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El peligro real de los discursos de odio

Uno de los principales antecedentes de los ataques contra minorías son los discursos de odio, aquellos que describen a quienes tienen alguna diferencia como un peligro para la sociedad.

Por: Carlos Andrés Muñoz*

Una de las frases que más repiten quienes dicen “defender la familia”, (refiriéndose a la conformada por papá, mamá e hijos) es que detrás de los conceptos de igualdad y equidad estipulados en la Constitución política de Colombia, se oculta una “colonización” de una “ideología de género” que no existe.

Una “ideología”, afirman, que una minoría pretende imponer a una mayoría (por simple logística, esto ya resulta complicado). Dicen “los defensores” que la adopción igualitaria o el matrimonio entre personas del mismo sexo deberían ser definidos por voto popular. A estas premisas, se suman las declaraciones de odio por parte de líderes radicales religiosos.

Dichas personas tienen una idea reducida de la democracia al creer que una mayoría puede decidir sobre la igualdad de derechos de las minorías. Para evidenciar el peligro de que las mayorías se sientan con el derecho de decidir sobre la suerte de las minorías, recordaré dos hechos.

El primero, el genocidio de Ruanda (África central). Allí, el pasado colonial desencadenó una compleja situación social que tuvo como consecuencia el enfrentamiento de dos etnias: la minoría Tutsi y la mayoría Hutu, lo que llevó a uno de los genocidios más aterradores de la historia reciente.

Son discursos que empiezan “argumentando” por qué una minoría es inferior o moralmente reprochable, que llegan hasta la necesidad de eliminarla.

En 1994 fueron asesinadas más de 500.000 personas de los Tutsi por parte de los Hutu. Y aunque no se trata de diferenciar entre buenos y malos, este genocidio no habría tenido lugar de no haber sido alimentado por los discursos en los que la mayoría Hutu se refería de manera denigrante a la minoría Tutsi.

En Colombia, la sociedad conservadora permeada por discursos religiosos discriminatorios, percibe la igualdad de derechos de las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT) como una amenaza para su “superioridad”. El genocidio de Ruanda no empezó de la noche a la mañana. Al principio, pocas personas habrían calculado las miles de víctimas que sumaría.

El holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial también es, en buena medida, consecuencia de los discursos de odio. Este tuvo un avance progresivo, no sucedió en cuestión de días.

Durante muchos años fueron divulgados supuestos estudios que “evidenciaban” la inferioridad de los judíos. Antes de enviar a estas personas a los campos de concentración, los discursos de odio lograron convencer a mucha gente del aparente peligro que representaban.

“Creen colegios LGBT”

Estas ideas de segregación pueden sentirse en las declaraciones de personas como la diputada de Santander, Ángela Hernández, quien en la W Radio afirmó: “creen colegios LGBTI para los padres de familia que quieran que a sus hijos los formen en esa concepción“.

Palabras de las que después trató de excusarse al afirmar que fue llevada a decirlas en medio del acalorado debate en el que ella era la única que defendía una postura “diferente”.

No obstante, es la clara salida del subconsciente que se ve coartado por lo que hoy consideramos reprochable. Sus palabras fueron discriminadoras y de haber estado en un espacio donde estas fueran aplaudidas no se habría retractado.

En la misma entrevista, la diputada dejó ver su posición homofóbica cuando Julio Sánchez Cristo le preguntó si le parecía que un niño con una orientación sexual no heterosexual era inmoral.

La diputada de Santander dijo que respetaba a los homosexuales pero que no creía que serlo fuera “un acto ético, moral y decente”. 

Su intolerancia y desconocimiento de la diversidad sexual y de género, así como la de los senadores que citaron a un debate de control político a la ministra de educación Gina Parody, son los que evolucionan en el odio que ha causado tanta violencia.

Como educador, veo más que necesario hablar de diversidad, no sólo sexual sino de todas las diferencias existentes, para aportar en la construcción de sociedades más respetuosas e incluyentes.

Necesitamos un país donde quepamos todas las personas y donde enseñar respeto hacia el otro no sea motivo de marchas de protesta. Las pancartas que se vieron ese día y los comentarios publicados en redes sociales son el claro reflejo de cómo el odio va creciendo. Evitemos más muertes, atropellos e insultos. Eduquemos a nuestros hijos en una Colombia incluyente y democrática.

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