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Educar niños como niños y niñas como niñas

No es deseable que en una sociedad que contempla el derecho al libre desarrollo de la personalidad, algunas instituciones educativas insistan en que sus estudiantes encajen en lo que se cree “deben ser” un niño y una niña. 

El 27 de abril, el colegio Aspaen Gimnasio Cartagena de Indias publicó en sus redes sociales un material promocional que, junto a fotos de algunas de sus estudiantes, incluía una breve descripción de su proyecto educativo:

Los colegios y preescolares de Aspaen están comprometidos con la excelencia educativa, pero además, con brindar una educación integral personalizada desarrollando todas las dimensiones del ser humano: cognitiva, volitiva, ética, afectiva, espiritual, corpórea y social… En Aspaen educamos niñas como niñas y niños como niños”.

Muchas personas denunciaron el sexismo de la oración en redes sociales, mientras que otras argüían que debía tratarse de un error y defendían las virtudes que, a su modo de ver, tiene la institución.

Así, hubo quienes manifestaron que la infortunada frase se debía a un desliz de algún burócrata bienintencionado pero con pobres capacidades de redacción. O que simplemente era el resultado de la inmediatez de las redes sociales, siempre presionándonos para publicar sin medir las consecuencias de las palabras.

“Relájate, fue una confusión”, le dice la gente de piel clara a la persona afro a quien por enésima vez le niegan la entrada a una discoteca argumentando que hay fiesta privada.

Una exalumna del colegio escribió: “haciendo comentarios ofensivos o queriendo crear un problema, claramente demuestran un corazón lleno de odio y resentimiento. Es un post en una red social, de pronto fue redactado erróneamente, pero estoy segura de que el mensaje final no habla de ninguna discriminación”.

En su comentario, usa dos estrategias comunes a la hora de responder a las críticas que tienen que ver con la reivindicación de minorías.

La primera: acusar a quien hace el señalamiento de ser quien lo provoca. Según esta lógica, el problema no es la desigualdad acorde con un sistema sexo/género, sino quienes denuncian que dicha práctica resulta discriminatoria.

La segunda: descalificar el argumento tildándolo de exagerado. “Tranquila, es solo un chiste”, dicen quienes hacen comentarios sexistas cuando una mujer se rehúsa a reírse.

Este tipo de comentarios son usados porque dan la apariencia de no ser sexistas ni racistas, al tiempo que reafirman las estructuras cotidianas mediante las cuales opera el racismo y el sexismo. Y el lenguaje es uno de los más poderosos y subestimados mecanismos de construcción de realidades sociales y culturales ciudadanas.

Más que deslices lingüísticos

Los chistes, las expresiones comunes e, incluso, los deslices lingüísticos dicen mucho de la ideología que sostiene nuestro pensamiento y construye nuestra sociedad. Así lo demuestra la página web de Aspaen Colombia.

La sigla Aspaen significa “Asociación para la enseñanza” y cobija a los colegios del Opus Dei. En Colombia opera hace 50 años y actualmente cuenta con nueve preescolares y 16 colegios en ocho ciudades del país.

La frase “educar niños como niños y niñas como niñas” es el punto número cuatro de las “10+1 razones para confiar en la educación y formación de Aspaen”.

Existen argumentos pedagógicos que justifican la educación diferenciada entre niños y niñas. Sin embargo, decir esto fundamentado en estudios que hablan de las diferencias entre los procesos de aprendizaje de niños y niñas, es muy distinto a señalar que “educan a niños como niños y a niñas como niñas”.

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Este fue el aviso que el colegio Aspaen Gimnasio Cartagena de Indias publicó en su cuenta de Facebook.

Lo primero implica, al menos en teoría, un proyecto educativo que desde espacios diferenciados tiene iguales objetivos para todos los estudiantes: formar personas autónomas que desarrollen al máximo sus capacidades.

Personalmente, esto me suena más como la fallida teoría de “separados pero iguales” con la que Estados Unidos justificó durante décadas la segregación racial en escuelas, hospitales y la sociedad en general. Pero reconozco que es un tema complejo, con ventajas y desventajas demostrables.

La segunda opción, “educar niños como niños y a niñas como niñas”, es diferente. No implica que se esté ofreciendo la misma educación en espacios diferenciados, sino que se está educando de manera diferenciada.

Es decir, que hay un proyecto de construcción de identidad individual y ciudadana vinculado a lo que se consideran son diferencias innatas entre hombres y mujeres.

Esta versión está sustentada en -y a su vez reproduce- estereotipos de género. “Educar niños como niños y niñas como niñas” implica presionar para que los estudiantes encajen en nociones preconcebidas de lo que “deben ser” un niño y una niña.

En vez de concentrarse en la individualidad de los estudiantes, desarrollando sus talentos y habilidades, respetando su personalidad, este modelo educativo se esfuerza por modificar o reprimir aquello que no quepa dentro de dicho esquema social.

Al fin de cuentas, se trata de reproducir un modelo heteronormativo. La palabra “heteronormatividad” da cuenta de una de las más arraigadas nociones de nuestra sociedad: la idea de que todo el mundo es, o debe ser, heterosexual.

La heteronormatividad asume que todas las parejas están conformadas por un hombre y una mujer y que el ejercicio de la sexualidad está orientado exclusivamente a la reproducción.

Los hombres, por el contrario, son fuertes, no lloran y su principal rol consiste en ganarse el pan con el sudor de su frente.

Un asunto de fondo

El término es importante porque, contrario a “homofobia”, resalta el carácter estructural del fenómeno, al punto hasta el cual muchas de las nociones centrales de nuestra sociedad (como la familia y lo que significa ser “hombre” o “mujer”) dependen de la invisbilización de lo no heterosexual.

Además, este modelo glorifica el papel subordinado de la mujer al sostener que las mujeres somos más emocionales que racionales y, en consecuencia, tenemos una inclinación “natural” hacia el cuidado de los otros, el sacrificio y la vida del hogar.

Dicha mentalidad confunde la expresión de género con la orientación sexual. Esta mezcla es peligrosa pues hace que la falta de conformidad con cualquiera de los códigos de género sea vista como un indicio de homosexualidad.

Y, como la homosexualidad todavía es considerada por algunas personas como enfermedad o aberración, se produce una constante vigilancia de la manera en que las personas se expresan. Su forma de vestir, el largo del pelo, la manera de caminar y los gustos musicales son regulados. Ante cualquier transgresión se prenden las alarmas.

Así, “educar a los niños como niños”, quiere decir que los niños deben llevar el pelo corto, no usar aretes, no jugar con muñecas ni bailar ballet. De lo contrario, este niño podría, horror de horrores, “volverse homosexual” o, peor aún, transgénero.

Lo anterior no solo es indeseable para la construcción de una sociedad diversa e igualitaria, sino que, al menos en Colombia, también es ilegal.

La Corte Constitucional ha dejado claro que los colegios (y la sociedad en general) deben respetar el libre desarrollo de la personalidad de todos los ciudadanos, incluyendo los menores de edad.

La Ley de Convivencia Escolar es un claro ejemplo de que la educación del siglo XXI debe basarse en el reconocimiento, respeto y valoración de las diferencias entre los estudiantes. Y, aunque dichas diferencias no se limitan a la orientación sexual y la expresión o identidad de género, sí las incluyen.

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Estas fueron algunas de las respuestas que se vieron a la publicación del colegio Aspaen Gimnasio Cartagena de Indias, acerca de “educar a los niños como niños y a las niñas como niñas”.

La diversidad no puede ser perseguida

La Corte ha sido clara: la diversidad sexual y de género no puede ser perseguida ni penalizada. En este contexto, el Ministerio de Educación les ordenó a todos los colegios del país revisar sus manuales de convivencia para asegurarse de que no haya tratos discriminatorios.

Esto implica que las expresiones de afecto entre estudiantes del mismo sexo no pueden estar penalizadas diferencialmente de las de sus compañeros heterosexuales, y que los estudiantes trans tienen derecho a usar el uniforme que corresponda con su identidad.

Surgen entonces varias preguntas: ¿pueden “estos niños educados como niños” enamorarse de otros niños sin sufrir la persecución institucional que llevó a Sergio Urrego al suicidio?, ¿puede una estudiante trans ser reconocida con el nombre y el género que corresponde a su identidad?

¿Se le exige lo mismo a los niños y a las niñas en las clases de matemáticas y física?

¿Se le enseña a los niños que el cuidado de los hijos y la posibilidad de quedarse en la casa tiempo completo con ellos, puede formar parte de su proyecto de vida?

O ¿cuentan los estudiantes del colegio con información actualizada y libre de prejuicios sobre la diversidad de familias que conforman el tejido social colombiano?

Esta última pregunta es de especial relevancia porque si las instituciones no pueden discriminar legalmente a los estudiantes por su orientación sexual o identidad de género, tampoco pueden discriminar a sus padres.

En el último año, la Corte Constitucional aprobó la adopción y el matrimonio igualitarios.

Esto parece presentar un nuevo problema para Aspaen que, con otra de sus frases crípticas y elusivas, dice mucho y nada sobre las familias que son bienvenidas dentro de su comunidad educativa.

El punto “+1” de las “10+1 razones para confiar en la educación y formación de los preescolares y colegios de Aspaen”, afirma: “Aspaen tiene colegios de familias como tu familia”.

Como en el caso de la frase “educar niños como niños y niñas como niñas”, lo que debería ser descripción se vuelve tautología. La Real Academia de la Lengua define este término como una figura retórica de “repetición inútil y viciosa”.

En otras palabras, se trata de una versión reduccionista y moralista del muy colombiano “el que entendió, entendió”.

Es decir, una construcción gramatical que le saca el quite a la argumentación. En vez de explicar cómo son las familias de la comunidad de colegios Aspaen, simplemente afirma que “son como son”.

Sin embargo, hay que tomarse la pregunta en serio: ¿cómo son esas familias? o ¿qué las define? Por ejemplo, ¿una familia constituida con amor, respeto y apoyo y que tenga dos papás o dos mamás sería bienvenida dentro de esa comunidad?

¿El amor y compromiso son lo que diferencia a estas familias de las demás o lo que las determina es la orientación sexual o identidad y expresión de género de sus miembros? De ser así, cabe preguntarse no sólo por la ética que subyace a estos eufemismos, sino también por su legalidad.

El peligro del currículo oculto

Es importante aclarar que estas consideraciones no son exclusivas de los colegios Aspaen. Todos los colegios tienen un “currículo oculto”. Esto es, nociones implícitas y casi siempre inconscientes, sobre la compleja relación entre el género, la sexualidad y la construcción de ciudadanías.

De hecho, la construcción y afianzamiento de los roles de género ha sido parte primordial de la labor social de las instituciones educativas. Eso lo entendieron muy bien varias órdenes religiosas que durante siglos conservaron el monopolio de la educación en Colombia y en muchas otras partes del mundo.

Ahora bien, el currículo oculto no es necesariamente negativo. No obstante, la comunidad educativa debe tomar conciencia de cuáles son los valores que lo constituyen y cuáles son las consecuencias sociales de dicho modo de pensar.

“Educar niños como niños y niñas como niñas” y “Aspaen tiene colegios de familias como tu familia”, son atisbos de dicho currículo oculto. Ambas frases exponen la discriminación que subyace a la misión pedagógica del colegio.

Colombia está viviendo momentos históricos. Sin embargo, pensar que la paz puede alcanzarse sin un cambio educativo y cultural es un desatino.

Más aún, en tiempos en los que los grupos que han ostentado el poder se ven confrontados por los grupos que han subordinado y que, amparados por una legislación cada vez más a su favor, exigen igualdad, la reacción suele ser fomentar el pánico moral y el atrincheramiento en los viejos clubes de los mismos con las mismas.

Negar que esta transformación implica la revaloración de las relaciones de poder que estructuran las jerarquías sociales, es un autoengaño conveniente. Y pensar que estos procesos nada tienen que ver con las relaciones de género y que no conllevan un cambio de actitud hacia la diversidad (incluyendo, pero no limitándose a, la sexual y de género), es una receta para el fracaso.

Así que invito a los colegios, padres de familia, estudiantes y demás miembros de la comunidad educativa, a que reflexionemos sobre cuáles son las ideas que informan nuestros proyectos pedagógicos.

¿Qué entendemos por “niños”, “niñas”, “hombres”, “mujeres”, “autonomía”, “igualdad” o “paz”? Después de hacernos estas preguntas, debemos pensar si estas nociones contribuyen a la Colombia plural, equitativa, diversa y en paz del siglo XXI.

O si, por el contrario, forman parte del legado de discriminación, violencia, desigualdad, persecución de la diferencia (sexual, racial, de habilidad, de género, etc.) que definió gran parte de nuestra historia del siglo XX.

Desde nuestras distintas posiciones en la sociedad, participemos activamente en los procesos de transformación de los colegios. No temamos preguntar qué quiere decir “educar a niños como niños y niñas” o “con familias como la nuestra”.

Estas preguntas son importantes de formularnos a nosotros mismos y a los demás. Iniciemos la conversación en la mesa del comedor, en la entrega de notas y al ayudar con las tareas: escuchemos y contra argumentemos, demos opciones y volvamos a preguntar.

¿En qué país nos habría gustado crecer?, ¿en qué país nos gustaría que crecieran las nuevas generaciones? Esas preguntas no se resuelven en los grandes debates de las universidades. Se construyen día a día en el patio de recreo y bajo la mirada, recriminadora o de apoyo, de nuestros padres, maestros y compañeros.

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