La académica brasileña Amara Moira fue la primera escritora que se atrevió a traer al mundo literario el dialecto panjubá, creado por las trabajadoras sexuales de Brasil para comunicarse en secreto. A partir de su experiencia personal, Moira escribió el libro: Y si yo fuera puta.
Amara Moira no recuerda cómo, pero aprendió a leer a los cuatro años. Cuando su mamá la llevó al preescolar por primera vez y le comentó orgullosa a la coordinadora sobre la precocidad de su hija, la educadora le dijo que había un gran problema: “ella ya sabe todo lo que yo les voy a enseñar y va a perjudicar el desarrollo de la clase”.
Y le propuso una solución: “déjela sin leer cuatro meses para que se le olvide todo lo que sabe y así se ponga al nivel de los otros niños”. No es realismo mágico, es el Brasil de los años 90. (Ver: Brasil: arcoíris LGBTI entre nubarrones).
La escritora y pedagoga brasileña recuerda entre risas ese derroche de tan particular pedagogía aunque sea más trágico que cómico.
Afortunadamente, cuando la pequeña lectora percibió que le estaban robando las letras, se aferró más a ellas y hoy considera que ese fue el inicio de su vida de lectora voraz y de escritora. (Ver: Transitar en la escuela primaria)
Porque Moira, autora de los libros: Y si yo fuera puta; Vidas trans: el coraje de existir y Neca + 20 poemetos travessos y de una variedad de ensayos académicos sobre literatura, estaba tan destinada a los libros como a encontrar su identidad travesti. (Ver: Travesti, una breve definición).
Primero halló su vocación de escritora y profesora, así que se matriculó en la universidad para estudiar letras con el objetivo de ser catedrática.
Luego, la cercanía con un grupo de travestis que conoció al inicio de la carrera y que frecuentaban una área cercana a su universidad en la ciudad de Campinas, la conduciría al descubrimiento de que no sólo se sentía a gusto entre ellas, sino que era una de ellas.
“Siempre tuve una gran fascinación por la cultura travesti pero al principio era un mundo que yo veía desde afuera, del que parecía que yo no era parte pero que a la vez me resultaba deslumbrante. Primero tuve una novia travesti y ella fue la que me enseñó las primeras palabras del panjubá“. (Un dialecto inventado por las travestis brasileñas para comunicarse en secreto entre ellas). (Ver: “Nuestra revolución será envejecer con dignidad, respeto y amor”).
“Déjela sin leer cuatro meses para que se le olvide todo lo que sabe y así se ponga al nivel de los otros niños”, dijo la profesora.
“Me di cuenta de que las travestis tenían acceso a la realidad desde un punto de vista que nadie más tiene. Es una ventana a los subterráneos de nuestra sociedad, al universo del deseo, a un mundo tabú”.
Amara tenía 18 años en sus primeros contactos con la cultura travesti. Al mismo tiempo que empezaba su carrera en letras -y que culminaría años después con un doctorado en teoría y crítica literaria con una tesis sobre las indeterminaciones del sentido en el Ulises de Joyce- Moira se adentraba en un mundo que le seducía porque ofrecía una visión de la sociedad desde una perspectiva diferente. (Ver: Cristina Rodríguez: mujer orgullosamente trans)
“Me di cuenta de que ellas tenían acceso a la realidad desde un punto de vista que nadie más tiene; es una ventana a los subterráneos de nuestra sociedad, al universo del deseo, a un mundo que es tabú y que no te atreves a compartir con nadie más. Aparte de todas esas vivencias que mis amigas travestis me contaban, yo admiraba mucho sus luchas por ser ellas mismas, así tuvieran que enfrentarse a todo y a todos”, recuerda.
En ese entonces Amara ya se incomodaba mucho cuando escuchaba que alguien llamaba a alguna de sus amigas travestis en masculino: “Yo pensaba, ‘¿pero cómo se atreven a decirle ‘él‘? ¿Acaso no están viendo semejante diosa?’, para mí era molesto ver el trato que recibían y fue en esa época, a partir de lo que ellas compartían conmigo, que empecé a escribir mis primeros poemas“.
Tiempo después, al revisar esos poemas Amara descubriría que en ellos hablaba de algo que estaba ocurriendo dentro suyo pero que aún no tenía el coraje de decir: que le gustaría no sólo observar ese universo travesti, sino formar parte de él. (Ver: Brigitte Baptiste, una navegante del género)
Sin embargo, secretamente Amara ya había elegido su identidad y su destino literario. “Así como Joyce escribió toda la vida acerca de Dublín -y nadie lo critica por ser monotemático, además porque los lectores se identifican con sus personajes y su obra monumental independientemente de que todo ocurra en Dublín- así mismo yo pensé: quiero escribir sólo sobre cultura travesti por el resto de mis días. Yo quiero que las personas -sean o no travestis, sean o no LGBTIQ- se vean en esas travestis y perciban ese universo gigantesco que hay dentro de esa cultura, en esa mirada y en ese lenguaje”, dice emocionada Amara.
El día T
Un poco en broma -porque una transición no ocurre en un día- Amara bautizó como “El Día T” aquella ocasión en que por primera vez usó ropa femenina en público y pidió ser llamada “Amara”. Fue el 1 de mayo de 2014, cuando viajaba de Campinas -una ciudad del interior- hacia São Paulo para asistir a la multitudinaria marcha del orgullo. (Ver: Dr. Mario Angulo: Las infancias trans están expresando quiénes son).
“Yo tuve que salir de mi ciudad para poder comenzar ese proceso. En el bus de camino a São Paulo conocí a una drag y nos hicimos muy amigas. Ella me preguntó si me podía maquillar para la marcha y yo le dije que sí. Entonces me preguntó mi nombre y le dije: ‘Si me puedes llamar Amara, te lo agradezco‘ y por eso ese día para mi es tan importante: yo pasé de ser Amara sólo para mi, para serlo para otra persona”.
“Por supuesto que eso no es una transición, porque la transición es un camino que no tiene fin, siempre estamos en tránsito, en reformulación; pero hay experiencias que te marcan más y esa fue una de esas experiencias que rompió con el destino que había sido dictado para mi”, expresa. (Ver: Orgullosamente trans)
En ese momento ya Amara tenía 29 años. Desde entonces, su vida empezó a cambiar drásticamente y lo primero que notó, después de haber vivido 29 años con una identidad masculina, es que su cuerpo empezaba a ser tratado de una manera muy diferente ahora que tenía una expresión de género femenina. (Ver: Mujeres trans en deportes: cuando lo más importante es poder competir).
“Durante 29 años de mi vida nadie me tocó sin mi consentimiento en el espacio público. Bastó que me vieran de vestido y pelo largo para que tocaran mi cuerpo sin yo pedirlo. A veces, el asedio se tornaba violento por parte de personas que no saben escuchar un ‘no’ y me di cuenta de que había empezado a formar parte de una subclase humana y que había perdido mi derecho a rechazar el deseo que cualquier tipo expresara por mi”. (Ver: Decir “no”: un privilegio de los hombres).
“Durante 29 años de mi vida nadie me tocó sin mi consentimiento en el espacio público. Bastó que me vieran de vestido y pelo largo para que los hombres tocaran mi cuerpo sin yo pedirlo”.
“Yo nunca he vuelto a ser tan feliz como en aquellos primeros momentos del autodescubrimiento, de sentirme revolucionaria, enfrentándolo todo y a todos”.
También apareció la tensión con su familia, para la cual fue muy difícil aceptar su nueva identidad. Pese a todo esto, era tan exultante la felicidad que sentía por haber decidido reconocerse como una persona trans que esos aspectos negativos quedaron de lado.
“Creo que yo nunca he vuelto a ser tan feliz como en aquellos primeros momentos del autodescubrimiento, de sentirme revolucionaria, enfrentándolo todo y a todos”.
Al reflexionar sobre su búsqueda interior, Amara recuerda que durante mucho tiempo intentó ser ese hombre heterosexual que declararon que ella era desde su nacimiento.
“Pero ya en la adolescencia percibí que yo no era heterosexual, porque aunque me gustaban las niñas, también tenía sueños con mis amigos. Luego la literatura también jugó un papel importante porque recuerdo que cuando yo tenía 17 o 18 años leí al Marqués de Sade y aparte de toda esa violencia terrible que hay en el libro, encontré que los personajes tenían sexo unos con otros independientemente de si tienen pene o vagina.
Esa libertad planteada por un escritor hace 200 años me pareció fantástica porque habla de esa posibilidad de placer independiente del tipo de cuerpo con el que se tenga esa experiencia sexual.
Alguna vez, esa novia trans que tuvo en esos primeros años de universidad le propuso vestirle de mujer. (Ver: “La ternura radical es abrazarte como persona trans”)
“Yo no lo permití y hasta me enojé, pero hoy pienso que era como si yo tuviera miedo de descubrir que realmente esa era yo, sólo que estaba en el armario. En ese momento yo no tenía las condiciones emocionales y financieras para asumir esa verdad“. (Ver: Salir del clóset: justo y necesario).
“Yo dependía totalmente de mis padres, estaba en el comienzo de la carrera y no tenía forma de subsistir. Además, miraba a mi entorno y veía que mis amigas travestis vivían en una precariedad extrema. Parecía que ser travesti era incompatible con existir fuera de ese espacio de la prostitución o del salón de belleza”, reflexiona Amara.
“Yo tenía miedo de que me expulsaran de la universidad y necesitaba tener algo a la mano para sobrevivir”.
Prostitución y producción narrativa
La transición tendría que esperar un poco más. Cuando ya estaba haciendo el doctorado y estudiaba la obra de James Joyce habiendo obtenido el primer lugar en el proceso selectivo del doctorado, empezó a hacer su transición pero siempre con miedo de perder lo que con tanta pasión y esfuerzo había construido profesionalmente. (Ver: Miluska Luzquiños, transfeminismos por los caminos del Perú).
“La primera cosa que hice mientras cursaba el doctorado y daba los primeros pasos de mi transición, fue matricularme en un curso de manicure porque yo tenía miedo de que me expulsaran de la universidad y necesitaba tener algo a la mano para sobrevivir”. (Ver: La Mocha: un bachillerato popular travesti-trans)
Al mismo tiempo, Amara fue descubriendo que tenía otra herramienta: la escritura. Ella había empezado a escribir pequeñas crónicas de su día a día en Facebook y allí hablaba de las violencias y situaciones que enfrentaba en el cotidiano.
Sus lectores fueron creciendo y esto ayudó a construir un público interesado en aprender sobre las experiencias de las personas trans. Entonces empezó a publicar también en su propio blog.
“Cuando comenzó mi transición mis amigas, que trabajaban en un barrio dedicado a la prostitución en Campinas, me empezaron a llamar y a preguntarme que cómo así que yo iba a transicionar. Empecé a pasar mucho más tiempo con ellas allá, conversando, tomando cerveza y de repente los clientes empezaron a caerme. Pero yo decía, ‘no, eso no es para mí’ y ellas me insistían: ‘ve tú, atiende a ese a ver cómo te va’. En ese barrio, en el que había una sola entrada y una sola salida, yo me sentía más cuidada porque estábamos todas para protegernos, así que me atreví”.
Al principio, su fascinación por ese mundo y también por el hecho de descubrir otros cuerpos la llevó a escribir unas entradas de blog que sus compañeras de la calle esperaban ansiosas como una entrega de radionovelas.
“Al final, yo era una persona que no había sido obligada a prostituirse para no pasar hambre así que yo lo veía de forma más leve, sobre todo al principio porque la euforia blindaba las experiencias y hasta las peores cosas parecían divertidas. Pero en el momento en el que comencé a sentirme más lastimada y atacada y en el que los machismos y la transfobia comenzaron a pensar en mí, eso comenzó a pasar al texto y mis amigas empezaron a llamar mi blog ‘Amara de la depresión‘”, dice entre risas.
Fueron vivencias muy intensas. Desde niña había escuchado lo peor sobre ese mundo y, al mismo tiempo, Amara sentía que ese espacio era un lugar seguro para ella, porque a diferencia de lo que le pasaba en su universidad, entre las travestis ella era reconocida como una más.
“Yo sentía que ese lugar era increíble porque no necesitaba que aprobaran una ley para que la gente me llamara por el nombre que yo había elegido o por el género que yo había elegido”.
Mientras tanto, en la universidad había gran revuelo porque una alumna del doctorado se estaba prostituyendo. “A diferencia del barrio de la prostitución, en la universidad éramos 30.000 alumnos y apenas cinco personas trans. Era una lucha estar allá. En el barrio, en cambio, éramos cerca de cien travestis y yo tenía amigas muy fieles con las que me sentía segura y acompañada”.
Amara sentía que ese espacio era un lugar seguro para ella, porque a diferencia de lo que le pasaba en su universidad, entre las travestis ella era reconocida como una más.
Cuando Amara comenzó a vivir la prostitución encontró el gran tema de su obra literaria y ensayística: la sexualidad.
El mundo a través de una travesti
Para Amara no deja de ser curioso que toda su vida se preparó para ser una buena escritora pero que fue sólo cuando inició su transición y sobre todo cuando comenzó a vivir la experiencia de la prostitución que encontró el gran tema de su obra literaria y ensayística: la sexualidad.
“Yo siento que realmente me hice escritora en el momento de mi transición cuando comencé a percibir que existía un potencial muy grande en poner en palabras esa mirada travesti del mundo. Lo mío es mostrar lo que esa mirada tiene para enseñar por medio de la literatura”.
Y fue así como el blog se convirtió en un libro en 2016: Y si yo fuera puta, que recoge sus experiencias como travesti en el trabajo sexual en esos años en Campinas y que tuvo que ser reeditado con un nuevo título para disfrazar la palabra “puta” al sobrescribir una “r” sobre la “t” para crear un juego y sugerir: Y si yo fuera pura.
Moira considera que es importante que todo el mundo lea obras producidas por travestis y en general, por personas trans. “No sólo para que la gente deje de ser transfóbica, sino también para perder el miedo y sobre todo, porque convivir con personas trans hace que tengas más tranquilidad para lidiar con lo que tú eres y puedes llegar a ser”.
Sobre los debates acerca de legalizar o prohibir el trabajo sexual, Amara considera que las cosas no son “blanco y negro”.
“¿Cuál sería el efecto de prohibirlo en una sociedad que aún no se ha abierto realmente a las personas trans en el mercado de trabajo, las escuelas, las universidades, las familias? Esto equivaldría a tornar aún más hostil el ejercicio de la prostitución y me parece transfóbico porque desconoce cómo el trabajo sexual es central para pensar en la existencia de muchas personas trans hoy en día“.
Por supuesto, desea que las personas trans encuentren muchos espacios diferentes para desarrollarse como individuos, pero afirma que mientras el trabajo sexual sea tan importante para la supervivencia de muchas personas trans, se debe trabajar para que sus condiciones de trabajo sean mejores.
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