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Mocha Celis

La Mocha: un bachillerato popular travesti-trans

El bachillerato popular travesti-trans Mocha Celis, en Argentina, fue la primera escuela trans del mundo. Desde 2011 recibe cada año a más de un centenar de estudiantes que la han bautizado “la escuela de la ternura”.

Por Sebastián Esguerra*

A la Mocha Celis la mataron con tres tiros. La mataron antes de que aprendiera a leer y a escribir. La activista Lohana Berkins, que en ese entonces ejercía el trabajo sexual junto con Mocha y otras travestis en la zona de Flores en Buenos Aires, le decía a una trava erudita con la que compartieron calabozo: “aprovechemos que estamos adentro y enseñále a Mocha. Pero hacelo de manera que ella no se sienta menos”. (Ver: La fuerza de Lola Dejavu).

Mocha fue una travesti nacida en Tucumán que migró a Buenos Aires en busca de mejores oportunidades de vida. Al llegar a la ciudad tuvo que dedicarse al trabajo sexual en la zona de Flores para sobrevivir. Por esa Mocha que mataron sin poder terminar la secundaria y cuyo crimen no ha sido esclarecido del todo, el primer bachillerato popular travesti-trans lleva su nombre. (Ver: Travesti, una breve definición)

Francisco Quiñones, rector y cofundador de “la Mocha”, cuenta que en su trabajo como documentalista se percató de que el deseo de la comunidad trans era poder terminar los estudios secundarios. (Ver: Transitar en la escuela primaria).

Entonces, junto con un grupo de activistas, decidieron fundar el primer bachillerato popular destinado a cumplir ese deseo. “Nos juntamos un grupo de activistas pensando en sumarnos a un movimiento de bachilleratos populares que existe en Argentina desde antes de 2001”, dice.

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A La Mocha Celis muchas personas la llaman “la escuela de la ternura”.
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Los bachilleratos populares son escuelas que surgieron a partir de organizaciones sociales y fábricas que, tras declararse en quiebra, fueron recuperadas por sus trabajadores y pasaron a ser gestionadas por ellos.

Sin embargo, como explica Quiñones, “esas escuelas estaban pensadas para hijos e hijas de trabajadores de fábricas y ese movimiento tampoco daba respuesta a la población travesti-trans que hasta ese momento vivía exclusivamente del trabajo sexual o se encontraba en situación de prostitución, con lo cual su trabajo por la noche no les permitía o era incompatible con una propuesta educativa, que era también nocturna. Entonces ahí decidimos armar esta escuela secundaria, que fue la primera en el mundo y que hoy ya tiene más de 20 réplicas y encuentros federales y latinoamericanos de educación travesti y trans”. (Ver: “Mi cuerpo es un tanque de guerra pintado de rosa”).

Es así como, desde 2011, “la Mocha” ha recibido en el barrio Chacarita de Buenos Aires y de forma gratuita, a personas LGBTIQ, afrodescendientes, madres que crían solas, migrantes, personas con ganas de estudiar. (Ver: ¿Qué es la interseccionalidad?).

Nos encontramos con una población que fuimos a buscar, que eran las mujeres travestis en situación de prostitución o trabajadoras sexuales en las zonas prostitución y también en los hoteles donde vivían”, dice Francisco Quiñones. 

Al principio eran 20 compañeras, pero después empezaron a llegar, por ejemplo, mujeres mayores de 50 años que estaban acostumbradas a que tampoco había espacios para finalizar sus estudios porque criaban a sus hijos. Luego empezaron a llegar personas migrantes con dificultades para hacer su documentación, personas afrodescendientes, personas no binarias y se fue creando una diversidad interesante”, expresa. (Ver: Ni hombre ni mujer, persona no binaria).

En este espacio comenzaron a confluir, entonces, múltiples experiencias de vida, necesidades e intereses. “Uno de nuestros objetivos es que la Mocha sea un semillero de liderazgos y de proyectos, un espacio de encuentro, de activismo, donde todos los proyectos se desarrollen”, dice Quiñones. 

Por eso, y considerando que el interés principal de la Mocha es ser un espacio abierto y convocante, su rector habla del transfeminismo como un lugar propicio para enunciarse: “el concepto transfeminista abraza y da la seguridad de que la Mocha no va a ser un espacio transexcluyente, que va a expulsar a las identidades trans o que las va a pensar como masculinidades disfrazadas”. (Ver: Transfeminismos latinoamericanos: sororidad, resistencia y cambio social).

Él tiene muy claro que los genitales no definen la identidad. “Ya aprendimos que la expresión de género es una cosa, que la identidad de género es otra, que la genitalidad es otra y la orientación sexual otra. Se abrió ese abanico que antes estaba todo unido en una sola cosa que partía de los genitales”. (Ver: El sexo no es tan binario ni tan evidente como se cree).

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“El transfeminismo es un buen lugar para nombrarse. Y si un espacio se define así, abraza todas las identidades”, Francisco Quiñones, rector y cofundador de “la Mocha”.

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En doce años de trabajo, la Mocha ya ha graduado a más de trescientos estudiantes y sus esfuerzos se encaminan a que ese número crezca cada vez más.

Desde la pandemia, cuenta Quiñones, “pudimos armar nuestra personería jurídica, eso nos permitió que los programas y los proyectos que teníamos dentro y exclusivamente para estos estudiantes se convirtieran en programas abiertos a la comunidad, como por ejemplo el de acceso a derechos, el de salud y el de alfabetización digital… Un montón de cosas que teníamos para la comunidad educativa se abrieron para todas las personas que quisieran acompañamiento”. (Ver: Miluska Luzquiños, transfeminismos por los caminos del Perú).

Hoy la Mocha cuenta con más de 11 programas y proyectos. Eso, según Quiñones, “aumentó la población que vive en el espacio y cuyo único requisito es que se respeten las identidades, hacer de la Mocha un lugar donde no exista violencia, ni transfobia o trans odio”. (Ver: Los súper poderes del feminismo transincluyente).

Lo que comparten muchas de las historias de personas travesti-trans y no binarias en Argentina es el número de obstáculos que les impiden acceder a la educación y, con ello, a muchas oportunidades de vida. 

La exclusión de las personas LGBTIQ, entre ellas las personas trans, empieza muchas veces en la escuela. Por ejemplo, en Argentina, según una encuesta realizada en 2013 por la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (ATTTA) y Fundación Huésped, 7 de cada 10 mujeres trans fueron discriminadas por sus compañeros de clase y 4 de cada 10 por directivos y docentes. (Ver: Bullying homofóbico en el colegio: esta fue mi experiencia).

Las consecuencias de un clima escolar agresivo usualmente se traducen en deserción escolar lo que hace aún más difícil las vidas trans porque las oportunidades laborales se reducen drásticamente.

En Colombia se vive una situación similar. De acuerdo con la encuesta de clima escolar hecha por Sentiido y Colombia Diversa entre 2015 y 2016, 21% de estudiantes LGBTIQ que participaron en la encuesta no asistió al colegio al menos una vez durante el último mes porque sintió inseguridad o incomodidad y el 71% vivió acoso verbal debido a su expresión de género (la manera de vestirse, comportarse, peinarse etc.). (Ver: Bullying escolar LGBT: más fuerte y dañino)

Los estereotipos y la discriminación no dejan a las personas trans muchas opciones. Es  entonces cuando el trabajo sexual se vuelve una de las pocas alternativas para sobrevivir.

El problema es que al ser esta una labor tan precarizada y, en muchos casos, riesgosa, las personas trans terminan expuestas a toda clase de violencias que se suman a las que ya padecían por el hecho de ser quienes son. (Ver: Diferentes formas de ser trans).

Por todo esto, las palabras de Lohana Berkins siguen resonando en el trabajo de la Mocha: “Cuando una travesti ingresa a la universidad cambia la vida de esa travesti, cuando muchas travestis ingresan a la universidad, cambia la vida de la sociedad”.

La escuela no sólo transforma las vidas individuales de las personas que acuden a ella, sino también tiene el potencial de disminuir algunas brechas sociales. Las estadísticas del informe “La Revolución de las Mariposas” demuestran que para el 2016 aproximadamente un 24,3% de las personas trans en Argentina contaba con la secundaria completa. Esto supone un aumento con respecto al año 2005, cuando sólo el 20,8% la habían terminado. (Ver: Transfeminismos latinoamericanos: sororidad, resistencia y cambio social).

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La experiencia de “La Mocha” ha servido para consolidar muchos espacios educativos para personas travesti-trans en el mundo

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Ahora, señala Quiñones, son más de 20 proyectos educativos en Argentina y hay espacios educativos en Chile, en Paraguay, en Costa Rica, en Brasil, que nacieron a partir de este impulso de Mocha Celis. Las historias de cada una de estas iniciativas se comparten cada año en el Encuentro Federal de Educación Travesti-Trans en Argentina. 

En breve vamos a lanzar la inscripción para el tercer Encuentro de Educación Travesti Trans 2023, que va a ser en la provincia de Chaco, Argentina, el 22 y 23 de septiembre, donde nos vamos a encontrar todos los espacios educativos para ver cómo se está avanzando en cada región y cómo podemos acompañar para consolidar la creación de esos espacios y que nuestra experiencia se pueda replicar en distintos lugares, pero de manera situada”, cuenta Quiñones.

El énfasis contextual que remarca el rector de “la Mocha” responde a una conciencia sobre las características propias de cada país, su cultura y legislación: “acá tenemos una ventaja, que la educación es pública, es laica, es gratuita y lo que nosotros vamos a agregar es la perspectiva de género y de diversidad. Así que en otros países eso no sucede y hay que sortear otras dificultades”. (Ver: El riesgo de ser LGBT o mujer en Honduras).

“Para mí Mocha Celis es un sentimiento, un espacio donde puedo ser yo”, Angelina Ayala, egresada.

La Mocha Celis, por ejemplo, ha tenido que afrontar sus propios obstáculos: “la formación de profesionales que tengan perspectiva de género y diversidad, convencer a la comunidad de que este es un espacio amigable y que no sirve solamente a la terminalidad educativa, sino que tiene que ir acompañada de políticas públicas”. (Ver: Mónica Estefanía Chub, mujer trans, católica e indígena de Guatemala).

En otras palabras, no es suficiente con asegurar la graduación como bachilleres de las personas que asisten a la escuela. Este trabajo debe ir acompañado de una serie de acciones que permitan la vida digna de quienes estudian y se gradúan de allí: trabajo, techo, comida.

Por eso, agrega Quiñones, “luchamos por la Ley de Cupo Laboral, la Ley de Reparación Histórica y la Ley de Identidad de Género. Ninguna persona va a poder estudiar si no tiene garantizado su plato de comida y un techo, entonces hay que pensar en clave de derechos y hay que acompañar ese proyecto socio político educativo con una batería de proyectos legislativos”.

Mocha Celis
“Es la escuelita de la ternura, porque es el primer lugar e institución para muchas personas de más de 30 años, donde son tratadas con respeto, miradas a los ojos, llamadas por su nombre y su voz es escuchada”, Manu Mireles, cofundadora y secretaria de Mocha Celis.

“Mocha Celis es un espacio donde tengo muchas personas con las que puedo comunicarme, con las que puedo llorar, con las que puedo reír, con las que puedo salir, comer algo”, Angelina Ayala, egresada.

Esta preocupación por el bienestar holístico de quienes allí estudian ha hecho que su experiencia sea tremendamente satisfactoria y significativa. Angelina Ayala, egresada de “la Mocha”, dice: “Mocha Celis significa amistad, compañerismo, crecimiento, futuro, presente, familia y alguien con quien contar”.

Vil Silveira, quien también es egresada de “la Mocha”, compara su experiencia allí con otros espacios educativos: “Mis experiencias en otras instituciones de educación formal antes de la Mocha fueron pésimas. La sociedad no estaba preparada en ese momento para que yo pudiera acceder a la educación cuando era mi derecho. Por ejemplo, no podía ir al baño, no podía hacer cierto tipo de cosas como ir a gimnasia, porque los baños son de hombres o de mujeres, y en el de mujeres no me dejaban entrar. Siempre me ponían límites, tenía que cursar de noche lo que era muy peligroso en mi provincia, un montón de cosas que hacían que la pasara muy mal. Sufría porque yo quería estudiar y a mí el estudio me salvó muchísimo, me sacó de un lugar en el que yo no quería estar”. (Ver: Así vivió la pandemia la juventud LGBTIQ de Colombia).

Y agrega: “La Mocha para mí es mi casa, mi escuela, el lugar que me ayudó a crecer, a ver la vida como realmente era. La Mocha me ayudó a ser una persona distinta”. Su experiencia y la de personas como Manu Mireles, cofundadora y secretaria del bachillerato popular Mocha Celis, hacen que la hayan llamado “la escuela de la ternura”.

Año a año, la Mocha sigue reclutando estudiantes en los lugares de concentración de personas trans (hoteles, zonas de trabajo, entre otros) y, aunque su trabajo claramente se enfoca en proveer a esta población de un entorno seguro y cuidadoso para terminar sus estudios, no solamente las personas trans se benefician.

La Mocha es una escuela abierta para que todas las personas puedan recibir aquello que se merecen por el simple hecho de existir, una oportunidad para acceder a una educación digna donde nadie se sienta menos.

*Artista, profesor, marica, bogotano. Magíster en literatura de la Universidad de Los Andes. En 2021 su tesis de maestría sobre la obra del autor chileno Pedro Lemebel, recibió la distinción de tesis meritoria. Estudia una maestría en escritura creativa en el Instituto Caro y Cuervo. Colaborador en Sentiido.

HBS
Contenido producido por Sentiido en cooperación con Heinrich Boll Stiftung.

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