Brigitte Baptiste va más allá de hacer un tránsito de masculino a femenino. Vive en un juego de creatividad para no dejarse joder por los estereotipos de género. Su propósito: experimentar el mundo de la manera más amplia posible hasta convertirse en ella. Segunda entrega del especial #GéneroParaDummis de Sentiido.
Muy temprano en la vida, Brigitte Baptiste, directora del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, descubrió que la masculinidad que su familia, sus amigos y la sociedad esperaban de ella, no era su lugar.
Y lo sabía muy bien, aún sin entender qué era eso de ser mujer o de ser hombre. Pero tenía muy claro que era en femenino la manera como quería relacionarse con el mundo porque sencillamente así se sentía más cómoda. “Muy rápido me di cuenta de que quería un cuerpo distinto, con otra capacidad erótica y expresiva y que eso no estaba permitido”, señala Brigitte.
Hoy, sin embargo, ha dejado atrás el concepto de “lo trans” como sinónimo de hacer una transición de género (en su caso de masculino a femenino). “Ese era el referente que tenía a partir de la promesa de libertad que lo femenino significaba para mí”. Pero con el tiempo Brigitte se ha dado cuenta de que ese paso tampoco funcionó como una solución a la incomodidad que experimentaba.
“La construcción de un cuerpo femenino y la adopción de una identidad femenina, así sea cuestionada por muchos, indudablemente me ha liberado e inicialmente pensé que se trataba de eso, de ‘convertirme en mujer’, pero no. Puede ser convertirme en mujer pero en una liberada y única: convertirme en yo”.
De hecho, lo que a Brigitte le ha resultado más liberador es la certeza de que el género es solamente un dispositivo de creatividad y de expresión estética y del gozo de estar vivos. “Eso ha sido más importante que el hecho de que en este momento Brigitte Baptiste se identifique como mujer. Todo esto es, ante todo, un juego de creatividad”.
Brigitte no tiene duda de que las categorías “hombre” y “mujer” son centrales en quienes conciben la sociedad originada en esta distinción. “Y tal vez hace 1000 o 500 años, esa diferenciación tenía fundamento pero desde hace 50 años para acá, ya no la tiene. Por tanto, las señales que esas personas están recibiendo es que ese edificio construido sobre la idea de los derechos según una anatomía, se está desmoronando”.
Para ella, no es cierto que “por naturaleza” haya unas condiciones que definen “lo femenino” y “lo masculino”. “La prueba está en que hay miles de culturas en el mundo con concepciones completamente distintas de la identidad de género y de cómo esta se expresa estéticamente, en roles sociales y en el derecho. La masculinidad y la feminidad son inventos que están replanteándose a cada momento”.
Según Brigitte, la construcción tan binaria –masculino y femenino– es, sobretodo, para fomentar el control de las mujeres y de su sexualidad. “Tenemos que procurar desde la primera infancia espacios de reconocimiento de la persona, independiente de su asignación de sexo al nacer. Se trata, más bien, de enriquecer la perspectiva de ser humano, de ser persona”.
Sentiido: En 2016 renació el concepto “ideología de género”. Desde entonces, muchas personas prefieren evitar la palabra “género”. ¿Por qué cree que existe ese rechazo a este concepto?
Brigitte Baptiste: Hablar de género causa miedo o rechazo porque siempre hemos pensado estos temas asociados a las mujeres. Hasta las sociedades más conservadoras pueden estar de acuerdo en que se hable de “mujeres”. Pero el concepto “género” cuestiona a los hombres sobre asuntos que ellos no quieren abordar.
Lo que hemos hecho durante los últimos 5.000 años es hablar de las mujeres para decirles lo que tienen que hacer. En cambio, si aceptamos hablar a fondo de género, tenemos que cuestionar los roles masculinos. Así que detrás de todo esto hay temor y una actitud a la defensiva para no responder preguntas incómodas.
S: También hay un miedo profundo a cuestionar la feminidad y la masculinidad como asuntos biológicos. ¿Por qué?
B.B.: No hay ninguna condición biológica que justifique la construcción de roles basada en la anatomía, en la genética o en la fisiología de las personas. Esto quiere decir que el género, como categoría central de la cultura, tiene que encontrar otro rol distinto al de definir deberes, responsabilidades y derechos.
S: A muchos sectores les molesta que se diga “no se nace hombre ni mujer”. ¿Qué opina de esta afirmación?
B.B.: Cuestionar categorías tan básicas como el sexo asignado al nacer le despierta ansiedad a ciertas personas porque son categorías muy antiguas y muy útiles para proyectos políticos. Ahora, si a la gente le parece tan terrible cuestionar estas categorías, no es necesario hacerlo, lo que sí es fundamental es ponerlas en su lugar: las diferencias anatómicas deben tenerse en cuenta para temas de salud, pero no más allá. Es decir, es importante saber si tenemos ovarios o testículos porque funcionan de manera distinta. Pero la condición de “hombre” o de “mujer” asignada al momento de nacer no tiene más utilidad.
“Es absurdo derivar la distribución de poder de la anatomía de las personas y de las categorías hombre y mujer”.
El problema ya no es reproductivo o lo que hasta 1950 podría argumentarse. Actualmente, si solamente el 10% de las mujeres decide traer niños al mundo, es más que suficiente para mantener la humanidad funcionando sin el riesgo de extinción que la derecha señala. Entonces el problema ya no es biológico, lo que plantea que entramos en una era distinta de la cultura.
S: ¿La frase “es biología” se está convirtiendo en una excusa para impedir ciertas discusiones? Algo evidente en un eslogan como “los niños nacen niños; las niñas, niñas. Es biología”.
B.B.: Esa es la adscripción de moral a la naturaleza que, por supuesto, no tiene. No existe ninguna condición mala o buena en ningún organismo o en ningún proceso biológico. La naturaleza experimenta y cambia todo el tiempo. A quienes no creen en la evolución, que tienden a ser las mismas personas que se amarran a ese concepto de “naturaleza”, les cuesta trabajo entender la diversidad y la variación de las cosas. Niegan las dinámicas más sencillas del cambio para no tratar de convencerse de la evolución biológica.
El cambio en la apariencia de las personas evidencia que en todo hay una evolución permanente y es imposible detenerla. Lo más antinatural es la perspectiva de quienes pretenden que lo bueno es el momento exacto en que yo existo y que yo soy la naturaleza en mi mayor expresión de legitimidad.
Además, hay una contradicción de fondo: si señalan que “lo natural” es lo adecuado, que estudien bien lo natural y se den cuenta de que la homosexualidad, el cambio de sexo y las estructuras familiares y sociales son diversas y que no hay una condición prevalente que demuestre que hay una mejor que otra. De ahí que ese concepto de “defender la familia”, más allá de ser anacrónico, solo existe en quienes creen que la familia solamente puede estar constituida por papá, mamá, niño y niña.
S: ¿Las características biológicas, hormonales por ejemplo, marcan diferencias entre hombres y mujeres (entendiendo que éstas no deberían traducirse en desigualdades)?
B.B.: A partir de las diferencias no puede inferirse que hay seres humanos de primera y de segunda. Ahora, podemos crear diversidad como mecanismo de innovación y de exploración. Sin embargo, mientras que para algunas personas cambiar su color de pelo representa un salto al vacío, para otras es un ejercicio divertido o un experimento estético y punto.
Lo que no puede pretenderse es que por cambiar su color de pelo alguien tendrá más derechos que otro. Y si eso lo extendemos a la anatomía, a las relaciones de parentesco o a las relaciones sexuales entre personas, es igual: cada quien define con respeto y de común acuerdo cómo quiere relacionarse. Y eso no le da ni más ni menos derechos.
S: Algunas personas hablan de “sexo asignado al nacer”, pero quienes no son expertas en el tema, quedan perdidas. ¿Cómo explicar que el sexo es asignado a pesar de que a quienes nacen con vagina se les llama mujeres y a quienes nacen con pene, hombres?
B.B.: Hay que nombrar las diferencias biológicas pero llenándolas de sentiido, en este caso jurídico. Los médicos asignan al nacer la condición de mujer o de hombre –o de macho o hembra– para desarrollar la historia clínica de la persona. Pero esa asignación que hacen los médicos es morfológica. Se puede seguir haciendo, no pasa nada, pero solo debería ser útil para que el médico pueda presumir que anatómicamente está bajo cierto tipo de organismo.
Pero de ahí en adelante que el abogado, el economista, el comerciante o el amigo del tío se tomen la atribución de asignarles el sexo a las personas es una patanería porque nosotros no vivimos como animales o teniendo que reconocer constantemente las condiciones del cuerpo para relacionarnos. No somos como los perros que se huelen para saber qué somos y en qué estado del ciclo hormonal o de edad estamos. No podemos, por tanto, asignar el sexo de nadie partiendo de “tú pareces mujer” o “tus facciones son masculinas…”.
S: Muchas personas entienden el género como una categoría estática, homogénea y no como un espectro. ¿Cómo explicar esto?
B.B.: Hay un sistema que retroalimenta la identidad: mujer=femenino y así hasta la saciedad. Así, es muy difícil que aparezcan divergencias porque los conceptos tienden a estabilizarse en la sociedad. Entonces, hay que hacer un ejercicio deliberado de cuestionar categorías como “hombre” y “mujer” para reconocer la diferencia como algo realmente natural.
S: A mucha gente le causa ansiedad no poder identificar rápidamente si una persona es hombre o mujer y se codean y se preguntan entre sí “¿es hombre o mujer?”. ¿Cuál ha sido su experiencia al respecto?
B.B.: Eso está muy relacionado con la importancia que tiene en nuestra cultura la asignación del sexo y del género al nacer. Como es algo dado –o ante lo cual no cabría preguntarse si es adecuado o no porque la gente simplemente dice “es natural”– si se encuentra una expresión divergente o difícilmente clasificable, genera todo el ruido del mundo porque solamente su presencia cuestiona la legitimidad del régimen.
Eso me pasa constantemente. A la gente le cuesta definir si yo soy o no una amenaza para su existencia o si tengo o no intenciones perversas porque ese juicio está establecido con base en clasificar al hombre y a la mujer como dos ámbitos distintos. Si la persona tiene la seguridad de que quien está en frente suyo es una mujer, puede hacer esto o lo otro y, si es hombre, esto y lo otro. Al salirse de ahí, todo el manual de instrucciones del comportamiento social se pone en juego.
A mí me pasan cosas divertidas. Por ejemplo, con mis amigos está la duda de si el saludo es de beso y quién se lo da a quién. A veces nos damos un abrazo. Muchos de ellos todavía me saludan con una palmada en la espalda mientras dicen: “hombre, cómo te va”. Después se ponen rojos, quitan la mano y dicen: “no perdón… Mujer… o ¿cómo te digo”. Esto pone en evidencia la programación tan profunda que existe en nuestra identidad y en la manera en que interactuamos. Pero poco a poco irá pasando.
En todo caso, la educación es clave. Si uno insiste en programar a quienes llegan a este mundo en que lo legítimo es separar marcadamente dos sexos y dos géneros, van a crecer con esa convicción y se van a convertir en personas discriminadoras. Van a sufrir quienes se enamoren de una persona de su mismo sexo y, también, quienes quieran expresarse con otros códigos que fue lo que me pasó a mí cuando proviniendo de la masculinidad me di cuenta de que no quería expresarme así.
S: ¿Por qué a algunas personas les incomoda que una mujer se vea “masculina” y un hombre “femenino”?
B.B.: La principal fuente de prejuicio es la valoración, el escaneo de qué clase de “animal” tengo al frente, que tiene mucho que ver con la capacidad de relacionamiento físico: ¿es o no esa persona una amenaza? ¿Es o no simpática? Si yo soy un hombre y juzgo a las mujeres como potenciales parejas sexuales, ya tengo organizado el mundo de esta manera y si llega alguien que no encuadra allí, entro en colapso. Por eso la homofobia y la transfobia son tan marcadas, porque cuestionan la autoridad del otro para encerrar a ese alguien como un objeto de su conveniencia.
“La compasión cristiana no es sentir pesar por el otro, sino entender y ser solidarios con los demás. Es ser empáticos”.
A mi hay personas que de manera agresiva me dicen: “¡defínase! ¿usted qué es?” y mi respuesta es “¿cómo para qué?”. Si es para tomarnos un café, salir a bailar o hacer un negocio, de qué le sirve esa información. Ahora, si a mi me atrae una persona pero no estoy segura de que eso que siento sea “lícito”, dudo de mí: ¿cómo es posible que me esté gustando “esto”?
S: ¿Ha sentido discriminación por su construcción de género?
B.B.: No. A partir de que yo misma fui capaz de reconocerlo y de trabajarlo públicamente, he sido muy afortunada. Antes de eso fue más bien motivo de angustia, de autoflagelación y de depresión. Pero una vez me asumí como una persona navegante del género que iba a explorar cómo me quería mostrar ante el mundo, después de los 35 años ya tenía herramientas para hacerlo con más serenidad y para trabajarlo sin sentirme tan vulnerable. Sí ha habido momentos, sobre todo cuando viajo y pierdo la red de seguridad de mi familia, mis amigos y del Estado, que me siento amenazada, pero nada que ver con los niveles de abuso y de violencia que sufren muchas personas LGBTI.
S: ¿Es agotador tener que andar explicándoles a los demás quién es usted?
B.B.: No. A mí en eso me han ayudado mucho los medios. Son las personas poco expuestas a los medios quienes más preguntan, pero no falta quien al lado les aclare: “¡Es Brigitteee!”, así la otra persona no tenga idea de quien le hablan. Cuando voy por la calle, la gente me mira mucho, pero yo a eso no le doy ni la más mínima importancia.
B: ¿Siente la desigualdad de género al tener una construcción femenina?
B.B.: Totalmente. De lo que yo me libero desde el punto de vista emocional y de mi participación en el mundo, es claramente lo que pretende controlarme: la masculinidad. En todas partes entiendo, de manera empática, las razones por las que las mujeres se sientan ofuscadas y maltratadas. Los machismos, las discriminaciones, los espacios de exclusión y demás temas que el feminismo trata y de los que busca llamar la atención para construir sociedades más equitativas, los vivo en carne propia.
“Yo también pasé por la onda del humor sexista y de afirmar mi masculinidad a través de ejercicios de destrucción de los demás”.
De hecho, yo en mi adolescencia replicaba y reafirmaba comportamientos machistas para no desentonar, para no quedar excluida y fingía mi hombría y era peleadora y agresiva. Trataba de construirme un espacio a partir de la masculinidad tradicional.
S: ¿Esto significa que nunca vivió bullying escolar por no ser “lo suficientemente hombre”?
B.B.: Alguna gente sí se burlaba de mi apariencia porque me encantaba vestirme de colores. Por eso recibí mucho palo. Pero siempre quise dejarme el pelo largo y ni en la familia ni en el colegio eso era bien recibido. En la universidad sí encontré un espacio donde me inserté con cierta tranquilidad. Recuerdo que la policía en los ochenta que podía ser muy agresiva con las expresiones de disenso de género, me miraba mi pinta y mi pelo largo por la calle y me decían “¡rock!” con gesto de aprobación. Y yo pensaba “¡ni tanto!”.
S: A muchas personas les cuesta entender que la identidad de género y la orientación sexual son conceptos independientes, ¿cómo ha sido su experiencia al respecto?
B.B.: No faltan las personas que me preguntan: “¿cómo así, te volviste mujer y no te gustan los hombres?”. Mi respuesta es: mi orientación sexual es única, es mía y además está copada por mi esposa: mi orientación sexual es ella. De hecho, un día ella me dijo “me hiciste sentir lesbiana”. “¿Te afectó?”, le pregunté. Se rió. Ella también resiente la programación en la que vivimos. Cuando la gente insiste: “¿pero no te gustan los hombres?”. Yo digo “sí, algunos. Hay unos muy chéveres y quizás en algún momento habría podido enamorarme de uno”.
Pero lo que a mucha gente le resulta más complejo de entender es saber de dos mujeres o de dos hombres trans enamorados (que no es mi caso). “¿Cómo así, eso qué viene siendo?”, dicen. La sociedad queda perdida y eso me encanta. Algunos de mis admiradores me preguntan: “¿esto que siento por usted me vuelve gay o yo qué soy?”. Mi respuesta es “¡mire a ver! Yo esa pregunta no se la respondo a nadie”. Y de hecho, tampoco es tan relevante. En mi caso, la respuesta sería: soy una persona que experimenta el mundo de la manera más amplia posible, que ya no le tiene miedo a exponer o a poner en juego su cuerpo. Me visto y me muevo como quiero y me doy el lujo de experimentar.
El especial #GéneroParaDummies fue posible gracias a la Fundación Friedrich Ebert Stiftung Colombia.
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Lo más frágil de la masculinidad es ser gay , y tener 51 % de hormonas femeninas
Dicen que uno es lo que vivió,lo que come,lo que hace.Sera que uno aprende lo.que.ve.Qur.pasaria si todos los niños quiersn ser niñas .Si será cierto que.si nohicieramos diferencias de sexo, no hubieran tantas.desigualdades
No será que el hombre ensimismado es.cosa contradictoria de todas formas