Las personas LGBTI somos como los salmones, nos pasamos la vida nadando contra la corriente para escaparnos de nuestro gran depredador, la discriminación.
Imagine por un momento que usted es un salmón. Algunas especies nacen en ríos y luego, cuando crecen, van a parar al mar. Cuando llega el momento de reproducirse vuelven al río en el que nacieron.
Tienen una especie de GPS que les permite regresar. Para hacerlo, nadan contra la corriente. Es un camino peligroso en el que se encuentran con depredadores como osos y águilas. Los que tienen suerte llegan a depositar los huevos que se convertirán en sus crías.
¿A qué va esto?, se preguntarán. Creo que las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT) somos como los salmones. Nos pasamos la vida nadando contra la corriente.
Nuestros depredadores son la homofobia, la lesbofobia y la transfobia. La discriminación. Y es que por absurdo que parezca, exigir igualdad de derechos es ir contra la corriente. Es una lucha de nunca acabar. (Ver: Chao prejuicios).
La corriente por la que nadamos es heterosexual. En ella solo cabe un tipo de familia: la compuesta por un hombre, una mujer y sus hijos (ojalá más de uno). No hay espacio para nada ni nadie más.
Nadar contra la corriente agota. No deberíamos tener que defender ser quienes somos, pero toca.
En esa corriente no se habla de las diferentes orientaciones sexuales, mucho menos de las identidades y expresiones de género. Los hombres tienen pene y poder, son agresivos, no lloran y todas las mujeres tienen vagina, son delicadas y están por debajo de los hombres. (Ver: Diversidad sexual y de género para dummies).
En esta corriente todo el mundo debe identificarse como hombre o como mujer. Quien se atreva a no hacerlo, puede luchar para no ahogarse, pero la tiene más difícil que ningún otro salmón. (Ver: Diferentes formas de ser trans).
Mientras nos esforzamos por nadar contra la corriente algunos caemos en las garras de los osos. Nos matan o nos dejan al borde de la muerte. A otros nos gritan “maricas”, a otras “areperas” o “locas”. Por eso debemos permanecer juntos. Nadar en manada.
Tal vez en un futuro no tendremos que hacerlo. Muchas veces es un terreno desconocido que da miedo. Hay días en los que quisiéramos rendirnos y simplemente ahogarnos.
Afortunadamente, hay épocas en que la corriente es menos fuerte y le ganamos. Nos encontramos con triunfos como el decreto 1227, que les permite a las personas trans corregir su sexo en su registro civil y cédula de ciudadanía sin necesidad de un certificado psiquiátrico de disforia de género. Otro logros son el matrimonio y la adopción igualitaria. (Ver: El detrás de cámaras del decreto del cambio de sexo en Colombia).
Claro, hay barreras. Por eso debemos insistir en derribarlas. Y, además, quedan otros derechos por alcanzar.
En épocas electorales, la corriente se pone más dura. Algunas personas se querrán aprovechar, nos pedirán que votemos por ellas y que les firmemos cheques en blanco solo porque meten en sus programas la sigla “LGBTI”, pero apenas queden elegidas les dará miedo hasta pronunciarla. (Ver: La estrategia electorera de estar en contra de las personas LGBT).
Otras personas dirán que necesitamos cura, que estamos enfermos, que toca escondernos y hacer que nos callemos. Unas más nos usarán para asustar a la población. Otras dirán que somos la representación del pecado y que Dios nos odia. Y otras, tal vez las más peligrosas, querrán quitarnos los derechos que hemos alcanzado. (Ver: ¿Qué dice la Biblia realmente sobre la homosexualidad?)
La corriente de 2018 está dura, no solo en Colombia sino en el mundo. Por eso tenemos que nadar con más fuerza que nunca. No vamos a darle el gusto a nuestros depredadores de cansarnos.
Vamos a dar la pelea porque lo merecemos, porque es lo justo, porque los derechos humanos son para todo el mundo no para unos cuantos. Porque se lo debemos a quienes dieron la lucha por nosotros y no alcanzaron a ver el resultado, pero también por las futuras generaciones de salmones, que merecen vivir en un país mejor.
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