrevistar, y quien me contó acerca de la rabia y la tristeza que sintió por Daniel Zamudio, un joven que torturaron y asesinaron en Chile por ser homosexual.

Le haría saber que Jaime tuvo la valentía de contar en su libro que fue víctima de un abuso sexual cuando era chico y que hace unas semanas un concejal de su país aprovechó esa situación y le dijo: “Eres marica porque te violaron cuando eras chico”.

Le explicaría que cuando estaba en cuarto semestre de Periodismo y Opinión Pública, tuvimos la idea con una amiga de grabar en video las reacciones de las personas cuando veían a una pareja homosexual, y que un señor nos dijo: “Es como cuando usted va en un avión y lo sientan al lado de un negro, usted pide que lo cambien de puesto”, y que muchos más nos dijeron: “Lo respeto, mientras no sea mi hijo”.

Le haría saber que me encantaba ir a misa, pero un cura que despotricaba de los homosexuales y que tildaba de pecadores a la entonces senadora Gina Parody y al senador Armando Benedetti, por apoyar el matrimonio entre parejas del mismo sexo, acabó con mis ganas de volver a misa.

Sin intermediarios

Sin embargo, yo no tenía por qué pagar los platos rotos de una iglesia homofóbica, así que decidí pisar las iglesias, siempre y cuando un cura no estuviera dando sermones que contribuyeran a generar más violencia y entendí que no necesitaba de intermediarios para hablar con Dios.

Y si me preguntara por Colombia, le daría a conocer algunos de los datos del informe que recientemente publicó la organización Colombia Diversa, sobre los derechos de las personas LBGTI en Colombia, con cifras alarmantes.

Le contaría que hay una violencia mucho más sutil que pasa desapercibida, pero que muchos de nosotros vivimos día a día, y es el hecho de no poder decir que somos homosexuales y, mucho menos, presentar a nuestras parejas como lo que son, sino como amigos, por miedo a que nos echen de las casas o del trabajo y nos quiten cualquier ayuda económica.

Las cifras y las situaciones están, no es que nos consideremos víctimas o nos hagamos pasar por tales, es que los somos. Pero como dije anteriormente, somos víctimas, no porque queramos la lástima de los demás o del Gobierno, o de quienes hacen las leyes; lo somos porque exigimos respeto y los mismos derechos que cualquier otro ciudadano.

Y lo dice alguien que ha tenido la fortuna de tener papás y hermanos que lo aceptan tal cual es y que, incluso, han llegado a decirle “valiente” por atreverse a decir que es homosexual en un mundo que, si bien acepta cada vez más las diferencias, sigue siendo violento con el que no sigue la regla general de ser heterosexual: casarse y tener hijos.

Yo, por mi parte, trato de hacer valer los derechos de las personas LGBTI desde donde puedo. Defendiéndolos, o mejor defendiéndonos, cada vez que alguien habla mal de nosotros, nos ofende o nos violenta. Tomándole la mano a mi novio, Camilo, o dándole un ‘pico’ de vez en cuando, para que las personas sepan que no tenemos nada de anormales, pero que a veces, solo con una mirada, nos hacen sentir como si lo fuéramos.

 

Ladyzunga Cyborgasmika
Ladyzunga Cyborgasmika. Foto: Archivo particular.

Ladyzunga CyborGasmika

Desempleada para siempre.

Lo primero que habría que decir es que yo no formo parte de ninguna “comunidad LGBTI”, población “LGBTIQH”, ni nada por el estilo. Aunque la gente me vea como mujer transgenerista, yo lucho por ser libre y vivo como mujer individual.

En segundo lugar, no es que las personas se victimicen sino que actuamos bajo una programación social. Hay quienes dicen: “las maricas también son inteligentes”, pero en la práctica eso equivale a: “perdónele el ser marica porque por lo menos es inteligente”.

Ahora, si una persona hace una transición de mujer a hombre, por ejemplo, empiezan los problemas para poder entrar a ciertos lugares o para conseguir trabajo.

Y esto es más complicado para las mujeres que nacieron con genitalidad masculina porque esculpir la forma física de una mujer es muy difícil. Se requiere de tratamientos hormonales y de cirugías plásticas para que la cara, que es lo que se nota, lo que la gente ve, corresponda con eso.

Desde que yo empecé a usar ropa considerada de mujer, no tengo empleo y sé que nunca voy a conseguirlo. Entonces, no es que nos victimicemos sino que el sistema hace que nos volvamos víctimas.

Las mujeres trans son la población más vulnerable dentro de las poblaciones vulnerables. Tengo muchas amigas que se ven obligadas a ejercer la prostitución porque las echan de sus casas y quien las recibe es la calle, la prostitución, las drogas y las bebidas alcohólicas como una manera de “emborrachar la situación”.

En una ocasión, una de ellas robó a un señor. A los ocho días fueron a buscarla para golpearla y, como no estaba, decidieron agredir a una amiga mía que terminó inconsciente en un hospital. Y como es “marica”, la golpearon más fuerte. Es más, si son por ejemplo 10 hombres los que atacan, no pasa nada, eso se oculta “porque eso le pasa por marica”.

Vivimos en una sociedad con un fascismo aprendido. Está satanizado todo lo que sea diferente, al punto que si una mujer en Bogotá utiliza zapatos de tacón blancos, la gente la califica de “loba”.

Yo estudio en el SENA y me he visto obligada a hacerme la boba o a mirar para cualquier lado, porque la gente siempre está hablando por detrás y cuando uno les pregunta de frente qué pasó, responden “yo no fui, relájate”. Es esa doble moral la que también resulta molesta: no enfrentar las acciones ni las palabras propias. Y todo eso, en últimas, es lo que hace que seamos víctimas.

Carlos Giraldo
Carlos Giraldo. Foto: archivo particular.

Carlos Giraldo

Bailarín, cantante, actor y presentador

Mauricio Rubio es un provocador por naturaleza. Lo que busca es protagonismo a partir de sus columnas. De hecho, la de “victimización gay” le ha generado más comentarios que todas las anteriores juntas (que también levantaron ampolla).

Quisiera decir que, en vez de “dejar la victimización colectiva para empezar a discutir”, como él lo escribe, habría que hacerle caer en cuenta de que lo que hay que empezar a hacer es aprender de los logros que han obtenido a lo largo de la historia los activistas de los derechos de las personas homosexuales.

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