“Bellas, pasivas y obsesionadas con las compras”
Las críticas contra este tipo de iniciativas son prácticamente infinitas. Van desde perspicaces declaraciones de especialistas, como por ejemplo el diagnóstico genialmente obvio de la “sexóloga” estadounidense Logan Levkoff: “Estamos criando una generación más de niñas que miden su valor personal a partir de su apariencia”, hasta propuestas algo más contundentes, como la pedagogía unisex o la campaña de la neutralidad de género en Suecia, que incluye, entre otros, el desmonte de las imágenes tradicionales en la publicidad para juguetes infantiles, cocinas para las niñas, coches para los niños– o la fascinante y polémica propuesta de incluir un pronombre neutral en el idioma.
En Alemania, los huevos-sorpresa “solo para niñas” de Ferrero y el “paraíso para princesas” de Monaco Princesse causaron en las semanas pasadas algo de revuelo mediático.
La reacción más interesante, sin embargo, no proviene de los medios, sino de un grupo de madres y padres – académicos, pedagogos, redactores, trabajadores sociales– que, preocupados por lo que llaman la “rosificación” de la niñez, lanzaron la página web “pinkstinks.de. Pinkstinks (“el rosado apesta”), que surgió originalmente en el año 2009 en Inglaterra, tiene como objetivo denunciar los mensajes nocivos que bombardean a las niñas a través de juguetes, ropa y los medios de comunicación.
Según sus creadores, gran parte del mercado de productos infantiles se enfoca en una imagen de las “chicas perfectas” (y por ende de las “mujeres perfectas”) con virtudes bastante concretas: “bellas, pasivas y obsesionadas con las compras, la moda y los cosméticos”. Imagen esta que, según argumentan, “promueve una definición peligrosa de lo que significa ser una chica”.
Un breve video –que a pesar de ser un tanto rudimentario, muestra bien el siniestro bombardeo rosado e idiotizante que Pinkstinks denuncia– comunica el mensaje fundamental de la iniciativa: “Hay más de una forma de ser una chica” (“There’s more than one way to be a girl”).
La batalla que Pinkstinks tiene por delante no es en primera instancia una guerra del color. Y es de suponer (o es de esperar) que los iniciadores de la campaña están dispuestos a conceder que cada uno se ponga el color que le venga en gana.
Se trata de una batalla contra un perfil simplista de lo que significa “ser mujer” (y, en la medida en que reduce radicalmente las virtudes que supuestamente definen “lo femenino”, también es un perfil insultante): un individuo de formas y pestañas perfectas, interesado primordialmente en lo que las revistas y los blogs de moda determinen como adecuado.
Ahora bien, que una mujer también sea, o quiera ser eso, no parece ser lo verdaderamente preocupante (al autor de esta nota, a decir verdad, no le parece en absoluto preocupante).
El problema es que sea, quiera ser, o esté obligada a ser, solamente eso – y que sea bombardeada desde los cinco años y por todos los flancos con imágenes que le indican que va por el camino correcto si se pone estos o aquellos zapatos.
Hay –acaso inevitablemente– un cierto tono normativo y dogmático en las campañas de Pinkstinks (una de ellas, “Pinkstinks Approved”, decide básicamente qué productos pueden comprar los padres responsables y qué productos no).
Pero, según se sabe, es difícil tener contento a todo el mundo. Y teniendo en mente lo siniestro de ocurrencias como Monaco Princesse, Pinktstinks, con su creencia en que si “reconocemos y celebramos que hay más de una forma de ser una chica, los beneficios serán para los niños y la sociedad entera”, es una idea más que bienvenida.