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“Venimos a dejar el mundo mejor de como lo encontramos”

Mujer, lesbiana, mamá, abogada, feminista y activista LGBT desde 1997. A esta lista que Elizabeth Castillo usa para describirse le falta agregar: católica, valiente, directa y buena amiga, entre otros. Esta es su historia.

Empezó por coherencia, porque sentía que era necesario. Tenía 26 años y había pasado unos días en Bogotá, ciudad en la que se encontró con mujeres que abierta y orgullosamente se identificaban como “lesbianas”.

Esa palabra que para entonces, finales de los noventa, le sonaba “muy fuerte”. Impronunciable. Quizás pensaba, como otras tantas mujeres, que el golpe era más suave si decía que era “gay” u “homosexual”. (Ver: ¿Dónde están las lesbianas?).

En últimas, “lesbiana” tiene tremendos agravantes: ser mujer y no estar interesada afectiva ni sexualmente en hombres. ¡Cuánto desacato junto!

Sin embargo, esos días en Bogotá fueron definitivos para que Elizabeth Castillo regresara a Manizales –la ciudad donde vivió desde los tres meses (nació en Cali)– dispuesta a empezar el cambio.

Primer paso: organizar “la semana del orgullo gay” (nada de “lesbiana” todavía). Presentó la solicitud en la alcaldía. “Sí”, fue la respuesta, pero no por mucho tiempo. Poco después la secretaria la llamó para decirle: “me da pena con usted, pero el alcalde dice que para un evento de esta naturaleza no hay espacio”.

¡Qué golpe! Sintió la discriminación de frente. Y entendió cosas. La primera y más obvia: que el alcalde había sido injusto. (Ver: ¿Victimismo gay? 8 voces opinan).

Por este hecho –y por coherencia, dice ella– Elizabeth Castillo: mujer, lesbiana, mamá, abogada y feminista, decidió desde entonces, año 1997, apostarle al activismo por la igualdad de derechos de las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT). (Ver: ¿Cómo y para qué apostarle al activismo?).

Más adelante vendrían otros episodios que le confirmarían que avanzaba por el camino correcto. Una vez, caminando por la calle con su pareja, les escupieron. Y en algún momento de uno de los procesos civiles que representó, el abogado de la contraparte se enfureció y empezó a atacarla, no por lo que estaba en juego, sino por ser lesbiana.

¡Hagamos algo!

Al injusto episodio con el alcalde de Manizales se sumó que la relación con su familia no pasaba por su mejor momento. ¿El motivo? El mismo: ser lesbiana (o “gay”). Ya había salido del clóset y el tema no había sido fácil para su mamá. (Ver: “La vida y Dios me premiaron con un hijo gay”).

Elizabeth decidió hablar con sus papás la primera vez que se enamoró de una mujer y fue correspondida. Antes le habían gustado otras chicas pero, como dirían los futbolistas, “las cosas no se dieron”.

No podía concebir que algo tan importante pasara en mi vida y yo no se los contara a ellos”. Les tomó tiempo restablecer la comunicación, pero salieron adelante y desde hace años mantienen una muy buena relación familiar. (Ver: Aceptar a los hijos LGBT).

En todo caso, ante la negativa del alcalde, Elizabeth estaba decidida a hacer algo: acudió entonces al decano de la facultad de Derecho de la Universidad de Caldas. La misma facultad y la misma universidad donde estudió entre 1990 y 1995, pero de la que se graduó en 2002 por cuenta de una materia que quedó debiendo.

“A mi mamá le habría encantado que yo estudiara en un colegio religioso, pero ¡aleluya! No fue así. Soy hija de la educación pública”.

Elizabeth Castillo: lesbiana, mamá, abogada, feminista y activista LGBT
Además de trabajar por la igualdad de derechos LGBT, Elizabeth es feminista y está muy involucrada con los derechos de las mujeres. Esta también ha sido su causa.

El decano puso a su disposición todo lo que necesitara para llevar a cabo “la semana del orgullo gay”. Y por fortuna, aquello de “liderar” y de “organizar” no le resultaba extraño. En el colegio siempre formó parte de cuanto comité existiera y en la universidad fue parte del consejo estudiantil.

No hubo filas ni aglomeraciones para entrar a las actividades previstas, pero para haber sido un evento de “maricas” en la Manizales de los noventa, “la semana del orgullo gay” fue todo un éxito.

El paso a seguir: participar en una marcha del orgullo LGBT. En el 2000 asistió por primera vez. “Yo había llegado a vivir a Bogotá en diciembre de 1999, estaba enamorada de una mujer activista aunque ahora no le guste que le digan que lo era”, señala Elizabeth. (Ver: 9 miradas a las marchas LGBT de Colombia).

Pero de hecho, gracias a ella, Elizabeth es en buena medida la activista que hoy es. Entre otras cosas, la ayudó a nombrarse orgullosamente “lesbiana”.

Ese año, 2000, y el siguiente, Elizabeth participó en la marcha del orgullo de Bogotá con máscara como lo hacían varias de las pocas mujeres que se sumaban. En 2003 la usó un poco más abajo y a partir de ahí nunca más se la volvió a poner.

Marchar no era algo nuevo para ella. Había participado en los movimientos estudiantiles. Lo nuevo era hacerlo en este espacio donde perfectamente conviven la fiesta y la reivindicación política.

“La rigidez de los estereotipos de género es un debate que pronto se superará. Para las nuevas generaciones es un tema cada vez menos relevante”.

Acá estamos

La marcha del orgullo LGBT es un evento poderoso. Es la oportunidad de decir que, a pesar de todo, acá estamos. Es la posibilidad de salir en nombre de toda la gente que no puede o no se atreve a hacerlo”, afirma Elizabeth.

Los días previos a la marcha, cuando en las redes sociales empiezan a actuar “los censores” de vestuario y de comportamiento, con frases como: “nada de desnudos”, Elizabeth interviene: “me niego a que entre nosotros mismos, a quienes tanto nos han restringido y regulado el cuerpo, repliquemos eso”. (Ver: Lo que pensaba y lo que ahora pienso de las marchas LGBT).

Es más, le parece fundamental que en un espacio de libertad como la marcha la gente participe como quiera. “No me refiero, por supuesto, a nada violento, sino a que cada quien decida si quiere o no exhibir su cuerpo. Y particularmente las mujeres trans que viven en situaciones de restricción y violencia tan fuertes”. (Ver: Marcha, ¿al desnudo?).

No duda en decirlo: un deber en la vida es ser quien uno quiera. Vestirse, hablar, caminar y peinarse como le guste. “¿Quién dijo que solamente las mujeres pueden usar falda y llevar el pelo algo? Lo malo de los convencionalismos es que son impuestos, lo bueno es que pueden transformarse”.

En el año 2000 Elizabeth participó en otro escenario clave para el activismo: Planeta Paz. En una columna publicada en El Espectador, el abogado Mauricio Albarracín explicó que gran parte de los activistas LGBT se encontraron en el proceso de paz anterior: el del Caguán. Allí nació “el sector LGBT” en el proyecto Planeta Paz.

Elizabeth Castillo: lesbiana, mamá, abogada, feminista y activista LGBT
Durante 2003 y 2011 Elizabeth trabajó en Profamilia donde estuvo a cargo del Programa de Género y Salud Sexual, un tema del que aprendió tanto que hoy, entre otras cosas, es consultora al respecto.

Tan humanos como el resto

Allí hicimos una llave solidaria gracias a la cual hoy estamos donde estamos”. Sin embargo, no todo fue tan color rosa. En algún momento fue necesario crear la red “Nosotras LBT”, porque entre las personas LGBT de Planeta Paz había pocas mujeres y, por las lógicas que esto implica, tuvieron que organizarse contra el machismo interno. (Ver: Hombres, ¿feministas?).

Sí. El machismo también atraviesa el movimiento LGBT como al resto de la sociedad. Las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans no son tan distintas a como la gente cree.

Es absurdo pensar que las personas LGBT no discriminan. Ser homosexual no hace a una persona no clasista o no racista. Somos seres humanos como cualquier otro con características simpáticas y otras detestables”, afirma Elizabeth. (Ver: Ser gay no es ser incluyente: el mundo LGBT también discrimina).

“Nadie dice que por ser homosexual uno se vuelve más chévere”.

En otras palabras: las personas LGBT son hijas de la misma cultura. ¿Por qué pensar, entonces, que un hombre gay no pueda ser machista? “Tampoco se puede suponer que por defender la misma causa, todos somos los mejores ‘amiguis’. No. Somos compañeros de una causa, pero no tenemos los mismos orígenes ni pensamos igual, así que por supuesto hay diferencias”.

Esto no quiere decir que Elizabeth no tenga amigos/as del activismo. Por el contrario, tiene muchos con quienes ha peleado y celebrado y a los que ama profundamente. “Puede que sea gente con la que no me vea todos los días, pero no tengo la menor duda de que si algo me llegara a pasar, de inmediato aparecería para ayudarme”.

El movimiento LGBT, como todos los movimientos sociales, también está atravesado por egos y por la necesidad de reconocimiento, lo que Elizabeth no toma como un ataque personal. (Ver: Nace un nuevo movimiento).

Me importa un pito si un activista pone fotos en sus redes dando entrevistas o si quiere aparecer en todos los medios. Más bien, lo que me sorprende es que haya quienes crean que salir en televisión es un premio, nunca se lo plantean como un riesgo ni como un desgaste emocional”.

Salir en medios es visto como “otra vez robando cámara”, pero en realidad, agrega Elizabeth, es una actividad agotadora. “Es poner la cara una y otra vez por quienes no quieren o no pueden hacerlo. Si quienes discriminan quieren agredir a alguien, ¿quién va a ser el elegido: el que conocen o el que no?”.

Cuando Elizabeth formó parte de la Mesa LGBT de Bogotá (2005-2007), grupo que organiza la marcha del orgullo, vivió las dinámicas y tensiones propias de cualquier espacio que requiere consensos. “Para llegar unificados a dialogar con la alcaldía pasábamos por unos bonches bravísimos. Fue un proceso agotador pero que recuerdo con mucho afecto”.

De hecho, una de las fortalezas del movimiento LGBT de Colombia es su capacidad de llegar a acuerdos. “Cedemos y pactamos cuando se trata de cumplir objetivos comunes. Cuando es necesario, se cierran filas, sin importar si un activista milita en el Polo Democrático, otro en el Partido Conservador o no está en ningún partido político”.

“Hay que trabajar por esta causa independiente de si nos caemos bien o mal, eso no importa”.

Elizabeth Castillo: lesbiana, mamá, abogada, feminista y activista LGBT
Para Elizabeth haber formado parte del primer Centro Comunitario LGBT de Bogotá ha sido una de las experiencias más lindas de su vida. Le permitió mezclar lo profesional, lo personal y el activismo.

Los mismos derechos

Y la estrategia ha funcionado: se pasó de la despenalización de la homosexualidad en 1980 a que hoy exista adopción y matrimonio para las parejas del mismo sexo. Los mismos derechos con los mismos nombres. (Ver: Matrimonio igualitario en Colombia, paso a paso).

Elizabeth se siente feliz de haber contribuido en este proceso. “Pero yo soy un peón de un ejército gigantesco, un eslabón de una cadena muy grande”.

Varias de las apuestas de Elizabeth como activista han estado marcadas por su fe. Es católica practicante: estuvo en la infancia misionera, en la Legión de María y cuando empezó a estudiar Derecho participó en la pastoral penitenciaria prestando asesoría jurídica. (Ver: ¿Qué dice la Biblia realmente sobre la homosexualidad?).

En 2003 y en 2011 lideró la campaña “la homofobia no es cristiana” como respuesta a pronunciamientos de la Conferencia Episcopal de Colombia.

La protesta consistía en entrar a misa a la Catedral Primada de Colombia. Iban a participar en la ceremonia y a recibir la comunión sin gritos, arengas ni pancartas sino con una camiseta que por un lado decía “Soy homosexual, tengo hijos, soy católico” y, por el otro, “La homofobia no es cristiana”.

Aunque muchas personas LGBT se mantienen al margen de las religiones por no sentirse acogidas allí, Elizabeth decidió quedarse. En parte, dice, por suerte. (Ver: Diversidad sexual y nuevas alternativas espirituales).

Un sacerdote que trabaja en cárceles no se espanta con bobadas, entonces que alguien le diga que es homosexual le resulta francamente irrelevante, como en realidad lo es. Lo que yo recibí de los sacerdotes con los que trabajé, particularmente de uno, fue una amorosa y respetuosa acogida”, recuerda.

Por eso se quedó. Además, no tiene la menor duda de que el Dios en el que cree la hizo tal y como es. “No se equivocó conmigo. Si mis papás que son dos seres humanos e imperfectos, me aman como soy, no me cabe duda de que Dios con mayor razón”.

Esto, por supuesto, no le impide ser crítica con su fe. De hecho, en algunos momentos ha contemplado “abrirse del parche”. Por ejemplo, el día en que un sacerdote la hizo parar del confesionario cuando ella le dijo que era lesbiana.

“Yo soy una católica convencida de defender el Estado laico y de lo benéfico que resulta para quienes tenemos convicciones religiosas”.

“Dios te ama tal y como te creó. Vive y no pelees con Él”, le dijo uno de los sacerdotes con los que Elizabeth habló.

Elizabeth Castillo: lesbiana, mamá, abogada, feminista y activista LGBT
Para Elizabeth, es claro que todos los colombianos -y no solamente las personas LGBT- están llamados a cambiar la lógica de evadir las discusiones porque ¡qué susto! El disenso no puede resolverse a punta de bala.

Una fe crítica

Sabe, también, que la doctrina católica habla de muchas cosas que resultan difíciles y hasta inútiles de aplicar: la monogamia, por ejemplo. “Es contradictorio que la mayoría de divorcios se den por infidelidad, algo no está funcionando”.

Yo creo que uno en las relaciones le apuesta al amor, a envejecer al lado de la persona que ama, pero no necesariamente en un vínculo monogámico. Hay otras maneras de relacionarse, menos rígidas y más enriquecedoras para la pareja”, señala Elizabeth.

Después de 20 años de activismo Elizabeth se siente satisfecha con el trabajo hecho aunque con la certeza de que el activismo agota física y emocionalmente. Por eso le parece fascinante que cada vez más gente joven quiera aportar al cambio.

Entre más gente llegue, mejor. Eso sí, si alguien quiere asumir como vocero de un movimiento tiene que prepararse. También es importante que esas nuevas generaciones sepan que no se están inventando la rueda, que no son los mesías que llegaron a transformar el mundo, sino que forman parte de un proceso”.

De repente, un joven menor de 30 años interrumpe nuestra conversación para decirle: “me parece muy chévere conocer a una persona como tú que ha hecho tantas cosas por las nuevas generaciones, trabajo que a veces pareciera que no reconocemos”.

Tiene razón. Porque, entre otras cosas, Elizabeth se le ha medido a tareas tan desgastantes como debatir en medios de comunicación con líderes religiosos. (Ver: A muchos medios les interesa lo LGBT cuando hay enfrentamiento).

Cada vez tengo más claro que cuando participo en esos espacios no voy a pelear con esa persona que tengo al frente y que no está dispuesta a escucharme, sino a dirigirme a la audiencia de ese programa. Por ejemplo, al joven que está en el clóset en una vereda en Antioquia y que sintoniza el programa”.

Ahora no participa en debates con líderes religiosos que aspiran a un cargo de elección popular porque sabe que su agenda está concentrada en hablar mal de las personas LGBT, disfrazada en expresiones como “defender la familia”. Como si las personas LGBT no fueran parte de una.

“La mejor manera de responder a los discursos de youtubers ‘pro-heterosexuales’, exprocuradores y diputadas es ignorándolos”.

Esa gente tiene un rabo de paja peligroso. Algunos llegaron a la política de la mano de parapolíticos o fueron destituidos de sus cargos por corruptos y lo que hacen es erigir un enemigo invisible al cual, supuestamente, combaten. Es la manipulación política, con un interés por votos, aprovechándose del miedo que existe por desconocimiento sobre la homosexualidad o la sexualidad en general”.

Sabe, también, que son personas que están haciendo una mezcla indebida de religión y política, ignorando lo costoso que le ha resultado a la humanidad esa combinación. (Ver: La mezcla entre religión y política, ¿inevitable?).

Somos muchos los creyentes de este país que no estamos de acuerdo con esos discursos. Esos sectores radicales son una minoría violenta e hipócrita que no representa al amplio universo de creyentes colombianos”, enfatiza Elizabeth.

Lo que sigue: estar vigilantes para no retroceder en los avances conseguidos y trabajar en la transformación de imaginarios. Para esto, explica Elizabeth, se requiere un compromiso de cada quien sobre cómo asume su identidad LGBT en relación con sus vecinos, familia, amigos, compañeros de trabajo y de estudio.

Hablo de llevar a la pareja del mismo sexo a la reunión familiar o de decirle a la prima que no la invite sola a su matrimonio como si no tuviera novia. En la medida en que nuestra existencia se vuelva cotidiana, la cultura irá cediendo”. (Ver: Salir del clóset: justo y necesario).

Ese es el pedazo que falta. Es largo, complejo y requiere de mucha gente. De hecho, se trata de una tarea diaria que cualquier persona puede llevar a cabo. “Porque implica no reírse del chiste sobre los maricas o explicarle a la vecina que su hija no está enferma sino que la homosexualidad es una orientación sexual más”.

Y de paso, incluye no caer en trampas como que existe una “ideología de género”. Elizabeth se refiere a las marchas de 2016 contra la sentencia C-478 de 2015 de la Corte Constitucional que, entre otras cosas, le ordena al Ministerio de Educación revisar todos los manuales de convivencia de los colegios del país para determinar que sean respetuosos de la orientación sexual y la identidad de género de los estudiantes. (Ver: “La muerte de Sergio Urrego nos deja muchas enseñanzas”).

2016 fue, sin duda, un año emocionalmente difícil no solo personalmente sino pensando en el sufrimiento de quienes, por ejemplo, estaban reconociendo su orientación sexual o identidad de género o tenían planeado salir del clóset”.

Elizabeth Castillo: lesbiana, mamá, abogada, feminista y activista LGBT
Para Elizabeth es fundamental que el movimiento LGBT se sume a la lucha contra la corrupción, contra la contaminación ambiental y la defensa del agua, entre otras muchas causas justas.

“Llegó la hora de ir más allá de hablar entre nosotros. Hay que llegar a la gente a la que nadie le está hablando”.

Quienes difundieron todo esto de la “ideología de género”, agrega Elizabeth, no se detuvieron un segundo a pensar en el daño que causaron. “No fue gratuito que en 2016 me enteré del suicidio de tres jóvenes”. (Ver: La tal “ideología de género”, ¿de dónde viene y para dónde va?).

El 25 de septiembre de 2013 un juez casó a Elizabeth con Claudia Zea. El matrimonio civil fue en Gachetá (Cundinamarca), el pueblo en el que se crió su papá y en el que fallecieron su abuela paterna y sus tías. (Ver: Jueces que creen en la igualdad).

Decidieron casarse, así algunas personas insistan en que la lucha no debería ser por aprobar el matrimonio sino por eliminar esta institución que consideran ha sido opresara con las mujeres y que no debería ser necesario casarse para adquirir derechos que por el simple hecho de ser humanos ya deberían estar garantizados. (Ver: Feminismo en Colombia: una historia de triunfos y tensiones).

Pero hay que ser realistas y entender que en el marco legal vigente colombiano, el matrimonio es una de las dos opciones que existen para constituir familia. Sí, chévere hablar de poliamor, pero si nos ponemos a pelear por eso no conseguimos matrimonio. Hay que ser estratégicos en la manera de avanzar”.

Justamente después de ver de cerca -desde las barras del Congreso- el debate en 2013 del proyecto de ley de matrimonio entre personas del mismo sexo, Elizabeth decidió en 2014 aspirar al Senado de la República. Quería estar en el escenario donde se hacen las leyes.

Según la Registraduría, obtuvo 2.063 votos, pero Elizabeth cree que fueron más. “Es difícil encontrarse tan de frente con la corrupción electoral, pero ¿cómo prueba uno que tuvo más votos de los reportados?”.

Hasta acá, una versión resumida de la Elizabeth activista, la misma cuya potente voz sobresale en plantones y arengas. Pero también está la Elizabeth que tiene tres hermanas y cuya su infancia no fue de jugar con muñecas, pero tampoco con carros.

Lo suyo era salir a jugar con los vecinos. Le gustaba la calle, correr, saltar. “Me parecía más chévere que quedarme en la casa jugando con muñecas sin poder moverme”.

“Si no hay personas como Elizabeth poniendo la cara y dando la lucha, no lograríamos los cambios que las sociedades necesitan”, Ruth Clemencia Zuluaga, amiga.

Sus amigos la describen como una mujer íntegra, leal e incondicional. “Siempre está ahí cuando uno la necesita. A veces pasamos varios meses sin hablarnos, pero uno la llama y es como si no hubiera pasado un día”, señala Ruth Clemencia Zuluaga, amiga de la universidad.

Elizabeth quedó embarazada de su hijo Leandro a los 18 años y fue mamá a los 19. Ese, por supuesto, no era su plan o al menos no a esa edad. “No fue un embarazo planeado, como sucede con el 53% de los que tienen lugar en este país. Soy madre soltera como otras miles de colombianas”.

Su experiencia como mamá la llevó a crear junto a Nancy Lee el grupo de Mamás Lesbianas. Las dos habían pasado por el enredo que para mucha gente significa ser lesbiana y mamá a la vez.

La idea de mamá se reduce en nuestra cultura a una mujer que no tiene sexo y la de lesbiana a una mujer que tiene sexo con mujeres. Pero cada vez se entiende más que muchas personas homosexuales tenemos hijos. No necesitamos que nos den permiso”.

– ¿Por qué no creamos un grupo de mamás lesbianas?- dijeron Elizabeth y Nancy. Arrancaron en 2003. Poco a poco empezaron a llegar muchas mujeres.

Cuando su hijo tenía 10 años, Elizabeth llevaba algunos meses armando y desarmando en su cabeza “aquella” conversación que necesitaba tener con él. Se había preguntado una y otra vez cómo abordar el tema, hasta que un día cualquiera llegó a su casa y su hijo le preguntó: “madre, ¿tú eres lesbiana?”.

Se sentaron, lloraron, se rieron y hablaron.

– ¿Tú eres feliz?- preguntó él.
Sí, mucho– respondió Elizabeth.
Si tú eres feliz, yo no tengo ningún problema– concluyó Leandro

Así fue. Así ha sido.

Elizabeth Castillo: lesbiana, mamá, abogada, feminista y activista LGBT
Ser candidata al Senado de la República fue una experiencia difícil y agotadora que no sabe si algún día sea capaz de repetir, pero lo que más agradece de esa etapa fue el apoyo y la solidaridad que recibió.

Cuando no está en la Secretaría Distrital de la Mujer ejerciendo su cargo de directora de Enfoque Diferencial, a Elizabeth le gusta leer, oír música, ver sus redes sociales y caminar. No ve noticieros pero lee a diario medios impresos y ocasionalmente ve alguna serie o película.

Le cuesta entender cómo hay gente que sobrevive sin café y toca batería a manera de catarsis. Trató de tomar clases pero es más un tema de feeling que un asunto formal-académico. Y le va bien. Tiene ritmo.

20 años de activismo le han enseñado que soñar es rentable y que sí es posible transformar el mundo. “Todas las personas tenemos un deber: tratar de dejar el mundo mejor de como lo encontramosQue mis nietos crezcan en un país donde se dé por hecho que las personas LGBT tenemos los mismos derechos, sería la muestra perfecta de que hicimos bien la tarea”.

#ReligiónMásDiversidad es un proyecto apoyado por la Fundación Open Society Institute en cooperación con el Programa para América Latina de Open Society Foundations.

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