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Ecofeminismo

Hay que hacerle el duelo al estilo de vida que conocemos

La ecofeminista española Yayo Herrero habló con Sentiido sobre la urgencia de cambiar el modelo económico basado en la extracción sin límites de la naturaleza. Para Herrero, es fundamental adoptar un modelo de vida en el que no haya “vidas descartables” y en el que nos ajustemos a los límites del planeta.

Fotos: Lina Rozo, Ministerio de las culturas, las artes y los saberes.
Ilustración: Sur para Sentiido.

El despertador suena de manera insistente: es hora de abrir los ojos. Debemos poner los pies en el suelo y regresar de la fantasía nebulosa que nos ha hecho creer que podemos seguir explotando la naturaleza de manera ilimitada para mantener los sueños de consumo que hemos alimentado desde la infancia. 

Muchas voces nos repiten: “despierta, es urgente”. Una de esas voces es la de la ecofeminista española Yayo Herrero, antropóloga, ingeniera agrícola y activista que ha dedicado su vida a investigar, explicar y aportar ideas para solucionar la crisis ecológica y social derivada del modelo económico capitalista.

Yayo estuvo en Colombia para participar en el foro “Imaginar el futuro desde el sur”, organizado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes. Desde Bogotá habló con Sentiido sin dorarnos la píldora acerca de la realidad que enfrentamos a nivel planetario, pero también prendió las antorchas que ofrece el ecofeminismo para guiar el camino en la búsqueda de soluciones.

Yayo Herrero es antropóloga, ingeniera agrícola y activista que ha dedicado su vida a investigar, explicar y aportar ideas para solucionar la crisis ecológica y social derivada del modelo económico capitalista.

Nos dice que hay que mirar la realidad a los ojos, pero sin dejar que nos paralice. Que tendremos que hacerle el duelo al modelo de vida insostenible que hemos llevado y luego, fijar los ojos en las utopías realizables para poner manos a la obra. 

Aunque es consciente de la importancia de transmitir narrativas de esperanza que inspiran los cambios que necesitamos, Yayo también es clara en que mucha gente no va a renunciar a sus comodidades y a su nivel de consumo desmedido si no hace conciencia de la gravedad de la situación.

Después de haber vivido 52 años en Madrid -y ahora que su hija es mayor- Yayo se mudó junto a su compañero a una población pequeña de Cantabria hace cuatro años para poder disfrutar más de la naturaleza porque en Madrid “hay que hacer un viaje para poder caminar pisando tierra y respirando un aire que no esté sucio”. 

Allí, poco a poco se han ido integrando a las actividades de la zona y han ido aprendiendo de los locales. Pero como ella misma lo dice, se puede ser ecofeminista en la ciudad, en el campo y en cualquier parte siempre que se quiera proteger la vida.

Yayo Herrera estuvo en Colombia para participar en el foro “Imaginar el futuro desde el sur”, organizado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes.

Sentiido: ¿De qué manera se implementan soluciones ecofeministas en Garúa, la cooperativa a la que perteneces?

Y.H.: Nosotros empezamos con Garúa hace 17 años y éramos cuatro personas que teníamos experiencia laboral en otros ámbitos, pero habíamos descubierto el cooperativismo que ofrece la posibilidad de trabajar con personas muy cercanas para buscar de una forma autónoma tu trabajo y que las decisiones sean colectivas, para entre todos poner en marcha pequeñas utopías.

Poco a poco se nos fueron uniendo compañeros y compañeras y ahora somos unas 20 personas  y una cosa que se nos ha dado muy bien ha sido que hemos socializado todos los salarios de los trabajos externos que tenemos y que son individuales y eso permite que un trabajo que el mercado paga muy bien, aporte a la cooperativa para permitir que otro compañero pueda desarrollar una tarea que el mercado no paga, pero que a nosotros nos parece importante.

“Siempre habíamos soñado con que todo el mundo tuviera el mismo salario, que todos los trabajos valieran lo mismo”. 

S: ¿Puedes explicar los conceptos de interdependencia y ecodependencia que sustentan el ecofeminismo?

Y.H.: El  ecofeminismo se entiende muy bien cuando reconocemos que la vida humana está inserta en una trama que está formada por aire, agua, tierra, plantas, animales y microorganismos que interactúan entre sí. Y es precisamente la interacción entre todos esos elementos la que crea las posibilidades de existencia.

Por otro lado, los seres humanos vivimos encarnados en cuerpos vulnerables, cuerpos necesitados. El único cuerpo que no tiene necesidades es el que está muerto.

Pero mientras estamos viviendo, necesitamos alimento, vivienda, refugio, un mínimo acceso a la energía y al agua y cuidados adecuados a cada momento del ciclo vital, es decir, somos interdependientes.

No hay ni economía, ni tecnología, ni vida humana posible sin naturaleza.

S: Nadie puede negar lo dependientes que somos de la naturaleza y de otras personas y aún así nuestras economías giran en torno a procesos que atentan contra la naturaleza, ¿por qué?

Y.H.: Hay que entender cómo se configuró la cultura occidental porque ha sido la cultura de la que ha nacido una fractura entre la naturaleza y los cuerpos.

Lo humano se ha construido como si estuviera divorciado de los demás cuerpos y de la naturaleza, y a partir de dinámicas de colonización y de colonialismo, primero interno dentro de la propia cultura occidental y después hacia otros países, se ha impuesto una manera de entender la relación con la propia naturaleza, que está basada en la exterioridad, en la superioridad y en la instrumentalidad…

En consecuencia, vivimos la fantasía de que se puede vivir emancipado de la propia tierra, del propio cuerpo y del resto de las personas.

Para Yayo, el ecofeminismo se entiende cuando reconocemos que la vida humana forma parte de una trama compuesta por aire, agua, tierra, plantas, animales y microorganismos que interactúan entre sí.

S: ¿Qué consecuencias ha traído ese modelo?

Y.H.: Es un modelo reduccionista, mecanicista, que se considera a sí mismo como plenamente objetivo y neutral y que está basado en el control y en el dominio. La naturaleza y los cuerpos han de ser controlados y dominados al servicio de una idea de progreso que el capitalismo ligó al progreso material. 

Hemos configurado una forma de entender la economía capitalista como una especie de religión civil que sostiene que lo sagrado en nuestra cultura es el dinero -y digo lo sagrado en términos antropológicos- o sea, aquello que no puede ser destruido, aquello que tiene que ser protegido contra viento y marea, porque es lo que sostiene la sociedad.

S: ¿Y qué le pasa a una sociedad para la cual lo sagrado es el dinero?

Y.H.: Una sociedad así alimenta una especie de lógica sacrificial que termina defendiendo que todo merece la pena ser sacrificado si la contrapartida es que la economía crezca y esto hace que, aunque con nuestros propios ojos, podamos ver con mucha preocupación que cada vez haya menos agua en nuestros territorios o podamos ver el cambio climático, o el agotamiento de recursos y de minerales básicos en el momento en el que comienza una mínima activación social bastan los mensajes tipo: ‘cuidado que se hundirá la economía’, ‘cuidado que no se generarán puestos de trabajo’, ‘cuidado, que no podrás tener dinero para comprar las cosas que quieres’…

Así estos procesos se frenan de una forma importante y la gente deje de organizarse, aunque siga viviendo la angustia y el pánico que le da saber que las cosas no van bien.

S: ¿Pero por qué no somos capaces de romper el ciclo si vemos que las cosas van mal?

Y.H.: Hay un miedo terrible a perder el trabajo, un miedo terrible a quedarte sin casa aunque la mayor parte de la gente pase la mayor parte de la vida pagando una casa que tiene que cubrir con la mayor parte de su salario y que le obliga a comer alimentos que no son de calidad, que le obliga a vivir permanentemente con miedo y que le obliga a vivir atada a dinámicas que no le gustan, que incluso le repugnan, y aunque se vea sometida a hacer cosas que no te satisfacen. 

Incluso hay que tener en cuenta que esto le pasa a gente que tiene un empleo que no es de la gente que decimos está en la “exclusión social”. Son personas que a veces son de las que se consideran exitosas, pero pasan media vida pagando una hipoteca, pasan media vida pagando el coche y pasan media vida soñando con lo que harán cuando se jubilen.

La gente sigue haciendo cosas que le  tienen cansada, agotada y con enormes problemas de salud mental. 

S: ¿Por dónde empezar? ¿Lo que plantea el ecofeminismo es utópico o es realizable y tú lo concibes como un cambio radical o como un proceso?

Y.H.: Desde mi punto de vista es una utopía, pero una utopía en los términos en los que Paulo Freire (educador y filósofo brasilero 1921-1997) hablaba de la utopía: él decía que una utopía era aquello que era inédito porque no había sucedido pero que era viable.

Es decir, no es una fantasía y requiere, en mi opinión, tres cosas: mirar cara a cara el momento en el que estamos viviendo y ser conscientes de la monstruosidad que este modelo ya está generando en sectores muy importantes de la población. 

Segundo, hay que proyectar horizontes de deseo que sean compatibles con la realidad material que tenemos y para ello podemos recurrir a colectivos que han hecho un trabajo previo y empezar a imaginar cómo podría ser el modelo de ciudad, de campo, de alimentación, de educación, de cuidados compartidos. 

Cuando estudias las propuestas que existen lo que te encuentras es que hay posibilidades de imaginar todas estas cosas pero con un gasto mucho menor de energía, con un uso mucho menor de recursos materiales, con mucha menos agua, pero con mucha más riqueza relacional, con mucho más tiempo dedicado a la comunidad.

S: ¿Y el tercer elemento?

Y.H.: Ponernos en marcha hacia ello. En ese sentido, la utopía es también un proceso. Es decir, no damos un salto mortal desde donde estamos hasta donde queremos estar. Por eso a mí a veces la dicotomía transición-revolución me parece un poco engañosa.

Es decir, podemos hablar de revolución si decimos que lo que queremos es un modelo de vida que está en las antípodas del que tenemos ahora y, de hecho, está en las antípodas, porque queremos un modelo de vida que no sea capitalista, en donde todas las vidas valgan, donde no haya vidas descartables, donde nos ajustemos a los límites físicos del planeta.

Y eso es una revolución. Pero es una revolución que no se puede construir sin proceso. Es decir, no hay forma de salir de donde estamos sin asumir algunas contradicciones en los pasos que vamos a dar para llegar a donde queremos estar.

S: ¿Contradicciones como cuáles?

Y.H.: ¿Podemos pensar en una alianza con un gobierno neoliberal, ultracapitalista, ultraderechista, sin perdernos por el camino? Probablemente no, pero podemos pensar una alianza público-social con una institución pública, por ejemplo municipalista, en donde aunque no todo sea como deseamos, sabemos que hay gente que quiere abrir paso para que podamos hacer algunas cosas de manera diferente. Pues yo creo que ahí merece la pena correr el riesgo. 

Partiendo de una situación tan complicada y con una crisis tan profunda, y sabiendo a dónde queremos llegar, en el camino vamos a tener que ensayar muchas cosas.

Yo creo que no nos podemos instalar desde los movimientos sociales en una especie de pureza en donde solamente aquello que encaje en el esquema ideológico nos sirve…

Hay que ver cuáles son aquellas líneas rojas que no vamos a poder tolerar, pero después vamos a tener que ensayar alianzas, porque si no somos capaces de generar una mínima masa crítica suficiente, los cambios serán muy difíciles. 

S: ¿Puedes dar ejemplos de esas iniciativas que ya están en marcha y pueden orientar este gran cambio que debemos hacer a nivel mundial?

Y.H.: Ahora hablábamos del cooperativismo. Esa es una forma y también las redes de economía social y solidaria. La propia cooperativa a la que yo pertenezco se sostiene en un marco que es capitalista y a veces tenemos contratos con administraciones públicas que no son las que querríamos pero desde mi punto de vista, la clave es resolver colectivamente. 

Lo que quiero decir es que los modelos de vida más basados en la suficiencia -y ojo, trabajar para que todos tengan lo suficiente es un derecho para quienes no tienen lo suficiente y una obligación para quienes tienen más de lo que necesitan– esa suficiencia solamente es deseable si somos conscientes de los riesgos que corremos y del punto en el que estamos ya. 

Por tanto, yo soy una defensora de que hay que compartir y ayudar a mirar los diagnósticos y hacer los diagnósticos, por duros que sean.

Cuando digo ayudar a mirar me refiero a que las organizaciones debemos prepararnos para acompañar ese proceso de duelo porque de repente la idea de progreso que hemos aprendido y hemos mamado desde la niñez se transforma en una especie de estafa.

S: ¿Qué papel tiene el sur global en estos cambios teniendo en cuenta las consecuencias que ha tenido para todos estos países el modelo económico vigente?

Y.H.: Yo sentiría un tremendo pudor de decirles a los países del sur y a las comunidades del sur qué es lo que deben hacer porque bastante tienen con cargar, con lo que han hecho las culturas de las que yo procedo…

Lo que sí diría es que la cultura occidental y el desarrollo de los países enriquecidos han sido posibles gracias a la extracción de unas cantidades ingentes del petróleo de mejor calidad que permitieron lo que se ha denominado desarrollo en esos países enriquecidos. 

Ahora mismo, por el cambio climático y por el agotamiento del petróleo, del carbón y del gas natural, ese modelo ya no es viable y los programas de desarrollo de Europa están hablando de energías renovables y limpias.

Están hablando de hidrógeno, de coche eléctrico y de la economía digital, pero para que eso sea posible hace falta litio, cobre, platino, neodimio, disprosio, tantalio, vanadio, indio, galio, cobalto…

Estamos hablando de todos los minerales de la tabla periódica que paradójicamente no están en el territorio de Europa, no están en los territorios mayoritariamente de Estados Unidos ni de los países enriquecidos. 

S: ¿Esto qué implica para los países que tienen esos recursos naturales?

Y.H.: El proyecto de adaptación y el proyecto que se está denominando verde de los países enriquecidos, supone el extractivismo y el saqueo de los recursos que quedan en la mayor parte del sur global.

Estamos hablando del litio de Chile, del cobalto del Congo, después de haber sido masacrado Congo, literalmente, por la extracción de coltán para los aparatos electrónicos. 

En mi opinión, los países enriquecidos no van a permitir en modo alguno que los países del sur global tengan dinámicas de desarrollo como las que ellos (el norte global) han denominado desarrollo, porque lo que están pensando y lo que están construyendo es una dinámica de convertir los países del sur global en zonas de sacrificio al servicio de los países enriquecidos. 

S: Las perspectivas son dramáticas…

Y.H.: Desde mi punto de vista y desde el punto de vista de la mayor parte de los analistas, la prospección es incrementar las dinámicas de extractivismo a partir de un neocolonialismo que es racista, que es violento y que se está materializando en la persecución de los activistas y defensores de la tierra en muchos países del sur global, que a veces termina incluso con el asesinato de estos, de estas personas. 

Digo esto porque en este momento ya no es solamente el extractivismo de minerales, sino que, por ejemplo, el incremento de la dieta de aguacate en países del norte global está haciendo que muchas zonas del sur global vean reducir sus reservas de agua de una forma brutal.

Y lo planteo con esta dureza porque me parece que a veces hay discursos que emanan desde lo que se llaman políticas de cooperación del norte global, que hablan de conseguir estándares de vida similares a los que hay en los países enriquecidos en los países empobrecidos, sin tener en cuenta que eso que se ha llamado desarrollo en los países del norte global es básicamente el saqueo y el empobrecimiento de los países del sur global.

Eso que se ha llamado desarrollo en los países del norte global es el saqueo y el empobrecimiento de los países del sur global.

S: ¿Qué pasos concretos podemos dar?

Y.H.: En el contexto que venimos comentando, desarrollo y empobrecimiento son las dos caras del mismo modelo y en dinámicas de cambio climático y de crisis ecológica profunda, la forma más efectiva de proteger a las poblaciones tiene que ver con producir alimentos lo más cerca posible de donde se consumen, mantener y preservar las fuentes de agua y sacarlas del control de los mercados internacionales.

Es decir, dejar de permitir que sean las transnacionales -algunas de ellas, por ejemplo, las que cotizan en el Ibex 35, españolas por cierto- las que controlan los bienes y recursos.

S: Es un cambio gigantesco de paradigma…

Y.H.: Hay que desarrollar todo un proceso para pensar qué es lo que la gente necesita para estar viva, qué es lo que hace falta producir y cuáles son los trabajos socialmente necesarios.

Desde ese marco, los países del sur global están en muchas mejores condiciones para generar dinámicas de protección y de resiliencia para su población. 

Hay países del norte global en donde el suelo está completamente cementado, donde se han destruido los propios recursos naturales, donde no hay bosques nativos. Y realmente esa relocalización de la economía en estos países va a ser mucho más compleja.

En contextos de menos disponibilidad de uso de petróleo creo que aquellos territorios que no han destruido la base natural que permite que exista el alimento, que exista el agua, que exista el bosque están en muchas, muchas, muchas mejores condiciones.

S: De todos modos, es necesario migrar hacia las energías renovables ¿no?

Y.H.: Claro que Europa tiene que avanzar hacia energías renovables, pero con mucho menor uso de energía. Es decir, las renovables pueden satisfacer las necesidades de 8 mil millones de personas, pero con un uso mucho, mucho, mucho más bajo de energía por parte de quienes más consumen la energía. 

Es decir, sostener un modelo de consumo tan brutal como el que hay en Europa a partir de energías renovables supone básicamente esquilmar medio mundo. Más exactamente: para vivir como se vive, por ejemplo en Noruega, harían falta cinco planetas. Tenemos uno y está parcialmente agotado.

Es obvio que es imposible que toda la población llegue a ese lugar. Es duro decirlo, pero yo creo que hay que decirlo con sinceridad porque me temo que si no, habrá territorios que seguirán funcionando como mini vertederos para el resto del mundo.

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One thought on “Hay que hacerle el duelo al estilo de vida que conocemos

  1. Verdad y poder hay en sus palabras, admirable el saber. Te felicito Yayo , deseo más personas con ese enfoque de lucha.
    Muy buenas las preguntas . Gran articulo. Felicitaciones.

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