Espiados por un sofisticado software, observados por drones, desacreditados por el más popular de los presidentes del hemisferio, los periodistas del medio salvadoreño El Faro continúan informando desde la resistencia.
Fotos y video: Productora Espectro.
Por la lente de El Faro ha pasado la realidad salvadoreña y centroamericana durante 27 años. Cuando El Faro comenzó a informar, siendo el primer medio exclusivamente digital de América Latina, Google apenas estaba por nacer. (Ver: “Periodismo no es lo mismo que contenido”).
Desde entonces, los periodistas de este medio han cubierto los efectos del conflicto armado de finales del siglo XX, la diáspora salvadoreña, el azote de las pandillas y la llegada -y la quedada- de Bukele en el poder.
Resulta paradójico que no haya sido durante lo más álgido del asedio de las pandillas que El Faro ha enfrentado sus mayores desafíos. La época más difícil para este medio -icono de buen periodismo latinoamericano- han sido los años recientes, durante el gobierno de uno de los mandatarios más populares del mundo occidental: Nayib Bukele.
El acoso judicial, las campañas de difamación, la intimidación y el haber sido víctimas de espionaje digital con uno de los softwares más sofisticados del mundo – Pegasus – llevó a los directivos de El Faro a tomar la decisión en 2023 de trasladar la personería jurídica del medio y parte de su equipo a Costa Rica.
Como lo dijo en su momento su director Carlos Dada: “salimos de El Salvador para poder quedarnos en El Salvador”. Uno de los miembros del equipo que se quedó en el país para seguir informando desde el terreno es el periodista Víctor Peña, director de fotografía de El Faro y una persona que ha recorrido El Salvador y la región entera como pocos.
En esta segunda entrega de la serie de Sentiido #PeriodismoQueResiste, conversamos con Víctor acerca de los tiempos difíciles que ha enfrentado El Faro, pero también sobre los desafíos que ha vivido él como periodista y como persona en un entorno crecientemente hostil hacia la prensa. (Ver: Cristian Alarcón: una perspectiva queer o feminista va más allá de hablar de maricas o de mujeres).
Cuando el presidente es el mayor influencer
“El Faro siempre ha sido un medio que ha estado en el ojo del huracán”, dice Víctor Peña al explicar que al hacer periodismo investigativo, siempre hay algún político o personaje poderoso al que no le gusta lo que El Faro saca a la luz. Sin embargo, el acoso hacia el medio y sus periodistas ha empeorado notablemente durante los últimos años.
“El actual gobierno ha metido toda su maquinaria de troles, personas, funcionarios, diputados y los mismos empleados de gobierno para generar un ataque que desacredite todo lo que hacemos. Y aunque mostremos las evidencias de lo que estamos denunciando, siempre es difícil competir con esa maquinaria”, afirma.
Víctor señala que el presidente tiene más de seis millones de seguidores en sus redes, mucho más de lo que pueden tener la mayoría de medios en conjunto. “Entonces, estamos frente a algo que introduce una mentira social y que es creída como una verdad”, explica Víctor.
Se refiere a campañas de desprestigio sobre la credibilidad del medio, la ética de sus periodistas y la veracidad de sus publicaciones. Estas voces difamatorias vienen del propio presidente, quien en 2020 dijo en cadena nacional que El Faro estaba siendo investigado por lavado de activos, sin ofrecer prueba alguna.
Pero este acoso también se ha presentado en forma de intimidaciones digitales e incluso, espionaje cibernético. Para hablar sólo del último punto, en 2022 se descubrió que los celulares de al menos 22 trabajadores de El Faro estaban siendo espiados desde junio de 2020.
Y aunque no se ha logrado comprobar que este espionaje ha sido realizado por el gobierno, la empresa israelita que los suministra tiene por política vender este recurso -de elevadísimo costo- sólo a gobiernos y para efectos de seguridad nacional.
Sus periodistas y personal administrativo han enfrentado situaciones intimidatorias como ser observados y fotografiados por personas extrañas, recibir amenazas online e incluso, como le ocurrió a Carlos Dada en una ocasión, ser “visitados” por un dron en su propio domicilio.
Por eso, los periodistas de El Faro consideran que están viviendo una etapa de “Periodismo en resistencia”. Como lo dice Víctor: “Estamos atravesando una situación que si bien es un fenómeno general en Latinoamérica, en El Salvador ha sido más compleja”.
En Nicaragua conocían las amenazas de Daniel Ortega con la gente que estaba denunciando su corrupción y los atropellos que él cometió. “Pero yo creo que estamos frente a un gobierno que ‘discretamente’ es muy violento pues intenta aniquilar desde un discurso más cínico, lo que lo vuelve más poderoso porque no se nota que te está golpeando, y porque cuando te golpea, es aplaudido y nadie es capaz de reaccionar ante lo que está ocurriendo”.
Víctor se refiere a que mientras El Faro y sus periodistas son atacados, bloqueados, amenazados a causa de lo que están informando, el gobierno organiza tours con periodistas nacionales e internacionales para mostrarles el “milagro Bukele”.
“Mientras unos estamos denunciando los atropellos en las cárceles, los excesos del estado de excepción, los asesinatos, las torturas, hay medios que se prestan para mostrar que la cosa es muy digna”, enfatiza Víctor.
Desde muy temprano en su profesión, Víctor aprendió a moverse por todos lados: fronteras nacionales, fronteras sociales, fronteras de vida o muerte trazadas por las pandillas.
Seguridad a cualquier precio
Este reportero gráfico nació en el occidente de El Salvador y creció entre los pueblos Nahuizalco e Izalco, según explica, una de las poquísimas regiones que no se vio tan afectada por el conflicto armado de las décadas de los 80 y 90. Sin embargo, el fenómeno de las pandillas sí echó raíces profundas allí tanto como en el resto del país.
En ese entorno creció Víctor, quien estudió artes plásticas con el sueño de ser pintor. Sin embargo, el destino lo llevaría a la fotografía y desde entonces, con sus lentes ha mostrado a millones de personas la situación de los campesinos, las pandillas, los habitantes de las ciudades, los migrantes, los gobernantes de El Salvador y Centroamérica. (Ver: Nueva guía para periodistas: elecciones y cubrimiento de temas LGBTIQ).
Con habilidad de reportero ha sabido mantenerse a salvo de los muchos peligros que involucra su profesión. Tal vez por eso la violación de su privacidad y la de sus compañeros, mientras eran espiados con Pegasus, le hizo sentir tan vulnerable.
“También es muy intimidatorio el hecho de estar en algún lugar público para cubrir un evento oficial y que en cuestión de segundos tu foto aparezca en redes sociales informando exactamente dónde estás”, dice Víctor quien recuerda con rabia e impotencia el hecho de que quien sea que los haya espiado tuvo acceso a las conversaciones más personales y a las fotos de los seres más queridos a través de su teléfono.
¿Y la sociedad, cómo ha reaccionado ante esto? En realidad, no lo ha hecho. Para Víctor es claro que la falta de reacción de la gente tiene que ver con la sensación de extremo desespero y la necesidad urgente de tener seguridad después de haber padecido el azote de las pandillas hasta llegar a ser considerado, El Salvador, uno de los países más peligrosos del mundo.
En 2016 se llegaron a registrar 100 muertes por cada cien mil habitantes. Casi una década y un Bukele después, en 2024, ese índice fue de 1.9 por cada cien mil habitantes, la tasa más baja de su historia.
“El Salvador vivió durante 25, 30 años una violencia atroz generada desde las pandillas y este fenómeno tenía arrodillado a todo El Salvador, en especial a las comunidades más vulnerables de este país, las zonas rurales, las comunidades marginales, es decir, comunidades que históricamente estuvieron muy abandonadas por el Estado, eran víctimas de las pandillas. Y obviamente, el gobierno entiende el deseo fundamental de esta sociedad que era tener paz”, explica Víctor.
Víctor recuerda con rabia e impotencia que quien sea que haya espiado al equipo de El Faro tuvo acceso a las conversaciones más personales y a las fotos de los seres más queridos a través de su teléfono.
Mirar para otro lado no cambia la realidad
Esta paz no ha llegado sin cuestionamientos, que muchas veces vienen de la prensa. Varios medios han reportado acuerdos por debajo de cuerda del actual gobierno con pandillas.
Además, grupos de derechos humanos han denunciado atropellos y arbitrariedades en las detenciones de personas que van a parar a las famosas mega cárceles de Bukele.
Según la organización Socorro Jurídico Humanitario, a octubre de 2024 de las cerca de 82.000 personas detenidas, 30.000 no habrían cometido ningún delito.
Por supuesto, Víctor entiende la necesidad de la gente de vivir en paz, pero se cuestiona si los cambios son de fondo y duraderos. “El gobierno empieza a implementar una marca de país basada en la idea central de que no hay violencia y entonces maquillan los espacios importantes para la sociedad: sus playas, el centro histórico de la capital, etc, y ves el centro de San Salvador impecable en los spots publicitarios desde todos los ángulos, pero luego en las comunidades remotas la situación está igual, la misma ausencia del estado, de servicios, de garantías y oportunidades”, dice Víctor.
El gran problema es que los salvadoreños, sofocados casi hasta el ahogamiento por la violencia de las pandillas -y que llevó a un cuarto de la población salvadoreña a mudarse a Estados Unidos durante la guerra civil de finales del siglo XX- parecerían dispuestos a tolerarlo todo con tal de tener seguridad.
“Si se gasta bien el dinero, si lo esconden, si se lo roban, si lo usan para beneficiarse ¿qué más da? Porque si a ti te extorsionaba la pandilla en tu negocio y ya no lo hace, o si te mantenía amenazado para salir de tu comunidad y ya eso no ocurre, pues obviamente sientes una gran empatía por el gobierno que combatió el principal problema”, afirma.
Sin embargo, ¿qué tan sostenible es este tipo de paz? “Los problemas que generaron la violencia de pandillas siguen ahí: desigualdad, violaciones sexuales, violencia intrafamiliar, falta de empleo. Yo no querría creer que estamos viviendo un espejismo, pero si los problemas no se atacan de fondo, las consecuencias pueden ser las mismas”, expresa.
El Salvador -como tantos otros países latinoamericanos que han vivido conflictos internos y que han heredado diversas violencias generación tras generación- es un país que no se ha reconciliado.
“Aquí no ha habido justicia para las víctimas de las diferentes etapas de la violencia y no sé a dónde nos va a llevar tal acumulación de injusticia”, puntualiza Víctor. Mientras tanto, él seguirá retratando la realidad a su alrededor.
Víctor recuerda lo que les dijo una persona a la que entrevistaron: “¿a mí de qué me sirve la democracia? No me ha beneficiado en nada. A mí lo que me sirve es que los pandilleros que que controlaban esta zona, ya no me amenazan’”, Víctor Peña, director de fotografía de El Faro.
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