La apuesta fundamental de las marchas LGBTI, es permitir espacios que reivindiquen las diferencias, en los que se celebre la diversidad, ser ciudadanos y, especialmente, seres humanos.
Aún recuerdo la primera vez que asistí a una marcha LGBTI. Van a ser casi nueve años de esto. Yo era muy joven y no entendía muy bien qué significaba participar en este evento. Solamente recuerdo que veía un montón de gente extraña y mucho “chico sabroso” de músculos pronunciados y pecho lampiño.
Yo no tenía muy claro cuál era el mensaje de la marcha. Si luchábamos por ser incluidos, no sabía por qué nos teníamos que vestir tan raro ese día. Me preguntaba: ¿por qué esos hombres se visten de mujeres de una manera tan exagerada?
El tiempo ha pasado. He aprendido sobre la importancia de hacernos visibles, a pesar de los obstáculos que existen al respecto. Valoro profundamente que un día al año la Policía, con sus uniformes y armas, estén atentos a protegernos y a evitar que alguien nos agreda.
En estos años de marchas hay dos momentos que me han marcado especialmente: el primero, fue cuando un niño le preguntó a su papá: “¿Quiénes son esas personas tan raras?” Y yo esperando lo peor, me quedé “boquiabierto” cuando él le respondió: “Son personas, como tú y yo, sólo que se visten diferente pero debes respetarlas”.
El segundo momento fue unos años después: íbamos con varios amigos y nos encontramos, al cruzar una calle, con un grupo de religiosos que cantaba salmos, a grito herido, para que nos salváramos del infierno.
En los dos casos me vi confrontado con realidades que no esperaba. Con el niño y su papá encontré que no estamos solos y que esta sociedad no es tan macabra como pensaba. Con el segundo, entendí que es posible coexistir con quienes no piensan como nosotros, pero me sorprendí cuando algunas personas de la marcha LGBTI les gritaban improperios y los acusaban de “homofóbicos”.
Estas reflexiones han rondado mi cabeza durante varios años. Y este año saldré a marchar con una convicción muy profunda, movido por el tema propuesto: cultura de paz. Mis consideraciones abordan varios aspectos:
La paz de La Habana (Cuba): una de las consecuencias de la guerra en Colombia, ha sido vivir con miedo a que nos asesinen, desaparezcan o torturen. Y de esto no se escapan las personas LGBTI. Por esto, necesitamos ser escuchados e incluidos en las negociaciones que se adelantan en La Habana, reconstruir nuestra memoria y luchar porque las víctimas sean reparadas.
La paz comienza en casa: Las personas LGBTI hemos crecido en este país con temor, historias de horror y sintiendo una amenaza constante. Esto ha hecho difícil que construyamos un tejido social como “comunidad”. A veces nos referimos a los demás de manera violenta, nos desprestigiamos, creemos que no podemos coexistir y pensamos que el enemigo debe desaparecer. Por eso, necesitamos pensar cómo empezamos a construir una paz democrática, amplia, digna, basada en el respeto, la protección y la garantía y defensa de los Derechos Humanos.
¿Marchar como negocio?: No creo que el ejercicio de Derechos Humanos como la libertad de expresión y de asociación, implique espacio para negocios. Claro, los bares y discotecas han sido tradicionalmente los lugares de reunión e incluso de protección, de las personas homosexuales.
Pero la marcha es un espacio para que participemos como ciudadanas/os, no como clientes ni consumidores. Incluso, aplaudo las campañas para no consumir bebidas alcohólicas durante este evento y más bien después ir de fiesta. Esto debe incomodar a los dueños de bares, quienes financiaban las caravanas más grandes y estruendosas, pero nos envía un claro mensaje a quienes asistimos.
La discriminación entre las personas LGBTI: Durante las primeras marchas, yo veía “hombres vestidos de mujeres”, hoy entiendo que cada quien expresa su identidad de género como mejor se sienta. La autonomía para desarrollar libremente nuestra personalidad es un principio fundamental. Por tanto, en este evento hay espacio para gais masculinos y afeminados, lesbianas delicadas o masculinas, trans extravagantes o ejecutivas… Todas las personas tenemos derecho a marchar y a vivir nuestra ciudadanía como queramos.
Esa es la apuesta fundamental de la marcha: crear un espacio democrático que reivindique la diferencia. No creo en la “endodiscriminación” o la discriminación entre las personas LGBTI. Me parece un concepto con una carga moral innecesaria: ¿por qué hablar de que un hombre gay discrimina a otro homosexual o a una persona trans? Para mi es discriminación y punto, no importa de quién venga o a quién se dirija.
Entiendo que la falta de educación sobre diversidad sexual nos lleve a reproducir prácticas sociales. Por esto, debemos luchar contra toda forma de discriminación, algo que se puede aprovechar en la marcha.
El momento de reclamar respeto por nuestros derechos: La lucha no ha concluido. Gracias a la Corte Constitucional, hemos avanzado en conquistas que a su vez nos abren espacios para que instituciones públicas reformen sus reglamentos y prácticas. Sin embargo, los índices de violencia y discriminación (los pocos disponibles) no mejoran.
Además, la oposición religiosa, política y académica se ha fortalecido en la medida en que nos hacemos más visibles. Por esto necesitamos seguir demandando mejores medidas públicas y privadas que terminen con esas violencias y abran más espacios de diálogo, en primer lugar, entre quienes somos LGBTI y, posteriormente, con la sociedad en general.
La marcha es por el orgullo de salir a la calle como personas LGBTI. Ya no se marcha solamente por el orgullo de ser gay, hemos ido reconociendo otras identidades de género, orientaciones sexuales y expresiones de género.
Marchamos para celebrarnos como personas diversas, ciudadanas, colombianas y, especialmente, como seres humanos. Y por esto, debe ser una ocasión para pensar en los puntos que menciono y en muchos otros. Este camino es imparable, merece seguir siendo marchado, día a día, en todos los espacios posibles, hasta que no sea necesario celebrar un día al año sino todos. ¡A marchar!
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