El poder militar custodiando al poder religioso, y este amalgamado con el político, en el marco de una semana santa, son la mejor radiografía de una nación que tiene su propia versión de país laico.
Soy católica porque fui bautizada de chikita sin que nadie me preguntara. Soy católica porque vivo en un país que no se ha despegado de esta tradición colonial. Soy católica porque me educaron así…
Sin embargo, para mí la semana santa es desde hace tiempo de vacaciones y de teatro; no soy tan católica.
El iberomericano
Hace años, cuando comenzó el Festival Iberoamericano de Teatro, hubo una fuerte oposición de sectores radicales del catolicismo para que se realizara durante la semana santa. Parece que no cabían dos puestas en escena en el espacio de la misma ciudad.
Este año, al cumplirse la edición decimocuarta del Festival, algo me hizo entender las razones de esa tensión. El jueves santo ocurrió una serie de coincidencias esclarecedoras enmarcadas por la muerte de Gabo y el desatinado trino de la representante bogotana a la Cámara: la reacción ante el trino. ¿Irá el Nobel al infierno a esperar reunirse con Fidel?
Ese mismo día salí de Mapa Teatro, después de ver Los incontados. Un tríptico escénico singular que reflexiona sobre la paradójica relación entre fiesta y violencia en Colombia y me dirigí hacia la Capilla del Sagrario para mostrarle algo de la tradición religiosa a un amigo visitante extranjero.
El sagrario
Llegamos al atrio a la hora en que la Plaza de Bolívar comenzaba a quedar vacía y vemos en la puerta a un sacerdote ataviado con su hábito negro. Mi compañero anotó que tal vez seguíamos en teatro: el personaje podía ser un actor luciendo su vestuario.
La teatralidad se confirma al entrar al ver el monumento que estaba custodiado por soldados del Batallón Guardia Presidencial ataviados con su uniforme de gala. El altar escenario daba una imagen alegórica de nuestro país. ¿Si la guardia del presidente custodia al Santísimo, quién es el presidente?
Dentro de la capilla también teníamos otros personajes: feligreses, sacerdotes y algunos policías uniformados. El ejército y la religión, después de ver la relación entre la guerra y la fiesta. El teatro junto con las armas y la religión. Una alegoría completa del país ubicada en el centro mismo del escenario del poder. El público se agolpaba frente al altar escenario y cada quien desempeñaba su parte del guión. Nosotros, turistas, espectadores o testigos, tomábamos fotos.
Al ver los sacerdotes con sus largas faldas negras vino la rememoración.
Los actores
Cuando era adolescente, había un hombre que se propasó conmigo; había unos compañeros en mi católico colegio que me acosaban porque yo no encajaba en su ideal de identidad; había unos profesores que hacían la vista gorda; había en mi colegio una capilla con un sagrario y también tenía sus custodios. Entre ellos, el hombre de larga falda negra a quien yo acudí en una semana santa.
Le conté, en el acto que llaman penitencia a este cura del colegio sobre el abuso sexual; esto me generaba culpa. Él, ni corto ni perezoso, para calmar mi culpa, me ofreció sus caricias. En lugar de aceptarlas, le devolví el favor con un mordisco en aquella parte sacra oculta por su maxifalda.
Huí entonces de la religión…
Huí también de los compañeros hostigadores…
Huí de los colegios católicos y de las custodias…
Este año, al ver a los soldados de la patria custodiando la custodia, defendiendo al santísimo expuesto no he dejado de reflexionar sobre los significados de esta fuerte alegoría.
Me planteo claves para entender el país en donde un caballero medieval religioso antes quemaba libros y ahora destituye e inhabilita alcaldes elegidos por voto popular; en donde concejales, representantes, senadores y otros políticos se hacen elegir y gobiernan según lo que les dicta su credo religioso.
¿Un país laico?
Por esos días de mis reflexiones una amiga se preguntaba cómo el homenaje póstumo a Gabriel García Márquez se hacía en la Catedral Primada en Colombia, mientras en México ocurría en Bellas Artes. Otra amiga, dio la respuesta: Esa es nuestra versión de país laico. Sólo este paradójico país puede engendrar el realismo mágico.
Ese jueves “santo” salimos del sagrario a caminar por la carrera séptima convencidos de que habíamos visto el retrato de un país, la radiografía de una nación. El poder militar cuidando al religioso; el religioso, amalgamado como los metales del cofre sagrado, con el político. Una lección aprendida desde una puesta en escena.
¡Por eso es importante ir al teatro!
Coleo
Una bella canción de Joan Manuel Serrat, resuena con nuestra alegoría de país laico:
Y te acosan de por vida
azuzando el miedo,
pescando en el río turbio
del pecado y la virtud,
vendiendo gato por liebre
a costa de un credo
que fabrica platos rotos
que acabas pagando tú.
“Los macarras de la moral”