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La supuesta amenaza de un hombre embarazado

No es sano reducir a las mujeres a su cuerpo y a su capacidad de ser madres. ¿Qué hay de aquellas que no pueden tener hijos o de las mujeres trans? ¿Son menos mujeres o menos capaces por no poder quedar embarazadas? 

Por: Adrian Mullen*

El pasado 30 de junio, el portal Vice publicó una columna de la escritora Carolina Sanín titulada “El mundo sin mujeres”. Acá, Sanín planteó lo que para ella significa que un hombre esté embarazado y vaya a tener un hijo. (Ver: Un mundo con mujeres, hombres y los demás también).

Se trata del caso de Trystan Reese, hombre transgénero que se encuentra en la última etapa de gestación y pronto dará a luz a su primer hijo biológico y tercero legal. (Ver: Diversidad sexual y de género para dummies).

A pesar de haber pasado por un tratamiento hormonal durante gran parte de su vida, esto no impidió que Reese dejara de tomar testosterona por unos meses para poder quedar embarazado.

Para Sanín, este suceso abre el camino hacia un “mundo feliz sin mujeres”, estado supuestamente deseado por el patriarcado. Pensar así significa partir de que una mujer se define por su capacidad reproductiva y que carecer de ella la hace perder su relevancia en la sociedad y, literalmente, desaparecer.

Acá se está jugando con un feminismo esencialista, contradictorio y sexista.

Sanín lo dice: “La imagen de un hombre madre favorece ciertamente la idea de la futilidad de la mujer y, sin temor a ser apocalíptica, me parece el augurio y la patencia de un catastrófico estado deseado desde hace mucho tiempo: el de un mundo sin mujeres”.

Si los embarazos no tradicionales hacen fútiles a las mujeres y ponen en riesgo su existencia, volvemos a la noción de que ellas solo sirven para proveer hijos, para ser penetradas, para nutrir y para ser utilizadas en el núcleo familiar. (Ver: “Ser mamá no es un instinto ni un mandato, es una elección”).

Se pretende ir más allá de la categoría “género” para luego caer en la falacia de definirla nuevamente a partir de los genitales.

Así, se tiene el mismo discurso que se ha usado desde hace siglos para subyugar a las mujeres: que ellas se limitan a ser madres y amas de casa, mientras que el hombre es quien tiene derecho a construir una verdadera identidad más allá del hogar. (Ver: El día de la madre y de la no madre).

Las mujeres serían meramente domésticas, vaginas y receptáculos que viven en función de sus esposos. Su valor yacería tan solo en ser buenas esposas y buenas madres, no en ser seres humanos.

Reducirlas a su cuerpo

Si de liberación femenina se trata, es contraproducente reducir a las mujeres a su cuerpo y a su capacidad de ser madres, y suponer que si esa capacidad se difumina, ellas serían borradas del mapa social.

Es presentar de nuevo al hombre como la unidad base del ser humano y a la mujer como “el otro” que se define relativo a él.

¿Qué hay entonces de las mujeres infértiles o de las mujeres transgénero? ¿Son menos útiles y, por tanto, menos mujeres, por el hecho de no poder quedar embarazadas? Entrar en este terreno es peligroso. Se parte de un esencialismo que limita y oprime a las identidades más marginadas. (Ver: Diferentes formas de ser trans).

Se supone, por otro lado, que un mundo sin mujeres es esa utopía que nuestra sociedad machista tanto anhela. Sin embargo, pareciera que el patriarcado responde a una lógica opuesta: las mujeres son esenciales para el Occidente dominado por los hombres.

Sin ellas, no existiría la figura dominada y, por tanto, no habría patriarcado. El machismo necesita de la mujer como contraparte inferior del hombre. Así, si de la subyugación de la mujer se trata, hay más bien un deseo por mantener su existencia estática y servil.

No todas las mujeres nacen con la capacidad de gestar hijos.

Reforzar el binarismo 

Si suponemos que lo que se busca es una sociedad en la que solo haya hombres, supuesto resultado de la desaparición de los mujeres (suposición que, además, se haya encapsulada en el binarismo de género, base del patriarcado), entonces el hombre perdería también su identidad.

Los hombres deben ser el sexo fuerte que conquista y controla, pero sin una mujer a quien conquistar y controlar, se reducirían a ser tan solo otra ficha del entramado capitalista.

En este orden de ideas, el intento de echar a los unos contra los otros (en este caso, a las mujeres cisgénero contra los hombres transgénero) resulta también contraproducente para una verdadera lucha feminista. (Ver: ¿Cis qué?)

Es descuidado considerar la opresión de las mujeres como un fenómeno aislado que nada tiene que ver con la opresión de las personas transgénero cuando toda forma de opresión cumple un rol en el mismo patriarcado capitalista.

El sexismo no es independiente de la cisnormatividad (cuando se considera que los géneros de las personas trans son imitaciones o menos legítimos) como tampoco de la supremacía blanca, de la obligación de ser heterosexuales, del clasismo o de la normalización de los cuerpos. (Ver: La obligación de ser heterosexual).

Dada esta relación entre los tipos de opresión, no es coherente oponerse a lo uno sin oponerse también a lo otro. Un feminismo coherente es aquel incluyente, que no repite las mismas contradicciones y limitaciones de siempre, sino que se opone y deja atrás un sistema opresor.

Debe tratarse de destruir las nociones tradicionales de género, de lo que es ser mujer u hombre, para ir más allá del cuerpo y redefinir los sujetos. Tampoco se trata de ser iguales y equitativos entre todos. Nunca lo hemos sido y es poco realista pretender que lo seamos.

Somos diferentes, pero celebrar esas diferencias permite reconocernos en los vínculos que podemos establecer y lograr una camaradería efectiva (y ojalá afectiva, precisamente para que sea efectiva).

Las categorías se crearon para ordenar, limitar y oprimir. Por tanto, es necesario abolirlas totalmente para que se dé una liberación real. Claro que este desenlace es bien idealista, pero uno puede soñar, ¿no? (Ver: Queer para dummies).

* Hombre transgénero no binario, estudiante de Estudios Culturales y Literatura.

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