Importante que los comunicadores sociales se instruyan más sobre diversidad sexual y género para evitar que en sus contenidos sigan transmitiendo sus prejuicios.
Una vez más tuvo lugar la Conferencia Latinoamericana de Periodismo de Investigación – Colpin 2012.
Durante cuatro días (12, 13, 14 y 15 de octubre) se presentaron en Bogotá algunos de los que pueden considerarse los mejores trabajos de periodismo latinoamericano de investigación.
El último día se compartió un especial multimedia que nos llamó la atención. Y no precisamente porque fuera de los pocos que no destapara alguna “olla podrida”. De hecho, resultó saludable saber que en medio de tanta denuncia también existiera espacio para temas más amables.
Se trata del trabajo dirigido por el periodista colombiano Mauricio Silva titulado No te vayas, Chapinero, que fue publicado en 2011 en una de las plataformas virtuales de la Casa Editorial El Tiempo.
Silva define el hilo conductor de su especial de la siguiente manera: “Por más de 70 años, 26 salas de cine marcaron la personalidad del barrio más influyente -Chapinero- del siglo XX en Bogotá. Sin embargo, ya no hay ninguna que proyecte películas. ¿Qué pasó? ¿En qué acabaron esos enormes teatros?”
El periodista añora unos teatros a los que era necesario llegar tres horas antes para hacer fila. No obstante, esto es lo de menos. Ese no es el problema de su emotivo vídeo.
El “pero” radica en que les da paso a sus prejuicios y falsas creencias. Después de dedicar párrafos y párrafos a los parques y demás espacios que tanto añora de su Chapinero querido, incluye uno que dice: “Pero todo se jodió”.
“A principios de los 80, tus calles se llenaron de vendedores ambulantes y raponeros. Tu carrera 13 se convirtió en una feria de baratijas, el tráfico reventó, el alcalde Andrés Pastrana construyó el esperpento de la troncal de la Caracas –una obra gris, agresiva- , los buenos cafés cerraron, se llenó de prostíbulos –hay 20 hoy según afirma la oficina de seguridad de la alcaldía local de Chapinero- y de pronto hubo una invasión gay, hoy tu sello más elocuente. Tal vez por eso ahora te dicen ‘Chapigay’”.
La “invasión” LGBT
No vamos a entrar en el debate de si los cafés de ahora son mejores o peores que los de antes, ni tampoco en por qué cree que hay 20 prostíbulos que tanto “afean” esta zona de la ciudad. ¿Será que quienes se dedican a este oficio se aburrieron de tener trabajos con salarios justos y decidieron ejercer la prostitución?
En esta ocasión, lo que nos pone a pensar es por qué después de señalar que a Chapinero le pasó lo que, en su opinión, fue lo peor que le puede suceder a un espacio público como llenarse de vendedores, raponeros y prostitutas, cierra su frase con una “invasión gay”.
Llama la atención que un periodista de trayectoria compare a las personas homosexuales con una especie de “plaga”. Si para Silva son tan terribles los raponeros, ¿por qué los equipara con las personas gais?
El periodista podrá decir: “yo no soy homofóbico; tengo amigos homosexuales a los que quiero y respeto y demás bla, bla, bla”. Pero comentarios como ese son ofensivos y, lo más grave, refuerzan los prejuicios y estereotipos que la gente tiene sobre las personas LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgénero).
Precisamente para evitar esto, desde el 30 de noviembre de 2011 Colombia tiene la Ley 1482 Antidiscriminación que penaliza, entre otros actos, aquellos que discriminan e incitan a estar en contra de esta y otras poblaciones.
No es gracioso
Silva dirá que la frase “¡Ay, Chapinero querido! Tan poquito queda de ti. Ya no consigo dulces, ni viajo en trolley por la carrera 17, ni me encuentro con mis amigos, ni veo cuadras enteras de estilo inglés, ni mucho menos puedo ir a matiné, vespertina o nocturna. Sólo queda tu rumba gay”, es inofensiva, nostálgica y hasta divertida, pero en la práctica, resulta displicente.
Comunicar que todo lo bueno se fue de Chapinero y que ahora solamente queda la “rumba gay” como muestra palpable del declive de la zona, no es un comentario que contribuya a construir un país más incluyente con las personas LGBT. Y puede que ese no fuera el objetivo de su trabajo, pero por lo menos que no ayude a agrandar la brecha.
O qué podrá decir acerca de los comentarios publicados debajo de su vídeo, los cuales en su mayoría no hacen alusión a los teatros que él recuerda con afecto, sino que sacan a relucir los prejuicios que tienen frente a las personas gais.
Citamos uno: “desde que la chusma del depravado polo demoniático degenerativo gobierna en Bogotá, la ciudad de se llenó de amanecederos, prostíbulos, ollas, bares gay, chapigays, prostituras, gays, ladrones, sicarios, asesinos, violadores, pedófilos, jibaros, proxenetas, calles rotas, semáforos dañados, costales verdes, carruseles de la contratación, andenes chambones, etc.”.
Sería importante que el periodista reflexionara sobre qué es lo que transmite con expresiones como “invasión gay” a sus miles de lectores. Él, que ha sido merecedor del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, debe saber que tiene muchos que creen ciegamente en lo que dice.
No, señor Silva: no es exageración, ni extremismo, ni quejadera, ni falta de sentido del humor, ni mucho menos paranoia. “Detalles” como esos, que para usted y otros periodistas pueden ser notas con color, humor y nostalgia o simples “pendejadas”, son ofensivos para una población que a estas alturas de la vida sigue siendo víctima de bullying y de discriminación.
Nota: este artículo fue actualizado el 3 de junio de 2016.
Con todo respeto, este artículo cae en varias imprecisiones. Primero, ustedes caen en lo que se conoce como una falacia ad hominem, que es maltratar a la persona y no a sus argumentos. Nada tiene que ver la crítica que ustedes tratan de elaborar en su texto con el tema principal del reportaje, que son los cines. Esos lugares fueron emblemáticos de la zona y están cargados de memoria y afectos que ustedes minimizan con frases como “El periodista añora unos teatros a los que era necesario llegar tres horas antes para hacer fila. Seguramente también extraña unas sillas que precisamente no se caracterizaban por su comodidad y capacidad ergonómica.”, como si ello en realidad importase para su argumentación. Ustedes pierden por completo el rumbo crítico, se enceguecen y se van por las ramas para tratar de fortalecer un punto de vista que bien pudo ser tratado de otra manera.
Segundo, quiéranlo o no, sí hay una invasión gay en Chapinero. Son ustedes los que lo leen como una “plaga” (además LGBT, como si gay y ese acrónimo fueran sustituibles), no él. Son ustedes quienes ponen palabras en el periodista y realizan un análisis muy sesgado, más por pasión que por una buena lectura de lo que el Silva quiere en realidad decir. Por supuesto que las palabras no son inofensivas, ustedes ya lo dijeron en otro artículo y en ello concordamos sin lugar a dudas, pero ustedes caen en lo que critican. De forma pasivo-agresiva, se van lanza en ristre contra la verdadera intención del reportaje, leen entre líneas (leen mal, en mi opinión) y agreden su persona. Una frase como “Aunque parezca extraño que una persona que apenas “esté entrando en los 40”, como él mismo se define, hable de un espacio de Bogotá con la nostalgia de un abuelo, eso es lo que hace.” incluso es tan problemática, que ustedes mismos están discriminando a alguien por su edad. Lo tratan de “abuelo” con la carga peyorativa que ustedes tratan de eliminar de la palabra “gay” (o LGBT, como ustedes prefieran).
Lo que me parece más grave es que, de forma implícita, aludan a la ley antidiscriminación para hablar del reportaje. Su frase “Precisamente para evitar esto, desde el 30 de noviembre de 2011 Colombia tiene la Ley 1482 Antidiscriminación que penaliza, entre otros actos, aquellos que discriminan e incitan a estar en contra de esta y otras poblaciones.” no hace más que atizar el fuego, desplaza el foco de atención de su argumentación y colabora con la cacería de brujas que algunas personas comenzaron con lo de “Ay Marikita”. Paradójicamente, ustedes mismos salieron al aire en radio proclamando otro tipo de tratos en situaciones públicas de discriminación, pero acá hacen todo lo contrario.
Cuarto, la mala lectura del reportaje llega a la mentira. Su frase “Citamos uno: “desde que la chusma del depravado polo demoniático degenerativo gobierna en Bogotá, la ciudad de se llenó de amanecederos, prostíbulos, ollas, bares gay, chapigays, prostituras, gays, ladrones, sicarios, asesinos, violadores, pedófilos, jibaros, proxenetas, calles rotas, semáforos dañados, costales verdes, carruseles de la contratación, andenes chambones, etc.” la ponen en boca de Silva. Les cuento que ese es un comentario de un personaje que es frecuente en los foros de ElTiempo, que nada tiene que ver con Silva. Es decir, el comentario no es de él, es de otra persona.
Por último, sólo queda destacar que nadie cree ciegamente en nadie, que hay muchísimos análisis sobre recepción y públicos en estudios de comunicación que dan muestra de cómo los mensajes no van de emisor a receptor sin que terminen involucrados múltiples variables que “retuercen” su objetivo. En otras palabras, el receptor no es una masa de personas que escucha y no omite opinión. Es cierto que los periodistas están en posiciones de autoridad que hacen que sus palabras lleguen con tal fuerza de legitimidad y verdad que sea difícil de oponerse, pero si ustedes están conscientes de eso frente a Silva, también deberían aplicarlo a sí mismos. Seguir repitiendo frases como “son ofensivos para una población que a estas alturas de la vida sigue siendo víctima de bullying y de la vulneración de sus derechos.” sin un análisis certero de lo que realmente significa cada una de esas palabras, es cuando menos peor de lo que ustedes le indalgan al otro periodista. No todas las víctima de bullying son gay (o LGBT, en sus palabras), ni todos los gay son víctimas de bullying, ni las personas gay son una población (palabra biologicista que homogeniza un grupo de personas bajo un precepto común que, en la práctica, es extremadamente discriminatorio), ni todos ellos son víctimas de vulneración de derechos (median cuestiones de clase, raza y edad, cuando menos, cuya intersección muestra que hay diferentes niveles de “vulneración”, y a veces ninguno).
Por cierto, ¿ustedes de verdad creen que talleres de diversidad sexual tienen efectos positivos en la forma como los periodistas tratarían estos temas? ¿No será otra solución facilista que necesita de un mayor análisis crítico?
Estimado Fernando: muchas gracias por su comentario. Solamente queremos aclarar que, respecto a su argumento número cuatro, en el párrafo anterior a la cita que usted menciona se dice lo siguiente:
“O qué podrá decir acerca de LOS COMENTARIOS DE LOS VISITANTES publicados debajo de su video, los cuales en su mayoría no hacen alusión a los teatros que él recuerda con afecto, sino que sacan a relucir los prejuicios que tienen frente a la población gay y que Silva alimenta con su especial”.
Por lo tanto, no se está mintiendo pues no se le está adjudicando a Silva la opinión sino a un lector.
Es cierto, es un error mío, mas es preciso acotar que la frase puede dar a malentendidos por como está planteada en el texto. Uds. usan la negrita para resaltar ciertas palabras y citan sin mediar mayor explicación, como si la cita por sí sola se explicara. Pienso que hay que tener mucho cuidado en cómo usar esos recursos.
Estimado Fernando:
Algunas precisiones sobre las imprecisiones. En primer lugar, no tengo muy claro cuándo se comete la falacia ad hominem: ¿cuando “Nada tiene que ver la crítica que ustedes tratan de elaborar en su texto con el tema principal del reportaje, que son los cines”? ¿Cuando Sentiido apela a “la añoranza del periodista”? ¿O cuando Sentiido califica de abuelo al periodista? Dada la definición que Usted nos ofrece de la falacia ad hominem, no creo que se trate del primer caso; allí se trata de la decisión de Sentiido de no abordar el reportaje desde su tema principal, sino desde sus afirmaciones sobre un sector de la comunidad con diversidad sexual y de género. Esta decisión es controvertible, pero no injustificada; después de todo, el reportaje sí presenta afirmaciones como las señaladas por Sentiido.
Ahora bien, si la falacia ad hominem se produce en la apelación que Sentiido hace a la añoranza del periodista, tampoco tengo claro que se trate de una falacia ad hominem; o al menos no de una que le reste toda fuerza al argumento. En efecto, Sentiido no solo ofrece como contraargumento la añoranza del periodista, sino que pasa a ofrecer dos razones contra el uso de los cines de Chapinero (que es el tema principal del reportaje): 1) las demora en las filas y 2) la incomodidad y poca ergonomía de sus sillas. Ninguna de estas razones maltrata a la persona del periodista; no sé si dan en la diana de sus argumentos, pues no los encuentro ni en el artículo original ni en su respuesta, Fernando.
¿Qué hay del uso que Sentiido hace de “abuelo” para referirse al periodista? Este sí puede ser un caso más claro de una falacia ad hominem, por las razones que Usted mismo precisa: “[…] ustedes mismos están discriminando a alguien por su edad. Lo tratan de <> con la carga peyorativa que ustedes tratan de eliminar de la palabra <> (o LGBT, como ustedes prefieran)”. Sin embargo, también es posible, y creo que incluso plausible, que se trate de establecer un contraste entre la autoatribuida edad del periodista (“esté entrando en los 40”) y la manera de presentar la narrativa del reportaje: como alguien que tiene mucha más edad. Por lo demás, ¿es la nostalgia un rasgo peyorativo? ¿Lo es como se enuncia en el artículo? Si no es así, entonces tampoco se comete falacia ad hominem alguna.
En segundo lugar, el que “La verdadera intención del reportaje” esté centrada en los cines de Chapinero no exonera al periodista de responsabilidad frente a las expresiones que usa o a la manera en que presenta los hechos. Como ya lo dije, es precisamente esto lo que justifica el abordaje que hace Sentiido. Ahora bien, que si se trata de una cacería de brujas es perfectamente discutible.
En tercer lugar, frente a la equiparación de la “invasión gay” con una “plaga”, es un asunto sencillo de resolver. En términos argumentativos se trata de una cuestión fáctica que se dirime apelando a los hechos: ¿hizo la equiparación o no la hizo? ¿Está presente en el reportaje o no? En cualquier caso, el término “invasión” ya es bastante problemático; ni siquiera una expresión como “la invasión del chocolate” parece describir algo deseable.
Finalmente, estoy de acuerdo con Usted: puede que un taller en diversidad sexual no tenga efectos positivos en la forma como los periodistas tratan estos temas. A lo mejor un taller, una formación o una política editorial que apunte a la reducción del uso gratuito de términos o expresiones y al uso cuidadoso de los mismos los tenga. De esta manera también estaríamos atentos a la manera como se presentan o se usan las experiencias de, por ejemplo, las gordas…
Camilo, con todo respeto, ud. se está yendo por las ramas y pone en mi boca palabras que no dije. Un ejemplo: no escribí que la falacia ad hominem sea por lo de “abuelo”. Así que sus tres primeros párrafos carecen de sustento, mas cuando en todos mis puntos trato de mostrar a qué me refiero con esa falacia. Además, es muy común observar que cuando no se está de acuerdo con alguien se critique al autor por alguna nimiedad y no por su argumento principal, que es lo que ud. en realidad hace. Y segundo, es cuando menos muy complicado pensar que la equiparación de invasión y plaga sea algo “sencillo” de resolver. Las palabras están provistas de sentidos que no se explican sólo por su significado, como bien ha dicho antes este sitio web. Hay que ver el contexto en que está ubicada la palabra.
Soy Gay y estoy de acuerdo con usted.
Muy buena crítica. Considero que visibilizar esos “detalles” con los que muchos periodistas aderezan sus notas de prensa, o como en este caso, sus trabajos más profundos, es indispensable. Excelente trabajo.