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Mujeres en el poder, ¿para qué?

Aunque cada vez más mujeres logran acceder a escenarios de poder y de toma de decisiones, sus cuerpos siguen siendo controlados y utilizados. Finalmente, la violencia contra ellas también puede vestirse de tacones y falda. 

Por: Brian Alvarado Pino*

Las críticas que acá consignaré las hago desde mi lado más femenino, feminista y feminizado. Estoy convencido de que la lucha por la igualdad sólo es posible hacerla reconciliándonos con lo femenino.

A pesar de los avances, esta sigue siendo una sociedad preocupantemente machista que intenta “volver normal” lo que considera “desviado”. Sin duda alguna, dichos avances hacen que hoy muchas mujeres puedan acceder a escenarios de poder y de toma de decisiones tanto en lo público como en lo privado.

Sin embargo, su participación sigue siendo marginal si la comparamos con la de los hombres. Y no es que por el simple hecho de “ser mujer” se tenga que considerar a alguien para ocupar un cargo o dirigir una organización, sino que aún las mujeres tienen que esforzarse más para ser reconocidas por sus logros y talentos y no por lo que llevan en su sostén o entre sus piernas.

No obstante, ¿qué han hecho algunas de esas mujeres que han accedido a posiciones privilegiadas? Es una pregunta que no sobra y que cuando es respondida deja una insatisfacción preocupante o por lo menos para mí.

En nuestra historia reciente hay toda suerte de lideresas reconocidas en el mundo.

En política, por ejemplo, existe una lista de aquellas que han ocupado las primeras magistraturas en diferentes países. Pero eso no ha significado, necesariamente, un verdadero salto respecto a sus derechos.

Hagamos un poco de memoria y recordemos a una mujer como Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido durante once años. Fue conocida como “la dama de hierro” debido a sus posturas rígidas, conservadoras y represivas, sobre todo en los ámbitos económicos y de derechos humanos.

Y en política sí que abundan las Thatcher: mujeres que no dejan de ser machistas o que están lejos de ser mejores dirigentes que los hombres. Así, tampoco, por el hecho de que una persona sea homosexual significa que necesariamente sea de “mente abierta” y militante de la diversidad.

Hago esta comparación para dar cuenta de que nuestras condiciones biológicas, de orientación sexual y de género no determinan ciento por ciento nuestras prácticas. La incoherencia es una constante humana que no todos se atreven a cuestionar.

En el siglo XXI han irrumpido en la escena política mujeres como Ángela Merkel en Europa o Cristina Fernández de Kirchner, Michelle Bachelet y Dilma Rousseff en América Latina, por nombrar algunas.

Estas últimas forman parte de una generación de gobiernos que algunos han querido llamar “alternativos” y ubicarlos en el espectro ideológico de la izquierda. Pero, ¿qué tan alternativos han sido verdaderamente? Sobre todo, cuando hablamos de los derechos de las mujeres y, específicamente, de los sexuales y reproductivos.

Cristina en Argentina, devenida en seguidora del Papa Francisco, se ha declarado públicamente enemiga del aborto y ha evitado cualquier debate alrededor del tema en su país, aunque las condiciones legales propicien cambios.

Dilma y Michelle aunque tienen posiciones más abiertas siguen presas de algunos moralismos por conveniencias políticas. En el resto de la región, el panorama no es mejor. Y ya sabemos que Merkel en Europa no es precisamente una exponente del feminismo contemporáneo.

Los cuerpos de las mujeres siguen siendo controlados y amenazados allá y acá. 

Pese a la ola de gobiernos “alternativos” y del sucesivo empoderamiento de muchas mujeres, aún su situación en la sociedad sigue siendo precaria. La violencia de género va en aumento en todos los ámbitos.

Entonces, ¿para qué las mujeres en el poder? ¿Para que sigan reproduciendo prácticas machistas? ¿Qué sentido tienen hablar de mujeres dirigentes si algunas de estas son iguales a los hombres machistas dirigentes? La violencia de género viene vestida con cualquier ropa, por lo que el machismo también puede usar tacones y falda.

No estoy diciendo que la participación de mujeres machistas en los escenarios de poder sea más grave que la de los hombres machistas. Pero ojalá más mujeres tuvieran distintas visiones y prácticas políticas que promovieran y reivindicaran la diversidad y la liberación de sus cuerpos. Nuestros cuerpos.

Tampoco digo que haya que tratar con más dureza a estas mujeres que a los hombres por seguir los parámetros machistas a la hora de gobernar, sino que llevemos la discusión más allá de “la inclusión de las mujeres”. Este es un tema importante, pero no el único.

Del machismo, todos hemos sido cómplices, por cuanto es responsabilidad de todos contrarrestarlo y acabarlo, cualquiera sea nuestra condición biológica, orientación sexual, identidad de género o identidad cultural.

Por último, también es importante reivindicar a aquellas mujeres –anónimas en la mayoría de casos- que sin estar en el poder han sabido transformar las prácticas machistas de sus entornos y viven el feminismo y la liberación de sus cuerpos como un imperativo. Ellas hacen que la movilización y la lucha político-social sigan vigentes y llenas de sentido.

*Politólogo y comunicador.

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