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Diversidad, polarización y plebiscito

No soy una de “las del sí”. Mi posición en esta consulta por los acuerdos de La Habana no define mi identidad. No hay personas “del sí” ni “del no”. Esta es solo una manía de etiquetar y de definir a la gente por sus acciones.

No soy una experta en ciencia política. Sin embargo, ¿cómo voy a dejar de escribir mi opinión sobre el plebiscito del 2 de octubre? Personas menos preparadas, como Paloma Valencia, lo han hecho y desde el Senado de la República.

Para mí, este plebiscito y los acuerdos de La Habana no han polarizado al país: Colombia está polarizada desde hace marras, tanto que hubo un anterior plebiscito para repartirse el poder entre godos y liberales que se llamó el Frente Nacional.

Por eso, los extremos que en este momento encarnan el presidente Santos y el expresidente Uribe son sólo el reemplazo de los dos extremos en los que nos hemos movido durante años: la derecha y la recontraderecha.

Lo que sí llama poderosamente la atención es la relación que ha surgido en medios y redes entre el plebiscito para avalar los acuerdos de paz y los derechos de la diversidad sexual y de género.

Primero, fue el escándalo de las cartillas de educación sexual que se ha utilizado para desacreditar al Gobierno y a las organizaciones y personas partidarias del “sí”. Ese “sí” que responde a una sencilla pregunta: ¿queremos que cese el fuego entre las fuerzas militares y las FARC? Ese fuego cuyas balas han matado más personas desarmadas que ningún otro.

El plebiscito también coincide, de manera estratégica, con el referendo discriminatorio que promueve la senadora Viviane Morales. Parece que todo se cuadró muy bien para que la votación (de quinta) en la Comisión Primera del Senado fuera justo en esta época del debate.

Mientras escribo esta columna, veo que se reclama una paz con argumentos y en estos dos casos el “argumento” ha sido que los acuerdos de La Habana están plagados de “ideología de género”. Caramba: ¿no tendrán más para dar en su trabajo senadores y representantes que son pagados con el presupuesto de la Nación? Les pagamos para que con sus mentiras ejerzan el populismo y utilicen la discriminación como artimaña política.

Sin embargo, veo ese clima político como un ambiente propicio. Claro que una se parcializa en las redes porque en estas no hay manual de estilo ni consejo de redacción: es su esencia que nos expresemos “como nos dé la gana”.

Las ideas “liberales” nos han hecho creer que no está bien criticar a los adversarios, que debemos tratarnos bien y, en estos días, muchas personas expresan en las redes que la polarización nos ha llevado a insultarnos.

“Estos terrenos de la confrontación verbal son imprescindibles para la democracia”.

“La pretendida neutralidad no permite plasmar en acciones las maneras de vivir y trabajar juntos”.

Sí al insulto y no a las balas

Pues yo soy de las que cree en el insulto. Preferiría poder decir que vivo en un país que se ha insultado por más de cincuenta años pero donde no se ha matado a nadie por odio o donde no ha habido guerra. Pero no es así, en este país no hay adversarios sino enemigos. Y no ha habido confrontación ni debate sino guerra y muerte.

Siguiendo las ideas de la politóloga belga Chantal Mouffe: en la política actual, al lado de ese respeto y la pretendida despolarización sólo hay una visión del adversario como un competidor. El terreno neutral y correcto que se pretende es un campo para desplazar a otros con el fin de ocupar su lugar.

Si hay enfrentamiento, si debatimos con argumentos y peleamos con los adversarios es para expresar cada punto de vista. Es sano para la política.

De eso se trata una votación: de reemplazar el aniquilamiento y el desplazamiento del opositor por una acción en donde se le puede vencer sin violencia. Creo en el buen trato, pero no en la neutralidad que pretende edulcorar la confrontación política.

No me alineo con estas personas que contraponen las críticas, burlas e insultos a la posibilidad de la paz. Eso también es la democracia. Es más: es fundamental para una democracia que tengamos el espacio para hacerlo. Esa violencia simbólica está dentro de las personas y darle expresión es una manera de dejarla salir sin destruir a las otros.

Estamos a punto de votar por el “sí” o por el “no” a los acuerdos que permiten el establecimiento de una paz duradera y permanente. Los dos polos de la contienda, debatimos. Hace unos días, alguien me decía: “es que ustedes las del sí…”.

Yo pienso hoy: no soy una de “las del sí” porque mi posición en esta consulta no define mi identidad. No hay personas “del sí” ni “del no”. Esas frases vienen de nuestra manía de etiquetar. De definir a la gente por sus acciones.

El “sí”, no forma parte de mi identidad, es sólo mi posición frente a esta consulta. De nuevo cito a Chantal Mouffe: “La práctica política en una sociedad democrática no consiste en defender los derechos de las identidades preconstituidas sino más bien en constituir dichas identidades en un terreno precario y siempre vulnerable“.

No hay identidades fijas, por tanto, ese temor que se ha expresado a la “ideología de género” lo que esconde es un gran miedo a la diversidad. Se ha hablado de democracia en estos términos que son excluyentes y cierran la posibilidad del diálogo.

Conocer los dos polos y las maneras en que se enfrentan, también es la posibilidad de tener información sobre quienes habitamos el país. Es una gran ventaja poderles ver como son realmente. Esto permitirá que la vida en común sea construida sobre una base real.

Una frase de Rigoberta Menchú para estos tiempos que corren: “La paz no es solamente la ausencia de la guerra; mientras haya pobreza, racismo, discriminación y exclusión difícilmente podremos alcanzar un mundo de paz“.

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