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Los paraguas son para maricas

Un recuerdo y un objeto que sirve para resguardarse de la lluvia marcaron mi vida en el colegio. No es nada fácil ser una persona LGTBI en los espacios escolares.

Año 1996. Cuarto de primaria. Llovía mientras estábamos en una cancha de fútbol ensayando para una presentación del colegio. Mi amigo sacó un paraguas que le había dado su mamá. Alguien dijo: “Es un marica”. Yo me alejé de él. No quería mojarme, pero tampoco que me llamaran así. (Ver: El bullying por homofobia debe salir del clóset).

Mojarse era de machos. No querer hacerlo era de maricas. Ese día, por absurdo que parezca, un objeto que sirve para resguardarse de la lluvia y que debería servir a todas las personas sin importar su orientación sexual o identidad de género, quedó asignado a los gais.

Parece un recuerdo insignificante, pero no lo es. Vino a mi mente porque hace poco tuve la oportunidad de reencontrarme con ese amigo que no veía hace muchos años. Él no la pasó bien el colegio; no había día en que alguien no se burlara de él. Incluso, había profesores que sabían lo que pasaba y se unían a las burlas o no hacían nada. Eran testigos silenciosos del matoneo de un niño gay. De esto fuimos conscientes años después. (Ver: Bullying: ni inofensivo ni normal).

“Sonará extraño, pero normalizamos las risas crueles y, sobre todo, la inacción de quienes se supone debían educarnos y cuidarnos”. 

Este encuentro me generó mucha alegría, pero también me enojé conmigo mismo. Por un lado, verlo como un profesional exitoso en otro país y viviendo con su pareja me sacó una sonrisa. Es la forma que halló la vida para resarcirse con él, pensé. Pero por otro lado, me dio rabia porque recordé que lo dejé solo recibiendo todos los ataques.

Sentí tristeza también porque aunque los dos sabíamos que éramos homosexuales, nunca pudimos decírnoslo el uno al otro. Hacerlo, en ese momento, era un riesgo que ninguno de los dos estuvo dispuesto a correr.

Aunque no puedo decir que pasé invicto en el colegio porque sí hubo personas que me llamaron “loca” y “marica” por no jugar fútbol, no recibí tantos ataques. Él era tal vez uno de los niños más inteligentes del salón. Recuerdo que era muy bueno en inglés y matemáticas. Pero nadie veía esto. Simplemente, quedó reducido a ser el gay del salón. A ser el gay del colegio. (Ver: Bullying escolar LGBT: más fuerte y dañino).

Cuando me percaté de esto, me propuse hacer hasta lo imposible para que no me pasara lo mismo. Me resguardé en el estudio, hablaba poco en clase y casi nunca decía lo que pensaba en público. No iba a fiestas, ni hacía amigos. Aunque me gustaba bailar y cantar, abandoné por completo estas actividades, que en el colegio eran relacionadas con las mujeres o con hombres homosexuales. Mi meta: tratar de pasar desapercibido durante siete largos años. (Ver: El plan B de Mauricio Toro).

Todo este teatro que monté, por supuesto, generó enormes presiones en mí. Es horrible tener que llevar una máscara que busca esconder quienes somos en realidad. Ningún niño o niña debería tener que pasar por una situación así. Nunca hablé de esto en mi casa porque nadie sabía que era gay. Lo único que le decía a mi mamá es que soñaba con el día en que se acabara el colegio. Es más, decidí salir del clóset a los 17 años, unos días después de haberme graduado. En parte porque la obligación que sentía por ser un hombre heterosexual disminuyó cuando obtuve el diploma de bachiller.

A mi amigo quiero pedirle perdón. Quiero que sepa que no lo dejé solo porque no me importara; fue una estrategia de supervivencia. No quería que mis compañeros o profesores cambiaran conmigo debido a mi orientación sexual. Porque eso es lo que hacen muchas personas: tienen una imagen que puede ser positiva, pero cuando se enteran de que somos LGBTI cambian inmediatamente. Ojalá algún día el amor o la admiración que sentimos por alguien dejen de depender de la orientación sexual o de la identidad o expresión de género de alguien.

A mi amigo también quiero decirle que si pudiera retroceder el tiempo, me metería debajo de ese paraguas con él. No lo dudaría por un segundo.

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