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Las niñas también se tocan

Una sociedad que sataniza el sexo y condena a las mujeres a la frigidez o al placer en función del hombre, evidencia la necesidad de una educación sexual libre y responsable, que no se base en el miedo ni el pecado.

Así no se quiera aceptar o decir en voz alta, las niñas también tienen genitales, cómo no, y también ellas, al igual que los niños, descubren y exploran su sexualidad.

Lastimosamente no decimos que todas ellas lo hacen, en gran parte debido a que pertenecemos a un sistema que ha satanizado el sexo y ha condenado a las mujeres a la frigidez o al placer en función del hombre.

Eso, sin contar con las muchas historias frecuentes de violaciones a manos de familiares, vecinos, etc., que hacen que las niñas crezcan con una relación hacia el sexo y el placer atravesada por el miedo y el trauma, donde sus mentes y sus cuerpos están divididos, lejanos uno del otro.

Los niños trans también pueden llegar a rechazar su cuerpo y el placer porque la sociedad, generalmente dividida entre hombres y mujeres, los obliga a identificar su género según sus genitales.

Me sorprendo de todas las amigas que comparten conmigo sus confesiones de haber atravesado por situaciones así. Casi ninguna se salva. 

Yo, aunque por mucho tiempo no lo recordé, también exploré mi cuerpo y mi sexualidad cuando era niña. Y no lo exploré heterosexualmente, lo cual es todavía más difícil de tragar para los custodios de las buenas maneras.

No exploré como mi amiga Lorena, que comenzó a hacerlo cuando se dio cuenta de lo rico que era restregarse contra el sillín de la bici estática de la abuela. Tampoco como Marcia, que le dio una infección urinaria y, de piquiña en piquiña, le llegó el placer.

Yo descubrí esas cosas cuando mi prima me tocó por primera vez. Yo era mayor, pero ella era más viva. Me dijo: “mira que esto es muy rico” y que se lo hiciera a ella y luego nos turnábamos lo más de bueno mientras veíamos televisión bajo las cobijas.

Entonces por un corto tiempo quisimos que los eventos familiares nos juntaran, pues era la única forma, aunque amigas no éramos.

Después, el beso

Luego de las caricias llegó la idea del beso, pero no logro recordar si en realidad ella y yo nos besamos o simplemente yo besé al espejo. Solo sé que no sentí un deseo de tal magnitud sino muchos años después (muchos). Y ni siquiera sé qué edad tenía cuando todo esto pasó; así es de dura la cosa.

Nunca pasó por mi cabeza que estábamos haciendo algo malo. Sin embargo, sabíamos que los adultos no podían vernos; no sé muy bien cómo, pero lo sabíamos.

Una tarde en la terraza de la abuela, no sé de qué año, ni cuál era el clima, mi prima y yo, solas en el cuarto de arriba, nos tocábamos. Creo que solo fue mi mamá la que entró por esa puerta. “Qué están haciendo, nos vamos ¡YA!”, me dijo mientras me forcejeaba del brazo. Nos montamos al carro y derecho pa’ la casa.

A causa de eso, en gran parte, decidí cerrar mi vagina y solo hasta adulto la volví a abrir. Mi mamá no me castigó, pero su reacción fue tan fuerte que yo mismo me castigué. Obviamente, fue una situación difícil para ella e hizo lo mejor que pudo.

Nos tocábamos felices en su casa, en la casa del tío y, cómo no, donde la abuela, el sitio principal de reunión familiar. y allí en la terraza, donde no había adultos.

Solo atinó a decirme en la noche, antes de dormir, algo así como: “oye, si quieres hablar de eso o tienes alguna pregunta, dime”. ¿Qué iba a decirle yo?

La verdad es que nuestra sociedad necesita de una verdadera educación sexual y de género para los niños. No necesariamente regulada por las instituciones educativas, que se han centrado en las enfermedades de transmisión sexual y la prevención del embarazo, sino por los mismos padres y familiares.

Una educación libre, tranquila, abierta, no sexista, no binaria, que no se base en el miedo, el pecado o lo prohibido.

Realmente, con “educación” me refiero simplemente al establecimiento de un espacio de diálogo y desmantelamiento de tabúes y la posibilidad de sentarse ante un niño a escuchar sus preguntas, o dejarlo vivir sus experiencias sin juzgar, sin negar, sin encasillar o inhibir, acompañándolo solamente.

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