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Y tu matrimonio… ¿Para cuándo?

Cuando uno llega sin pareja al tercer piso, aparecen una serie de preguntas que hace tiempo venían persiguiéndolo, y que aparentemente se adelantaron por el ascensor.

Aparecen más o menos a mediados del segundo piso, cuando los contemporáneos empiezan a casarse y a celebrar la llegada de sus herederos.

Estas preguntas se han repetido tanto, que van adquiriendo identidad y voz propia. Autónomas, desaparecen, vuelven, acosan, empujan y presionan…  Pero de mí aún no tienen respuesta.

Conforme pasan los años sus apariciones se repiten con mayor insistencia y van pasando por diferentes entonaciones e intensiones.

Hay curiosidad y duda, hay asombro, a veces desesperación mal escondida y alguna que otra mala intensión: “¡esas canciones son de pedida de mano! y este año ¿sí se casa mijita?”, me preguntaba emocionado el vecino del frente, cuando escuchó la serenata que me habían traído la noche anterior para mi cumpleaños número 21.

Luego, con el paso de los años, las preguntas fueron saltando de interlocutor en interlocutor: vecinos, pacientes de mi madre, parientes lejanos y amigos de la familia. “¿Y cuánto lleva con su novio?  Ah… ¿Y por qué no se casan?… Cásese prontico”.

La secta también persigue a mi madre, que valientemente se defiende ante caras de espanto que dicen: “¿Cómo va ser que no le han dado nietos?”.

Huyendo de “La Secta”

Una noche, cuando vivía en Bogotá, fui a ver un stand up comedy de Julián Arango, “Ni idea”. En él, este actor define a estos personajes como “la secta”.

Un grupo que se mueve detrás de uno y está pendiente de las ocasiones precisas para preguntar: “¿y cuándo es que se casan?”, después: “¿y qué pasa con el bebé?”, “¿por qué no han encargado?”, luego: “… ¿Y no van a darle un hermanito?”.

Tengo un amigo que aparece vía correo electrónico una vez al año con el único fin de preguntarme si ya tuve bebé o que cuándo lo voy a tener. Recurriendo a su “divertidísimo” sentido del humor, me escribe frases como: “tienes que apurarte, los óvulos ya se te están cuajando”.

¡Pero ojo!, que de esta presión tampoco se salvan los hombres. Mi querido amigo Andrés reunió valor para clausurar las insinuaciones de su madre. Le dijo enfáticamente: “Tú quieres reproducir todo, le sacas pie a las matas, cruzaste a las perritas, ¡pero conmigo no vas a poder! Hasta aquí llegó la dinastía Benavides”. Y santo remedio. Doña Carmen entendió que su proyecto de vida no era ser padre.

Respuesta a la inquietud anual

¿Por qué será que algunos quieren imponer su idea de felicidad a los demás? ¿Será que tanto nos quieren, que piensan que así seremos felices? O ¿será que piensan que por haber llegado a esta etapa de la vida, uno está frustrado por no llevarla de acuerdo con el modelo tradicional, y por eso quieren meter el dedo en la llaga?

Yo quiero casarme y tener hijos. Quiero formar un hogar. Pero no será el resultado de la presión social, emocional o biológica. Tal vez con esta respuesta, mi amigo, el de los correos “chistosos”, vea resuelta su inquietud anual.

Mientras tanto, para quienes por accidente o elección, están próximos o ya han arribado al puerto de los maravillosos 30, sin matrimonio ni descendencia, les dejo esta frase que mi amiga Caro posteó en Facebook:

“Todos me decían lo mismo cuando coincidíamos en una boda: ¿y tú para cuando mijita? Dejaron de hacerlo, cuando yo les preguntaba lo mismo en los velorios”.

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